Con el escándalo por su programa de espionaje y sus
vacilaciones sobre un posible ataque en Siria, se ganó críticas de varios
mandatarios, incluso amigos; especialistas analizaron su cambio de estrategia.
Obama tuvo un año complicado en el plano internacional. Foto: Archivo
Fue el
segundo desplante en una semana. Fue el más confrontativo y, además, frente a
líderes de todo el mundo. La semana pasada, el presidente estadounidense, Barack
Obama, recibió un cachetazo retórico por
parte de su par brasileña, Dilma
Rousseff, en el seno de las Naciones Unidas, donde el premio Nobel
de la Paz antes era recibido con esperanza, y ahora, como le pasó a su
antecesor, debió poner su mejilla.
Como reacción
ante las revelaciones que indicaban que el programa de espionaje de Estados
Unidos llegó hasta las comunicaciones de la propia mandataria brasileña, Rousseff acusó al gobierno de
Obama de quebrar el derecho internacional, violar los derechos
humanos, la libertad civil y la soberanía de otros países, lo cual, consideró,
era una actitud poco democrática.
Minutos
después, pronunció su discurso en ese
mismo estrado Obama, centrado en Medio Oriente y dedicándole
apenas una línea al escándalo por el espionaje. Habló, en cambio, sobre otro de
los frentes que le generó más de un dolor de cabeza: su cambiante estrategia en
Siria.
"Me
temo que Estados Unidos es percibido como vacilante y débil", dijo a LA
NACION Henry Nau, profesor de Política Exterior de Estados Unidos en The
George Washington University.
"El presidente Obama dice que va a atacar
Siria porque cruzó la «línea roja» y usó armas químicas, manda a su secretario
de Estado [John Kerry] para que advierta que iba a atacarla, pero de repente
decide pedir la autorización del Congreso -sabía que no la iba a obtener-, y
finalmente se agarra de una propuesta rusa de último momento para confiar en
que Siria va a renunciar a sus armas químicas", resumió Nau, con cierta sorna.
"Esta no es la imagen de un presidente estadounidense que sabe lo que está
haciendo", sentenció.
Los frenos y
cambios de rumbo en la política de Obama respecto de Siria, un país sumergido
en una guerra civil que ya dejó más de 100.000 muertos, fueron sus respuestas a
la extrema hostilidad interna y externa que
generó su propuesta.
Una de las
escenas más claras de esa hostilidad la vivió en San Petersburgo el 5 y 6 de septiembre pasado. Cuando
el presidente todavía era un férreo defensor del ataque a Siria por parte de
Estados Unidos, incluso de manera unilateral, se enfrentó a la cumbre del G-20 más incómoda en
sus casi cinco años de gobierno. La mayoría de los países -e
incluso el papa Francisco a través de una carta -
le reprochó que la intervención militar no era la solución para la guerra civil
en el país árabe e intentaron disuadirlo.
"Su
estrategia en Siria envió un mensaje mixto", opinó Aaron Miller,
vicepresidente del instituto académico Wilson
Center y ex asesor en Medio Oriente para presidentes de ambos
partidos. "Por un lado, algunos se sorprendieron por la inconsistencia y
las dudas de Obama al respecto. Por el otro, si sale bien, lo van a aplaudir,
porque se evitó un ataque militar", dijo.
En una
interpretación similar, Daniel Serwer, profesor especializado en Medio Oriente
de la universidad John Hopkins, opinó que el presidente leyó a
tiempo el rechazo a la intervención militar. "Si el acuerdo sobre las
armas químicas es exitoso, y si lleva a un acuerdo político -dos grandes «si»-,
Obama va a ganar mucho crédito".
EL ESPÍA DEL MUNDO
Las
revelaciones del ex empleado de la CIA Edward
Snowden sobre la existencia de un programa de espionaje masivo de Estados Unidos dentro y fuera de
su país también despertaron críticas a la gestión Obama, especialmente en países
aliados, que se preguntaban por qué la Agencia de Seguridad
Nacional (NSA, por sus siglas en inglés) espiaba a las naciones
"amigas" al mismo nivel que a las rivales.
