La muerte del presidente Chávez
evidencia dudas sobre el futuro de un sistema que deberá decidir si va a
profundizar o no el modelo de protagonismo popular.
Por MARISTELLA SVAMPA
Pese a lo mucho que se ha escrito, no
resulta fácil hablar sobre Hugo Chávez y el proceso venezolano. Como gran líder
carismático que generó hondas transformaciones sociales y políticas, a la hora
de un primer balance, la figura de Chávez aparece cubierta de numerosas capas,
atravesada por múltiples dimensiones, luces y sombras, que tornan imposible
aprehenderla o sintetizarla en una imagen o un movimiento. Se ha ido uno de los
raros políticos latinoamericanos de talla mundial, capaz de generar fuertes
ambivalencias y pasiones encontradas, aun dentro de las izquierdas. Y, sin
embargo, por encima de las críticas que podríamos hacer, lo insoslayable es que
en los últimos catorce años Venezuela, el pueblo venezolano, las clases
subalternas, lograron un inédito empoderamiento social y político. En razón de
ello, para pensar la complejidad que nos propone el fenómeno, es que aquí
quisiéramos recordar el Chávez insoslayable, el de la democratización plebeya y
el del símbolo del antiimperialismo latinoamericano.
Así, en primer lugar, Venezuela, bajo
el liderazgo de Chávez, conoció un proceso de democratización plebeya que sólo
puede ser comparado al que atravesaron algunos populismos latinoamericanos en
los 50. Tal como sucedió bajo el primer gobierno peronista, el chavismo
habilitó el ingreso de aquellos sectores sociales que estaban tradicionalmente
excluidos, logrando por una vía tensa y contradictoria, un proceso real y
efectivo de redistribución del poder social. Expresión de ello ha sido la
reducción de las desigualdades y de la pobreza, la universalización en el
acceso a la educación (Misión Robinson), el acceso a la salud (Misión Barrios
Adentro), la baja de la tasa de mortalidad infantil, la construcción de
viviendas populares, la entrega de tierras, entre otros aspectos.
Asimismo, Chávez rescató la tradición
del antiimperialismo para América Latina. No sólo tenía el talento o el carisma
para expresar emociones colectivas, recitando, cantando y bailando bajo el frío
intenso, sino también la capacidad retórica y discursiva de dotar y recrear
desde sus palabras una mística latinoamericana que parecía imposible de recuperar,
desde los lejanos tiempos del Che. Es cierto, como dice Pablo Stefanoni que si
Chávez fue socialista, es porque era antiimperialista, y no al revés. Pero ese
antiimperialismo revestido de un utópico y por momentos confuso horizonte
socialista se nutrió de citas y tradiciones latinoamericanas, que iban de
Mariátegui a Martí y Galeano, pasando siempre e inevitablemente por Simón
Rodríguez y Bolívar.
En una época en la cual el populismo
volvió a actualizar estilos políticos personalistas, retóricas nacional
populares y debates ideológicos que se creían perimidos, todo ello le valió a
Chávez mil epítetos y demonizaciones. Es que los populismos traen consigo una
gran polarización –¡y vaya si el chavismo la ha traído!– y a la vez, en esa
tensión constante y constitutiva que ofrecen entre la apertura y el cierre de
la política, los populismos traen a la palestra, tarde o temprano, una
perturbadora e incisiva pregunta, en realidad, la pregunta fundamental de la
política: qué tipo de hegemonía se está construyendo, plural u organicista, en
su versión nacional popular o en la ya conocida versión nacional estatal.
En este sentido, cabe añadir que hay
algo intrínseco que diferencia el populismo chavista de otros hoy existentes.
En el país caribeño, la polarización no es meramente discursiva sino que
refleja de modo contundente la confrontación entre clases sociales diferentes.
Quiero decir con esto que el chavismo es un populismo de clases populares que,
hasta ahora, ha reflejado la articulación –rica y compleja, por momentos tensa,
casi siempre desigual– entre líder y clases subalternas. Para hacer una
comparación que generará escasa simpatía entre mis colegas oficialistas: el
chavismo se diferencia de otros regímenes, como el kirchnerismo, por su
componente de clase, pues este último no es otra cosa que un populismo de
clases medias que hablan en nombre de las clases populares (por la que
pretenden descalificar a otros sectores de clases medias). Teniendo en cuenta
el legado político organizacional del peronismo –de varias décadas–, en el
marco del kirchnerismo, las clases populares, asistencializadas, empobrecidas o
precarizadas, carcomidas por la inflación, son cada vez más las convidadas de
piedra en un proceso que indica un virulento conflicto intra clase. Por el
contrario, en Venezuela las clases subalternas se convirtieron en protagonistas
centrales, en un contexto de lucha contra los sectores privilegiados.
Es por ello que la dinámica de
democratización que vivió Venezuela trajo como correlato la consolidación de un
protagonismo popular que hoy quizá sólo encuentra parangón con el proceso
boliviano. Quien haya estado alguna vez en Caracas, bajo la era de Chávez,
habrá sentido –corporal e intelectualmente– lo que significa el empoderamiento
popular, cuando las voces bajas se transforman en voces altas: me refiero a la
necesidad de expresar opiniones, comunicar digresiones o desacuerdos, dar
cuenta de una visión del mundo, profundamente plebeya, visible sobre todo en
mujeres y jóvenes, logrando niveles potentes de audibilidad y de presencia
interpelante, no sólo en el ámbito de las barriadas populares, consejos
comunales sino también en la calle, en los medios o inclusive en eventos
académicos. Esto es lo que muchas organizaciones sociales denominan “poder popular”.
Tampoco hay que engañarse: el protagonismo popular aparece limitado, pues tal
como señaló nuestro colega venezolano Edgardo Lander, la mayoría de las
organizaciones populares fueron creadas desde arriba, dependen del
financiamiento gubernamental y tienen dificultades para posicionarse de forma
independiente.
El chavismo después de Chávez
enfrenta numerosos problemas. El hiperpresidencialismo heredado, una tradición
política de notorias consecuencias negativas en América Latina, es uno de
ellos. Otro, no menos importante, evoca las limitaciones del modelo
socioeconómico, histórico en Venezuela, basado cada vez más en el extractivismo
petrolero. Por último, la dinámica económica ligada al Estado rentista ha
generado una burguesía bolivariana, civil y militar, que bien puede terminar
por encaramarse como clase dirigente. Y ello, sin olvidar el enorme rol que los
militares ya tienen… En suma, hay un Chávez rotundamente latinoamericano,
antiimperialista, popular y plebeyo, que deja una marca indeleble en la historia
de nuestras tierras. Pero hay también un proceso de protagonismo popular, cuyo
discurrir, en la era del poschavismo, es la gran incógnita. Así, si el régimen
chavista tiene múltiples rostros, algunos de ellos insoslayables, en la etapa
del poschavismo enfrentará grandes desafíos: el de profundizar el protagonismo
popular, en una dinámica abierta y plural, o el de consolidar un populismo de
clases privilegiadas, asentado en un núcleo dirigente, como en otros países
latinoamericanos.
*Socióloga y escritora.
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