La corrupción y la basura moral que
hoy nos asfixia
tienen un punto de fuga.
La corrupción de los faraones nos regaló las Pirámides; de la corrupción
de la antigua Grecia heredamos el Partenón; la corrupción de Roma nos ofreció
el Panteón y el Coliseo; con la corrupción de la iglesia medieval se erigieron
el románico y el gótico de las catedrales; la corrupción del Renacimiento nos
dejó la Piedad de Miguel Angel, encargada al artista por un papa Borgia, que
impartía el veneno como un sacramento. Se puede llegar hasta hoy a través de
todos los crímenes que la humanidad ha cometido alrededor de la belleza. Decían
los latinos: la vida es corta, el arte es largo. Como un áspid desprendido del seno
de los dioses el arte se ha ido deslizando por todas las ruinas, sin excluir la
ruina humana, hasta redimir la sangre que ha generado la historia. Cuando uno
visita las ruinas de un templo, de un teatro, de un mausoleo de la antigüedad
suele caminar entre capiteles y columnas derribadas en busca del punto señalado
en la guía donde se hallaba el tabernáculo, la cámara del tesoro o la tumba del
héroe. Allí ya no hay nada, salvo el vacío. Los dioses se han esfumado, el oro
fue robado, el cadáver del héroe ha desaparecido, pero el vacío de aquel lugar
hermético es el fundamento más sólido, similar al espíritu, la única fuerza que
sustenta toda la antigua gloria. El fanatismo de la Inquisición fue redimido
por la locura del Quijote y la duda de Hamlet; la miseria del siglo XVIII pudo
salvarse gracias a una sinfonía de Mozart; fueron los versos de Höderlin los
que levantaron de nuevo los mármoles de Fidias e hicieron brotar las flores de
anís entre las gradas roídas de los anfiteatros donde las voces de los antiguos
tragediantes, que declamaban a Esquilo, habían quedado durante dos mil años
solo a merced de las lagartijas. Las grandes guerras del siglo XX se han
convertido en humo en cuyo seno se vislumbran las criaturas perennes de Grosz y
de Otto Dix. El esqueleto de Ricardo III con su chepa acaba de aflorar en el
subsuelo de un aparcamiento sin que la tragedia de Shakespeare haya desmerecido
en un solo verso. La corrupción y la basura moral que hoy nos asfixia tienen un
punto de fuga. El arte es una escapatoria hacia ese vacío donde habitaron un
día los dioses, que es el fundamento del espíritu. Sálvese quien pueda.
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