El desacuerdo presupuestario reducirá el PIB de EE UU y dañará la
economía mundial.
La
incapacidad de demócratas y republicanos para llegar a un acuerdo ha abocado a
EE UU al secuestro presupuestario: la automática aplicación de recortes,
previstos hace tiempo, en el gasto público, la mitad de los cuales en Defensa.
Es una mala noticia para la economía mundial. Estas medidas pueden desacelerar
la economía norteamericana. Su previsión de crecimiento, cercana al 2%, se verá
rebajada en casi un punto anual. La economía europea está tiritando; la
japonesa, en respiración asistida, y las emergentes crecen a menor ritmo que en
los últimos años. Por ello, los efectos del secuestro en el comercio global y
sobre todo en las áreas recesivas, serán negativos. Retraerán la demanda y castigarán
su crecimiento.
Para EE
UU, la reducción del gasto, este año en 85.000 millones de dólares —un 2,4% del
presupuesto federal—, es aún más dañina. Contradice la orientación expansiva de
la política monetaria; puede incrementar el desempleo en cerca de un millón de
personas; introduce arbitrariedad en las aplicaciones presupuestarias, pues
apenas se afinó al fijar el catálogo de recortes, pensado como un guión
draconiano que obligaría a los dos partidos a negociar. Y ya ha empezado a
erosionar la capacidad disuasoria militar de Washington, que ha debido cancelar
el despliegue de un portaviones en Oriente Próximo.
El secuestro es la tercera estación del vía
crucis iniciado con
el desacuerdo sobre el techo de la deuda, en agosto de 2011. Que se cerró en
falso, ampliándolo y apelando a negociar la reducción del déficit hasta final
de 2012: el precipicio fiscal. Si bien este se salvó en el aspecto
sustancial, el aumento de la recaudación de impuestos, que suponía un 80% del
paquete, quedó para marzo la reducción del gasto. El fracaso de ahora, siendo
malo, no es tan catastrófico como lo hubiera sido la caída en el precipicio, que habría supuesto una reducción del
5% del PIB y quizá la entrada de EE UU en recesión.
El
dogmatismo republicano sobre el gasto público es causa principal de este revés.
Pero lo secundan los errores negociadores de los demócratas: una vez acordadas
en enero las subidas de impuestos, ¿qué interés tendrían sus rivales en
flexibilizar posiciones? Y tampoco ha hecho ningún favor la estrategia del
presidente Obama, que primó la agitación sobre el diseño de una reforma en
profundidad. EE UU roza así una parálisis institucional-económica —ojalá breve—
de acre sabor mediterráneo.
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