El
texto siguiente es un resumen de uno de los capítulos del libro Enigmas de la Historia Argentina (Editorial
Sudamericana)
Dos
siglos atrás, las mujeres vivían recluidas en lo doméstico. Su papel estaba
limitado a ser madres y esposas esforzadas, y no eran aceptadas en terrenos
como la política, el periodismo o la literatura. Sólo algunas se animaban a
desafiar los cánones de su tiempo o buscaban artilugios para estar presentes en
lo público. La condición femenina en el siglo XIX implicaba, desde la base, una
inferioridad jurídica: "En ese siglo la mujer sufre un atraso, una
insubordinación notable -explica Dora Barrancos, directora del Instituto
Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Fiolosofía y Letras
de la UBA-.
El
XIX es un siglo hostil para la mujer. En momentos históricos anteriores las
mujeres fueron mejor tratadas por las leyes, pero desde el Código francés de
1804 volvieron varios casilleros atrás. Hoy nos puede parecer imposible de
aceptar que la mujer era consideraba entonces un ser ingobernable, impredecible
e inferior biológicamente. El Código Civil de Dalmacio Vélez Sarsfield es, en
este sentido, la normativa que cristaliza la desigualdad y la imagen de la
mujer como una persona incapaz. El artículo 55 declaraba la incapacidad
relativa de la mujer casada y el 57, inciso 4, la ponía bajo la representación
del marido. Las mujeres casadas no podían suscribir contratos sin el aval del
esposo, y tampoco podían administrar o disponer de sus bienes propios.
Una
mujer era equivalente en lo legal a un niño o un discapacitado. Es más, se les
negaban ciertos derechos (votar, firmar un contrato, heredar) porque se las
consideraba irracionales, que podían ser presas fácilmente de las pasiones. En
cambio, el hombre era considerado un ser racional. El esquema tradicional de
aquel momento histórico se traduce así en una división de tareas: la mujer se
desempeña en el ámbito privado, y el hombre en el ámbito público, lo que
incluía la opinión, el gobierno, el trabajo, todas actividades vedadas a la
mujer.
Por
supuesto, hubo notables excepciones a este papel secundario de la mujer, de
Mariquita Sánchez, influyente desde sus salones, a Encarnación Ezcurra, mujer
de Rosas y una de sus espadas políticas. "Uno ve las cartas de Guadalupe
Cuenca, la esposa de Mariano Moreno, y se da cuenta de cómo se mete en política
para acompañarlo. Lo mismo Carmen Puch de Guemes, quien le dice a su marido que
ha mandado dos bomberos que en realidad son dos espías. Ni hablar de
Encarnación, la mujer de Rosas, a mi entender la que alcanzó el mayor poder
hasta el advenimiento de Eva Perón", según la historiadora Lucía Gálvez.
El
capítulo completo del libro
Mariquita
Sánchez de Thompson fue la anfitriona que condujo la velada en el salón más
famoso del Río de la Plata. Fue ella una escritora a la manera antigua, porque
desarrolló una escritura para su circulo cerrado (familia, tertulias, salones,
amigos), aunque esos ámbitos de sociabilidad terminaban excediendo lo
doméstico, al participar de ellos filósofos, escritores, hombres de la
política, científicos. En el aún incipiente campo literario muchas mujeres
fueron creativas para poder participar: escribían sin firmar, usaban el
anonimato, o colocaban seudónimos. La sobrina de Rosas, Eduarda Mansilla de
García, publica bajo un nombre que remite a su identidad verdadera: el de su
hijo. Una forma de emancipación femenina, fundamental en el sigo XIX, es la
literatura y el periodismo.
