“Rajoy se abrasará si sale el día 21 del Congreso sin dar una
explicación solemne y sin anunciar cambios inmediatos”.
SOLEDAD
GALLEGO-DÍAZ /EL PAÍS
Dentro de
tres semanas, los días 20 y 21 de febrero, se desarrollará en el Congreso de
los Diputados el aplazado Debate sobre el Estado de la Nación. Esta es la
ocasión para que nuestros políticos dejen de dar vueltas, se enfrenten a la
realidad y hagan algo útil al respecto. Antes que nada, reconocer expresamente
lo que todo este país sabe: que existe un serio problema de corrupción que ha
sido originado en leyes perversas de urbanismo y de financiación de los
ayuntamientos y que ese dinero incontrolado ha contaminado gravemente la vida
pública.
Nadie
espera que el presidente del Gobierno se autoinculpe (los tribunales decidirán
cuál es su implicación en este caso y las instituciones actuarán como proceda).
Pero una cosa es no inculparse y otra que el responsable del Gobierno de este
país pretenda ignorar que existe esa realidad, como hizo ayer Rajoy en su
comparecencia televisiva. Si el presidente del Gobierno no acepta ante el
Parlamento que este país tiene un problema de corrupción quiere decirse que no
lo afrontará ni hará nada por corregirlo y que seguiremos padeciendo sus
consecuencias.
Lo que
esta sucediendo en España es una aberración, pero es un problema que tiene
solución si se aborda con firmeza. El Parlamento no se enfrenta a algo
desconocido. Sabe perfectamente de qué se trata. Sabe cuáles son los mecanismos
y los procedimientos opacos con los que se han alimentado.
Rajoy no
puede acudir al Parlamento a pedir que se confíe en su palabra. Eso puede
hacerlo, con poco éxito, todo sea dicho, en televisión, pero el Congreso no es
una sala de prensa ni el salón de actos de su partido.
El día 21
los diputados deberán votar las resoluciones que se presenten sobre los dos
problemas que tienen angustiados a este país (la corrupción y el paro de los
jóvenes) y deberán mostrar delante de todos los ciudadanos cual es realmente su
grado de compromiso con los desempleados y su grado de repugnancia por la
corrupción.
Lo que
hace falta son las cinco o seis medidas capaces de frenar la corrupción
política y urbanística y las cinco o seis medidas que lancen un programa
efectivo de integración laboral juvenil. Ni Gobierno ni oposición son gabinetes
de estudios que certifican la realidad. Para reformar la Constitución solo
hicieron falta 48 horas. Para aprobar normas anticorrupción y una verdadera ley
de Transparencia no harán falta muchos días más. Para decidir un cambio en la ley
del Tribunal de Cuentas no hace falta tampoco una semana.
Es
absurdo que el PP y el Gobierno crean que pueden capear esta situación
soportando cada quince días una pregunta parlamentaria. ¿Tres años? ¿Oiremos
durante 100 semanas de vida parlamentaria las mismas preguntas y respuestas?
El
presidente del Gobierno, un especialista en tácticas de dilación, puede pensar
que lo que le ayudó durante años le sacará también ahora del apuro. Pero se
equivoca radicalmente. Dispone de una apabullante mayoría parlamentaria. Si
sale el próximo día 21 del Congreso sin haber demostrado su respeto por la
ciudadanía, será responsable de dar el último empujón a una sociedad que está
cerca de sentirse, no solo enojada y deprimida, sino también resentida.
Es
posible que, pese a todo, el presidente del Gobierno no sea capaz de mostrar
esa consideración con los ciudadanos. Quizás, la oposición, que no tiene los
instrumentos para forzar esos cambios, tampoco sea capaz de reaccionar con la
suficiente unidad como para colocar, al menos, al Gobierno frente un paquete de
medidas contra la corrupción que los ciudadanos comprendan y alrededor de las
cuales puedan unirse.
Y si nada
de eso sucede, aun así habrá que seguir intentándolo. La semana pasada los
responsables del movimiento contra los desahucios presentaron en el Congreso
las miles de firmas necesarias para poner en marcha una iniciativa legislativa
popular que de más amparo a quienes no pueden pagar su hipoteca. Si el debate
sobre el estado de la Nación no es capaz de producir resultados tangibles,
quizás los propios ciudadanos terminen demostrando que ellos sí son capaces de
formular los instrumentos legales que necesitan.
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