El Gobierno británico
pierde la votación en el Parlamento sobre la participación de Londres en la
operación de Siria
La reunión de
miembros del Gobierno con representantes del Congreso es uno de los últimos
trámites antes de los ataques.
ANTONIO
CAÑO Washington
El mandatario estadounidense, durante un acto público esta semana. / MICHAEL REYNOLDS (EFE)
Enfrentado a dudas crecientes sobre la legitimidad y oportunidad del
ataque previsto sobre Siria, Barack Obama enviará este jueves a los principales
responsables de seguridad de su Gobierno al Congreso para
presentar las pruebas sobre el uso de armas químicas por el régimen de Bachar
el Asad, así como detalles de los planes militares para responder de forma
limitada. Se espera que esas pruebas o parte de ellas sean posteriormente
puestas en conocimiento del público.
Ese es uno de los últimos trámites previstos para dar inicio a los
ataques, que están pendientes también de la finalización de los trabajos de los inspectores de la ONU en Siria y
de la evolución de los problemas políticos del primer ministro británico,
David Cameron, para obtener el respaldo del Parlamento.
También en Washington Obama ha encontrado resistencia en el Congreso.
Más de un centenar de miembros de la Cámara de Representantes, la mayoría
republicanos pero también algunos demócratas, han dirigido una carta a la Casa
Blanca en la que exigen una votación sobre los propósitos del presidente en
Siria. Existe un debate no resuelto sobre si Obama está obligado
constitucionalmente a solicitar permiso del Capitolio antes de proceder a un
ataque, pero varios otros presidentes no lo han creído necesario en situaciones
similares en el pasado y tampoco ahora parece que Obama esté dispuesto a
someterse a un debate que, conociendo los antecedentes de muchos republicanos
en la Cámara, bien podría degenerar en una lista de condiciones sobre la
reforma sanitaria o cualquiera otra de las obsesiones de la oposición
conservadora.
Como solución de compromiso, Obama ha optado por enviar al secretario de
Estado, John Kerry, de Defensa, Chuck Hagel, a la consejera nacional de
Seguridad, Susan Rice, y a otros responsables de la inteligencia y del
Pentágono para que comparten con los principales responsables de ambas cámaras
los datos de los que dispone la Administración.
La Casa Blanca confía en que eso será suficiente como para satisfacer
las sospechas que en este momento confiesan algunos congresistas, empezando por
el presidente de la Cámara, John Boehner, bien de que la operación militar
obligue a Estados Unidos a involucrarse en una nueva guerra en Oriente Próximo,
o bien de que el ataque sea tan limitado que no tenga el menor impacto en el
comportamiento del régimen sirio.
Junto a esa gestión, el Gobierno norteamericano parece también
dispuesto, obligado por el retraso que representa el debate parlamentario en
Londres, a darle algo más de tiempo a Naciones Unidas, aunque sin vincular su
decisión final a las resoluciones que adopte o deje de adoptar ese organismo.
Los inspectores podrían terminar su trabajo en Damasco este viernes y regresar
a Nueva York el sábado, por lo que ese mismo día o el domingo podrían informar
de sus resultados al Consejo de Seguridad. Si sus conclusiones fueran
contundentes, lo que no es probable, aún cabría una posibilidad de votar una
resolución que permitiera el uso de la fuerza. Pero si el informe final de los
inspectores deja lugar a interpretaciones, como se espera, EE UU se vería
obligado a actuar sin esa luz verde, algo que tanto EE UU como el Reino Unido y
Francia han advertido que harán.
En todo caso, y siempre a la espera del calendario parlamentario
británico, eso llevaría el hipotético inicio de los bombardeos hasta comienzos
de la próxima semana. Aunque no se descarta oficialmente, parece muy improbable
que EE UU actuase antes sin la compañía del Reino Unido.
Esta demora en el ataque puede servir para convencer a quienes piden que
se agoten los recursos diplomáticos y los esfuerzos para dotar a la operación
de la mayor legitimidad posible. Pero, al mismo tiempo, está sirviendo para
incrementar las dudas y anticipar los escenarios más catastróficos.
En una entrevista el miércoles, Obama insistió en que “no nos vamos a
meter en un largo conflicto, no vamos a repetir Irak”. Prometió que se actuará
“de forma clara, decisiva, pero limitada”. Sin embargo, eso no responde a las
múltiples preguntas que han empezado a circular: ¿Qué ocurre que Siria ataca
Israel o Turquía? ¿Qué pasa si Asad ha ocultado armamento químico en algunos de
los lugares que son atacados? ¿Qué sucede si se ven afectados los barcos rusos
que hay en la zona? ¿Cómo pueden reaccionar Irán o Hezbollah? Y la peor de
todas las preguntas: ¿Qué pasa si después se demuestra que son los rebeldes los
que han usado las armas químicas?
Todas esas dudas son la demostración de la gran complejidad del ataque
que está a punto de producirse. Desde el principio se supo lo comprometida que
era una intervención en Siria, y por eso Obama se ha estado resistiendo durante
más de dos años. Pero ahora, después de que, de acuerdo a los datos de la
inteligencia de varios países, Asad cruzase la línea roja marcada por el
presidente, su credibilidad y la de EE UU están en juego. Y ahora, por tanto,
no le queda más remedio que aceptar esos peligros y confiar en que los planes
militares estén bien hechos y en que las amenazas de Damasco y Moscú no sean
más que meras bravuconadas.
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