La universidad
donde hablaron Martin Luther King, Kennedy y Macolm X, es el buque insignia de
la educación de los negros.
JOAN FAUS Washington
A simple vista la Universidad de Howard, al norte del centro de
Washington, es muy parecida a los otros campus universitarios, con grandes
explanadas y edificios históricos de estilo victoriano, que hay en la capital
de Estados Unidos. Sin embargo, que prácticamente la totalidad de personas que
caminan por sus instalaciones sean de raza negra llama rápidamente la atención
y delata por qué no se trata de una universidad cualquiera. El motivo es que la
historia de Howard es el fiel reflejo de la dramática travesía en la lucha por
los derechos de la población negra de Estados Unidos en los últimos 150 años.
Casi desde su fundación en 1867, Howard ha sido considerada la universidad
negra por excelencia del país, lo que la ha erigido en un símbolo, pero, a su
vez, en un testigo directo de cómo la vergonzosa segregación racial seguía
siendo legal hasta hace menos de 50 años.
El nacimiento de la universidad tiene su origen en el fenómeno de la
llegada masiva a Washington en el siglo XIX de ciudadanos negros que huían de
los estados del sur, dónde la esclavitud estaba mucho más extendida. En 1800 la
población de color ya suponía el 25% del total de la ciudad, alcanzando un peso
relevante que propició que la capital federal fuese precursora en concederle
más derechos: en 1830 la gran mayoría de esclavos habían sido liberados y en
abril de 1862 la esclavitud quedó prohibida por ley, nueve meses antes de que
lo decretara en todo el país el presidente Abraham Lincoln. Fruto de esta
inmigración se fue generando una creciente demanda de jóvenes negros que querían
estudiar en la ciudad. Sin embargo, tenían pocas opciones de hacerlo, pues la
segregación y el racismo eran “endémicos”, según cuenta la investigadora Marya Annette McQuirter en su análisis de
la historia afroamericana de Washington.
Así, en 1866, tras acabar la Guerra Civil, una congregación religiosa
impulsada por el general blanco Oliver Howard pensó en fundar un seminario
teológico que educara a sacerdotes negros. Al poco tiempo la idea se extendió y
con el apoyo financiero del Congreso de EE UU -que tenía una dotación especial
de ayuda para los antiguos esclavos- la congregación decidió crear una
universidad de “artes liberales y ciencias” que en teoría estaba abierta a
cualquiera pero que en la práctica tenía como principal objetivo educar a
“negros y jóvenes”, lo que inicialmente les complicó conseguir comprar un
terreno. Howard se inauguró en mayo de 1867 y paradójicamente los primeros
estudiantes fueron cuatro chicas blancas, que eran hijas de los
administradores. Por entonces, la totalidad de la junta directiva y la inmensa
mayoría de profesores también eran blancos.
No obstante, el caso de las cuatro alumnas fue una grandiosa excepción.
A los tres meses, “prácticamente todos los estudiantes eran de color”, según
detalla el historiador Rayford Whittingham Logan en un completo libro sobre los
primeros cien años de la universidad. Desde entonces, la proporción
apenas ha variado. El curso pasado, el 92,6% de los estudiantes de grados
iniciales eran de raza negra, mientras que en los superiores suponían el 74,9%.
El porcentaje de alumnos blancos fue del 1,1% y del 6,2%, respectivamente.
“Siempre hemos estado abiertos a ampliar la diversidad”, explica a EL PAÍS el
presidente interino del centro, Wayne Frederick, que pone de relieve que
actualmente hay estudiantes de 66 países.
Howard no fue la primera universidad de EE UU enfocada hacia la
población negra pero rápidamente, según los historiadores, adquirió el aura de
ser la “piedra angular” de la educación de los colectivos afroamericanos por la
calidad de su enseñanza y su rol social. A los 12 años de su apertura, el
Congreso aprobó una dotación especial para Howard, que aún mantiene. Ronda los
200 millones de dólares anuales -equivalente a un cuarto del presupuesto del
campus-, lo que la convierte en la universidad histórica negra -hay un centenar
con este distintivo oficial, sobretodo en el sur- que recibe más ayudas
públicas.
