Superar la desafección hacia la política requiere salir de la crisis de
una manera a la vez simple y complicada: corrigiendo los errores cometidos y
restableciendo los equilibrios en la UE.
La crisis
ha provocado en la ciudadanía una extensión de la desafección hacia la
política. Esa desafección no cuestiona el sistema democrático, pero sí la
capacidad de lograr que su salida se produzca de una manera rápida y
cohesionada. Superar esta desafección es fundamental.
Para ello es preciso
entender que las causas de la crisis son tanto globales como europeas y
nacionales: en cada uno de esos ámbitos, los errores y omisiones alimentan el
malestar democrático y la desafección ciudadana. Por un lado, la ciudadanía
percibe que, a pesar de haberse generado en el sector financiero, los costes de
la crisis se están repartiendo de forma inequitativa entre países, grupos
sociales y actores económicos. Por otro, observa que la Unión Europea, que
desde la instauración de la democracia ha sido un aliado estratégico a la hora
de llevar a cabo reformas que incrementaran el bienestar y la cohesión social,
está funcionando de forma sesgada y poco democrática. Por último, la ciudadanía
también aprecia nítidamente hasta qué punto el sistema político español,
seriamente dañado, se ha convertido en un elemento agravante de la crisis.
En primer
lugar, comencemos por recordar que la crisis tiene su origen en los mercados
financieros. Su crecimiento en estas dos últimas décadas ha tenido
consecuencias positivas, ya que la alta disponibilidad de crédito ha servido
para financiar el consumo e inversión y, por tanto, el crecimiento y el empleo
en nuestras economías. Sin embargo, al mismo tiempo, la imprudencia de muchos
operadores, combinada con la laxitud regulatoria y una insuficiente
supervisión, propició asumir una serie de riesgos que a la postre se
demostraron fatales para el sector financiero en su conjunto, obligando a los
Estados a intervenir con recursos públicos para salvar el sector.
Adoptar
medidas que garanticen un mejor funcionamiento de los mercados es
imprescindible tanto desde el punto de vista de la lógica de la eficiencia
económica como de la legitimidad política y democrática. En ausencia de esas
medidas, la globalización se deslegitimará y las sociedades democráticas
tendrán que hacer frente a movimientos de carácter populista cada vez más
poderosos. Evitar la ingobernabilidad y la deslegitimación requiere pues una
mejor regulación, tanto en casa como en el ámbito global. Aquí la eurozona
tiene un importantísimo papel que jugar pues mediante sus acciones debe señalar
el camino a otros, tanto dentro como fuera de la UE, a la vez que reclamar para
sí la legitimidad derivada de la eficacia regulatoria, seriamente puesta en
entredicho durante la última década.
En
segundo lugar, aceptemos que, aun no estando en el origen de la crisis, los
europeos la están sufriendo de una forma agravada debido a dos carencias. La
primera es de carácter técnico, pues al comienzo de la crisis la UE carecía de
los instrumentos adecuados para tratar con ella: ni disponía de cortafuegos que
pudieran evitar que las deudas del sector privado saltaran al público y
viceversa, ni tenía a su alcance mecanismos que le permitieran intervenir en
los mercados de deuda y aliviar la presión sobre las finanzas de los Estados
miembros. La segunda ha sido de carácter político, al manifestarse una
discrepancia fundamental entre países acreedores y deudores respecto a los
orígenes de la crisis y, por tanto, respecto a las medidas a adoptar para
superarla. La confluencia de ambas carencias, técnicas y políticas, ha llevado
a la UE a adoptar un patrón de toma de decisiones caracterizado por el
“demasiado poco”, “demasiado tarde” y “demasiado divididos”.
