Crece el temor
entre los vecinos de Siria ante una regionalización del conflicto en Oriente
Próximo.
DAVID
ALANDETE Ammán
Los aliados y opositores de Bachar el Asad en Oriente Próximo han tomado
ya posiciones y se preparan ante las consecuencias de un ataque de Estados
Unidos contra el régimen. De momento, quien más ha sufrido la expansión del
conflicto ha sido Líbano, con diversos ataques en los meses recientes contra
objetivos suníes y chiíes. El grupo que controla su Gobierno, Hezbolá, ha luchado por El Asad en
suelo sirio, y ha convertido a su país en escenario secundario del
conflicto. Quien más comprometido se ve, sin embargo, por las posibles
represalias del acorralado régimen es Jordania, aliado de Estados Unidos como
lo son Turquía e Israel, pero que no cuenta con el respaldo de la Alianza
Atlántica del primero o los sofisticados sistemas de protección del segundo.
La participación cada vez más abierta de Hezbolá en la guerra civil
siria ha causado ya violencia dentro de Líbano. El mes pasado, dos atentados contra mezquitas
suníes en Trípoli provocaron 42 muertos.Las autoridades presentaron
posteriormente cargos contra cinco hombres cercanos al Gobierno de El Asad. En
julio, un coche bomba ya hirió a más de 50 personas en los suburbios al sur de
Beirut, feudo de Hezbolá. Si cae El Asad, caerá uno de los nodos en el eje
chií que une a Irán con Hezbolá, empleado para la transferencia de fondos y
armamentos.
Irak, por su parte, tiene su propio historial de ataques sectarios. El último atentado, el miércoles,
con coches bomba, mató a 60 personas. El Gobierno de Nuri al
Maliki ha mantenido un perfil bajo respecto a Siria, en un complejo equilibrio,
dado que muchos de los yihadistas que se enfrentaron a EE UU tras la invasión
de 2003 han cruzado la frontera para sumarse a la oposición suní a El Asad.
Este ha destacado su presencia en el conflicto para defender que se enfrenta a
“terroristas”.
En la zona, uno de los más sólidos aliados de El Asad ha sido Irán, que
tradicionalmente ha proporcionado armamento avanzado y adiestramiento en su
manejo a las tropas oficiales sirias. Israel y varios legisladores
norteamericanos esperan que un ataque a Damasco sirva también de advertencia al
régimen de los ayatolás, que mantiene en marcha su programa nuclear, pese a las
sanciones internacionales. Esta semana, según la agencia Fars, el líder supremo
Alí Jamenei dijo que "EE UU está equivocado respecto a Siria y es seguro
que sufrirá, como en Irak o Afganistán". Varios oficiales norteamericanos
han interpretado esas declaraciones y otras similares como amenaza de
represalias si el régimen de El Asad cae. En una entrevista en agosto, Ali
Jafari, comandante de la Guardia Revolucionaria dijo que un ataque militar a
Siria podría conllevar la "destrucción inmediata" de Israel y abriría
un "nuevo Vietnam" para EE UU.
En la cadena de aliados norteamericanos, Jordania es el eslabón más
débil. Comparte 375 kilómetros de frontera con Siria y acoge a un contingente
militar estadounidense. En noviembre de 2011, su rey, Abdalá II, dijo que El
Asad “debería apearse”. Hoy, su retórica es mucho más cautelosa. El primer
ministro, Abdalá Ensour, dijo esta semana que la solución al conflicto debería
ser “política”. El reino ha vivido sus propios conatos de primavera árabe, pero
una política reformista de la corona ha neutralizado a los opositores.
En Jordania hay 700 soldados del
Cuerpo de Infantería norteamericano. Según Joseph Trevithick,
analista en Global Security, ese contingente “se desplegaría solo en Siria en
el caso de que el Estado se derrumbe y exista el deseo de asegurar los
arsenales de armas químicas u ofrecer ayuda humanitaria”.
Israel, por su parte, ha mantenido un escrupuloso silencio ante el
conflicto, pero ha dejado clara su postura con tres ataques, en enero y mayo,
en los que destrozó arsenales de misiles que habían sido enviados por Irán a
Hezbolá. El mensaje era claro: sea cual sea el resultado de la guerra y los
favores que El Asad le deba a sus socios en Teherán o Beirut, no permitirá el
traspaso de armamento sofisticado que comprometa su seguridad.
“Se podría ver un ataque de esa naturaleza en Siria de nuevo si tras un
ataque norteamericano El Asad intenta transferir misiles a Hezbolá, o si esas
armas caen en manos de rebeldes hostiles”, opina Eyal Zisser, experto en Siria
de la Universidad de Tel Aviv. Respecto a los opositores, añade que “muchos
israelíes opinan que al menos a El Asad ya le conocen, y es un mal menor”. De
hecho, desde la guerra de 1973, la frontera de Israel en los Altos del Golán,
ocupados a Siria, ha sido una de las más estables, su tranquilidad solo interrumpida
por el reciente despliegue allí de rebeldes islamistas que han secuestrado a
cascos azules.
Las posibles represalias de El Asad contra Israel, por ser el más firme
aliado de Washington en la zona, “implicarían graves pérdidas para Siria”,
según Yoram Schweitzer, exjefe de la sección de Antiterrorismo Internacional en
las Fuerzas de Defensa de Israel. “Un ataque, aún limitado, a Israel,
garantizaría, seguramente, el final del régimen de El Asad”, añade.
Turquía ha sido uno de los mayores
abogados del cambio político en Siria, y ha apoyado ampliamente a
los rebeldes en su causa, dejando incluso a sus mandos operar dentro de sus
fronteras. Se lo puede permitir, pues es miembro de la OTAN, y cuenta con el
respaldo del Ejército norteamericano ante cualquier agresión. En sus fronteras
hay desplegadas seis baterías de misiles Patriot en prevención de un posible
ataque de El Asad. Esa protección no la ha aislado completamente de ataques. En
mayo, un atentado con coches bomba en su frontera causó 46 muertos.
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