El análisis
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En medio de
una ceremonia cuyo esplendor ya sólo puede diseñar el Vaticano, el papa Francisco no
olvidó ninguna de sus viejas posiciones ni dejó de lado ninguno de sus gestos,
que siempre tienen un claro mensaje político y social. Continuó con sus
deferencias a la presidenta argentina (fue a la primera que saludó tras la
misa), pero también mandó a buscar a Mauricio Macri de una lejana platea. Su
vestimenta fue la más austera de los últimos papas y recorrió antes de la
ceremonia la muchedumbre de la Plaza San Pedro. Ese baño de masas es su segundo
gesto en el mismo sentido. Ya lo había hecho la noche de su elección cuando
pidió a la gente una oración por él, antes de dar él su primera bendición
papal. Habrá quienes tergiversarán esas actitudes, pero es simplemente el
pastor que reconoce que lo primero es su pueblo. Primero, incluso, que los
dueños del poder de cualquier categoría.
Vale la pena
preguntarse si Cristina Kirchner se
acostumbrará a compartir el escenario político local con semejante
personalidad. El papa Bergoglio es argentino y la primera línea de su grey
estará eternamente integrada por los argentinos. El Papa se dirigió ayer al
mundo. Sería superficial y deliberadamente intencionado leer su solemne homilía
en clave argentina. Pero existen, objetivamente, las diferencias entre su
discurso y el discurso del poder local. "El odio, la soberbia y la envidia
destruyen la vida", sentenció. El kirchnerismo ha sembrado rencores en los
tejidos más profundos de la sociedad y su soberbia aparece ya, cuestionada,
hasta en las encuestas de opinión pública.
Describió la bondad y la
ternura como propuestas de vida . "Debemos vivir con
ternura", señaló en uno de los párrafos en los que puso mayor énfasis. Ya
más metido entre los argentinos, Francisco le había hablado por teléfono, muy
temprano, a la multitud que esperaba en la Plaza de Mayo, frente a su vieja
catedral. "No hablen mal del otro, no le saquen el cuero a nadie",
pidió con cierto humor, con esa mezcla de lunfardo y argentinismos con los que
suele hablar el fino intelectual que también es el Papa. Esas formas, en fin,
que los intelectuales kirchneristas detestan porque lo hacen popular.
Una presidenta argentina visiblemente emocionada
reconoció ayer, en los hechos, que algo cambió para siempre su vida y la de su
país. La emoción que embargó a los argentinos desde el miércoles pasado le
llegó tarde a Cristina, pero le llegó. Ayer no fue la mujer inquieta y
nerviosa, casi incapaz de controlar sus manos, que se había visto en la
audiencia privada con el Pontífice. Era ayer una presidenta conmovida ante la
dimensión religiosa y política de lo que acababa de ver. El Papa fue más formal
que el día anterior, apurado como estaba por la larga fila de presidentes,
primeros ministros, reyes y príncipes que esperaban detrás de Cristina
Kirchner.
La Presidenta ordenó seguramente que cesaran en el
acto los agravios cristinistas contra el Papa. Ya la noche anterior, La Cámpora
había acompañado una vigilia por el nuevo papa. La lideró el jefe real de esa
organización hipercristinista, Andrés "Cuervo" Larroque, en una villa
de Barracas. Antiguos tuiteros antipapa comenzaron a retroceder velozmente. El
Gobierno desmintió que haya enviado a los cardenales electores un dossier calumnioso
contra el entonces cardenal Bergoglio. El vocero del Vaticano, padre Federico
Lombardi, se había negado a desmentir esa versión con anterioridad: "Si
existió, no tuvo éxito", se limitó a responder a los periodistas.
En el anterior cónclave, en 2005, cuando salió
elegido Benedicto XVI, los cardenales electores recibieron en sus mails
artículos periodísticos con injuriosas denuncias contra Bergoglio. Fueron
enviados por personas muy cercanas al kirchnerismo, pero no por el Gobierno. Si
existió ahora el actual dossier , el primero en saberlo fue,
sin duda, el propio Papa, como se enteró en 2005 de aquellos correos que
recibieron los cardenales. En el caso de que haya existido ahora una campaña
cardenalicia, las desmentidas de ayer podrían engañar a muchos, menos al jefe
de la Iglesia. Si no existió, entonces la aclaración fue sólo un mensaje más
del Gobierno a su propia tropa para serenarla de los iniciales bríos
antipapistas.
Necesaria serenidad para el cristinismo, a pesar de
que Francisco no cambió ninguna de sus posiciones. La Presidenta se alarmará
cuando lea los libros que el Papa le regaló, si es que alguna vez los lee. El
Papa nunca se despide de nadie sin regalarle un libro o un trabajo suyo sobre
la religión o los problemas sociales. Ya lo hacía como arzobispo de Buenos
Aires. A la Presidenta le entregó un documento de los obispos latinoamericanos
de 2007 que denuncia la pobreza y su uso clientelar, el autoritarismo como una
devaluación democrática en América latina y la corrupción como un crimen moral.
Un viejo amigo suyo, el obispo Jorge Casaretto,
reconoció que las últimas preocupaciones sobre su país del entonces cardenal
Bergoglio rondaban por la fragmentación social, la crispación política y
ciertos rasgos autoritarios del gobierno argentino. "Esto es para que vaya
pescando cómo pensamos los obispos latinoamericanos", le dijo el lunes el
Papa a la Presidenta con una sonrisa y un típico argentinismo. Dijo sin decir.
Es también un cabal diplomático.
El gesto político sucedió cuando el propio Papa
subsanó un error de la Presidenta, que no incluyó a Macri entre los miembros de
su comitiva, llena de funcionarios menores y de gremialistas devaluados. Macri
es el jefe del gobierno de la ciudad de la que Bergoglio fue arzobispo antes de
ser papa. En esos detalles se esconden las verdaderas diferencias entre la
Presidenta y el ahora pontífice. El Papa ordenó que buscaran al líder
capitalino, en el lugar lejano del primer plano donde estaba, para saludarlos a
él y a su esposa. Con Macri tuvo siempre una buena relación. ¿Dónde está el
papa peronista que también tuvo una cercana amistad con políticas como Elisa
Carrió o Gabriela Michetti, tan lejanas del peronismo? El peronismo crea mitos
en medio de la nada.
Pudo ser
cordial con la Presidenta, pero lo será del mismo modo con todos los
argentinos. Ése fue su mensaje cuando arregló el desarreglo con Macri.
Francisco no sería Francisco si se olvidara del diálogo, del consenso y de la
tolerancia que predicó como obispo y que ahora promueve como papa. Es su mejor
lección al mundo y al país donde nació. Conversar no es para él ni un
compromiso político ni una elección entre dos bandos irreconciliables..
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