Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

domingo, 6 de octubre de 2013

Mano a mano con Francisco



En un encuentro con el periodista italiano Eugenio Scalfari, el Papa habla de todo: su desvelo por los jóvenes y los ancianos, sus santos preferidos, la importancia del diálogo, el origen de su fe y su relación con una comunista en Argentina. También critica al “liberalismo salvaje”, dice que “la corte es la lepra del papado” y que “el proselitismo religioso es una tontería”. Aquí, el texto completo del reportaje.


Revolucionario. Así califica el periodista Eugenio Scalfari el incipiente pontificado de Francisco. En su diálogo conversaron sobre teología, filosofía y política. Coincidencias y discrepancias

Me dice el papa Francisco: “Los males más graves que afligen al mundo en estos años son la desocupación de los jóvenes y la soledad en la que son dejados los viejos. Los viejos necesitan cuidados y compañía; los jóvenes, trabajo y esperanza, pero no tienen ninguna de las dos cosas, y el problema es que ya no las buscan. Han sido aplastados en el presente. Dígame: ¿se puede vivir aplastado en el presente? ¿Sin memoria del pasado y sin el deseo de proyectarse al futuro construyendo un proyecto, un porvenir, una familia? ¿Es posible seguir así? Ese es para mí el problema más urgente que enfrenta la Iglesia”.
-Santidad, es sobre todo un problema político y económico, tiene que ver con los Estados, los gobiernos, los partidos, las asociaciones sindicales.
-Cierto, tiene razón, pero también tiene que ver con la Iglesia, más aún, sobre todo con la Iglesia porque esa situación no sólo hiere a los cuerpos sino también a las almas. La Iglesia debe sentirse responsable tanto de las almas como de los cuerpos.
-Santidad, usted dice que la Iglesia debe sentirse responsable. ¿Debo deducir que la Iglesia no es consciente de este problema y que usted la orienta en esa dirección?
-En gran medida, esa conciencia está, pero no es suficiente. Yo deseo que sea mayor. No se trata solamente de que estamos ante un problema sino que es el más urgente y el más dramático”.
El encuentro con el papa Francisco tuvo lugar el martes 24 de septiembre en su residencia de Santa Marta, en una pequeña habitación despojada: una mesa y cinco o seis sillas, un cuadro en la pared. Había sido precedido de una llamada telefónica que no olvidaré mientras viva.
Eran las dos y media de la tarde. Suena mi teléfono y, con voz sumamente agitada, mi secretaria me dice: “Tengo en línea al Papa, se lo paso ya mismo”. Me quedo atónito mientras ya la voz de Su Santidad al otro extremo de la línea dice: “Buenas tardes, soy el papa Francisco”. Buenas tardes, Santidad, estoy conmocionado, no esperaba que me llamara. “¿Por qué conmocionado? Usted me escribió una carta diciéndome que quería conocerme en persona. Yo tenía el mismo deseo y por eso estoy aquí para fijar la cita. Veamos mi agenda: el miércoles no puedo, el lunes tampoco, ¿le vendría bien el martes?” Respondo: Perfectamente. “El horario es un poco incómodo, las 15 horas, ¿le parece? Si no, cambiamos de día”.
“Santidad, el horario está perfecto”. “Entonces, quedamos así: el martes 24 a las 15. En Santa Marta. Tiene que entrar por la puerta del Sant’Uffizio”.
No sé cómo concluir la llamada y me dejo llevar diciéndole: ¿puedo abrazarlo por teléfono?
-Claro, yo también le doy un abrazo. Después lo haremos en persona, adiós.
Ahora estoy aquí. El Papa entra y me da la mano. Sonríe y me dice: “Uno de mis colaboradores que lo conoce me dijo que tratará de convertirme”.
En broma le respondo. También mis amigos piensan que el que tratará de convertirme es usted.
Vuelve a sonreír y responde: “El proselitismo es una solemne tontería, no tiene sentido. Debemos conocernos, escucharnos y hacer crecer el conocimiento del mundo que nos rodea. A mí me sucede que después de un encuentro quiero tener otro porque surgen ideas nuevas y se descubren nuevas necesidades. Eso es importante: conocerse, escucharse, ampliar el círculo de pensamientos .
