POR JULIO BLANCK/CLARÍN
A menos que estemos frente a
una fabulosa conspiración de encuestadores de todo tipo y color, juramentados a
mentir para perjudicar al Gobierno, Sergio Massa llega a las elecciones
primarias del domingo con una luz de ventaja sobre el candidato de Cristina.
Ninguna medición pone adelante a Martín Insaurralde.
En ese
dato básico y decisivo coinciden los sondeos conocidos, o al menos coinciden
las versiones públicas de esos sondeos. Que no es lo mismo, pero que en este
caso es casi igual.
Esa
coincidencia no deja de ser una rareza en una sociedad política dividida en
partes aparentemente irreconciliables, que se acostumbró demasiado a no
coincidir en nada. O a ocultar eventuales, posibles coincidencias con el otro,
bajo el temor reverencial a ser considerado tibio, timorato, desleal o traidor.
Según
las distintas consultoras, la diferencia a favor de Massa es mínima, en el
gaseoso terreno de la paridad técnica; o resulta amplia, imposible de remontar.
Entre esos extremos acotados oscilan los datos. Desde ya, están las que marcan
un término medio, prudente, de dos a cinco o seis puntos de ventaja, que luego
hará más sencilla la explicación, en cualquier sentido, cuando se conozca el
resultado verdadero.
Las
consultoras que tienen mayores compromisos contractuales con el oficialismo son
las más cautas con los datos que difunden, cuando los difunden. No es de
extrañar: a nadie le gusta incomodar en público a su cliente. Pero hay que
reconocerles la audacia de decir que aunque sea por poco y aclarando que
todavía no está nada definido, el que les paga no está ganando. Quizá sea una
señal de cambio de época.
El
hecho es que parece haber un 65% del electorado bonaerense decidido a votar
contra la lista de Cristina, que encabeza el moderado Martín Insaurralde y
lleva detrás, prolijamente camuflados, a cuanto gurka oficialista necesite
renovar su banca. Y la incertidumbre sobre si alguien finalmente le podrá ganar
al cristinismo puede provocar una corrida hacia lo que se llama con cierta
perversidad “voto
útil” –como si todos los
demás no lo fueran– concentrando en Massa algunas voluntades que hasta ahora se
distribuyen entre otras opciones opositoras.
Según
encuestadores y dirigentes políticos del peronismo, este corrimiento se va a
producir inexorablemente en octubre, cuando la gente vaya a votar sabiendo con
precisión qué posibilidades de triunfo tiene cada candidato, porque las
primarias del domingo van a dibujar ese escenario con trazo indeleble.
La
cuestión es si los tiempos se adelantan. Cualquiera sea el momento en que eso
ocurra, si es que ocurre, será para mayor daño del capital político del
Gobierno y la Presidenta.
La
perspectiva hoy es esa: derrota de Cristina y sus candidatos en los grandes
distritos del país, muy comprometida la posibilidad de recostarse en la provincia
de Buenos Aires para compensar esas pérdidas, y con un interrogante abierto
sobre la futura cohesión del conglomerado gobernante.
¿El
peronismo que permanece oficialista, con sus gobernadores, intendentes y
sindicalistas, todos habituados a la sensualidad del poder, estará dispuesto a
permanecer, monolítico, a la cola de un ciclo declinante?
La
Provincia es doblemente estratégica entonces: por lo que representa en sí
misma, el 38% del padrón nacional; y por su capacidad para equilibrar o
desequilibrar sin remedio la balanza política.
Pero se
ha dicho: no es sólo lo que pasa en la Provincia.
En
Capital, el PRO se ilusiona hoy con llegar al 40% de los votos, basado en la
fuerte imagen de la gestión de Mauricio Macri (60% de aceptación según sus
propias mediciones) y la candidatura siempre amigable de Gabriela Michetti.
El
kirchnerismo quedará el domingo como la segunda fuerza, a mucha distancia. Pero
con la esperanza de retener la banca de Daniel Filmus en el Senado. Esto podrá
ocurrir, en octubre, si se confirma que una porción de los votantes más
moderados de la coalición UNEN, donde Elisa Carrió y Pino Solanas aparecen con
ventaja, podrían migrar a otras opciones sin hacer caso de la unión que
proponen los dirigentes.
En
Córdoba, el último ajuste de encuestas encargado por el gobierno de José Manuel
De la Sota coloca a su candidato, Juan Schiaretti, como ganador con alrededor
de 10 puntos de ventaja sobre el radical Oscar Aguad. El cristinismo,
representado por Carolina Scotto, podría arañar hasta un 15% de los votos.
