Al contrario de lo que proclama, el kirchnerismo se
ha convertido en el medio que le permitió a la derecha consolidar logros
impensables; eso sí, en nombre del progresismo.
Algunos de los votos recibidos por el oficialismo
en estas últimas elecciones se basaron en la idea de que el kirchnerismo
representaba la "izquierda posible" en la Argentina. Perplejo ante la
falsedad del aserto, quisiera dedicar unas líneas a explorar esa idea, aun a
sabiendas de que, para muchas personas, el debate "izquierda-derecha"
ya no tiene sentido. Como ése no es mi caso, y como a la vez pienso que la
prédica en cuestión (referida al izquierdismo del kirchnerismo) sigue siendo
productiva dentro de ciertos círculos, comienzo por definir brevemente lo que
entiendo por izquierda y derecha.
Para no complicar demasiado las cosas, voy a
considerar que una medida es "de izquierda" cuando contribuye a la
democracia económica (aumentar la participación de los obreros en las ganancias
de las empresas); cuando sirve a la democracia política (más participación y
control del pueblo en los asuntos públicos); o cuando ayuda al fortalecimiento
de derechos humanos básicos (terminar con la tortura en las cárceles). Diré
entonces que una medida es "de derecha" cuando ella se orienta hacia
fines contrarios a los citados (favorece a una minoría económicamente poderosa;
ayuda a concentrar el poder político; violenta derechos humanos básicos).
Para dejar en claro desde el inicio mi postura,
diré cuál es mi idea principal al respecto: creo que, lejos de ser la izquierda
posible -lo máximo de izquierda que nuestra sociedad está preparada para
tolerar- el kirchnerismo se ha convertido en la derecha verdadera, la política
más de derecha que nuestra sociedad puede soportar, luego de todo lo ocurrido
en el país desde mediados de los años 70. Según entiendo, en la actualidad,
nuestra sociedad se muestra capaz de aceptar o demandar políticas de avanzada
en una diversidad de áreas (desde la política energética hasta la política de
medios; desde las políticas de salud reproductiva hasta las de salvaguarda de
las poblaciones originarias) que el Gobierno se ocupa de retacear o rechazar en
cada caso, aunque lo haga hablando en nombre de los mejores ideales.
Lo que sostengo se apoya en parte en hechos
(enseguida enumeraré unos cuantos), y en parte en algunos contrafácticos. Estos
últimos sugieren que las medidas "de derecha" que el kirchnerismo
logró imponer no hubieran podido ser impuestas o -lo que es más importante- no
hubieran podido estabilizarse, con otro gobierno (supuestamente, más de derecha)
en el poder. Los contrafácticos son en principio indemostrables, pero el tipo
de contrafácticos a los que me refiero también encuentran algunos buenos hechos
en los que apoyarse. Todos recordamos, por caso, que el ministro de Economía de
la Alianza duró sólo cuatro días más en el poder, luego de anunciar un feroz
plan de ajuste en 2001. Sabemos también que al actual jefe de gobierno de la
ciudad designó a un espía dentro del aparato de su gobierno, pero que ello le
costó inmediatas renuncias y el ser procesado judicialmente. Esto es decir, las
experiencias más conservadoras que conocimos en los últimos años no han podido
o no pueden asentar sus iniciativas más regresivas. En donde experiencias de
gobierno como las citadas fracasan, el kirchnerismo triunfa. Así, el
kirchnerismo se ha convertido en el real instrumento de la derecha política, el
único actor que es capaz de convertir en realidad las medidas que las demás
alternativas, más conservadoras, no se animaban a tomar, o no son capaces, hoy,
de consolidar.
Los casos que podría enumerar para ilustrar lo
dicho son muy numerosos -de hecho, casi todas las políticas afirmadas por el
Gobierno en los últimos años podrían servirnos de ejemplo- por lo cual voy a
referirme sólo a algunos pocos casos, especialmente representativos de lo
afirmado. En primer lugar, mencionaría que, a la luz de la historia reciente
padecida, la posibilidad de dictar una ley antiterrorista aparecía fuera de la
agenda de cualquier partido político. El kirchnerismo, sin embargo, aprobó esa
ley con lo que le regala a la derecha que lo suceda una herramienta represiva
fabulosa, que aquélla no hubiera conseguido aprobar por su propia cuenta.
Después de lo hecho por la dictadura y las leyes
creadas por la democracia contra los atropellos de aquélla, difícilmente un
gobierno de derecha hubiera osado emplear la estructura del Ministerio de
Seguridad para montar una red de espionaje interno, destinada a recabar
información sobre los militantes sociales y de izquierda. El Gobierno, en
cambio, creó Proyecto X para tales fines, algo que sólo pudo lograr poniendo al
frente de esa empresa a cantidad de funcionarios que se jactaban de contar con
un historial "garantista".
Considerando los altísimos anticuerpos
desarrollados por la sociedad frente a las violaciones de derechos humanos de
los años 70, difícilmente un gobierno hubiera insinuado siquiera la posibilidad
de nombrar como jefe del Ejército a un militar altamente comprometido en la
comisión de actos atroces. El kirchnerismo lo hizo, avalado por las máximas
autoridades de su facción en materia de derechos humanos.
A la luz de las muertes habidas, difícilmente
alguien se hubiera animado a firmar un pacto con los sectores más duros de
Irán, sobre el modo de enjuiciar las supuestas responsabilidades de ese país en
la comisión de atentados antisemitas en la Argentina. Un gobierno distinto -aún
uno muy de derecha- se hubiera abstenido de llegar tan lejos, por lo cual fue
el kirchnerismo el que asumió esa tarea.
Los ejemplos pueden seguir enumerándose sin pausa:
sólo un gobierno vestido con ropaje "progresista" podía afrontar la
masacre de Once protegiendo a los empresarios responsables de la tragedia y
denunciando, en cambio, a los maquinistas y obreros que la sufrieron; llevar
adelante su política de medios de la mano de los empresarios Raúl Moneta y José
Luis Manzano -las figuras más emblemáticas de la corrupción menemista-;
negociar un acuerdo secreto con Chevron, en nombre de la soberanía energética;
avanzar en la explotación irracional de recursos naturales incluyendo la
utilización del fracking o la extracción de shale gas ;
apoyarse en sindicalistas que fueron soplones de la dictadura; transformar a la
Argentina en un país de monocultivo sojero; pactar con gobernadores que pasarán
a la historia por las vidas que diezmaron en comunidades originarias; impulsar
una reforma de la Justicia orientada a socavar las medidas cautelares y a
trabar los juicios jubilatorios de los más ancianos; aprobar una reforma
duramente antiobrera en las ART; y siguen las firmas.
Para evitar cualquier confusión, hago tres
aclaraciones finales. Primero, lo dicho es compatible con reconocer que para
ciertos sectores de la derecha nada es suficiente, y el kirchnerismo no es
predecible. Segundo, el problema que veo no se encuentra en la izquierda, ni en
sus dirigentes, ni en sus programas, ni en aquellos que simpatizan con ella. Mi
problema es justamente el opuesto: que se la desprestigie gobernando como lo
pide la derecha, pero en nombre de los ideales contrarios.
Finalmente, mi objeto no es la denuncia de la
"impostura" kirchnerista, sino el rechazo de su postura: me interesa
señalar que el kirchnerismo se ha convertido en el medio que le ha permitido a
la derecha consolidar logros impensables, el instrumento que le permitió
obtener lo que ella jamás hubiera soñado alcanzar por sus propios medios.
© LA NACION.
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