El análisis
La principal
justificación de Cristina Kirchner y sus colaboradores del memorándum de entendimiento con el gobierno de Mahmoud Ahmadinejad es que conseguirá una respuesta iraní
a las imputaciones de la justicia argentina por el atentado contra la AMIA. El
argumento tiene un defecto principal: disimula que la diplomacia de Irán ya oficializó su versión sobre
ese crimen y sobre el proceso que lo investiga.
El
10 de octubre de 2010, el representante de Irán ante las Naciones Unidas,
Mohammad Khazaee, dirigió una nota al presidente de la Asamblea General en la
que rechazó las recriminaciones que había realizado Cristina Kirchner ante ese
organismo el 25 de septiembre anterior. En esa carta, catalogada como A/65/495
y fechada el 28 de septiembre de 2010, se formularon afirmaciones graves y
categóricas. No sólo el régimen de Ahmadinejad aseguró que "se ha
cerciorado de que ningún ciudadano iraní estuvo implicado, directa o
indirectamente, en la explosión". También imputó al gobierno argentino
haber avalado arrestos ilegales y torturas durante las pesquisas; haber
financiado a grupos terroristas como la Organización Muhaidín Jalq para fraguar
testimonios contra ciudadanos inocentes, y haber realizado en 1995 un atentado
contra el encargado de negocios iraní en Buenos Aires, entre otros cargos. El
texto concluye afirmando que "la investigación criminal de este caso está
plagada de irregularidades y carece de todos los atributos esenciales de una
resolución judicial".
Es
difícil imaginar que las autoridades de Irán se retractarán de esas
declaraciones. Entre otras razones porque quien las suscribió, el embajador
Khazaee, sigue siendo el representante de su país en la ONU. A la luz de esa
nota se comprende mejor la exigencia iraní de crear la Comisión de la Verdad
para "revisar la evidencia reunida" en el expediente, tal como admitió
la Presidenta en el mensaje dirigido al Congreso. En otras palabras: la
Argentina irá a la Comisión de la Verdad no a pedir sino a dar explicaciones.
Irán
sumó a esta conquista otra igual de valiosa: tal como Héctor Timerman admitió
ante el senador Nito Artaza, sólo podrán ser interrogados los cinco iraníes que
tienen pedidos de captura de Interpol. Es decir: para indagar a los demás
acusados hará falta otro acuerdo. ¿Cómo hará, entonces, el Gobierno, para
"hacer avanzar la causa" si el juez y el fiscal no pueden solicitar
declaración a una parte de los imputados? Lo que parece irracional para los
intereses argentinos tiene lógica para los intereses iraníes. Ahmadinejad no
pretende que progrese un proceso "plagado de irregularidades". Sólo
aspira a llevar a las elecciones, en junio de este año, un trofeo: su gobierno
ya no podrá ser acusado de cobijar a prófugos internacionales. Sencillo: una
vez que se habiliten los interrogatorios, los imputados regularizarán su
situación procesal aun cuando se nieguen a declarar. Por esta razón el acuerdo
se circunscribió a los cinco buscados por Interpol.
Timerman
menospreció las consecuencias de sus actos cuando dijo en el Senado que
"si todo sale mal, va a quedar todo como está". Si todo sale mal, es
decir, si Irán no habilita sanciones, los acusados habrán accedido al
expediente, pedirán las medidas que conduzcan a sus objetivos y someterán toda
la causa a la Comisión de la Verdad, sin cuyo pronunciamiento la Justicia no
podrá dar un solo paso.
Este
extravío de la diplomacia argentina inspira la incógnita principal de estos
días: ¿por qué el Gobierno ha renunciado al esclarecimiento del atentado? La
pregunta está mal planteada, porque supone que el kirchnerismo alguna vez
pretendió la dilucidación del crimen. Pero para Cristina Kirchner y su esposo
la causa AMIA fue siempre un capítulo de la relación bilateral con los Estados
Unidos.
