Majestuoso testimonio de un poder agostado

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sábado, 27 de julio de 2013

Francisco: la visión política, más allá de la religión






Si se desmontaran los escenarios y se ignoraran atuendos, uniformes y protocolos, la gira del Papa en Brasil se asumiría como la de un líder político sugiriendo el rumbo de colisión con la estructura que hasta ahora su institución había mantenido incólume. Es cierto que la gente, sobre todo los dirigentes, son también sus símbolos y lo que con ellos representan, pero el ejercicio serviría para advertir que hay algo más que una emoción religiosa en lo que sucede en la Iglesia desde la entronización del Papa argentino.
El viaje en Brasil, que culmina mañana, exhibió con nitidez esa ruptura con el pensamiento previo que el antecesor inmediato de Jorge Bergoglio, Joseph Ratzinger, se encargó de remachar antes de su renuncia este año, al repudiar a quienes insisten con ver a la institución como una organización más allá de su basamento espiritual. Pero es precisamente lo que sucede.
Este no es un debate de sutilezas para entendidos sino de poder. Tampoco es una mera cuestión del cruce de personalidades diferentes que no lo son tanto. Como la mayoría de quienes lo precedieron, el nuevo Papa es un conservador profundo y no un revolucionario; por eso, quienes le demandan mayor esencia de cambio deberían no confundir sus gestos. En el mejor de los casos, lo que sucede con Bergoglio es la construcción de una visión más abarcadora y objetiva de la Iglesia frente a una realidad que se impone y amenaza vaciarla.
Es un paso necesario y seguramente inevitable.
Debería ser ya claro que los líderes no suelen ser causa sino la respuesta de la historia a sus contradicciones. La clave esta en las circunstancias que hacen posible que una visión y su emisario se imponga sobre la que antes dominaba. Con apenas mirar los diarios se encontraría la respuesta.
En uno de los discursos del jueves en Río de Janeiro, Francisco ligó la idea de paz con la de igualdad; la primera, sostuvo, no existiría en el tiempo sin la segunda. Esa reflexión a tono con las demandas de los indignados allí y en todo el mundo, encaja con el paradigma que constituyó hace medio siglo el Concilio Vaticano II, de donde se abonó el concepto de la justicia social de la Iglesia. Esos son los fundamentos que Ratzinger y, antes que él Juan Pablo II, demolieron hasta los escombros. Lo hicieron contrarios a una propuesta que asumía de un modo tan concreto a la realidad y porque ellos coincidían con el estilo y sentido de los cambios que acabaron con el campo comunista. Cuando Benedicto pronosticó que falta venir “un verdadero” Concilio “con fuerza espiritual” lo que hacía era proteger ese derrumbe.
La historia va mostrando que su renuncia fue menos eso que un relevo porque se han abierto nuevas grietas en el mundo que ahora urge remendar.
Lo que se discutió en aquel foro histórico, entre 1962 y 1965, fue una nueva visión de la Iglesia, menos monárquica y absolutista, para adaptarse a los cambios de la post guerra tardía, épocas aquellas, el sesentismo y el setentismo, de fuertes demandas transformadoras. Era el pleno y efímero iluminismo del siglo XX, como lo describía Eric Hobsbawm, un periodo que concluyó a comienzos de los ‘70 cuando Richard Nixon da el primer paso hacia el monetarismo, se alía con el futuro Nobel Milton Friedman y derrumba la convertibilidad del oro y el dólar hundiendo al mundo en la imprevisibilidad y la desregulación.
El concepto aquel de paz e igualdad estaba en la matriz del Concilio impulsado por Juan XXIII y profundizado por su sucesor Paulo VI, una copia de cuyo anillo usa Francisco. Además de hacer más cercana la liturgia para los creyentes, poner al sacerdote de frente, usar el idioma local o dejar entrar la música, concibieron el concepto de paz dentro del más amplio de justicia. Las banderas de una teología ligada a la liberación, que proliferaron en aquellas décadas, reflejaron el rechazo a percibir la paz en un sentido abstracto. En 1978, cuando llegó al trono el Papa polaco Juan Pablo II, tanto paz como justicia volvieron a ser valoraciones separadas.
Más de 500 teólogos ligados a aquella visión desafiante del Concilio fueron suspendidos, su voz censurada, muchos de ellos como Leonardo Boff por el propio Ratzinger.
Es probable que ahora esa masa de pensadores sea rehabilitada por este nuevo Papa como parte del gesto de adaptación a estos tiempos que impulsa en la antigua nave que comanda para retomar la iniciativa no sólo en la Iglesia.
Los desafíos de Bergoglio son múltiples. Su institución milenaria siempre ha intentado ser la válvula a las tensiones sociales para impedir que se desvíen hacia otras veredas fuera de su control. Pero ahora, la Iglesia no sólo ha venido perdiendo influencia a manos de otras religiones, lo que sería una cuestión menor, sino de un mesianismo que es quizá la peor forma de la teología y que llega, igual de dogmático, como una competencia inesperada desde la política y el poder económico.
En el mundo actual, como en los tiempos de Juan XXIII, se extiende una rebelión contra la forma en que suceden las cosas alimentada esencialmente por la distribución brutal del ingreso pero también, como una bomba de relojería, por la deformación hipócrita del populismo travestido de socialista que sigue creando pobreza y una extendida corrupción.
Esos conceptos alejados de los más abstractos que se esperarían de un jefe espiritual, se han multiplicado llanos y directos en este viaje de Francisco, en el cual llamó a combatir en el clericalismo las ataduras de la curia tradicional.
En esa línea alentó a los jóvenes a una mayor actitud militante y a los más ancianos a rebatir con su experiencia el concepto del discurso único. De ahí van a salir estímulos para multitud de organizaciones de base en las zonas más pobres y vulnerables que es donde anida el mayor peligro para la estabilidad del sistema.
Quizá no se conforme sólo con eso. Es una cuestión claramente política y no pastoral la vinculación que este Papa ha hecho casi a diario de la condena a la corrupción con la esperanza de un cambio posible en esos modos del poder. Un mensaje que no fue ambiguo en su destinatario, cuando lo formuló también frente a decenas de miles de argentinos, en una cita fuera de agenda y que organizó especialmente para estos compatriotas que están a punto de votar en dos elecciones claves.

Copyright Clarín, 2013.

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