En un encuentro con
el periodista italiano Eugenio Scalfari, el Papa habla de todo: su desvelo por
los jóvenes y los ancianos, sus santos preferidos, la importancia del diálogo,
el origen de su fe y su relación con una comunista en Argentina. También critica
al “liberalismo salvaje”, dice que “la corte es la lepra del papado” y que “el
proselitismo religioso es una tontería”. Aquí, el texto completo del reportaje.
Revolucionario. Así califica el periodista Eugenio Scalfari el incipiente pontificado de Francisco. En su diálogo conversaron sobre teología, filosofía y política. Coincidencias y discrepancias
Me dice el papa
Francisco: “Los males más graves que afligen al mundo en estos años son la
desocupación de los jóvenes y la soledad en la que son dejados los viejos. Los
viejos necesitan cuidados y compañía; los jóvenes, trabajo y esperanza, pero no
tienen ninguna de las dos cosas, y el problema es que ya no las buscan. Han
sido aplastados en el presente. Dígame: ¿se puede vivir aplastado en el
presente? ¿Sin memoria del pasado y sin el deseo de proyectarse al futuro
construyendo un proyecto, un porvenir, una familia? ¿Es posible seguir así? Ese
es para mí el problema más urgente que enfrenta la Iglesia”.
-Santidad, es sobre
todo un problema político y económico, tiene que ver con los Estados, los
gobiernos, los partidos, las asociaciones sindicales.
-Cierto, tiene
razón, pero también tiene que ver con la Iglesia, más aún, sobre todo con la
Iglesia porque esa situación no sólo hiere a los cuerpos sino también a las
almas. La Iglesia debe sentirse responsable tanto de las almas como de los
cuerpos.
-Santidad, usted
dice que la Iglesia debe sentirse responsable. ¿Debo deducir que la Iglesia no
es consciente de este problema y que usted la orienta en esa dirección?
-En gran medida,
esa conciencia está, pero no es suficiente. Yo deseo que sea mayor. No se trata
solamente de que estamos ante un problema sino que es el más urgente y el más
dramático”.
El encuentro con el
papa Francisco tuvo lugar el martes 24 de septiembre en su residencia de Santa
Marta, en una pequeña habitación despojada: una mesa y cinco o seis sillas, un
cuadro en la pared. Había sido precedido de una llamada telefónica que no
olvidaré mientras viva.
Eran las dos y
media de la tarde. Suena mi teléfono y, con voz sumamente agitada, mi
secretaria me dice: “Tengo en línea al Papa, se lo paso ya mismo”. Me quedo
atónito mientras ya la voz de Su Santidad al otro extremo de la línea dice:
“Buenas tardes, soy el papa Francisco”. Buenas tardes, Santidad, estoy
conmocionado, no esperaba que me llamara. “¿Por qué conmocionado? Usted me
escribió una carta diciéndome que quería conocerme en persona. Yo tenía el
mismo deseo y por eso estoy aquí para fijar la cita. Veamos mi agenda: el
miércoles no puedo, el lunes tampoco, ¿le vendría bien el martes?” Respondo:
Perfectamente. “El horario es un poco incómodo, las 15 horas, ¿le parece? Si
no, cambiamos de día”.
“Santidad, el
horario está perfecto”. “Entonces, quedamos así: el martes 24 a las 15. En
Santa Marta. Tiene que entrar por la puerta del Sant’Uffizio”.
No sé cómo concluir
la llamada y me dejo llevar diciéndole: ¿puedo abrazarlo por teléfono?
-Claro, yo también
le doy un abrazo. Después lo haremos en persona, adiós.
Ahora estoy aquí.
El Papa entra y me da la mano. Sonríe y me dice: “Uno de mis colaboradores que
lo conoce me dijo que tratará de convertirme”.
En broma le
respondo. También mis amigos piensan que el que tratará de convertirme es
usted.
Vuelve a sonreír y
responde: “El proselitismo es una solemne tontería, no tiene sentido. Debemos
conocernos, escucharnos y hacer crecer el conocimiento del mundo que nos rodea.
A mí me sucede que después de un encuentro quiero tener otro porque surgen
ideas nuevas y se descubren nuevas necesidades. Eso es importante: conocerse,
escucharse, ampliar el círculo de pensamientos .