Como
legisladora e integrante de la Comisión Bicameral de Seguimiento de esa
investigación, la Presidenta se cansó de denunciar que la "pista
iraní" era superficial e interesada, y que desviaba la atención de la
"pista siria", que involucraba, según ella, a allegados a la familia
Menem. Cuando llegaron a la Casa Rosada, los Kirchner abandonaron esa tesis y
se abrazaron a la de la autoría iraní. La mutación fue parte de una estrategia
según la cual la alianza con los representantes de la comunidad judía, sobre
todo los de Estados Unidos, conseguiría que Washington fuera menos exigente con
la normalización internacional que se esperaba de la Argentina.
El
principal objetor de esa simplificación fue el entonces cónsul en Nueva York,
Timerman, quien le dijo a Cristina Kirchner que el ensayo no daría los
resultados previstos. Tuvo razón. La Presidenta acusó al régimen de Irán como
nadie antes y, sin embargo, desde los Estados Unidos le siguen exigiendo que
regularice sus estadísticas y que pague los compromisos del Ciadi. Ni ella ni
su esposo consiguieron, en una década, pisar el Salón Oval.
El
acuerdo con Ahmadinejad, que es la reacción ante ese inexorable fracaso,
devuelve a la Presidenta a sus convicciones de legisladora. El pacto comenzó a
tejerse a los dos meses de que el embajador Khazaee presentó su carta en la
ONU. El 23 de noviembre de 2010 la cancillería argentina contestó con una
desmentida genérica las acusaciones iraníes. Y el 24 de enero de 2011 Cristina
Kirchner envió a Timerman a Siria, para reunirse con su presidente, Bashar
Al-Assad. Los diplomáticos sirios acompañaron a Timerman a reunirse con los
iraníes, como acaba de confirmar el canciller Alí Akbar Salehi, al decir que
"desde hace dos años estamos negociando el acuerdo". La cronología
es, en este caso, reveladora. Cristina Kirchner envió a Timerman a Siria a
pactar con los iraníes el 24 de enero de 2011. El 10 de febrero, es decir, 17
días después, lo mandó a Ezeiza, alicate en mano, a incautar el material
militar de un avión de los Estados Unidos, con el argumento de que podría
tratarse de un atentado. Ambos hechos integran el mismo proceso.
La
Presidenta intentó explicar su increíble vuelta de campana diciendo:
"Jamás permitiremos que la tragedia de la AMIA sea jugada como pieza de
ajedrez en el tablero geopolítico de terceros". Inesperada sinceridad: es
lo que ella creyó estar haciendo entre 2003 y 2011 en relación con los Estados
Unidos. Por ejemplo, el 10 de agosto de 2010 envió a Timerman a entrevistarse
con Hillary Clinton para decirle que los iraníes que habían volado la AMIA
intentaron hacer lo mismo con el aeropuerto Kennedy. Y en diciembre pasado el
atentado porteño fue uno de los fundamentos de la ley que promulgó Barack Obama
para "contrarrestar la influencia iraní en el continente".
Cristina
Kirchner, según comentarios que realizó ante interlocutores de confianza, está
convencida de que su aproximación a Teherán la ubicará en el centro de la
escena que, supone, está por venir. Cree que es inminente un gran conflicto
internacional protagonizado por Rusia, Irán, Israel y los Estados Unidos. Y se
ve a sí misma como mediadora en el orden que suceda a ese estallido.
En 1995, un diplomático
israelí recién llegado a Buenos Aires participaba de la primera conmemoración
por el atentado contra la AMIA. Impresionado, comentó con una colaboradora que
nunca había visto gente tan desesperada como los familiares de las víctimas. La
asistente le explicó: "Además de llorar la pérdida, ellos lloran que jamás
obtendrán reparación". Esa denegación de justicia es el atentado de índole
moral denunciado por Santiago Kovadloff..
No hay comentarios:
Publicar un comentario