El Papa llega mañana a Río, donde buscará afianzar
su mensaje revolucionario frente a los millones de peregrinos brasileños y del
resto del mundo en la Jornada de la Juventud.
Foto: Ilustración: Gabriel Ippoliti
ROMA.-
Llamará a "ir contra la corriente", a no tener miedo, a buscar
"cosas grandes" y a "no dejarse robar la esperanza" que da
Jesús. Convocará al mundo a ir al encuentro de los más débiles,
de los más pobres, de los relegados y a reemplazar la lógica del
poder y del dinero por la de la globalización de la solidaridad.
En el primer viaje internacional de su pontificado,
que comienza mañana y durará hasta el domingo, Francisco no sólo les hablará a
los millones de peregrinos llegados desde todos los rincones a Río de Janeiro
para la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).
El Papa se dirigirá a América latina y a todo el
mundo con su estilo austero y humilde, y con un mensaje que muy pocos
pontífices desplegaron con tanta fuerza e insistencia en los últimos siglos: el
de la necesidad de una "Iglesia pobre para los pobres". En su primera
prueba internacional, Francisco, que con sus gestos de simplicidad cautiva, por
igual, a creyentes y no creyentes, se enfrenta a varios desafíos.
El principal es revitalizar a la Iglesia Católica
en el continente con más católicos en el mundo. En Brasil y en muchos otros
países de la región, el avance de las sectas y de las iglesias evangélicas
derivó en una verdadera sangría de fieles.
Por otra
parte, si bien millones de brasileños, latinoamericanos y jóvenes del
resto del planeta que asistirán a la JMJ se declaran católicos, en un mundo
cada vez más secularizado, muchos de ellos no son practicantes.
Los
reiterados llamados a una Iglesia simple, cercana a los pobres, coherente, fiel
al Evangelio son las armas que desplegará Francisco en su primer viaje
internacional , que estará bajo la lupa de los peregrinos, los
dirigentes de otros países y los más de 5000 periodistas que participarán de un
evento descripto en Brasil como el "Woodstock" de los católicos.
Precisamente allí, ese modo de ser espontáneo y
ajeno a la pompa -en las antípodas de la figura inaccesible del
Pontífice-monarca- le asegura una sintonía plena con los jóvenes que asistirán
a la JMJ. "Queridos jóvenes, sé que muchos de ustedes están aún en camino
a Río. Que el Señor los acompañe durante el viaje", les escribió ayer por
Twitter.
Desde que el 13 de marzo pasado se convirtió en el
primer papa latinoamericano y jesuita, Francisco demostró una inmensa
"onda" con los jóvenes. Su experiencia como ex arzobispo de Buenos
Aires que caminaba sus calles para conocer los problemas de su grey fue la
clave del éxito.
Con ese estilo de quiebre, en estos primeros meses
evitó tocar delicados temas de moral sexual, despertando críticas en los
sectores más tradicionalistas. Si bien se pronunció abiertamente en favor de la
vida desde su concepción, jamás mencionó la palabra "aborto", ni
condenó el matrimonio homosexual, legalizado en muchos países católicos, como
la Argentina.
Francisco, de 76 años, prefiere transmitir el
mensaje en clave positiva. "No debemos ver los Diez Mandamientos como
limitaciones a la libertad, no, esto no es así. Los debemos ver como signos de
libertad", dijo.
Los Diez Mandamientos -según Jorge Bergoglio-
enseñan a vivir el respeto de las personas, venciendo la codicia de poder, de
posesión, de dinero, a ser honestos y sinceros en nuestras relaciones, a cuidar
toda la creación, a fomentar ideales altos, nobles, espirituales. Básicamente,
los Diez Mandamientos son "una ley de amor", sentenció el Papa.
En poco más de cuatro meses de pontificado,
Francisco dio muestras concretas de un estilo de gobierno descentralizado y más
colegial, en línea con el Concilio Vaticano II.
Creó una comisión de cardenales de todos los
continentes que debe asesorarlo para reformar la curia y ayudarlo en el
gobierno universal de la Iglesia; otra para investigar el IOR, el banco del
Vaticano bajo sospecha de operaciones turbias, y, anteayer, una comisión de
técnicos laicos que deberá revisar y hacer más trasparente el resto de las
operaciones financieras del Vaticano.
En Brasil, Francisco, jesuita hasta los tuétanos y
buen diplomático, evitará empantanarse en discusiones puntuales de política interna
o de otros países de la región. Fiel a su estilo sin vueltas, sin embargo, no
dejará de hablar en términos generales de una situación de América latina, su
continente, y del mundo, en muchos casos dramática.
Si bien como en muchos otros países del planeta, en
Brasil hubo fuertes avances en la lucha contra la pobreza, también siguen
existiendo graves injusticias sociales, y una impresionante brecha entre ricos
y pobres.
En ese sentido, la visita a una de las 763 favelas
de Río representa otro mensaje claro y directo del Papa de los pobres, que
también irá a un hospital donde atienden a marginados y drogadictos, y se
reunirá con menores presos.
En esas oportunidades, así como en su encuentro con
miembros de la clase dirigente brasileña, Francisco aludirá a esta realidad.
Probablemente volverá a decir que le parece un
escándalo que el mundo se conmueva más con la caída de los mercados financieros
que con el drama de que haya millones de chicos que se mueren de hambre.
Dirá que la política y la economía deben estar al
servicio del hombre y que la crisis económica es, ante todo, una crisis ética,
una crisis del hombre que se ha olvidado de la trascendencia, de los valores
cristianos. Además, condenará la corrupción, para él, uno de los peores
pecados, así como la dominante cultura de lo provisorio, de lo descartable y la
"globalización de la indiferencia".
ENTUSIASMO POR FRANCISCO
El viaje será la primera vez que el ex arzobispo de
Buenos Aires, Jorge Bergoglio, cruce el Atlántico como Pontífice. La última vez
que lo hizo era un cardenal que, a fines de febrero, viajaba a Roma para
participar del cónclave para elegir al sucesor de Benedicto XVI, primer papa
que renuncia en la historia moderna de la Iglesia Católica.
Si entonces cundía el desconcierto entre los fieles,
ahora reina el entusiasmo por un Santo Padre que quiere tocar, abrazar y
bendecir a su gente y que, justamente, por eso rechazó moverse en un papamóvil
blindado, para horror de quienes se ocupan de su seguridad.
Ayer Francisco fue a la Basílica de Santa María la
Mayor para pedirle a la Virgen Salus Populi Romani -de la que es devoto y ante
quien estuvo rezando en silencio media hora- su protección para la JMJ.
El ex
arzobispo de Buenos Aires casi desconocido en su momento regresa a su América
latina natal como uno de los máximos líderes morales del planeta. Es un viaje
"heredado" por su predecesor, Benedicto XVI, que se convertirá en el
escenario ideal para que "el papa Bergoglio", como lo llaman en
Italia, despliegue todas sus armas para terminar de cautivar al mundo..
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