El mundo está recorrido por sendas que acercan y alejan, pero lo importante es que lleven hacia el Bien”.
-Santidad, ¿existe una visión única del Bien? ¿Quién la establece?
-Cada uno de nosotros tiene su visión del Bien y del Mal. Nosotros debemos hacerlo proceder hacia lo que uno piensa que es el Bien”.
-Usted, Santidad, ya había escrito una carta dirigida a mí. La conciencia es autónoma, había dicho, y cada uno debe obedecer su conciencia. Pienso que es uno de los pasajes más valientes que haya dicho un Papa.
-Y lo repito aquí. Cada uno tiene su idea del Bien y del Mal y debe elegir seguir el Bien y combatir el Mal como lo concibe. Eso bastaría para mejorar el mundo.
-¿La Iglesia lo está haciendo?
-Sí, nuestras misiones tienen ese fin: identificar las necesidades materiales e inmateriales de las personas y tratar de satisfacerlas como podamos. ¿Usted sabe lo que es el ‘ágape’?
-Sí, lo sé.
-Es el amor por los otros, como predicó nuestro Señor. No es proselitismo, es amor. Amor por el prójimo, la levadura que sirve al bien común.
-Ama al prójimo como a ti mismo.
-Exactamente, así es.
-Jesús en su predicación dice que el ágape, el amor por los demás, es el único modo de amar a Dios. Corríjame si me equivoco.


-No se equivoca. El Hijo de Dios se encarnó para infundir en el al ma de los hombres el sentimiento de la fraternidad. Todos hermanos y todos hijos de Dios.
Abbà , como él llamaba al Padre. Yo les señalo el camino, decía. Síganme y encontrarán al Padre y todos serán hijos suyos y Él se complacerá en ustedes. El ágape, el amor de cada uno de nosotros hacia todos los otros, desde los más cercanos hasta los más alejados, es justamente el único modo que Jesús nos señaló para encontrar el camino de la salvación y las Bienaventuranzas.
-Sin embargo, la exhortación de Jesús es que el amor por el prójimo sea igual que el que tenemos hacia nosotros mismos. Por lo tanto, lo que muchos llaman narcisismo es reconocido como válido, positivo, en la misma medida que el otro. Hemos discutido largamente sobre este aspecto.
-A mí la palabra narcisismo no me gusta, indica un amor excesivo por sí mismo y eso no está bien, puede producir graves daños no sólo en el alma de quien se ve afectado sino también en la relación con los otros. El verdadero problema es que los más golpeados por esto que en realidad es una suerte de trastorno mental son personas que tienen mucho poder. Los jefes, muchas veces son narcisos.
-También muchos jefes de la Iglesia lo fueron.
-¿Sabe lo que pienso sobre ese punto? Los jefes de la Iglesia a menudo fueron narcisos, halagados y excitados negativamente por sus cortesanos. La corte es la lepra del papado.
-La lepra del papado, eso es exactamente lo que dijo. ¿Pero cuál es la corte? ¿Alude tal vez a la Curia?
-No, en la Curia hay algunas veces cortesanos, pero la Curia en su conjunto es otra cosa. Es lo que en los ejércitos se llama intendencia, administra los servicios que atienden a la Santa Sede. Pero tiene un defecto: es Vaticano-céntrica. Observa y cuida los intereses del Vaticano, que todavía son, en gran parte, intereses temporales. Esta visión Vaticano-céntrica ignora el mundo que nos rodea. No comparto esa visión y haré todo lo posible por cambiarla. La Iglesia es o debe volver a ser una comunidad del pueblo de Dios y los presbíteros, los párrocos, los Obispos, están al servicio del pueblo de Dios. La Iglesia es eso, una palabra que no por casualidad difiere de la Santa Sede, que tiene una función importante pero que está al servicio de la Iglesia. Yo no podría haber tenido plena fe en Dios y en su Hijo si no me hubiese formado en la Iglesia y tuve la suerte de encontrarme, en Argentina, en una comunidad sin la cual no habría tomado conciencia de mí mismo y de mi fe.
