Contenido en Malí por el Ejército francés, el
terrorismo de Al Qaeda y sus secuaces amenaza con resurgir en otros países de
la región empezando por Libia, donde el Estado es el más débil y es incapaz de
controlar sus fronteras.
Hace unos
días las hermanas de la Congregación de la Santa Familia de Spoleto se
marcharon de Derna, en el este de Libia, donde se habían instalado hace más de
un siglo. Dentro de unos días serán las hermanas franciscanas del Niño Jesús
las que darán el cerrojazo a su casa de Barce, situada también en la Cirenaica
libia. Monseñor
Giovanni Martinelli, vicario apostólico de Trípoli, hizo este doble
anuncio el viernes en Radio Vaticano.
La
presión de islamistas radicales obliga a las congregaciones a abandonar Libia.
Es la cara oscura de la “primavera árabe” que para los pueblos de varios países
norteafricanos ha supuesto, ante todo, gozar de un régimen de libertades
inédito en su historia. Basta, por ejemplo, recordar lo difícil que era hace
tres años escuchar las opiniones políticas de un tunecino de la calle y la
desenvoltura con la que ahora se expresa ante el forastero de paso.
De Libia
partió hace dos años la onda expansiva que impulsó a terroristas y tuareg
radicales a apoderarse, hace once meses, de ese inmenso territorio del norte de
Malí (830.000 kilómetros cuadrados) de cuyos núcleos urbanos fueron expulsados
el mes pasado por las fuerzas de elite francesas. A Libia, y acaso a buena
parte del Magreb, regresará ahora esa marea de violencia contenida en Malí.
En el mismo Malí los éxitos
militares franceses “han cercenado las capacidades operacionales” de los
terroristas, señala Jean-Pierre
Filiu, profesor del Instituto de Ciencias Políticas de París. Aun
así la partida no está ganada. “Los yihadistas van a desarrollar una guerra de
desgaste desde las zonas de difícil acceso en las que se han refugiado”,
advierte Alaya Allani, profesor de la Universidad de
Manouba en Túnez que acaba de regresar de una visita a Bamako.
Pero los
mayores nubarrones de ciernen sobre Libia. Tarek Mitri, enviado especial del secretario
general de la ONU para Libia, expresó el martes su “temor” de que el conflicto
maliense desborde sobre el vecino libio aunque no compartan una frontera entre
ellos. Recordó los “lazos étnicos o ideológicos” entre los radicales que operan
en ambos países. “La seguridad en el este de Libia representa un grave desafío
(…)”, recalcó ante el Consejo de Seguridad. Aludía a un repliegue a Libia de
los yihadistas hostigados
en el norte de Malí.
Los
primeros síntomas del descalabro están a la vista con la expulsión de los
cristianos de Cirenaica; la voladura, el 26 de enero, de una iglesia en Dafniya
en la que murieron dos egipcios coptos etcétera. Por algo las grandes potencias
occidentales han pedido esta semana a sus ciudadanos que se marchen de Bengasi
donde, según Londres, existe una amenaza “específica e inminente” similar a la
que le costó la vida, en esa ciudad en septiembre pasado, a John Christopher
Steven, embajador de EE UU en Libia.
En una de
sus últimas declaraciones antes de ser derrocado Moamar
el Gadafi, el dictador libio, advertía que si el caía “llegarán las gentes de
Ben Laden (…)”. “Es evidente que la llamada “primavera árabe”, sobre todo la de
Libia, ha tenido repercusiones negativas sobre la seguridad en Argelia y en el
conjunto del Magreb y del Sahel”, señala Chafik
Mesbah, que fue coronel en el Ejército argelino y ahora es politólogo.
Gadafi
contaba con una legión islámica, formada por subsaharianos, “muchos de ellos
terroristas potenciales que se han transformado en reales”, asegura Mesbah. En
los meses previos a la caída del dictador “Libia se convirtió en un
supermercado armamentístico en el que se compraban y se robaban armas con
facilidad”, prosigue.