El mundo está
recorrido por sendas que acercan y alejan, pero lo importante es que lleven
hacia el Bien”.
-Santidad, ¿existe
una visión única del Bien? ¿Quién la establece?
-Cada uno de
nosotros tiene su visión del Bien y del Mal. Nosotros debemos hacerlo proceder
hacia lo que uno piensa que es el Bien”.
-Usted, Santidad,
ya había escrito una carta dirigida a mí. La conciencia es autónoma, había
dicho, y cada uno debe obedecer su conciencia. Pienso que es uno de los pasajes
más valientes que haya dicho un Papa.
-Y lo repito aquí.
Cada uno tiene su idea del Bien y del Mal y debe elegir seguir el Bien y
combatir el Mal como lo concibe. Eso bastaría para mejorar el mundo.
-¿La Iglesia lo
está haciendo?
-Sí, nuestras
misiones tienen ese fin: identificar las necesidades materiales e inmateriales de
las personas y tratar de satisfacerlas como podamos. ¿Usted sabe lo que es el
‘ágape’?
-Sí, lo sé.
-Es el amor por los
otros, como predicó nuestro Señor. No es proselitismo, es amor. Amor por el
prójimo, la levadura que sirve al bien común.
-Ama al prójimo
como a ti mismo.
-Exactamente, así
es.
-Jesús en su
predicación dice que el ágape, el amor por los demás, es el único modo de amar
a Dios. Corríjame si me equivoco.
-No se equivoca. El
Hijo de Dios se encarnó para infundir en el al ma de los hombres el sentimiento
de la fraternidad. Todos hermanos y todos hijos de Dios.
Abbà , como él
llamaba al Padre. Yo les señalo el camino, decía. Síganme y encontrarán al
Padre y todos serán hijos suyos y Él se complacerá en ustedes. El ágape, el
amor de cada uno de nosotros hacia todos los otros, desde los más cercanos
hasta los más alejados, es justamente el único modo que Jesús nos señaló para
encontrar el camino de la salvación y las Bienaventuranzas.
-Sin embargo, la
exhortación de Jesús es que el amor por el prójimo sea igual que el que tenemos
hacia nosotros mismos. Por lo tanto, lo que muchos llaman narcisismo es
reconocido como válido, positivo, en la misma medida que el otro. Hemos
discutido largamente sobre este aspecto.
-A mí la palabra
narcisismo no me gusta, indica un amor excesivo por sí mismo y eso no está
bien, puede producir graves daños no sólo en el alma de quien se ve afectado
sino también en la relación con los otros. El verdadero problema es que los más
golpeados por esto que en realidad es una suerte de trastorno mental son
personas que tienen mucho poder. Los jefes, muchas veces son narcisos.
-También muchos
jefes de la Iglesia lo fueron.
-¿Sabe lo que
pienso sobre ese punto? Los jefes de la Iglesia a menudo fueron narcisos,
halagados y excitados negativamente por sus cortesanos. La corte es la lepra
del papado.
-La lepra del
papado, eso es exactamente lo que dijo. ¿Pero cuál es la corte? ¿Alude tal vez
a la Curia?
-No, en la Curia
hay algunas veces cortesanos, pero la Curia en su conjunto es otra cosa. Es lo
que en los ejércitos se llama intendencia, administra los servicios que
atienden a la Santa Sede. Pero tiene un defecto: es Vaticano-céntrica. Observa
y cuida los intereses del Vaticano, que todavía son, en gran parte, intereses temporales.
Esta visión Vaticano-céntrica ignora el mundo que nos rodea. No comparto esa
visión y haré todo lo posible por cambiarla. La Iglesia es o debe volver a ser
una comunidad del pueblo de Dios y los presbíteros, los párrocos, los Obispos,
están al servicio del pueblo de Dios. La Iglesia es eso, una palabra que no por
casualidad difiere de la Santa Sede, que tiene una función importante pero que
está al servicio de la Iglesia. Yo no podría haber tenido plena fe en Dios y en
su Hijo si no me hubiese formado en la Iglesia y tuve la suerte de encontrarme,
en Argentina, en una comunidad sin la cual no habría tomado conciencia de mí
mismo y de mi fe.
