Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

sábado, 6 de abril de 2013

La crisis política se mide en vidas humanas




Por Eduardo Fidanza  | Para LA NACION

La vida en la sociedad moderna esconde una verdad solapada e inmutable, que parece desmentir los logros del progreso: el primitivo miedo a la desgracia sigue allí, incrustado en la subjetividad de los individuos, como una marca o un rasgo corporal transmitido por generaciones. Ese temor se renueva ante cada tragedia, haciendo patente, por una parte, la fragilidad de la naturaleza humana, y por otra, las debilidades y miserias de los vínculos sociales.
Freud vio esto con lucidez en El malestar en la cultura, cuando identificó tres causas universales del sufrimiento: los achaques del cuerpo humano, la furia destructiva de la naturaleza y la insuficiencia de las normas que rigen las relaciones entre los individuos. Este último motivo es para Freud de índole cultural, con una clara resonancia política: involucra al Estado, a la sociedad y a la familia. Ante él, decía el creador del psicoanálisis, nos negamos a admitir nuestra falla. ¿Cómo pudimos crear un sistema destinado a cuidarnos que, en realidad, nos desprotege y nos expone al sufrimiento y la muerte? Sospechaba que esa paradoja encierra un límite tan difícil de eludir como el que suponen la decadencia del cuerpo y las devastadoras fuerzas naturales.
De las interminables imágenes que dejó la inundación, tal vez la de los ancianos represente la concreción más acabada del infortunio freudiano: la naturaleza ensañándose con cuerpos envejecidos y maltrechos, en medio de la precariedad y el desinterés estatal. El malestar en nuestra cultura política se reveló allí con toda crudeza y mostró una vez más algo que el Gobierno niega y que la oposición nunca supo exponer, extraviada en narcisismos y desvaríos republicanos: la crisis política argentina se mide en vidas humanas. La pérdida de calidad institucional se verifica en los hospitales y las morgues, antes que en seminarios selectos, discursos moralistas o artículos en los diarios.
A esto hay que agregar un dato estructural que atraviesa a las sociedades contemporáneas y se manifiesta en circunstancias como las actuales: la creciente distancia entre las elites dirigentes y las personas comunes. Entre el poder y la sociedad. Después de la audacia innegable de dar la cara y constatar, sin mediaciones, la protesta y el resentimiento popular, es probable que las autoridades hayan pensado secretamente, con vergüenza: nosotros lo tenemos todo, ellos se quedaron sin nada. Nosotros poseemos recursos ilimitados para librarnos de los trastornos y las amenazas cotidianas, ellos las sufren día tras día. Y si no pensaron eso, lo dejaron entrever. Basta contemplar los vehículos con los que bajaron a la realidad: helicópteros inalcanzables y autos de alta gama que los inundados trataban de abollar en su impotencia. Fue patético.
En Democracia S.A ., un duro alegato contra la connivencia entre el capitalismo y la democracia en Estados Unidos, el veterano politólogo Sheldon Wolin plantea una tesis para reflexionar en estos días: "La cuestión política fundamental de nuestros tiempos se refiere a la incompatibilidad entre la cultura de la realidad cotidiana a la que debería ajustarse la democracia y la cultura de la realidad virtual en la que florece el capitalismo corporativo". No otra cosa que realidad virtual y realidad cotidiana, dramáticamente contrapuestas, es lo que se está viendo en estas horas. Acaso el tuit apócrifo de un intendente sea la expresión farsesca de este divorcio. Sería cómico, si no fuera trágico.
Al cabo de diez años de un régimen que atendió demandas insatisfechas, reconstruyó el empleo, implementó planes sociales y elaboró una epopeya, el síndrome de la muerte y el embrutecimiento cotidiano debería llamar a la reflexión. A pesar de los logros de la democracia, que no debemos olvidar, algo se descompone en la Argentina. No puede ser que un gobierno que hizo del pueblo su causa central lo deje librado, una década después, a la delincuencia, las inundaciones, los accidentes, la corrupción, el narcotráfico, las mafias. No puede ser que la oposición permanezca ausente de este drama, sin ideas, sin pasión. Y no puede ser que los dueños de la economía sólo piensen en sus negocios y adulen al poder de turno que se los asegure.
Ante la tragedia, que volvió a golpear, el populismo se muerde la cola y el republicanismo permanece impotente. En medio de este vacío político, la solidaridad espontánea mitiga la falta de liderazgo. La sociedad se ayuda a sí misma cuando la elite la abandona. Y pronto, con nuevos motivos de malestar y cólera, se hará oír.
© LA NACION.

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