Los yihadistas de Malí se equiparon allí y por eso,
en marzo pasado, pudieron lanzarse a la conquista del extenso territorio
semidesértico. Enla
única entrevista que ha aceptado, en noviembre de 2011 a la agencia mauritana
ANI, Mojtar Belmojtar, entonces uno de los jefes de Al Qaeda en el
norte de Malí, lo reconocía: “Los combatientes han sido los grandes
beneficiarios de las revoluciones en el mundo árabe (…)”. “(…) la adquisición
de armamento en Libia fue algo natural”, agregó con franqueza.
A eso se
añade la debilidad del Gobierno libio que no logra imponerse a las milicias
armadas que ayudaron a acabar con Gadafi, pero no acatan el nuevo orden. Los
grupos armados dominan regiones enteras y perpetran “graves actos de violencia
en total impunidad”, denunciaba, el jueves, el informe anual de la ONG de derechos
humanos Human Rights Watch.
La más
extremista de todas las milicias es Ansar
Sharia (Partidarios de
la ley islámica) que jugó un papel, aun no del todo aclarado, en el mortífero
asalto del Consulado de EE UU en Bengasi. “El reto de Libia es instaurar
instituciones respetadas”, convertirse en un Estado, sostiene Hassan Arabi,
profesor de la Universidad de Nador.
Trípoli
tampoco logra vigilar sus 4.000 kilómetros de fronteras. “Milicianos armados se
pasean a sus anchas por el desierto”, subraya Mesbah. Prueba de ello es que el comando
terrorista que secuestró en enero a 790 empleados en la planta gasística
argelina de In Amenaspartió de Malí, penetró en Níger, cruzó Libia y
entró en Argelia. Consciente de la gravedad del problema los ministros de
Exteriores de la Unión Europea acordaron, el jueves, poner en marcha una misión
civil para apoyar a Libia en el control de sus fronteras.
La
ofensiva francesa en Malí y el consiguiente golpe terrorista de In Amenas han
desatado todas las alarmas en el norte de África no solo porque demuestra la
vulnerabilidad de los lindes geométricos trazados en el desierto sino por la
composición multinacional del grupo asaltante. Sus jefes eran argelinos,
empezando por Belmojtar que planificó la embestida desde su
guarida maliense, pero los tunecinos -11 terroristas- eran los terroristas más
numerosos. Los miembros egipcios ya habían participado, cuatro meses antes, en
el ataque contra el Consulado de EE UU en Bengasi.
La toma
de In Amenas incitó a reforzar las medidas de seguridad no solo en Argelia sino
en todo el noroeste África. París envió, por ejemplo, a sus fuerzas especiales
al norte de Níger para proteger las minas de uranio de Arlit donde Al Qaeda
apresó, hace 29 meses, a cinco técnicos franceses; Túnez también desplegó el
martes a sus tropas de elite en las instalaciones petroleras del sur; hasta
Rabat decidió cerrar de noche sus puestos fronterizos con Mauritania. Y eso que
Marruecos parece el país más impermeable a los sobresaltos que sacuden la
región.
Aunque
los argelinos se quejen sottovoce de los escasos esfuerzos de sus vecinos por
vigilar sus fronteras ellos también “demuestran ser incapaces de ejercer un
estrecho control sobre el conjunto de su territorio”, constata la investigadora Laurence
Aïda Ammour, en un análisis que acaba de publicar en el CIDOB,
un think tank de
Barcelona. “Belmojtar ha atravesado estos últimos meses el sur de Argel sin ser
interceptado”, insiste Filiu.
Este
profesor, autor de Las
Nueve vidas de Al Qaeda, lamenta que los partidos
islamistas en el poder sean complacientes con los salafistas radicales porque
soplan aires de libertad y porque esperan cosechar sus votos. “Fue un error
excarcelar en Túnez a Seiffallah Ben Yacine”, el líder local de Ansar Sharia,
“porque no era preso de conciencia”, señala. “Es un error no perseguir a los
salafistas culpables de los incendios
en Túnez de mausoleos de santones musulmanes sufíes” que se han
multiplicado desde principios de año. Se deja así crecer un pernicioso caldo de
cultivo.
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