Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

sábado, 3 de agosto de 2013

Piruetas marxistas en el final de campaña




Por   | Para LA NACION


Un candidato, al que los sondeos le son esquivos, me confesaba noches atrás su desazón con los acontecimientos de los últimos días de la campaña electoral. Me dijo que lo descolocaba la enorme asimetría entre lo que llamó "poses mediáticas" y las propuestas argumentadas que había tratado de exponer. Afirmó que se sentía en desventaja ante los giros inesperados de rumbo de alguno de sus competidores. Mientras él permanecía fiel a su propuesta, otros cambiaban de posición de un día para otro, afirmaban ahora lo que habían negado la semana pasada, buscando mejorar en las encuestas. Me preguntó angustiado qué podía hacer para recuperar posiciones. Pero aclaró, acaso atajándose ante una respuesta banal o ingeniosa: que sea algo dentro de mi estilo.

Interpreto que el estilo del que hablaba el candidato relegado se liga ante todo a una noción: la coherencia argumental, sostenida en el tiempo. Una cualidad clásica, desde el teatro griego hasta las grandes ideologías. Este atributo se basa en una idea narrativa que concibe la acción dentro de una secuencia temporal, que incluye planteo, crescendo y desenlace. El argumento estructura una historia en torno a personajes que se atienen a un guión. Los actores gozan de cierta libertad dentro del límite de sus perfiles psicológicos, sus posibilidades existenciales y sus valores. El género interpretado dosifica los recursos narrativos. Así, el suspenso, el peso de lo intelectual y lo emocional, el ritmo de la acción o la dosis de humor y seriedad varían en el drama, la comedia, el vodevil o el policial. De igual manera, la política y la ideología tienen sus modulaciones. No es lo mismo la revolución que el reformismo.

Esta idea clásica de narración se completa con un alter esencial: el público al que se le cuenta la historia. Sea lector, asistente a una sala de teatro o devoto seguidor de un líder o una idea, posee un rasgo distintivo: sigue la acción atentamente, atrapado, entretenido, desde el principio hasta el final. No entra y sale, permanece. Puede complacerse con el pasatiempo o poner en juego los más profundos resortes emocionales e intelectuales. Sólo entretenerse u oscilar entre los ideales, la catarsis y la manipulación. De este modo, se consuma uno de los intercambios más característicos y fascinantes de la modernidad. El de los públicos con sus líderes. Acaso sostener la escena, con un compromiso argumental, sea uno de los rasgos distintivos de ellos. En esto no se diferenciaron Shakespeare de Marx; Cervantes de Émile Zola, Chaplin de Churchill o Perón.
Estamos en otra época. Una era más pacífica y leve. La del zapping y Google, la del marketing y Facebook. La de Massa y Carrió; la de Cristina y Estela de Carlotto. La de Groucho Marx, no la de Karl Marx.
Los últimos días de la campaña constituyen una buena muestra de la nueva época. Cuando los sondeos dictaminaron que había perdido terreno, el desafiante de la provincia de Buenos Aires consideró suficiente y contraindicada su amplia oferta de amor y diálogo, y decidió cambiarla. Un nuevo spot lo mostró avanzando desafiante, arremangándose la camisa para pelearse a trompadas con quienes lo critican. Quedó en evidencia su giro marxista (hacia Groucho): éstos son mis principios, pero si no les gustan (o no me convienen), tengo otros.
Aunque Massa no está solo. Es apenas un síntoma del síndrome farsante. La suya no es la única pirueta de campaña que evoca a Groucho. Elisa Carrió atacó en la televisión a su propio compañero de fórmula, del que hasta un momento antes había hablado maravillas; no contenta, descalificó con dureza a los miembros de su agrupación, con los que tiene que competir; luego, temerosa de perder terreno en los sondeos, regresó a la sonrisa amable y concluyó: nos peleamos, pero somos una familia.
En una actitud mucho más lamentable, la Presidenta continúa defendiendo, contra evidencias cada vez más contundentes, al general Milani, sospechado de atentar contra los derechos humanos, el valor más declamado por el kirchnerismo. En esta cruzada, la acompaña Estela de Carlotto. La célebre abuela, que abominó a otros con presunciones que después se demostraron falsas, no encuentra problemas en el legajo del militar. Ella y la Presidenta no se distinguen de algunos de sus rivales. Los valores son mutables según los intereses de la coyuntura y el resultado de las encuestas.
Reparo en la desolación del candidato que me confiesa su angustia ante el desenlace adverso de la campaña. Su ¿qué hacer? me interpela. Pienso en la fidelidad a un estilo que cada vez aprecia menos la cultura. Intento reflexionar sobre la quiebra de los argumentos y las lealtades, sin condenar a la época. Tal vez necesitemos una síntesis con el pasado. Una mediación entre levedad y pesadez, que modere la farsa. Me pregunto, al cabo, si Groucho prevalecerá finalmente sobre Karl, o será posible algún compromiso entre ellos que salve a los ideales políticos.
© LA NACION.


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