-¿Sintió su vocación muy joven?
-No, no muy joven. Debía tener otra profesión según mi familia, trabajar, ganar algún dinero. Hice la universidad. Tuve incluso una profesora por la cual albergué respeto y amistad, era una comunista ferviente. Muchas veces me leía y me daba a leer textos del Partido Comunista. Así fue como conocí también esa concepción muy materialista. Recuerdo que me dio incluso el comunicado de los comunistas estadounidenses en defensa de los Rosenberg que habían sido condenados a muerte. La mujer de la que le estoy hablando más tarde fue arrestada, torturada y asesinada por el régimen dictatorial que gobernaba en Argentina.
¿El comunismo lo sedujo?
Su materialismo no prendió para nada en mí. Pero conocerlo a través de una persona valiente y honesta me resultó útil, comprendí algunas cosas, un aspecto de lo social, que luego volví a encontrar en la Doctrina Social de la Iglesia.
-La Teología de la Liberación, que el papa Wojtyla condenó, estaba presente en América Latina.
-Sí, muchos de sus exponentes eran argentinos.
-¿Piensa que fue justo que el Papa los combatiera?
-Indudablemente, daban una salida política a su teología, pero muchos de ellos eran creyentes con un elevado concepto de humanidad.
-Santidad, ¿me permite decirle algo sobre mi propia formación cultural? Fui educado por una madre muy católica. A los 12 años gané incluso un concurso de catecismo entre todas las parroquias de Roma y recibí un premio del Vicariato. Comulgaba el primer viernes de cada mes, en suma, practicaba la liturgia y creía. Pero todo cambió cuando entré en el secundario. Leí el “Discurso sobre el Método” de Descartes y me impresionó la frase, que ya es un ícono, “Pienso, luego existo”. El yo pasó a ser así la base de la existencia humana, la sede autónoma del pensamiento.
-Descartes sin embargo nunca renegó de la fe en el Dios trascendente.
-Es cierto, pero planteó el fundamento de una visión totalmente distinta y emprendí ese camino que luego, corroborado por otras lecturas, me llevó a una orilla totalmente opuesta.
-Pero tengo entendido que usted es no creyente pero no anticlerical. Son dos cosas muy distintas.
-Es cierto, no soy anticlerical, pero me convierto en uno cuando encuentro a un clerical.
Me sonríe y me dice: “A mí también me pasa, cuando tengo delante a un clerical me vuelvo anticlerical de golpe. El clericalismo no debería tener nada que ver con el cristianismo. San Pablo, que fue el primero en hablar a los gentiles, a los paganos, a los creyentes de otras religiones, fue el primero en enseñarlo”.
-Puedo preguntarle, ¿cuáles son los santos que siente más cerca de su alma y a partir de quienes formó su experiencia religiosa?
-San Pablo es el que estableció las bases de nuestra religión y nuestro credo. No podemos ser cristianos conscientes sin San Pablo. Tradujo la predicación de Cristo a una estructura doctrinaria que, aunque con las actualizaciones de una enorme cantidad de pensadores, teólogos, pastores de almas, resistió y resiste después de dos mil años. Y después, Agustín, Benito y Tomás e Ignacio. Y naturalmente Francisco. ¿Tengo que explicarle por qué?
Francisco –permítaseme a esta altura llamar así al Papa porque él mismo lo sugiere por su forma de hablar, por su forma de sonreír, por sus exclamaciones de sorpresa y asentimiento– me mira como alentándome a hacerle preguntas más escabrosas y más incómodas. De modo que le pregunto: -De Pablo ha explicado su importancia, pero me gustaría saber, ¿cuál de los tres que nombró siente más cerca de su alma?
-Me pide una clasificación, pero las clasificaciones se pueden hacer si se habla de deportes o cosas por el estilo. Podría decirle el nombre de los mejores jugadores de fútbol de Argentina. Pero los santos ...
-¿Conoce el proverbio: ‘dejen en paz a los santos’?