-¿Sintió su
vocación muy joven?
-No, no muy joven.
Debía tener otra profesión según mi familia, trabajar, ganar algún dinero. Hice
la universidad. Tuve incluso una profesora por la cual albergué respeto y
amistad, era una comunista ferviente. Muchas veces me leía y me daba a leer
textos del Partido Comunista. Así fue como conocí también esa concepción muy
materialista. Recuerdo que me dio incluso el comunicado de los comunistas
estadounidenses en defensa de los Rosenberg que habían sido condenados a
muerte. La mujer de la que le estoy hablando más tarde fue arrestada, torturada
y asesinada por el régimen dictatorial que gobernaba en Argentina.
- ¿El
comunismo lo sedujo?
Su materialismo no
prendió para nada en mí. Pero conocerlo a través de una persona valiente y
honesta me resultó útil, comprendí algunas cosas, un aspecto de lo social, que
luego volví a encontrar en la Doctrina Social de la Iglesia.
-La Teología de la
Liberación, que el papa Wojtyla condenó, estaba presente en América Latina.
-Sí, muchos de sus
exponentes eran argentinos.
-¿Piensa que fue
justo que el Papa los combatiera?
-Indudablemente,
daban una salida política a su teología, pero muchos de ellos eran creyentes
con un elevado concepto de humanidad.
-Santidad, ¿me
permite decirle algo sobre mi propia formación cultural? Fui educado por una
madre muy católica. A los 12 años gané incluso un concurso de catecismo entre
todas las parroquias de Roma y recibí un premio del Vicariato. Comulgaba el
primer viernes de cada mes, en suma, practicaba la liturgia y creía. Pero todo
cambió cuando entré en el secundario. Leí el “Discurso sobre el Método” de Descartes
y me impresionó la frase, que ya es un ícono, “Pienso, luego existo”. El yo
pasó a ser así la base de la existencia humana, la sede autónoma del
pensamiento.
-Descartes sin
embargo nunca renegó de la fe en el Dios trascendente.
-Es cierto, pero
planteó el fundamento de una visión totalmente distinta y emprendí ese camino
que luego, corroborado por otras lecturas, me llevó a una orilla totalmente
opuesta.
-Pero tengo
entendido que usted es no creyente pero no anticlerical. Son dos cosas muy
distintas.
-Es cierto, no soy
anticlerical, pero me convierto en uno cuando encuentro a un clerical.
Me sonríe y me
dice: “A mí también me pasa, cuando tengo delante a un clerical me vuelvo
anticlerical de golpe. El clericalismo no debería tener nada que ver con el cristianismo.
San Pablo, que fue el primero en hablar a los gentiles, a los paganos, a los
creyentes de otras religiones, fue el primero en enseñarlo”.
-Puedo preguntarle,
¿cuáles son los santos que siente más cerca de su alma y a partir de quienes
formó su experiencia religiosa?
-San Pablo es el
que estableció las bases de nuestra religión y nuestro credo. No podemos ser
cristianos conscientes sin San Pablo. Tradujo la predicación de Cristo a una
estructura doctrinaria que, aunque con las actualizaciones de una enorme
cantidad de pensadores, teólogos, pastores de almas, resistió y resiste después
de dos mil años. Y después, Agustín, Benito y Tomás e Ignacio. Y naturalmente
Francisco. ¿Tengo que explicarle por qué?
Francisco
–permítaseme a esta altura llamar así al Papa porque él mismo lo sugiere por su
forma de hablar, por su forma de sonreír, por sus exclamaciones de sorpresa y
asentimiento– me mira como alentándome a hacerle preguntas más escabrosas y más
incómodas. De modo que le pregunto: -De Pablo ha explicado su
importancia, pero me gustaría saber, ¿cuál de los tres que nombró siente más
cerca de su alma?
-Me pide una
clasificación, pero las clasificaciones se pueden hacer si se habla de deportes
o cosas por el estilo. Podría decirle el nombre de los mejores jugadores de
fútbol de Argentina. Pero los santos ...
-¿Conoce el
proverbio: ‘dejen en paz a los santos’?
-Justamente. Pero
no quiero eludir su pregunta. Entonces le digo: Agustín y Francisco.
