Pensar la gestión de Francisco implica
no distraerse con sus gestos de sencillez e informalidad, y pensar en sus
antecedentes en la Argentina. Lo que indica que no habría cambios profundos en
el rumbo de la Iglesia.
Los primeros pasos, y
sobre todo, los gestos del papa Francisco siguen generando expectativas y
muchas preguntas respecto de cuál será su accionar en el futuro, cuál su
programa de gobierno en la Iglesia Católica de todo el mundo. Una mirada a los antecedentes
del propio Jorge Bergoglio llevaría a pensar que si continúa, como es
esperable, con los mismos lineamientos de su acción en la Argentina y en Buenos
Aires, no habría que esperar cambios significativos en el rumbo de la Iglesia.
Lo lógico y esperable a la luz de los antecedentes es que Bergoglio reafirme
las grandes orientaciones doctrinales que ha seguido la Iglesia en los últimos
tiempos y que fueron ejecutadas por sus antecesores Juan Pablo II y Benedicto
XVI. ¿Por qué entonces su designación despierta expectativas de renovación
alentadas incluso por figuras importantes de la llamada Teología de la
Liberación?
En primer lugar esto
ocurre, seguramente, porque el estilo de Bergoglio como Papa se aparta en mucho
de sus anteriores. Le devolvió “humanidad” al papado rompiendo con el protocolo
y generando, con mucha inteligencia, gestos de proximidad a la gente y enviando
señales al interior de la Iglesia para indicar que quiere promover cambios, que
quiere encontrar la manera de dar respuesta a los desafíos que hoy se le
plantean al catolicismo y a la institución.
Una demostración de
lo anterior fue el incidente que protagonizó con el cardenal estadounidense
Bernard Law, acusado de haber encubierto a unos 250 curas pederastas entre 1984
y 2002, cuando fue arzobispo de la diócesis de Boston, en Estados Unidos.
Bergoglio y Law, que renunció a su diócesis después de haber recibido las
acusaciones de encubrimiento, se cruzaron en la Basílica Santa María la Mayor,
en Roma, donde el estadounidense es arcipreste emérito. El norteamericano vio
al Papa, lo saludó y siguió su camino. De inmediato, relatan testigos,
Bergoglio dijo a sus colaboradores: “No quiero (por Law) que frecuente más esta
basílica”.
Al margen de los
gestos públicos, que pueden ser parte de una estrategia para instalar su figura
en el inicio del pontificado, actitudes como la relatada podrían indicar que
Bergoglio está dispuesto a tomar firmemente las riendas de la institución
eclesiástica poniendo límites a los desa-guisados y, si es necesario, sacando
del juego a quienes tienen conductas que a su juicio se contradicen con la
doctrina y la moral que la misma Iglesia predica.
Pero volviendo a la
pregunta con la que iniciamos esta nota. Dada su tradición conservadora, ¿se
pueden esperar cambios importantes de Bergoglio en su condición de pontífice?
El suizo Hans Küng,
quien fuera uno de los teólogos más importantes del Concilio Vaticano II hace
medio siglo, compañero en esa tarea de Joseph Ratzinger y luego duro crítico de
la acción de éste cuando estuvo al frente de la Congregación de la Doctrina de
la Fe y luego como papa, ha dicho que Francisco “asumirá una posición más
reformista que la del papa anterior (Benedicto XVI)” y que “no hará una
revolución, sino que realizará reformas lentamente”.
En declaraciones al
diario O Globo de Brasil, y para explicar lo anterior, Küng utilizó una
comparación y dijo que Bergoglio cumplirá en la Iglesia Católica una tarea
semejante a la que desempeñó Mijail Gorbachov en la Unión Soviética de los años
ochenta. “El (por Gorbachov) no hizo una revolución, sino que introdujo
reformas que corrigieron los errores que había antes. Lo mismo espero de
Bergoglio, aun cuando no haga una revolución, para no dividir la Iglesia, él
empezará a introducir reformas.”
