El Consejo de
Seguridad de Naciones Unidas aprobaba por unanimidad "las sanciones más
duras" nunca antes impuestas al último régimen estalinista.
Corea del Norte ha amenazado con un ataque nuclear preventivo contra
Estados Unidos y su vecino y archienemigo, Corea del Sur. En principio, la
amenaza ha sido interpretada en ambos países como una bravuconada más de un
régimen aislado y sin futuro. Pero, en las circunstancias actuales, sobre todo
tras la aprobación esta mañana en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de
nuevas y más duras sanciones contra Corea del Norte, un paso desesperado de
parte de ese país se hace más creíble que otras veces.
Un ataque nuclear contra Corea del Sur o EE UU equivaldría,
probablemente, a la destrucción de Corea del Norte y a la liquidación de su
régimen. No es difícil anticipar cuál sería la reacción norteamericana ni es
muy probable que los norcoreanos, cuyo único aliado, China, ha votado a favor
de las sanciones en la ONU, encontraran muchos países dispuestos a defenderlos.
Pero ese cálculo, que resulta evidente desde fuera de las fronteras de
Corea del Norte, puede no serlo tanto desde dentro. El Ejército norcoreano hizo el
pasado 12 de febrero un ensayo nuclear, precisamente el que ha
provocado las últimas sanciones de la ONU, que pareció haber resultado un
completo éxito. Con ese motivo, el Gobierno de ese país hizo toda una
exhibición de poder y de confianza en sí mismo.
La prueba nuclear, además, debió servir para fortalecer la posición del
joven líder del régimen estalinista, Kim Jong-un, a quien se supone en el
centro de una lucha por el poder entre sectores más moderados y otros más
militaristas. El éxito del ensayo habría dado la razón a estos últimos, y
argumentos a quienes creen que cualquier negociación de su programa nuclear
supone una capitulación ante los capitalistas y Occidente.
Un ataque nuclear contra Corea del Sur o EE UU
equivaldría, probablemente, a la destrucción de Corea del Norte y a la liquidación de su régimen
En ese contexto, EE UU y China se pusieron de
acuerdo para aprobar en el Consejo de Seguridad lo que la
embajadora norteamericana en la ONU, Susan Rice, ha calificado como “el paquete
de sanciones más duro que jamás haya impuesto Naciones Unidas”. Se dificultan
aún más las actividades comerciales de Corea del Norte, se obstaculizan sus
movimientos financieros, se refuerzan los poderes para que otros países
inspeccionen la carga de los barcos norcoreanos y se limitan las capacidades de
los diplomáticos de ese país en el mundo. El embajador de China en la ONU, Li
Baodong, dijo que esta resolución “refleja el punto de vista y la determinación
de la comunidad internacional”.
Para el Gobierno de Pyongyang estas sanciones constituyen, sin embargo, un verdadero acto de guerra, y
se siente legitimado a actuar en consecuencia. Anticipándose a la votación en
Nueva York, un portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores norcoreano,
citado por la agencia oficial de ese país, KCNA, declaró: “Puesto que EE UU se
dispone a desatar una guerra nuclear, nuestras fuerzas armadas revolucionarias
se reservan el derecho de lanzar un ataque nuclear preventivo para destruir los
bastiones de los agresores y defender a nuestro país”.
Como respuesta, el portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney, ha dicho que
EE UU “es perfectamente capaz de defenderse de un ataque de misiles
norcoreanos” y ha recordado que ese país, al que se le han presentado numerosas
invitaciones a negociar su situación nuclear, “no va a conseguir nada por la
vía de las amenazas y de las provocaciones”.
Una de las preocupaciones en Washington respecto a este asunto es el de
descubrir las razones que han llevado a Pyongyang a dar este paso, tan
aterrador, pero, al mismo tiempo, tan absurdo. Una de ellas podría ser la de
probar la resolución de la nueva presidenta de Corea del Sur, Park Geun-hye, la
primera mujer en ese cargo. Otra, la de tratar de rebajar las exigencias de
Barack Obama de cara a una futura mesa de negociaciones.
Pero lo más probable es que todo responda a la lógica de la
desesperación. Un país agobiado por la crisis económica y el hambre, convertido
en un paria internacional, se ve ahora, además, abandonado por China y
sometido a un castigo más severo. En esa dinámica, un acto de impacto
descomunal, aunque sea suicida, puede ser considerado como una salida.
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