JOBY WARRICK / LOVEDAY MORRIS Washington
El presidente Obama durante su visita al Congreso este martes. / ALEX WONG / POOL (EFE)
Mientras los diplomáticos proponían diferentes planes para asegurar las
armas químicas de Siria, varios expertos en control de armas advirtieron el
martes sobre las tremendas dificultades que entraña una operación tan compleja
y arriesgada en medio de una intensa guerra civil.
Los equipos de la ONU enviados a Siria para llevar cabo la misión
intentarían hacer algo nuevo: encontrar y poner a salvo un arsenal oculto desde
hace tiempo en un país que lleva muchos años al margen de los grandes acuerdos
internacionales sobre control de armas; y hacerlo en medio de los combates
entre las facciones beligerantes sirias.
Aunque podría merecer la pena realizar la misión pese a los riesgos,
dicen los expertos, sería una operación cara y prolongada, sobre todo si uno de
los objetivos fuera la destrucción física de los miles de cabezas químicas y
misiles y los cientos de toneladas de toxinas líquidas que se calcula que están
almacenados en toda Siria.
"Es factible, y puede ser una gran idea, pero no seamos
ingenuos", dice Jean Pascal Zanders, un investigador belga sobre control
de armas que escribe en Trench, un blog dedicado a las armas de destrucción
masiva. "Si conseguimos superar los problemas legales y logísticos,
asegurar las reservas podría ser relativamente fácil. Pero si a eso hay que
añadir la destrucción de las municiones, habría que pensar en años".
Las bases militares en las que se dice que están
las reservas de armas químicas se encuentran en áreas que han sido escenarios
de intensos combates en los últimos meses
Se cree que Siria posee el tercer arsenal más grande del mundo de armas
químicas, tras Estados Unidos y Rusia, que están en pleno proceso de destruir
las suyas. Se supone que el arsenal sirio incluye cantidades considerables del
gas nervioso letal sarín, además de gas mostaza y otras sustancias tóxicas.
Sin embargo, hasta ahora, el gobierno sirio nunca había reconocido
oficialmente que tenía un programa de armas químicas. La situación cambió el
martes, cuando el ministro de Exteriores, Walid al Moualem, dijo que su país
está dispuesto a firmar el tratado internacional sobre armas químicas, revelar
a los observadores internacionales la situación de sus instalaciones y
deshacerse de las armas.
Los analistas occidentales han recibido con suspicacia este repentino
compromiso de apertura y destacan el secretismo habitual del régimen de Bashar
el Asad. Esa tendencia podría complicar aún más la labor de los equipos de la
ONU que pretenden cerrar hasta una docena de plantas empleadas para fabricar,
almacenar y preparar las armas para el combate, dicen los expertos.
Una misión comprometida
Varias misiones internacionales anteriores durante el conflicto sirio
acabaron en fracasos notables, en parte porque el gobierno de el Asad se negó a
permitir el acceso a lugares secretos y en parte porque el agravamiento de la
violencia ponía a los equipos en peligro.
El martes quedaron sin aclarar muchos aspectos de cómo se producirían
las inspecciones de las armas químicas, si es que se hacen. Pero varios
diplomáticos subrayan la importancia de que todas las partes estén dispuestas a
involucrarse, incluidos el Asad y los principales grupos rebeldes. Alexander
Kalugin, embajador de Rusia en Jordania, dice que cualquier plan debe incluir
la participación de "inspectores internacionales", probablemente de
Naciones Unidas, así como garantizarles su seguridad.
"Estamos dialogando con los sirios para decidir varios detalles
concretos de la inspección", explica por teléfono desde Ammán, la capital
jordana. "Desde luego, no es una misión sencilla".