Otros dentro de la
Iglesia sostienen que bastaría que Francisco retome los lineamientos del
Concilio Vaticano II y los lleve a la práctica para que muchas cosas en la
Iglesia cambien, se modifiquen sustancialmente. Se trata de grandes
orientaciones nacidas hace medio siglo, cuya implementación inició el papa
Paulo VI (1963-1978) y que luego fueron congeladas o revertidas por Juan Pablo
II y Benedicto XVI.
No deja de llamar la
atención también las opiniones y la carta de crédito abierta por reconocidos
teólogos de la liberación latinoamericanos como los brasileños Leonardo Boff,
Frei Betto y Oscar Beozzo. En términos conceptuales y prácticos, Bergoglio se
ubica en la acera opuesta de la Teología de la Liberación que ha sido discutida
y condenada en más de una ocasión por diferentes estamentos de la Iglesia
institucional. Es más. La presencia de Boff en la Argentina fue cuestionada en
más de una ocasión por la jerarquía de la Iglesia ya en tiempos en los que
Bergoglio tenía una voz importante de mando. Sin embargo Boff rescata ahora el
hecho de que Bergoglio haya elegido el nombre de Francisco para su pontificado
porque “Francisco no es un nombre, es un proyecto de Iglesia, pobre, sencilla,
evangélica y desprovista de todo poder”. Y agregó que “Francisco fue obediente a
la Iglesia y a los papas, pero al mismo tiempo siguió siempre el camino con el
Evangelio de la pobreza en la mano”.
El teólogo brasileño
dijo también que con los gestos realizados hasta ahora el nuevo papa quiere
“presidir en la caridad”, dejando de lado la condición de “monarca absoluto,
revestido de poder sagrado” y dándole “centralidad al Pueblo de Dios”. Y
destaca el hecho de que Bergoglio “viene del Gran Sur, donde están los más
pobres de la humanidad y donde vive el 60 por ciento de los católicos” para
asegurar que “con su experiencia como pastor, con una nueva visión de las
cosas, desde abajo, podrá reformar la curia, descentralizar la administración y
dar un nuevo rostro creíble a la Iglesia”.
Una pregunta que
alguien podría hacerse es si Boff, quien fue sancionado por sus ideas por Juan
Pablo II y a iniciativa de Ratzinger, y terminó abandonando el sacerdocio
católico, está en realidad expresando un punto de vista respecto de lo que cree
que hará Bergoglio, o bien está exponiendo su mirada para, del modo que sea,
marcarle un plan de acción al nuevo papa. O quizás todo se reduzca a una
expresión de deseo y a extender una carta de crédito a la espera de los hechos.
No lo aclara el propio Boff. Y tampoco parece probable que Francisco lo
convoque como su asesor... por lo menos en lo inmediato.
Pero Boff no es el
único que ha puesto a circular opiniones en este sentido. Frei Betto, otro
teólogo a quien se ha conocido en el mundo entre otros motivos por su muy
estrecha amistad con Fidel Castro, presentó sus reparos respecto de la
trayectoria eclesiástica y política de Bergoglio. Sin embargo, dijo que “San
Francisco de Asís (de quien el Papa tomó el nombre, según él mismo lo confirmó
ayer en audiencia pública con los periodistas) es símbolo de la opción por los
pobres y la ecología” y eso significa que Bergoglio “tiene conciencia de que
hay que reformar la Iglesia”. Agregó que “tengo muchas esperanzas de que este
hombre (por Bergoglio) sea coherente con la inspiración de san Francisco de
Asís”. Aunque recogió también otra preocupación que está presente en algunos
círculos políticos y eclesiásticos: “América latina es ahora, con sus gobiernos
progresistas, un problema para el sistema y para la Casa Blanca. Espero que
esta elección no sea una nueva estrategia del neoliberalismo para América del
Sur, para combatir los procesos de Chávez, Cristina, Correa, Evo, Lula y
otros”.