-¿No Ignacio, el
creador de la Orden de la que usted proviene?
-Ignacio, por
razones comprensibles, es el que más conozco. Fundó nuestra Orden. Le recuerdo
que de esa Orden era también Carlo Maria Martini, alguien muy querido para mí y
también para usted. Los jesuitas han sido y siguen siendo la levadura –no lo único
pero quizá la más eficaz– de la catolicidad: cultura, enseñanza, testimonio
misionero, fidelidad al Pontífice. Pero Ignacio, que fundó la Compañía, también
era un reformador y un místico. Sobre todo un místico.
-¿Y piensa que los
místicos fueron importantes para la Iglesia?
-Fundamentales. Una
religión sin místicos es una filosofía.
-¿Usted tiene
vocación mística?
-¿A usted qué le
parece?
-A mí me parece que
no.
-Probablemente
tenga razón. Adoro a los místicos; incluso Francisco, en muchos aspectos de su
vida lo fue, pero yo no creo tener esa vocación y además debemos ponernos de
acuerdo sobre el significado profundo de esa palabra. El místico consigue
despojarse del hacer, de los hechos, de los objetivos y hasta de la misión
pastoral y se eleva hasta alcanzar la comunión con las Bienaventuranzas. Breves
momentos que no obstante llenan toda la vida”.
-¿Alguna vez le
pasó?
-Raramente. Por
ejemplo, cuando el Cónclave me eligió Papa. Antes de mi aceptación pedí permiso
para retirarme unos minutos a la habitación que está junto a la del balcón a la
plaza. Tenía la cabeza totalmente vacía y me había invadido una gran ansiedad.
Para hacerla pasar y relajarme cerré los ojos y todo pensamiento desapareció,
incluso el de negarme a aceptar el cargo como por otra parte el procedimiento
litúrgico permite. Cerré los ojos y no sentí más ansiedad ni emotividad. En un
momento, me invadió una gran luz, duró un instante pero a mí me pareció
larguísimo. Después la luz se disipó, me levanté rápidamente y me dirigí a sala
donde me esperaban los cardenales y la mesa donde estaba el acta de aceptación.
La firmé, el cardenal camarlengo la rubricó y después en el balcón dijeron ‘ Habemus
Papam ’.
-Permanecimos un
poco en silencio y luego dije: estábamos hablando de los santos que usted
siente más cerca de su alma y nos quedamos en Agustín. ¿Quiere decirme por qué
lo siente tan cerca?
-Mi predecesor
también tiene a Agustín como punto de referencia. Ese santo que atravesó muchas
experiencias en su vida y cambió muchas veces su posición doctrinaria. También
tuvo palabras muy duras contra los judíos, que nunca compartí. Escribió muchos
libros y el que me parece más revelador de su intimidad intelectual y
espiritual es “Confesiones”; contiene algunas manifestaciones de misticismo
pero no es, como muchos sostienen, el continuador de Pablo. Al contrario, ve la
Iglesia y la fe de una manera profundamente distinta de Pablo, quizá porque
habían pasado cuatro siglos”.
-¿Cuál es la
diferencia?
-Agustín se siente
impotente ante la inmensidad de Dios y las tareas que un cristiano y obispo
debería cumplir. Y sin embargo él impotente no fue, pero su alma se sentía
siempre y por debajo de lo que habría querido y debido. Y luego, la gracia
dispensada por el Señor como elemento fundante de la fe. De la vida. Del
sentido de la vida. Quien no es tocado por la gracia puede ser una persona sin
mancha y sin miedo, pero nunca será como una persona que ha sido tocada por la
gracia. Esa es la intuición de Agustín.
-¿Usted se siente
tocado por la gracia?
-Eso nadie puede
saberlo. La gracia no forma parte de la conciencia, es la cantidad de luz que
tenemos en el alma, no de sapiencia ni de razón. Incluso usted, sin saberlo,
podría estar tocado por la gracia.
-¿Sin fe? ¿No
creyente?
-La gracia tiene
que ver con el alma.
-Yo no creo en el
alma.
-No cree pero la
tiene.
-Santidad, habían
dicho que no tiene intención de convertirme y creo que no lo lograría.