Suponiendo que las inspecciones se pongan en marcha, una de las primeras
tareas sería hacer un inventario exhaustivo para garantizar el recuento de
todas las municiones químicas. Una vez obtenidas cifras firmes, los
funcionarios de la ONU intentarían seguramente agrupar el arsenal en el menor
número posible de instalaciones. Zanders, el experto en control de armas,
sugiere que el mejor sitio para almacenar las armas podría ser cerca de la
ciudad portuaria de Tartus, donde Rusia tiene una base naval.
Zanders defiende una participación activa no solo de Rusia sino también
de Irán, otro estrecho aliado de el Asad. Ambos países son signatarios del
tratado sobre control de armas químicas, y dice que su presencia, pese a las
suspicacias occidentales, podría facilitar la cooperación de Siria.
La última etapa del proceso --la destrucción del arsenal químico sirio--
sería la más complicada, porque necesitaría la construcción de plantas
incineradoras según unos criterios estrictos para evitar la contaminación.
Estados Unidos, que fabricó 31.100 toneladas métricas de municiones
químicas durante la Guerra Fría, emprendió en 1997 un programa de miles de
millones de dólares para destruir sus reservas. Dieciséis años después, aún no
ha completado la tarea.
Posibles dificultades
La experiencia del equipo de expertos en armas químicas de la ONU que
viajó a Damasco el mes pasado para investigar los presuntos ataques con gas
tóxico pone de relieve las dificultades con las que toparía cualquier grupo de
inspectores internacionales.
Los funcionarios de la ONU, que entraron en el país días antes de que un
supuesto ataque con gas sarín, el 21 de agosto, matara a alrededor de 1.400
personas, habían recibido garantías del gobierno de el Asad de que podrían
circular sin problemas ni peligros. Sin embargo, el convoy de los inspectores
fue tiroteado su primer día de visitas sobre el terreno, lo cual les obligó a
una retirada temporal. El gobierno y los rebeldes se culparon mutuamente del
ataque.
El año pasado, la Liga Árabe y los equipos de observadores de la ONU
también tuvieron que recortar sus misiones en el país por la escalada de la
violencia. Desde entonces, las condiciones de seguridad han empeorado, con la
entrada en conflicto de nuevas facciones vinculadas a Al Qaeda en el bando
rebelde y militantes del movimiento libanés Hezbolá, respaldado por Irán, en el
bando del gobierno.
Por si fuera poco, las bases militares en las que se dice que están las
reservas de armas químicas se encuentran en áreas que han sido escenarios de intensos
combates en los últimos meses. Una presunta fábrica, la base de Safira, cerca
de Alepo, ha sido blanco de repetidos ataques rebeldes.
Existen además obstáculos legales y logísticos, dicen los expertos en
armas. Siria es uno de los siete países que no han firmado el Convenio sobre
Armas Químicas, por lo que no hay un marco legal reconocido con el que puedan
trabajar los inspectores de armas de la ONU. Algunas autoridades
estadounidenses han pedido al gobierno de el Asad que se apresure a firmar el tratado
sobr armas para demostrar sus buenas intenciones.
Ahora bien, es posible que la sinceridad de el Asad no se pueda poner
verdaderamente a prueba hasta que los inspectores estén dentro del país. Paul
Salem, director del Carnegie Middle East Center en Beirut, dice que el
presidente sirio podría mantener oculta parte de su arsenal y marear a los
inspectores en un juego del gato y el ratón que no permitiría saber con certeza
si están aseguradas todas las reservas.
Por ahora, dice, las promesas de Siria de permitir el acceso a sus
instalaciones son un gran avance.
"Significa que se han comprometido de verdad a no volver a emplear
armas químicas y que han asumido, de forma directa o indirecta, cierta
responsabilidad", explica Salem. "Si el obetivo de todo este lío era
disuadir a Siria, el hecho de que hayan dicho que van a someter sus armas
químicas a la jurisdicción de otros es un triunfo".
*Morris informa desde Beirut.
*Morris informa desde Beirut.
© THE WASHINGTON POST 2013
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
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