La salida
de la crisis del euro requiere una centralización mayor de la autoridad y una
profundización de la democracia en el ámbito europeo: la sola combinación de
austeridad y reformas estructurales no nos sacará de la crisis. Apoyar ese
proceso, involucrando a su vez a la ciudadanía en él, es esencial si se quiere
que la ciudadanía vuelva a confiar en la UE. Que Europa recupere la legitimidad
requiere medidas en dos ámbitos: en el de los resultados y en el de los
procedimientos. En el primero, resulta imperativo cambiar las políticas
actuales, que no están funcionando, por otro tipo de políticas. Ello requiere
que Berlín reconozca que la traslación sin más al resto de Europa del modelo de
ajuste que Alemania se aplicó a sí misma en la década pasada no solo no está
funcionando en la práctica, sino que es insostenible políticamente. Lo segundo
son las instituciones y los procedimientos. La democracia nacional tiene que
ser completada en el ámbito europeo con nuevas instituciones y nuevas formas de
legitimación. Hoy, la legitimación democrática de la UE es solo indirecta, pues
el Parlamento Europeo no tiene suficiente entidad democrática ni elige un
Gobierno de verdad. Debemos, pues, reforzar la capacidad de actuación de las
instituciones europeas, Comisión y Parlamento, que representan el interés
general europeo, poniendo fin a los excesos y asimetrías de poder del Consejo,
el Eurogrupo, el BCE o Berlín.
En tercer
lugar, asumamos que, siendo los problemas de diseño y gobernanza del euro
iguales para todos los Estados miembros, la gravedad de la crisis está en
relación directa con la calidad de la democracia y de las instituciones
nacionales. En España, como en los otros países del sur de Europa, la crisis se
ha visto agravada por el mal funcionamiento de instituciones clave: Gobiernos,
partidos políticos, instituciones reguladoras, supervisoras y de control,
parlamentos, tribunales de justicia y Gobiernos regionales. Estas debilidades
internas no solo agravan nuestra crisis, sino que hacen más difícil la salida
de ella.
España
arrastra, además, un déficit de presencia y actuación muy singular en el ámbito
europeo. Esa falta de proyección europea le impide hoy hacer entender con
suficiente claridad a algunos de nuestros socios de la UE que la salida de la
crisis tiene como condición necesaria la consolidación fiscal y las reformas
estructurales, pero que requiere a su vez de políticas europeas de apoyo y de
un renovado diseño de las instituciones de la eurozona. El drama del desempleo
español, que alimenta la desafección política, requiere pues todo un cambio en
la política económica y en el diseño institucional de la UE, un cambio que
España no está hoy por hoy en condiciones de lograr debido a su debilidad
política en Europa.
El
resultado de estas debilidades nacionales es un cambio histórico en la posición
de España dentro de la UE y la percepción que de la UE tienen los españoles. La
UE ha dejado de aparecer como un facilitador de las reformas, como una solución
al problema español, para convertirse en un problema en sí mismo, que también
requiere solución. De la europeización orgullosa de España hemos pasado a una
sensación de divergencia económica y de sometimiento político. De socios
europeos y sujetos activos de la integración europea hemos pasado a objetos de
la desconfianza y, en consecuencia, a estar sujetos a una estricta vigilancia y
condicionalidad. Por las razones descritas anteriormente, los españoles se
sienten cada vez menos identificados con Europa y más súbditos sin capacidad de
decisión. Por esa razón, España debe luchar por restaurar los equilibrios
dentro de la UE, tanto en el plano económico, donde estamos asistiendo a una
peligrosísima diferenciación entre centro y periferia, acreedores y deudores,
como en los aspectos institucionales, ya que el poder se ha desplazado desde la
Comisión y el Parlamento hasta el Consejo, el BCE y Berlín.
En el
pasado, muchos en España han pensado que reforzar la gobernanza europea y
reforzar las instituciones nacionales eran tareas contradictorias. Sin embargo
esta crisis muestra lo contrario: que Europa es tan fuerte o tan débil, tanto
en términos de gobierno económico cuanto de legitimidad democrática, como lo
son sus Estados. Si queremos cerrar el paso a la desafección, es necesario que
la ciudadanía recupere la capacidad de actuación y el control democrático en
los tres ámbitos: en el nacional, reformando y mejorando nuestras
instituciones; en el europeo; completando la unión monetaria y reforzando las
instituciones de gobierno europeas; y en el global, regulando mejor el sector
financiero y la fiscalidad. Salir de esta crisis es tan simple, y a la vez tan
complicado, como corregir nuestros errores y desandar el camino que nos trajo
aquí.
José
Ignacio Torreblanca escribe
en nombre del Círculo Cívico de Opinión, del cual es miembro.
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