La política argentina se encuentra todavía en
tránsito del mito al logos. No termina de generar una base común de
racionalidad y un lenguaje que le permita diseñar de común acuerdo un futuro.
Gracias a ello es que algo así como "el relato" puede ocupar un lugar
primordial, y es gracias a ello que se puede seguir intentando apelar a las
emociones y a los símbolos que rozan lo sobrenatural. En esa frontera mítica la
repetición de un mantra pesa más que la realidad. Y una foto pesa más que un
tratado argumental.
En esta
campaña se está haciendo evidente el tráfico de
emociones con el que se busca impactar a la población. En ese
marco puede leerse la visita al Papa en Brasil por parte de la Presidenta y su
candidato ungido, llevada a cabo, dicho sea de paso, en plena veda electoral.
Tal como la Presidenta, líder de una teocracia laica, impuso sus manos sobre un
candidato ignoto, buscando volcar sobre él parte de su caudal político, los dos
repitieron el gesto y fueron a intentar obtener también del Papa un derrame de
su inmenso prestigio.
No deja de ser una explotación del pensamiento
mágico esta política de la mera proximidad, de la yuxtaposición, del contagio
epidérmico, del colocarse a la sombra de otro más poderoso para adquirir su
gracia y, con ello, el voto y el favor popular. De allí la búsqueda fetichista
de una foto con Francisco y su utilización inmediata posterior en afiches
callejeros, junto a la frase: "Nunca se desanimen, no dejen que la
esperanza se apague". Esa frase bajo la foto busca ser identificada con
los protagonistas de la imagen y es la evidencia concluyente de este pillaje de
símbolos.
Mucho más delicado y bastante inédito es, por otra
parte, el tema de la utilización política de la enfermedad para generar
compasión y empatía. Como cualquier persona desesperada, quien se viera
afectado de una enfermedad grave podría querer visitar al Papa para invocar
alguna forma de protección o alguna esperanza de curación.
Pero otra cosa muy diferente es producir
específicamente un spot publicitario de campaña centrado en la alusión a la
propia enfermedad. Esto le da otro cariz a la cuestión y la emparienta con la
manipulación de las significaciones.
En efecto, se trata del uso de la desdicha para
extraer un beneficio, tanto moral como electoral. Ocurre que, tal como los
muertos tienden a mejorar su perfil moral al trasponer la frontera, en virtud
de haberles acontecido una desgracia, también sobre las personas que son
víctimas de alguna desdicha de este tipo desciende una mirada benigna y
piadosa. La gente agradece secretamente que, como un pararrayos, sea otro el
que absorba las fatalidades de la vida que circulan por encima de nuestras
cabezas. Esa gratitud se intercambia en reconocimiento y el mensaje electoral
adicional es el de alguien que puede sobreponerse a la desgracia.
Pero extraer un beneficio del sufrimiento está en
el límite de una estrategia de campaña. Hay que tener un estómago considerable
como para utilizarse a sí mismo y convertir al propio dolor en un objeto de
manipulación. Todo ello sin tener en cuenta que cuando uno juega con símbolos
es inútil pretender dominar sus efectos, porque por naturaleza nos exceden. Por
eso podrían también funcionar en contra.
En todo
caso, los afiches posteriores confirman que la razón por la cual la Presidenta
llevó a su candidato fue la utilización política del evento. No hay más que
recordar la gélida felicitación ante su designación para comprender que el
cambio de actitud del Gobierno frente a Francisco es un simulacro, producto de
los reflejos políticos y de la comprensión de que si no se puede con él es
mejor unirse a él. Pero queda claro también que es producto de la intuición de
que el Papa podía convertirse en una cantera de la cual extraer votos
adicionales. Sabemos, desde Marx, que la historia que se repite se convierte en
farsa. Sin embargo, la repetición de una farsa no necesariamente se convierte
en historia..
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