El clima reivindicativo se empezó a cultivar en Howard a finales del
siglo XIX pero no fue hasta los años 20 cuando empezó a florecer con
intensidad, como consecuencia natural del contexto del momento: en 1900
Washington ya era la ciudad de EE UU con más población negra y, por ende,
Howard fue convirtiéndose en uno de los epicentros de ese universo creciente y
de sus demandas. El acicate llegó en el verano de 1919 cuando se produjeron
choques violentos entre blancos y negros a raíz de la decisión del presidente
Woodrow Wilson de instaurar la segregación en todos los edificios federales.
Hasta el momento, la segregación en la capital se limitaba principalmente a la
educación.
A partir de entonces las protestas fueron ganando terreno y Howard fue
un catalizador de todo ello con algunos protagonistas clave. Como el
responsable del departamento de filosofía, Alain Locke, que recopiló en 1925 artículos de
intelectuales de color en el libro The New Negro, que se
convirtió en un apelativo reivindicativo en pleno apogeo del Harlem
Renaissance, el movimiento cultural surgido en Nueva York. O el premio
Nobel de la Paz Ralph Bunche, que dirigió el departamento de ciencias políticas
desde 1928 hasta 1950, y que destacó por su profundo activismo contra la
discriminación racial sin que ello le ahorrase críticas a las principales
organizaciones civiles negras.
Para muchos el punto de inflexión en el papel de la universidad a favor
de los derechos de la población negra llegó en 1926 cuando Howard tuvo, 59
largos años después de su fundación, a su primer presidente de color. Durante
los 34 años de mandato de Mordecai Wyatt Johnson, la universidad duplicó sus
instalaciones, triplicó el número de alumnos y se afianzó como referencia
intelectual y educativa en el imaginario colectivo afroamericano. Entre los
licenciados de ese período despuntan, por ejemplo, el exmiembro del Tribunal
Supremo Thurgood Marshall (que fue rechazado en la Universidad de Maryland por
ser negro), o la premio Nobel de Literatura Toni Morrison, junto a una larga
lista de altos cargos políticos.
“No había oportunidades para negros en la mayoría de universidades.
Howard ocupó ese vacío y asumió una posición de liderazgo”, subraya Harry
Robinson, decano emérito de la facultad de arquitectura, que añade con orgullo
que en una época no muy remota el 70% de todos los licenciados negros de
arquitectura, derecho, medicina o química de EE UU salían de Howard y que
muchos de ellos han conseguido “hitos globales”. Pero más allá de los diplomas,
Robinson enfatiza cómo la educación ayudó al desarrollo intelectual de los estudiantes
y propició que muchos de ellos fueran algunas de las grandes “personalidades”
detrás del movimiento de los derechos civiles que afloró en los años 50 y que
tuvo un “profundo impacto” en el campus.
Antes, en la década de los 30 ya habían surgido campañas de boicot a
comercios que no contrataban a personal negro en el barrio dónde se ubica
Howard, en el que la población de color era y sigue siendo mayoritaria. Y en
1942 un estudiante de derecho fue pionero en la técnica de protesta de los sit-in,
que luego se popularizó en los años 60 en el estado de Alabama. Junto
a otros alumnos negros decidieron entrar a un café cercano a la universidad al
que solo podían acceder blancos y quedarse sentados en las sillas hasta que los
echaran. Desde entonces las protestas se fueron repitiendo y se extendieron
también a tiendas de cigarrillos.
Y a partir de los años 50 todo se aceleró. La primera gran victoria para
los activistas negros llegó en 1953 cuando el Tribunal Supremo decretó la
inconstitucionalidad de la segregación racial en Washington basándose en una
ley de 1872. Al año siguiente también quedó prohibida la separación en los
centros educativos de la capital federal, lo que supuso un ligero incremento
del número de estudiantes blancos en Howard. En el conjunto de EE UU, el fin
oficial de la segregación no llegó hasta 1964. Según el historiador Logan, en
el éxito de estos dos fallos judiciales fue clave el rol de James Nabrit, que
fue profesor de derecho en Howard entre 1936 y 1960, y presidente de la universidad
de 1960 a 1969. Durante ese período documentó más de 2.000 casos relacionados
con los derechos civiles, que ahora se estudian en muchas facultades de
derecho.
