Lo que va a hacer
viable el futuro inmediato en el continente es la lucha contra la brecha social.
ANTONIO
NAVALÓN/ EL PAÍS
Y Obama tomó el poder. Y lo tomó desde las minorías; la mayoría de ellas
hablan español.
Tras la muerte de Chávez y la reelección de Obama, cuando hasta los
senadores republicanos han entendido que la única manera de volver a la
presidencia es que les ocurra como a Brooklyn, que se integró en Nueva York
facilitando así que los demócratas ganaran las elecciones, habrá ley de
migración.
Hemos vivido, desde aquella mañana despejada del 11-S, una época en la
que América no fue para los americanos, en el sentido de la hegemonía
estadounidense. América fue para los otros americanos: para los monos que
bajaron de los ranchos, para los comandantes muertos por los cánceres de
huesos, para un Fidel Castro que nunca pensó que vería su triunfo.
Fracasó el mundo del desarrollo y del éxito: aquél que necesitaba quemar
en un día las mismas kilocalorías que un habitante de un país pobre durante dos
semanas. El reino de Estados Unidos ha desaparecido. Y, ahora, en este nuevo
orden, un presidente afroamericano tiene que desarrollar sus nuevas fronteras.
México, EE UU y Canadá son lo mismo: siempre fueron Norteamérica. La diferencia
es que ahora el muro ya no estará en Tijuana ni en Nogales: el muro estará en
Tapachula.
A partir de aquí, la ley de migración hará que el próximo presidente
tenga que decir “buenas noches, amigo” y “hasta la vista, amigo” porque es la
única manera de evitar que se cierna sobre América la hegemonía china.
Y es que, aunque parezca mentira, el mundo post-todo en
el que vivimos, tiene algunos ejes claros y, por uno de esos designios del
destino, a México le ha tocado un papel fundamental.
Ojalá cuando Obama y Peña Nieto se encuentren en mayo, acierten a
delinear qué van a hacer.
Mientras tanto, desde Maduro hasta Castro, desde Peña Nieto hasta Dilma,
América vuelve a ser para los americanos. En el bien entendido de que lo único
que esto quiere decir es que se está construyendo un nuevo eje del poder en el
continente.
EE UU sigue siendo la potencia dominante del mundo y, por tanto, también
de América. Lo que ha cambiado de manera sustancial es: uno, todo el continente
es una democracia; dos, su problema es la desigualdad social; tres, sigue
existiendo el bono demográfico en gran parte de los países que no son Estados
Unidos como, por ejemplo, México; cuatro, los nuevos equilibrios del poder son
directamente los que tienen que ver con el nuevo mapa defensivo, con el primer
círculo de intereses nacionales de los países.
En ese sentido, Centroamérica ha quedado colgada y a expensas del nuevo
túnel. Es decir, el Canal de Panamá, insuficiente para dirigir y digerir
tantísimo tráfico que necesita conectar con los dos océanos, abre el paso al
Canal de Nicaragua y ahí, de nuevo, la batalla entre Oriente y Occidente. China
ha hecho una oferta para financiar al cien por cien un nuevo canal alternativo,
que ahorre miles de kilómetros en su recorrido y permita a los grandes buques
actuales navegar por él. Pero Pekín ha puesto otra condición, además de la
financiera. Pide a Nicaragua la posibilidad de desplazar de 30.000 a 50.000
chinos al país, lo que supondría, ya no la amenaza amarilla, sino la
configuración de por dónde van a ir las luchas de verdad en el continente. Esa
América para los americanos significa abandonar el enfrentamiento con los
países del ALBA para pasar a construir una nueva relación económica, política y
social tras el castrismo.
Estados Unidos tiene las manos atadas cuando se trata de hacer política
con Cuba. El 90% de sus acciones hacia la isla son leyes, lo que quiere decir
que solo cambiará cambiando esas leyes. Es mucho más fácil ponerse de acuerdo
con los cubanos sobre los países del ALBA, incluyendo a Venezuela, que ponerse
de acuerdo sobre la propia Cuba pero, La Habana, sin esos países, no es viable.
Esa es otra de las claves fundamentales del nuevo orden político.
Los cárteles y las guerrillas forman parte de lo que hay que reordenar
y, en ese sentido, el diálogo con las FARC o la lucha iniciada y fracasada por
Felipe Calderón contra el narcotráfico señalan los nuevos ejes geopolíticos y
militares del continente.
En cualquier caso, lo que va a hacer viable el futuro inmediato es la
lucha contra la brecha social. Si la América que no es Estados Unidos –incluido
México- no resuelve ese problema, dará igual cuál sea el reordenamiento o el
desplazamiento de las fronteras. Volverán a incrementarse los problemas de
seguridad, la inestabilidad social y la falta de legitimidad de los regímenes.
Por eso es muy importante que en la nueva definición el modelo económico
pase, primero, por la no confrontación; segundo, por un plan intensivo de
inversiones en la zona; tercero, por un programa de rearme fiscal que permita
un desarrollo similar al Brasil de Lula: crecer y crecer y sacar de la pobreza
extrema a millones de ciudadanos.
Y, por último, abrir un espacio a los orgullos y a la nacionalidades que
eviten que los Chávez y los Castro tengan sentido en la América del siglo XXI.
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