En declaraciones
hechas a la televisión brasileña José Oscar Beozzo, sacerdote católico, teólogo
de la liberación e historiador, se expresó en términos similares a los
anteriores. Subrayó la importancia que se le da al hecho de que Bergoglio haya
elegido el nombre de Francisco y dijo que esto implica en sí mismo un programa
de gobierno para que la Iglesia “vuelva a ser servidora y pobre, que tenga una
apertura al mundo musulmán y que adquiera una perspectiva ecológica” que estuvo
presente en el santo de Asís. Y se declaró feliz “porque la agenda de la
iglesia latinoamericana entre en la iglesia mundial”.
Sin duda Bergoglio es
un exponente de la Iglesia latinoamericana actual. Fue una de las figuras clave
de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en
Aparecida (Brasil), en el 2007. Allí fue reconocido por sus pares del
continente y fue uno de los principales redactores del documento final. Hay
quienes señalan que fue allí donde Bergoglio generó gran parte de su prestigio
e inició realmente su camino al pontificado.
Pero es claro que
esta Iglesia latinoamericana actual está muy lejos de la Iglesia renovadora y
posconciliar de Medellín (1968) y Puebla (1979) ocasiones en las se sintió con
fuerza la influencia de los teólogos de la liberación y en las que se ratificó
con firmeza la “opción por los pobres”. Esta Iglesia latinoamericana actual,
que no abandona el reclamo por la justicia, que insiste en la paz y la atención
a los pobres y a los desvalidos, usa más la palabra reconciliación que la
palabra liberación, y está más preocupada por recuperar el espacio que el
catolicismo pierde en la sociedad y por preservar los valores católicos en la
cultura, que por su cercanía y alianza con los movimientos sociales y
populares. Esa es la Iglesia que representa Bergoglio y la visión que llevará
al pontificado. Aun así, vista la situación actual de la Iglesia universal, la
perspectiva latinoamericana introduciría un cambio significativo en la Iglesia
mundial.
“Cómo me gustaría una
Iglesia pobre y para los pobres”, dijo ayer Francisco al reunirse con los
periodistas, para sumar un gesto más en la línea de los que viene suscitando
desde que asumió el pontificado. Y ratificó, para quitar cualquier duda, que
eligió su nombre por Francisco de Asís, “un hombre de paz, el hombre de la
pobreza, que ama y mantiene lo creado” en clara alusión a una perspectiva
ecológica. En esa misma audiencia Bergoglio se autoadjudicó el papel de
“reformador” pero lo completó con un rasgo que es parte de su discurso
tradicional: “La Iglesia, aunque es una institución humana no tiene naturaleza
política, sino que es esencialmente espiritual. Es el Pueblo de Dios, el santo
Pueblo de Dios, que camina al encuentro con Jesucristo”.
Todo parece indicar
que Bergoglio cumplirá la tarea de ser un reformador, no un revolucionario, en
la Iglesia. Esa reforma podría conducir a la puesta en práctica de muchas de
las decisiones que se adoptaron en el Concilio Vaticano II y que quedaron en el
olvido. Para muchos esto no bastará, será claramente insuficiente dada la
velocidad de los cambios. Para otros, si esto se concretara, podría ser la forma
de sentar las bases para que se abrieran las puertas a la renovación, incluso
para permitir que germinen otras ideas, otras miradas. Para otros, los más
pesimistas, será la manera de cambiar algo, de manera superficial, para que
todo quede como está.
En cualquier caso
habrá que esperar los próximos pasos del nuevo papa y analizar cada
nombramiento, cada gesto, cada decisión, además de sus discursos y
declaraciones. Si es fiel al estilo que lo ha caracterizado en su ejercicio
episcopal, Bergoglio no producirá hechos espectaculares, cambios abruptos.
Tomará decisiones –tiene la mano firme– y las traducirá en normas,
designaciones, lineamientos.
Una de las primeras
tareas que parecen inevitables será la reforma de la curia romana, del gobierno
central de la Iglesia. Allí encontrará, sin duda, fuertes resistencias.