-Justamente. Pero no quiero eludir su pregunta. Entonces le digo: Agustín y Francisco.
-¿No Ignacio, el creador de la Orden de la que usted proviene?
-Ignacio, por razones comprensibles, es el que más conozco. Fundó nuestra Orden. Le recuerdo que de esa Orden era también Carlo Maria Martini, alguien muy querido para mí y también para usted. Los jesuitas han sido y siguen siendo la levadura –no lo único pero quizá la más eficaz– de la catolicidad: cultura, enseñanza, testimonio misionero, fidelidad al Pontífice. Pero Ignacio, que fundó la Compañía, también era un reformador y un místico. Sobre todo un místico.
-¿Y piensa que los místicos fueron importantes para la Iglesia?
-Fundamentales. Una religión sin místicos es una filosofía.
-¿Usted tiene vocación mística?
-¿A usted qué le parece?
-A mí me parece que no.
-Probablemente tenga razón. Adoro a los místicos; incluso Francisco, en muchos aspectos de su vida lo fue, pero yo no creo tener esa vocación y además debemos ponernos de acuerdo sobre el significado profundo de esa palabra. El místico consigue despojarse del hacer, de los hechos, de los objetivos y hasta de la misión pastoral y se eleva hasta alcanzar la comunión con las Bienaventuranzas. Breves momentos que no obstante llenan toda la vida”.
-¿Alguna vez le pasó?
-Raramente. Por ejemplo, cuando el Cónclave me eligió Papa. Antes de mi aceptación pedí permiso para retirarme unos minutos a la habitación que está junto a la del balcón a la plaza. Tenía la cabeza totalmente vacía y me había invadido una gran ansiedad. Para hacerla pasar y relajarme cerré los ojos y todo pensamiento desapareció, incluso el de negarme a aceptar el cargo como por otra parte el procedimiento litúrgico permite. Cerré los ojos y no sentí más ansiedad ni emotividad. En un momento, me invadió una gran luz, duró un instante pero a mí me pareció larguísimo. Después la luz se disipó, me levanté rápidamente y me dirigí a sala donde me esperaban los cardenales y la mesa donde estaba el acta de aceptación. La firmé, el cardenal camarlengo la rubricó y después en el balcón dijeron ‘ Habemus Papam ’.
-Permanecimos un poco en silencio y luego dije: estábamos hablando de los santos que usted siente más cerca de su alma y nos quedamos en Agustín. ¿Quiere decirme por qué lo siente tan cerca?
-Mi predecesor también tiene a Agustín como punto de referencia. Ese santo que atravesó muchas experiencias en su vida y cambió muchas veces su posición doctrinaria. También tuvo palabras muy duras contra los judíos, que nunca compartí. Escribió muchos libros y el que me parece más revelador de su intimidad intelectual y espiritual es “Confesiones”; contiene algunas manifestaciones de misticismo pero no es, como muchos sostienen, el continuador de Pablo. Al contrario, ve la Iglesia y la fe de una manera profundamente distinta de Pablo, quizá porque habían pasado cuatro siglos”.
-¿Cuál es la diferencia?
-Agustín se siente impotente ante la inmensidad de Dios y las tareas que un cristiano y obispo debería cumplir. Y sin embargo él impotente no fue, pero su alma se sentía siempre y por debajo de lo que habría querido y debido. Y luego, la gracia dispensada por el Señor como elemento fundante de la fe. De la vida. Del sentido de la vida. Quien no es tocado por la gracia puede ser una persona sin mancha y sin miedo, pero nunca será como una persona que ha sido tocada por la gracia. Esa es la intuición de Agustín.
-¿Usted se siente tocado por la gracia?
-Eso nadie puede saberlo. La gracia no forma parte de la conciencia, es la cantidad de luz que tenemos en el alma, no de sapiencia ni de razón. Incluso usted, sin saberlo, podría estar tocado por la gracia.
-¿Sin fe? ¿No creyente?
-La gracia tiene que ver con el alma.
-Yo no creo en el alma.
-No cree pero la tiene.
-Santidad, habían dicho que no tiene intención de convertirme y creo que no lo lograría.