-Eso no se sabe,
pero de todos modos no tengo la intención.
-¿Y Francisco?
-Es grandísimo
porque es todo. Hombre que quiere hacer, quiere construir, funda una Orden y
sus reglas, es itinerante y misionero, es poeta y profeta, es místico, constató
en sí mismo el mal y salió de él, ama la naturaleza, los animales, el pasto en
el prado y las aves que vuelan en el cielo, pero sobre todo ama a las personas,
a los niños, los viejos, las mujeres. Es el ejemplo más luminoso de ese ágape
del que hablábamos antes.
-Tiene razón,
Santidad, la descripción es perfecta. Pero, ¿por qué ninguno de sus
predecesores eligió antes ese nombre? ¿Y, en mi opinión, después de usted
ningún otro lo elegirá?
-Eso no lo sabemos,
no hipotequemos el futuro. Es verdad, antes que yo nadie lo eligió. Aquí
enfrentamos el más grande de los problemas. ¿Quiere beber algo?
-Gracias, un vaso
de agua.
Se levanta, abre la
puerta y le pide a un asistente que está a la entrada que traiga dos vasos de
agua. Me pregunta si quiero un café, respondo que no. Al final de nuestra
conversación, mi vaso estará vacío, pero el suyo permaneció lleno. Se aclara la
garganta y comienza.
-Francisco quería
una Orden mendicante y también itinerante. Misioneros que salen a encontrar,
escuchar, dialogar, ayudar, difundir la fe y el amor. Sobre todo el amor. Y
anhelaba una Iglesia pobre, que se ocupara de los otros, que recibiera ayuda
material y la utilizara para sostener a los otros, sin ninguna preocupación por
sí misma. Pasaron 800 años y los tiempos cambiaron mucho, pero el ideal de una
Iglesia misionera y pobre sigue siendo más que válido. Esa es la Iglesia que
predicaron Jesús y sus discípulos.
-Ustedes los
cristianos son una minoría. Incluso en Italia, que es el jardín del Papa, los
católicos practicantes serían según algunos sondeos entre el 8 y el 15%. Los
católicos que dicen serlo pero en realidad lo son bastante poco son un 20%. En
el mundo hay mil millones de católicos y con las otras Iglesias cristianas
superan los 1.500 millones, pero el planeta está poblado por 6.000 millones de
personas. Son, indudablemente muchos, especialmente en África y en América
Latina, pero minorías.
-Siempre lo fuimos
pero el tema hoy no es ése. Personalmente pienso que ser una minoría es por
otra parte una fortaleza. Debemos ser una levadura de vida y de amor y la
levadura es una cantidad infinitamente más pequeña que la masa de frutas, de
flores y de árboles que nacen de esa levadura. Creo haber dicho ya antes que
nuestro objetivo no es el proselitismo sino la escucha de las necesidades, los
deseos, las decepciones, la desesperación, la esperanza. Debemos devolver la
esperanza a los jóvenes, ayudar a los viejos, abrirnos hacia el futuro,
difundir el amor. Pobres entre los pobres. Debemos incluir a los excluidos y
predicar la paz. El Vaticano II, inspirado por el papa Juan y por Paulo VI,
decidió mirar al futuro con espíritu moderno y abrirse a la cultura moderna.
Los padres conciliares sabían que abrirse a la cultura moderna significaba
ecumenismo religioso y diálogo con los no creyentes. Desde entonces se hizo muy
poco en esa dirección. Yo tengo la humildad y la ambición de querer hacerlo.
-Incluso –me
permito agregar– porque la sociedad moderna en todo el planeta atraviesa un
momento de crisis profunda y no sólo económica sino social y espiritual. Usted
describió al comienzo de nuestro encuentro una generación aplastada en el
presente. También los no creyentes sentimos ese sufrimiento casi antropológico.
Por eso queremos dialogar con los creyentes y con quien mejor los representa.
-No sé si soy quien
mejor los representa, pero la Providencia me puso al frente de la Iglesia y de
la Diócesis de Pedro. Haré todo lo que pueda por cumplir el mandato que me fue
confiado.
-Jesús, como usted
recordó, dijo: ama a tu prójimo como a ti mismo. ¿Le parece que eso ocurrió?