Como es sabido, el estallido definitivo del movimiento de derechos
civiles llegó en 1955 cuando Rosa Parks decidió no sentarse en la zona para
negros en el autobús que tomó en Montgomery, Alabama. En Howard el activismo no
fue homogéneo, sino que iba “de la derecha hasta la lejana izquierda”, según
escribe Logan en su libro. “Sus actividades copan todos los aspectos del
movimiento de derechos civiles: social, educativo, económico, político y
legal”. Algo en lo que coincide el decano Robinson, que asegura que se
“alentaban diferentes ideas” y que, por tanto, había quiénes apoyaban la
doctrina más integradora de Martin Luther King y quiénes abrazaban las tesis
más combativas de Malcom X. Ambos activistas pronunciaron discursos en la
universidad, igual que el presidente John F. Kennedy.
El clima convulso de los 60 también se adentró en la cúpula de Howard,
que acentuó su postura. En enero de 1963, la junta directiva manifestaba la
igualdad de oportunidades entre razas pero reafirmaba su “responsabilidad
especial” por “historia y tradición” de promover la educación de los jóvenes
negros “desaventajados por el sistema de segregación y discriminación racial”,
y añadía que “lo seguiría haciendo mientras los negros sufran dichas
desventajas”.
Siete meses después, en agosto, llegaría otro hito histórico con la masiva marcha a Washington por “trabajos y
libertad” y el aclamado discurso de Luther King a los pies del
monumento a Lincoln. Al éxito de la movilización, según la investigadora
McQuirter, contribuyeron notablemente las organizaciones negras de la capital.
A partir de entonces, el activismo se consolidó aún más en Washington -que
desde 1957 era la urbe con más población de color al superar la barrera del
50%- y derivó en una efervescencia identitaria. “El arte negro, el Black
Power [el concepto lo acuño un estudiante de Howard] y los movimientos
femeninos florecieron aquí”, apunta McQuirter.
La tensión volvió a dispararse en abril de 1968 tras el asesinato de
Luther King, que derivó en enfrentamientos y quema de edificios en la ciudad. Y
desde entonces, Washington -que tuvo a su primer alcalde de color en 1974- ha
ido tratando de acoplar su desarrollo a la protección de los derechos de su
mayoritaria población negra, que en 1975 superó el 70% mientras que en 2010
rondó el 50%.
Lo mismo ha sucedido en Howard, cuyo activismo sigue bien vigente en su
actual campus de 12 facultades y más de 10.000 alumnos. “El legado de que es la
meca de las universidades negras se mantiene y pesa cuando entras”, explica a las
puertas de su facultad Jane, una joven negra de 21 años procedente de Nueva
Jersey que estudia sociología. En su caso, dice que no escogió Howard por
tratarse de una universidad mayoritariamente negra pero admite que muchos de
sus compañeros sí tuvieron en cuenta el factor racial en el momento de elegir
dónde estudiar.
Para Frederick, el actual rector interino de Howard, la universidad
sigue generando una “contribución” palpable en la sociedad y en Washington. Su
larga lista de visitantes ilustres lo atestigua, como los expresidentes Jimmy
Carter y Bill Clinton o el arzobispo sudafricano Tutu. Y como es de esperar
Barack Obama también ha acudido a las instalaciones de Howard. En 2007
pronunció un intenso discurso cuando ya era un senador con aspiraciones a la
Casa Blanca, pero desde que es presidente solo ha vuelto en una ocasión para
presenciar un partido de baloncesto.
En las últimas semanas Howard ha vuelto a ser noticia pero no
precisamente por ser el buque insignia de las universidades negras. En septiembre,
cayó 22 puestos hasta el 142 en el ranking de mejores universidades de EE UU
-en 2010 ocupaba la posición 96- y la agencia de rating Moody’s le rebajó su
calificación financiera, lo que desencadenó en que a principios de octubre el
presidente de Howard presentara su dimisión. No son buenos tiempos para la
universidad. Pese a ello, permanece intacta su contribución histórica a reducir
la disparidad educativa entre negros y blancos, y acabar con la discriminación
racial.
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