-Eso no se sabe, pero de todos modos no tengo la intención.
-¿Y Francisco?
-Es grandísimo porque es todo. Hombre que quiere hacer, quiere construir, funda una Orden y sus reglas, es itinerante y misionero, es poeta y profeta, es místico, constató en sí mismo el mal y salió de él, ama la naturaleza, los animales, el pasto en el prado y las aves que vuelan en el cielo, pero sobre todo ama a las personas, a los niños, los viejos, las mujeres. Es el ejemplo más luminoso de ese ágape del que hablábamos antes.
-Tiene razón, Santidad, la descripción es perfecta. Pero, ¿por qué ninguno de sus predecesores eligió antes ese nombre? ¿Y, en mi opinión, después de usted ningún otro lo elegirá?
-Eso no lo sabemos, no hipotequemos el futuro. Es verdad, antes que yo nadie lo eligió. Aquí enfrentamos el más grande de los problemas. ¿Quiere beber algo?
-Gracias, un vaso de agua.
Se levanta, abre la puerta y le pide a un asistente que está a la entrada que traiga dos vasos de agua. Me pregunta si quiero un café, respondo que no. Al final de nuestra conversación, mi vaso estará vacío, pero el suyo permaneció lleno. Se aclara la garganta y comienza.
-Francisco quería una Orden mendicante y también itinerante. Misioneros que salen a encontrar, escuchar, dialogar, ayudar, difundir la fe y el amor. Sobre todo el amor. Y anhelaba una Iglesia pobre, que se ocupara de los otros, que recibiera ayuda material y la utilizara para sostener a los otros, sin ninguna preocupación por sí misma. Pasaron 800 años y los tiempos cambiaron mucho, pero el ideal de una Iglesia misionera y pobre sigue siendo más que válido. Esa es la Iglesia que predicaron Jesús y sus discípulos.
-Ustedes los cristianos son una minoría. Incluso en Italia, que es el jardín del Papa, los católicos practicantes serían según algunos sondeos entre el 8 y el 15%. Los católicos que dicen serlo pero en realidad lo son bastante poco son un 20%. En el mundo hay mil millones de católicos y con las otras Iglesias cristianas superan los 1.500 millones, pero el planeta está poblado por 6.000 millones de personas. Son, indudablemente muchos, especialmente en África y en América Latina, pero minorías.
-Siempre lo fuimos pero el tema hoy no es ése. Personalmente pienso que ser una minoría es por otra parte una fortaleza. Debemos ser una levadura de vida y de amor y la levadura es una cantidad infinitamente más pequeña que la masa de frutas, de flores y de árboles que nacen de esa levadura. Creo haber dicho ya antes que nuestro objetivo no es el proselitismo sino la escucha de las necesidades, los deseos, las decepciones, la desesperación, la esperanza. Debemos devolver la esperanza a los jóvenes, ayudar a los viejos, abrirnos hacia el futuro, difundir el amor. Pobres entre los pobres. Debemos incluir a los excluidos y predicar la paz. El Vaticano II, inspirado por el papa Juan y por Paulo VI, decidió mirar al futuro con espíritu moderno y abrirse a la cultura moderna. Los padres conciliares sabían que abrirse a la cultura moderna significaba ecumenismo religioso y diálogo con los no creyentes. Desde entonces se hizo muy poco en esa dirección. Yo tengo la humildad y la ambición de querer hacerlo.
-Incluso –me permito agregar– porque la sociedad moderna en todo el planeta atraviesa un momento de crisis profunda y no sólo económica sino social y espiritual. Usted describió al comienzo de nuestro encuentro una generación aplastada en el presente. También los no creyentes sentimos ese sufrimiento casi antropológico. Por eso queremos dialogar con los creyentes y con quien mejor los representa.
-No sé si soy quien mejor los representa, pero la Providencia me puso al frente de la Iglesia y de la Diócesis de Pedro. Haré todo lo que pueda por cumplir el mandato que me fue confiado.
-Jesús, como usted recordó, dijo: ama a tu prójimo como a ti mismo. ¿Le parece que eso ocurrió?