"Lo de la NSA causó molestias a incomodidad,
pero el gobierno espió siempre y otros también. Hay cierta hipocresía al
respecto", opinó Aaron Miller.
Cuando las
aguas parecían calmarse, y Obama prometía por doquier que el programa tenía el
objetivo de proteger al mundo contra el terrorismo, llegaron nuevas
revelaciones: la NSA también había espiado
las conversaciones de Rousseff, y al candidato presidencial
mexicano al momento de las intercepciones -y ahora mandatario-, Enrique Peña
Nieto. El programa había alcanzado incluso a Petrobras, la
mayor petrolera brasileña. Fue un nuevo temblor, que terminó por dañar las
relaciones de Estados Unidos con sus dos principales socios en América latina.
Rousseff se
puso al frente de la causa y su respuesta fue más allá de lo retórico: canceló la visita de Estado a
la Casa Blanca prevista para este mes.
"Semejante injerencia es un quebrantamiento
del derecho internacional y una afrenta a los principios de las relaciones
entre los países, especialmente si son amigos", se quejó la mandataria,
todavía furiosa, en la ONU, la semana pasada.
EN NÚMEROS
El manejo de la política exterior de Obama quedó
bajo el ojo de la tormenta. ¿Vladimir Putin dejó en ridículo a Obama? ¿Rousseff
hubiese plantado al presidente demócrata en otro momento de su presidencia? Las
opiniones son múltiples, pero los números aún no están actualizados.
"El
caso Snowden podría potencialmente dañar la imagen pública de Estados Unidos en
un país donde Estados Unidos y el presidente Obama han sido populares en años
recientes", advirtió Richard Wike, director asociados del Global
Attitudes Project del Centro de Investigaciones Pew,que realiza
sondeos sobre las opiniones de ciudadanos de distintos países sobre otros
países.
El estudio
publicado en julio de este año, antes de las reveleaciones, destacaba que 73%
de los brasileños tenían una imagen positiva de Estados
Unidos y siete de cada diez creían que Obama iba a hacer lo correcto
en el plano internacional.
En ese mismo estudio se destaca el bajo nivel de
aprobación que recibe la política exterior de Obama en Medio Oriente. Excepto
en Israel, los otros países consultados (Turquía, Egipto, Jordania, Líbano,
Palestina y Túnez) le dieron un puntaje menor al 30%.
En diálogo con este medio, Wike afirmó que la
popularidad mundial de Obama era muy alta cuando asumió, pero que fue en
descenso, aunque se mantiene por encima de los números de Bush. En su último
año en la Casa Blanca, el presidente republicano obtuvo un puntaje promedio de
26 puntos sobre cien, y el de Obama actualmente es de 55.
"En muchos países donde los ratings de
Obama han caído, hay una sensación de decepción con algunas de sus políticas.
Por ejemplo, en nuestras encuestas he visto que muchas naciones tenían más
expectativas por el tema del cambio climático. También sabemos que su política
de ataques con drones es muy impopular en casi todos los países que
consultamos", comentó.
LA NUEVA APUESTA: IRÁN
Mientras
tanto, en su oscilación indefinida entre su apuesta por la fuerza o por la
diplomacia, Obama volvió a poner sus fichas en la segunda. Del otro lado del teléfono
está (literalmente) Irán.
Después de un mensaje conciliador, aunque con cierta amenaza latente, en la
Asamblea General de la ONU, Obama se comunicó con
su flamante par iraní, Hassan
Rohani, en el primer contacto directo entre dos mandatarios desde la
ruptura en las relaciones bilaterales de 1979, para reanudar las negociaciones
por un acuerdo nuclear.
"La
reputación de Obama está en riesgo, especialmente con Irán. Si Irán usa las
negociaciones para comprar tiempo para adquirir armas nucleares y lo logra,
Obama va a pasar a la historia como un Neville Chamberlain moderno",
señaló Nau, en comparación con el premier británico que impulsó la famosa
"política de apaciguamiento" con la Alemania nazi en 1938 que, en
realidad, terminó por dotar a Adolf Hitler de mayores herramientas para las
posteriores calamidades de su gobierno en la Segunda Guerra Mundial..
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