-Lamentablemente
no. El egoísmo ha aumentado y el amor hacia los otros disminuyó.
-Ese es, pues, el
objetivo que nos une: por lo menos emparejar la intensidad de esos dos tipos de
amor. ¿Su Iglesia está lista y preparada para desempeñar esa tarea?
-¿Usted qué piensa?
-Pienso que el amor
por el poder temporal todavía es muy fuerte entre los muros vaticanos y en la
estructura institucional de toda la Iglesia. Pienso que la Institución
predomina sobre la Iglesia pobre y misionera que usted querría.
-Las cosas están
así, realmente, y en esta materia no se hacen milagros. Le recuerdo que también
Francisco tuvo que negociar largamente con la jerarquía romana y con el Papa
para hacer reconocer las reglas de su Orden. Al final, obtuvo la aprobación
pero con profundos cambios y concesiones.
-¿Usted tendrá que
seguir el mismo camino?
-Ciertamente no soy
Francisco de Asís y no tengo ni su fuerza ni su santidad. Pero soy el Obispo de
Roma y el Papa de la catolicidad. He decidido nombrar a un grupo de ocho
cardenales que me asesoren. No cortesanos sino personas sabias y animadas por
los mismos sentimientos que tengo yo. Es el comienzo de esa Iglesia con una
organización no sólo vertical sino también horizontal. Cuando el cardenal
Martini hablaba de ella poniendo el acento sobre los Concilios y los Sínodos sabía
perfectamente lo largo y difícil que era el camino a recorrer. Con prudencia,
pero con firmeza y tenacidad.
-¿Y la política?
-¿Por qué me lo
pregunta? Yo ya he dicho que la Iglesia no se ocupará de política.
-Pero hace unos
días dirigió un llamado a los católicos a comprometerse civil y políticamente.
-No me dirigí
solamente a los católicos sino a todos los hombres de buena voluntad. Dije que
la política es la primera de las actividades civiles y tiene un campo propio de
acción que no es el de la religión. Las instituciones políticas son laicas por
definición y actúan en esferas independientes. Esto lo han dicho todos mis
predecesores, aunque sea con distintos acentos. Yo creo que los católicos
comprometidos en la política tienen en su interior los valores de la religión
pero una conciencia madura y competencia para hacerlos realidad. La Iglesia
nunca irá más allá del deber de expresar y difundir sus valores, por lo menos
mientras yo esté aquí.
La Iglesia no
siempre fue así.
-Casi nunca fue
así.
C on
frecuencia, la Iglesia como institución fue dominada por la temporalidad y
muchos miembros y altos exponentes católicos todavía tienen esa forma de
pensar. Pero, ahora déjeme hacerle una pregunta: usted, laico no creyente en
Dios, ¿en qué cree? Usted es un escritor y hombre del pensamiento. Creerá, por
ende, en algo, tendrá un valor dominante. No me responda con palabras como la
honestidad, la búsqueda, la visión del bien común; principios y valores
importantes, pero no es eso lo que le pregunto. Le pregunto qué piensa de la
esencia del mundo, más aún, del universo. Sin duda se preguntará, como todos,
¿quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos? Hasta un niño se hace esas
preguntas. ¿Y usted?
-Le agradezco esa
pregunta. La respuesta es la siguiente: yo creo en el Ser, es decir, el tejido
del que surgen las formas, los Entes.
-Y yo creo en Dios.
No en un Dios católico, no existe un Dios católico, existe Dios. Y creo en
Jesucristo, su encarnación. Jesús es mi maestro y mi pastor, pero Dios, el
Padre, Abbà, es la luz y el Creador. Ese es mi Ser. ¿Le parece que estamos muy
alejados?
-Estamos alejados
en los pensamientos, pero somos semejantes como personas humanas, animadas por
nuestros instintos que se transforman en pulsiones, sentimientos, voluntad,
pensamiento y razón. En eso somos semejantes.
-Pero eso que llama
Ser, ¿quiere definir cómo lo piensa usted?
- El Ser es
un tejido de energía. Energía caótica pero indestructible y en eterno caos. De
esa energía emergen las formas cuando la energía llega al punto de explotar.