Hoy nos puede parecer imposible de aceptar que
la mujer era consideraba entonces un ser ingobernable, impredecible e inferior
biológicamente
A pesar de todo, hay mujeres que se animan a
profesionalizarse. Juana Manuela Gorriti nace a comienzos de siglo y muere en
1892; fue una escritora en primer lugar, hija de una familia patricia
importante en el norte argentino. Se exilia junto con su familia cuando es muy
joven, y se casa con quien va a ser presidente boliviano (Manuel Belzu, de
quien luego se separa, para irse a vivir a Perú). Su padre había actuado contra
los ingleses en 1806, contra los españoles desde 1810, fue colaborador de
Guemes y varias veces gobernador de Salta. Gorriti fue una escritora muy
prolífica y bastante popular entre el público latinoamericano del siglo XIX.
En
el periodismo también se expresaron las luchas de las mujeres por sus derechos.
La Aljaba, cuyo primer número salió el 16 de noviembre de 1830, fue la primera
publicación escrita por una mujer para las mujeres. Su responsable fue Petrona
Rosende de Sierra, una mujer nacida en Montevideo y defensora del derecho
femenino a estudiar.
Mariquita Sánchez de Thompson.
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Juana Manso también fue un personaje relevante
en el periodismo y, al lado de Sarmiento, en el movimiento a favor de la
educación popular. Manso defiende la educación laica y mixta, lo que le trae
muchas complicaciones porque en la época primaba la moral cristiana a la hora
de educar. Asume el enorme desafío, por invitación de su amigo Sarmiento, de
dirigir una escuela mixta y, en 1865, la dirección de los Anales de la
Educación Común. Es además fundadora de uno de los primeros semanarios para
mujeres en la Argentina: El Álbum de Señoritas, en 1854, el cual pasa a la
historia por ser la primera publicación que se registra bajo el nombre de su
redactora y, como propone ella, propietaria. Juana firma y compone todo el
semanario, y escribe sobre filosofía, educación, leyes, teatro, moda y
actualidad. Toda una innovación para la época.
La
gran batalla por la emancipación femenina se da entre 1910 y 1920, cuando
mujeres activistas ponen el tema en la agenda pública y legislativa. El senador
socialista Enrique del Valle Iberlucea propone la completa emancipación civil
femenina en 1918, incluyendo el divorcio. Aunque muchas prácticas sociales y
culturales se mantuvieron, la condición de minoridad empieza a acabarse recién
entrado el siglo XX (con la ley de 1926), cuando se reconocen justamente los
derechos civiles de las mujeres y se retira la tutela del marido para el
ejercicio de profesiones, trabajos, y actividades económicas. Desde mucho antes
hubo mujeres que lucharon contra esta lógica discriminatoria de concebir las
relaciones sociales, siendo un caso interesante el del movimiento a favor del
sufragio femenino.
No
debe olvidarse el trabajo del Centro Feminista fundado en 1905 por Elvira
Rawson de Dellepiane, la Comisión pro sufragio femenino de 1907, la Unión
feminista nacional impulsada por Alicia Moreau de Justo o el Partido Feminista
Nacional fundado en 1919 por Julieta Lanteri, el cual organizó un simulacro de
votación femenina el 7 de marzo de 1920 (pusieron mesas, urnas y sufragaron más
de 4000 mujeres, con el objetivo de crear conciencia en la opinión pública).
La
mayoría admitía el voto sólo de las mujeres alfabetas, o de las que tuvieran
título universitario, pero el proyecto que fue más lejos resulto ser el del
senador socialista Mario Bravo, que promovía la igualdad plena entre hombre y
mujer, considerando inconstitucional que no se las dejara votar a las mujeres.
Para
los conservadores de las primeras décadas del siglo XX el voto femenino
representaba una injerencia en los derechos privados masculinos y una forma de
alterar el orden familiar. Y se temía que el sufragio femenino pusiera en
riesgo la supuesta armonía del hogar.
El 9 de setiembre de
1947 el Congreso nacional aprueba la ley de voto femenino, impulsada
especialmente por Eva Perón. Tarde respecto de países como Brasil o Uruguay, el
sufragio llega a las mujeres como resultado de una larga lucha que había
empezado mucho antes, en el agitado siglo XIX..
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