-Lamentablemente no. El egoísmo ha aumentado y el amor hacia los otros disminuyó.
-Ese es, pues, el objetivo que nos une: por lo menos emparejar la intensidad de esos dos tipos de amor. ¿Su Iglesia está lista y preparada para desempeñar esa tarea?
-¿Usted qué piensa?
-Pienso que el amor por el poder temporal todavía es muy fuerte entre los muros vaticanos y en la estructura institucional de toda la Iglesia. Pienso que la Institución predomina sobre la Iglesia pobre y misionera que usted querría.
-Las cosas están así, realmente, y en esta materia no se hacen milagros. Le recuerdo que también Francisco tuvo que negociar largamente con la jerarquía romana y con el Papa para hacer reconocer las reglas de su Orden. Al final, obtuvo la aprobación pero con profundos cambios y concesiones.
-¿Usted tendrá que seguir el mismo camino?
-Ciertamente no soy Francisco de Asís y no tengo ni su fuerza ni su santidad. Pero soy el Obispo de Roma y el Papa de la catolicidad. He decidido nombrar a un grupo de ocho cardenales que me asesoren. No cortesanos sino personas sabias y animadas por los mismos sentimientos que tengo yo. Es el comienzo de esa Iglesia con una organización no sólo vertical sino también horizontal. Cuando el cardenal Martini hablaba de ella poniendo el acento sobre los Concilios y los Sínodos sabía perfectamente lo largo y difícil que era el camino a recorrer. Con prudencia, pero con firmeza y tenacidad.
-¿Y la política?
-¿Por qué me lo pregunta? Yo ya he dicho que la Iglesia no se ocupará de política.
-Pero hace unos días dirigió un llamado a los católicos a comprometerse civil y políticamente.
-No me dirigí solamente a los católicos sino a todos los hombres de buena voluntad. Dije que la política es la primera de las actividades civiles y tiene un campo propio de acción que no es el de la religión. Las instituciones políticas son laicas por definición y actúan en esferas independientes. Esto lo han dicho todos mis predecesores, aunque sea con distintos acentos. Yo creo que los católicos comprometidos en la política tienen en su interior los valores de la religión pero una conciencia madura y competencia para hacerlos realidad. La Iglesia nunca irá más allá del deber de expresar y difundir sus valores, por lo menos mientras yo esté aquí.
La Iglesia no siempre fue así.
-Casi nunca fue así.
C on frecuencia, la Iglesia como institución fue dominada por la temporalidad y muchos miembros y altos exponentes católicos todavía tienen esa forma de pensar. Pero, ahora déjeme hacerle una pregunta: usted, laico no creyente en Dios, ¿en qué cree? Usted es un escritor y hombre del pensamiento. Creerá, por ende, en algo, tendrá un valor dominante. No me responda con palabras como la honestidad, la búsqueda, la visión del bien común; principios y valores importantes, pero no es eso lo que le pregunto. Le pregunto qué piensa de la esencia del mundo, más aún, del universo. Sin duda se preguntará, como todos, ¿quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos? Hasta un niño se hace esas preguntas. ¿Y usted?
-Le agradezco esa pregunta. La respuesta es la siguiente: yo creo en el Ser, es decir, el tejido del que surgen las formas, los Entes.
-Y yo creo en Dios. No en un Dios católico, no existe un Dios católico, existe Dios. Y creo en Jesucristo, su encarnación. Jesús es mi maestro y mi pastor, pero Dios, el Padre, Abbà, es la luz y el Creador. Ese es mi Ser. ¿Le parece que estamos muy alejados?
-Estamos alejados en los pensamientos, pero somos semejantes como personas humanas, animadas por nuestros instintos que se transforman en pulsiones, sentimientos, voluntad, pensamiento y razón. En eso somos semejantes.
-Pero eso que llama Ser, ¿quiere definir cómo lo piensa usted?