Pelearía por un lejano tercer lugar con el ex referí Héctor Baldassi, del PRO.
En
Santa Fe el predominio de Hermes Binner es notable, al frente del añejo acuerdo
entre socialistas y radicales. Lo mejor que puede esperar el Gobierno allí es
que el ex gobernador Jorge Obeid, un buen candidato peronista, consiga
desplazar del segundo puesto a Miguel Del Sel, el Midachi macrista que hará su
segunda experiencia electoral después del espectacular debut en 2011.
Una
consultora de larga y fecunda relación con el peronismo, que mide en todos los
grandes distritos del país, anticipa a esta hora otras amarguras para la Casa
Rosada.
El ex
vicepresidente radical Julio Cobos parece marchar hacia un triunfo neto en
Mendoza, la quinta provincia en volumen de electores.
El ex
gobernador peronista Mario Das Neves, que hace tiempo abandonó el barco
oficialista, podría imponerse con claridad en Chubut, sobre el candidato
kirchnerista que auspicia su sucesor Martín Buzzi.
En la
emblemática votación de Santa Cruz, el radical Eduardo Costa está dando buen
combate y puede superar al candidato del gobernador peronista anti K Daniel
Peralta. La lista cristinista, monopolizada por La Cámpora, corre riesgo de
terminar en tercer lugar.
En
Neuquén, donde el Movimiento Popular Neuquino mantiene su tradicional dominio,
el avance de la fuerza provincial liderada por el intendente capitalino, el
radical Horacio “Pechi” Quiroga, desafía al kirchnerismo y puede hacerle perder
bancas en el Senado.
¿Alegrías
para el oficialismo? Aún con dificultades, asoman como muy posibles las
victorias de los gobernadores Sergio Urribarri (Entre Ríos), José Alperovich
(Tucumán) y Jorge Capitanich (Chaco).
En
Salta, la lista del gobernador Juan Manuel Urtubey lleva una ventaja estrecha
sobre el ex gobernador Juan Carlos Romero. No se sabe si esto es bueno o malo
para la Casa Rosada. Urtubey está en el Frente de la Victoria pero tiene planes
propios para el futuro y se dice que Romero encontró en el Gobierno alguna mano
amiga para la campaña.
En fin,
que de confirmarse en las urnas este panorama, el domingo y más en octubre,
quedaría archivado de modo definitivo el proyecto de eternización de Cristina
con otra reelección.
Eso
abriría inevitablemente una crisis en el Gobierno, que no tiene prevista –por
la propia naturaleza de su liderazgo– ninguna figura para la sucesión. Con
Cristina se cumple la vieja definición de Perón: “Mi único
heredero es el pueblo”. O sea, nadie de carne y hueso, con nombre y
apellido.
El
tránsito hacia 2015 es demasiado largo y puede resultar azaroso; con una
economía complicada que ya trae anuncios preocupantes para el año próximo, y un
gobierno que puede ver disminuida su sustentación política y no tiene liderazgo
de reemplazo.
Para trazar
el futuro hay un tema determinante: ¿cómo reaccionará Cristina si las malas
noticias electorales se concretan? Es una pregunta que aún no encuentra
respuesta certera.
Mientras
se esperan las votaciones, ya le están aconsejando a Daniel Scioli que de una
vez por todas tome distancia y evite ser socio de la desgracia. En términos de
lenguaje peronista: que acompañe hasta la puerta del cementerio, pero que
se que quede afuera.
Scioli,
que se jugó en la campaña más de lo imaginado, puede decir que gracias a su
compromiso y esfuerzo personal –y también al de Cristina– al cierre de la
campaña Insaurralde alcanza una posición fuertemente competitiva frente a
Massa. Si eso se mantiene en las urnas Scioli habrá hecho negocio a dos puntas:
Cristina fuera de la carrera de 2015 y Massa sin recortarse como una referencia
indiscutida.
Pero
algunos de sus consejeros le susurran que tiene que darse por hecho, que ya
demostró lo que debía demostrar, que lo que viene es todo a pérdida y que si
Massa llega a sacarle una ventaja muy apreciable, ahora o en octubre,
establecerá una distancia que puede ser difícil de descontar.
Se lo
dicen con conocimiento de causa, porque saben que el peronismo, de alma siempre
tan sensible, tampoco dudará esta vez en acudir presuroso para socorrer al que
gane.
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