Las formas tienen sus leyes, sus campos magnéticos, sus elementos químicos, que
se combinan casualmente, evolucionan, finalmente se apagan pero su energía no
se destruye. El hombre es probablemente el único animal dotado de pensamiento,
al menos en nuestro planeta y sistema solar. Dije que está animado de instintos
y deseos pero agrego que tiene también en su interior una resonancia, un eco,
una vocación de caos.
-Está bien. No
quería que me hiciera un compendio de su filosofía y me dijo lo que me hacía
falta. Yo observo, por mi parte, que Dios es luz que ilumina las tinieblas
aunque no las disuelva y una chispa de esa luz divina está dentro de cada uno
de nosotros. En la carta que le escribí, recuerdo haberle dicho que también
nuestra especie acabará pero no acabará la luz de Dios y que en ese momento
invadirá todas las almas y todo estará en todos.
-Sí, lo recuerdo
muy bien, dijo “toda la luz estará en todas las almas”, lo cual da más una
figura de inmanencia que de trascendencia.
-La trascendencia
queda porque esa luz, toda en todos, trasciende el universo y las especies que
lo pueblen en esa etapa. Pero volvamos al presente. Hemos dado un paso adelante
en nuestro diálogo. Constatamos que en la sociedad y en el mundo en el cual
vivimos el egoísmo aumentó bastante más que el amor por los otros y los hombres
de buena voluntad deben actuar, cada uno con su fuerza y capacidad, para lograr
que el amor hacia los otros aumente hasta igualar y posiblemente superar el
amor por sí mismos.
-Y aquí viene a
cuento la política.
-Sin duda. Pienso
que el llamado liberalismo salvaje no hace más que hacer más fuertes a los
fuertes, más débiles a los débiles y más excluidos a los excluidos. Hace falta
una gran libertad, ninguna discriminación, nada de demagogia y mucho amor. Se
necesitan reglas de conducta y también, si fuera necesario, intervenciones del
Estado para corregir las desigualdades más intolerables.
- Santidad,
usted es sin duda una persona de gran fe, tocado por la gracia, animado por la
voluntad de relanzar una Iglesia pastoral, misionera, regenerada y no temporal.
Pero a partir de lo que dice y lo que yo entiendo, usted es y será un Papa
revolucionario. Mitad jesuita, mitad hombre de Francisco, una alianza
probablemente nunca vista. Además, le gustan “Los Novios” de
Manzoni, Hölderlin, Leopardi y sobre todo Dostoievski, la película“La
Strada” y “Ensayo de Orquesta” de Fellini, “Roma
ciudad abierta”de Rossellini y también las películas de Aldo Fabrizi.
-Esas me gustan
porque las veía con mis padres cuando era chico.
-¿Puedo sugerirle
dos películas que se estrenaron hace poco? “Viva la libertà” y la película de
Ettore Scola sobre Fellini. Estoy seguro de que van a gustarle. Sobre el poder,
le digo: ¿Sabe que a los 20 años hice un mes y medio de ejercicios espirituales
con los jesuitas? Estaban los nazis en Roma y yo había desertado del servicio
militar. Éramos pasibles de la pena de muerte. Los jesuitas nos albergaron con
la condición de que hiciéramos los ejercicios espirituales durante todo el
tiempo que estuviéramos escondidos en su casa.
-Pero es imposible
resistir un mes y medio de ejercicios espirituales”, dice estupefacto y
divertido. Le contaré el resto la próxima vez. Nos damos un abrazo. Subimos la
pequeña escalera que nos separa del portón. Le ruego al Papa que no me acompañe
pero lo excluye con un gesto. “También hablaremos del rol de las mujeres en la
Iglesia. Le recuerdo que la Iglesia es femenina.
-Y, si usted
quiere, también hablaremos de Pascal. Me gustaría saber qué piensa de esa alma
grande.
-Transmita mi
bendición a todos sus familiares y pídales que recen por mí. Usted piense en
mí, piense a menudo en mí.
Nos estrechamos la
mano y permanece de pie con los dos dedos levantados en señal de bendición. Yo
lo saludo por la ventanilla. Éste es el Papa Francisco. Si la Iglesia llega a
ser cómo él la piensa y la quiere, habrá cambiado una época.
© La Repubblica y
Clarín, 2013.
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