Bergoglio no fue el candidato preferido por los curiales ni tampoco por los
italianos. Ni Angelo Sodano (ex secretario de Estado de Juan Pablo II) ni
Tarcisio Bertone (ex secretario de Estado de Benedicto XVI) tenían a Bergoglio
como candidato. Querían a un italiano (¿Scola?) que le diese continuidad a la
forma de manejo de la curia y que no insistiese en investigar en los casos de
corrupción y mal manejo. Todo indica, por el contrario, que una de las razones
por las que se escogió a Bergoglio es por su fama de hombre prolijo, buen
administrador y apegado a las normas, para que investigue y tome decisiones.
Con esas cualidades la reforma de la conducción de la Iglesia parece una de las
primeras tareas. Tan importante como inevitable.
Si lo intenta tendrá
que dar muchas batallas internas y vencer resistencias importantes. Una clave
será entonces los nombramientos que realice, en particular el del nuevo
secretario de Estado.
Pero la reforma de la
Iglesia pasa también por una forma más colegiada de gobierno, compartida por el
Papa con los obispos y cardenales. Algunos mensajes en ese sentido ya mandó
Francisco y una decisión en esa línea estaría en consonancia con la idea de
retomar el Concilio Vaticano II. Esto implicaría más consulta, más
participación en las decisiones por parte de los episcopados nacionales. Desde
su condición de arzobispo de Buenos Aires y de presidente de la Conferencia
Episcopal Argentina Bergoglio discutió con Roma para defender su autonomía.
Ganó y perdió. Nunca se desacató. Pero también ha sido inflexible en mantener
el poder y su propia autoridad. Tomó decisiones e impuso sus puntos de vista.
Nunca permitió indisciplinas. Es difícil saber qué hará desde el pontificado.
Se abren muchas
posibilidades y son numerosos los aspectos para tener en cuenta. Otros rescatan
que en su actuación en Argentina el cardenal Bergoglio fue un gran impulsor del
diálogo inter religioso, una carencia notable y un retroceso grave en los
pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Esta podría ser también una
característica de la acción de Bergoglio como papa.
El Vaticano no es una
potencia mundial, pero es una referencia política importante en el diálogo con
las potencias. En distintas situaciones ha quedado demostrado que su poder de
interlocución y de lobby es significativo. Bajo la gestión de Bergoglio como un
papa que predica la justicia internacional y la defensa de los pobres ¿tendrá
el Vaticano una presencia más protagónica en los organismos internacionales
para reclamar mayor justicia? Uno de los calificados voceros de la Iglesia en
la materia es el cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga. Un llamado a
este arzobispo para participar del gobierno central de la Iglesia podría estar
dando un indicio en este sentido.
También se maneja la
posibilidad de que Francisco convoque a un concilio, una gran asamblea de los
obispos de todo el mundo, para estudiar los problemas, buscar alternativas.
Puede ser también una forma de vencer las resistencias al cambio. Pero, claro
está, este hecho también puede limitar el poder del Papa. ¿Recurrirá Bergoglio
a esta instancia aun a riesgo de autolimitarse? Si uno atendiera a su historia
reciente la respuesta debería ser que no.
Lo que sí está claro
es que Francisco está decidido a “humanizar” la figura del papa, a entablar
otro tipo de relaciones con la gente, con el pueblo, hablando un lenguaje
comprensible para todo el mundo, acercarse a los problemas y a las inquietudes
de los fieles. Para hacerlo, Bergoglio tiene la “escuela de la calle” porteña,
su caminar en los barrios, escuchando y dialogando. Seguramente esto no basta,
incluso puede resultar no más que un maquillaje, pero hará a la Iglesia y al
Papa más “amigables” para la gente. Para lo demás, respecto de lo aquí
planteado y de otros muchos temas que han quedado por fuera, habrá que aguardar
a que los hechos desplacen y den por tierra con las especulaciones.
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