Cuesta muchísimo asimilar la dolorosa noticia
del fallecimiento de Hugo Chávez Frías. No puede uno dejar de maldecir el
infortunio que priva a Nuestra América de uno de los pocos
"imprescindibles", al decir de Bertolt Brecht, en la inconclusa lucha
por nuestra segunda y definitiva independencia. La historia dará su veredicto,
que no dudamos será positivo.
Más allá de cualquier discusión que legítimamente puede darse al
interior del campo antiimperialista, el líder bolivariano dio vuelta una página
en la historia venezolana. Desde hoy se hablará de una Venezuela anterior y de
otra posterior a Chávez, y no sería temerario conjeturar que los cambios que
impulsó y protagonizó parecen tener el sello de la irreversibilidad. Los
resultados de las dos recientes elecciones reflejos de la maduración de la
conciencia política de un pueblo otorgan un cierto sustento a este pronóstico.
Este genuino líder popular,
representante insuperable de su pueblo con quien se comunicaba como nunca nadie
antes lo había hecho, sentía un visceral repudio por la oligarquía y al
imperialismo. Ese talante fue luego evolucionando hasta plasmarse en un
proyecto racional y muy pensado: el socialismo del siglo veintiuno. Fue Chávez
quien reinstaló en el debate público latinoamericano, y en menor medida a nivel
internacional, la actualidad del socialismo; más aún, la necesidad del
socialismo como única alternativa real ante la inexorable descomposición del
capitalismo y las falacias de las políticas que procuran solucionar una crisis
que es sistémica con políticas que no cuestionan los parámetros fundamentales
de un orden económico social en descomposición. Y fue también Chávez el
mariscal de campo que permitió propinarle al imperialismo la histórica derrota
del ALCA en Mar del Plata, en Noviembre del 2005. Si Fidel fue el estratega
general de esta larga batalla, la concreción de esta victoria habría sido
imposible sin el protagonismo del líder bolivariano, cuya arrolladora
personalidad concitó la adhesión del anfitrión de la Cumbre de Presidentes de
las Américas, Néstor Kirchner, de Luiz Inacio "Lula" da Silva y de la
mayoría de los jefes de estado allí presentes. ¿Quién si no Chávez podría haber
logrado tan inesperado resultado? Por eso su muerte deja un hueco difícil, si
no imposible, de llenar.
A su extraordinaria estatura como
líder popular se le unía la clarividencia de quien, como muy pocos, supo
descifrar el entramado geopolítico del imperio y la subordinación que éste
imponía para América Latina. Subordinación que sólo podía neutralizarse afianzando
en línea con las ideas de Bolívar, San Martín, Artigas, Morazán y Martí la
unión de los pueblos de América Latina y el Caribe. De allí su torrente de
propuestas integracionistas: desde el ALBA hasta Telesur; desde Petrocaribe
hasta el Banco del Sur; desde la UNASUR hasta la CELAC. Iniciativas, todas
ellas, que tienen un ADN indeleble: su ferviente e inclaudicable
antiimperialismo. Chávez ya no está, pero confiamos en que los pueblos de
Nuestra América inspirados por su ejemplo seguirán transitando por la senda que
el bolivariano supo señalar. ¡Hasta la victoria, siempre, Comandante!
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