El Ser es un tejido de energía. Energía caótica pero indestructible y en eterno caos. De esa energía emergen las formas cuando la energía llega al punto de explotar. Las formas tienen sus leyes, sus campos magnéticos, sus elementos químicos, que se combinan casualmente, evolucionan, finalmente se apagan pero su energía no se destruye. El hombre es probablemente el único animal dotado de pensamiento, al menos en nuestro planeta y sistema solar. Dije que está animado de instintos y deseos pero agrego que tiene también en su interior una resonancia, un eco, una vocación de caos.
-Está bien. No quería que me hiciera un compendio de su filosofía y me dijo lo que me hacía falta. Yo observo, por mi parte, que Dios es luz que ilumina las tinieblas aunque no las disuelva y una chispa de esa luz divina está dentro de cada uno de nosotros. En la carta que le escribí, recuerdo haberle dicho que también nuestra especie acabará pero no acabará la luz de Dios y que en ese momento invadirá todas las almas y todo estará en todos.
-Sí, lo recuerdo muy bien, dijo “toda la luz estará en todas las almas”, lo cual da más una figura de inmanencia que de trascendencia.
-La trascendencia queda porque esa luz, toda en todos, trasciende el universo y las especies que lo pueblen en esa etapa. Pero volvamos al presente. Hemos dado un paso adelante en nuestro diálogo. Constatamos que en la sociedad y en el mundo en el cual vivimos el egoísmo aumentó bastante más que el amor por los otros y los hombres de buena voluntad deben actuar, cada uno con su fuerza y capacidad, para lograr que el amor hacia los otros aumente hasta igualar y posiblemente superar el amor por sí mismos.
-Y aquí viene a cuento la política.
-Sin duda. Pienso que el llamado liberalismo salvaje no hace más que hacer más fuertes a los fuertes, más débiles a los débiles y más excluidos a los excluidos. Hace falta una gran libertad, ninguna discriminación, nada de demagogia y mucho amor. Se necesitan reglas de conducta y también, si fuera necesario, intervenciones del Estado para corregir las desigualdades más intolerables.
Santidad, usted es sin duda una persona de gran fe, tocado por la gracia, animado por la voluntad de relanzar una Iglesia pastoral, misionera, regenerada y no temporal. Pero a partir de lo que dice y lo que yo entiendo, usted es y será un Papa revolucionario. Mitad jesuita, mitad hombre de Francisco, una alianza probablemente nunca vista. Además, le gustan “Los Novios” de Manzoni, Hölderlin, Leopardi y sobre todo Dostoievski, la película“La Strada” y “Ensayo de Orquesta” de Fellini, “Roma ciudad abierta”de Rossellini y también las películas de Aldo Fabrizi.
-Esas me gustan porque las veía con mis padres cuando era chico.
-¿Puedo sugerirle dos películas que se estrenaron hace poco? “Viva la libertà” y la película de Ettore Scola sobre Fellini. Estoy seguro de que van a gustarle. Sobre el poder, le digo: ¿Sabe que a los 20 años hice un mes y medio de ejercicios espirituales con los jesuitas? Estaban los nazis en Roma y yo había desertado del servicio militar. Éramos pasibles de la pena de muerte. Los jesuitas nos albergaron con la condición de que hiciéramos los ejercicios espirituales durante todo el tiempo que estuviéramos escondidos en su casa.
-Pero es imposible resistir un mes y medio de ejercicios espirituales”, dice estupefacto y divertido. Le contaré el resto la próxima vez. Nos damos un abrazo. Subimos la pequeña escalera que nos separa del portón. Le ruego al Papa que no me acompañe pero lo excluye con un gesto. “También hablaremos del rol de las mujeres en la Iglesia. Le recuerdo que la Iglesia es femenina.
-Y, si usted quiere, también hablaremos de Pascal. Me gustaría saber qué piensa de esa alma grande.
-Transmita mi bendición a todos sus familiares y pídales que recen por mí. Usted piense en mí, piense a menudo en mí.
Nos estrechamos la mano y permanece de pie con los dos dedos levantados en señal de bendición. Yo lo saludo por la ventanilla. Éste es el Papa Francisco. Si la Iglesia llega a ser cómo él la piensa y la quiere, habrá cambiado una época.

© La Repubblica y Clarín, 2013. 

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