Majestuoso testimonio de un poder agostado

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miércoles, 9 de octubre de 2013

El populismo patológico del país



Pese a los recurrentes fracasos, y ante cada crisis, los argentinos insistimos en la búsqueda de un caudillo que ordene las cosas ejerciendo un poder concentrado y sin controles.


Por Daniel Gustavo Montamat  | Para LA NACION


El populismo como expresión política y concepción económica surca la historia de la humanidad y está vigente, en mayor o menor grado, en todas las sociedades del presente. Hasta podría considerarse un signo de época en clave posmoderna. Pero el populismo argentino, por su arraigo social y su perdurabilidad temporal, tiene características sociológicas especiales. Mientras no enfrente una alternativa superadora que nos devuelva la salud de la República y el desarrollo inclusivo, la enfermedad populista seguirá entrampando a la sociedad argentina en ciclos decadentes de ilusión y desencanto.
En Las reglas del método sociológico, Emilio Durkheim distingue los fenómenos sociales "normales" de los "patológicos". La observación, subraya el autor, primero debe evitar prejuicios y subjetividades. Por ejemplo, la creciente secularización de la sociedad moderna, para un agnóstico puede tratarse de un fenómeno normal, mientras que en la visión de un creyente puede aparecer como un fenómeno patológico. Durkheim subraya la importancia de la repetición del fenómeno en la evolución histórica y comparada de las distintas sociedades como rasgo de normalidad. Si, por el contrario, se trata de un fenómeno que no está presente en las distintas sociedades tendríamos que observarlo, en principio, como anormal a lo que tipifica un estado de salud social. A su vez, la repetición de un fenómeno va generando un "tipo medio" que la "fisiología social" termina asumiendo como un patrón de normalidad. Si en una sociedad específica, advierte el sociólogo francés, la repetición del fenómeno excede el tipo medio que expresa el patrón de salud referencial, también estamos frente a un fenómeno patológico.
Por ejemplo, toda sociedad a través de la historia y en los tiempos presentes ha experimentado índices de criminalidad. Pero hay un "tipo medio" de criminalidad que expresa un fenómeno social normal para una sociedad determinada. Cuando la mayoría de las personas tienen comportamientos delictivos y el tipo medio que caracteriza el estado de salud es sobrepasado por la trayectoria que marca la repetición del fenómeno, estamos en presencia de una "desviación mórbida" en la jerga de Durkheim. Con el índice de corrupción se puede hacer un análisis similar.
El populismo como fenómeno social está presente en todas las sociedades a lo largo de la historia, y cruza transversalmente las sociedades del presente. Fue "cesarismo", "bonapartismo", corporativismo, populismo latinoamericano y neopopulismo en el siglo XXI. El combo instrumental evolucionó preservando su esencia. En lo político, liderazgos mesiánicos de corte autoritario y caudillesco; partición de la sociedad en buenos y malos; apropiación del colectivo "pueblo" como universo mayoritario; identificación de la voluntad de la mayoría como voluntad "general"; repudio del "antipueblo" que representa lo malo; retórica exculpatoria y uso discrecional de la herramienta plebiscitaria. En lo económico, apropiación de rentas y distribucionismo clientelar; prioridad del consumo sobre la inversión; aumento procíclico del gasto público; intervencionismo discrecional; uso de stocks acumulados y abuso del financiamiento externo o inflacionario; control de precios y persecución de "agiotistas" y "especuladores"; uso de la herramienta cambiaria como ancla antiinflacionaria.
El gran atractivo del cotillón populista es su versatilidad para enfrentar urgencias ofreciendo paliativos al mutante humor popular sin reparar en las inconsistencias temporales que, tarde o temprano, convierten la ilusión en desencanto. El fenómeno populista, como fenómeno repetitivo, también permite definir un "tipo medio" que divide aguas entre lo normal y lo mórbido, según el tipo de sociedad. El desarrollo institucional y el desarrollo económico y social relativo de una sociedad específica son referencias para caracterizar el "tipo medio" de populismo como fenómeno social normal o patológico.
El populismo argentino es patológico (tomando en cuenta la evolución social y la experiencia comparada) porque, pese a sus recurrentes fracasos, persiste como un fenómeno social dominante, que de lejos se desvía del tipo medio de normalidad asociado a otras sociedades semejantes de la región y del mundo. Nuestra desmesura populista devino un fenómeno patológico por factores institucionales y económicos que lo retroalimentan.
Desde 1983 hemos recuperado la democracia, pero seguimos teniendo una deuda con la República. Frente a las crisis cíclicas, ya no hay lugar para turnos militares, pero persiste la inclinación social a la búsqueda de un caudillo que ordene la situación ejerciendo un poder concentrado y sin controles. Esta inercia social es funcional a la vocación autoritaria de desequilibrar el funcionamiento de los poderes del Estado, paralizar a los partidos políticos y silenciar a la prensa independiente. La democracia "delegativa" resultante es simbiótica con el uso discrecional de los recursos públicos y con la apropiación del Estado por el gobierno. Aquello de que "el peronismo asegura gobernabilidad", sentencia que propalan más los independientes que los propios peronistas, explicita la resignación del inconsciente colectivo a convivir con una democracia plebiscitaria, empática al populismo, pero distante de la democracia republicana de la alternancia y de los consensos.
Desde 1881 hasta 1969, la moneda de curso legal en la Argentina fue el "peso moneda nacional". Los adultos deben recordar esa moneda que en la cara tenía la efigie de la Libertad con el gorro frigio. Un peso de hoy que ya no compra casi nada tiene, sin embargo, el valor equivalente a diez billones (10.000.000.000.000) de aquel peso de la "mujer con el gorrito" que ya no tiene curso legal. Desde 1969 hasta la fecha destruimos cuatro signos monetarios (peso ley, peso argentino, peso, austral, hasta el peso convertible, que ya no lo es). En ese período también se crearon once cuasimonedas provinciales y una cuasimoneda nacional (Lecop). La contracara de semejante distorsión monetaria es el proceso de inflación crónica que arrastramos desde los años 50 del siglo pasado y que es consustancial a las políticas populistas, que por derecha o por izquierda han dominado el escenario económico.
Cuando la convertibilidad nos quiso hacer creer que un peso era un vale por un dólar, y que habíamos erradicado la inflación, nos despreocupó el financiamiento del gasto corriente con recursos extraordinarios de las privatizaciones, y, más tarde, con deuda externa. Vino la depresión y otra vez el estallido cambiario. La cronicidad inflacionaria no nos había abandonado; se había camuflado, como otras veces, en un peso inflado. En esta nueva etapa populista, desde hace años convivimos con una inflación de dos dígitos que ahora medimos con un termómetro trucho para hablar de "sensaciones" y ocultar la realidad de esta fiebre endémica.
No hay experiencia exitosa de desarrollo económico que haya violentado el circuito virtuoso que retroalimentan la información (señales de precios), los incentivos asociados (que definen las oportunidades de negocio), la inversión (que sustenta el crecimiento) y la innovación (conocimiento, tecnología). Ni "Pepe" Mujica en Uruguay, ni Sebastián Piñera en Chile, por usar ejemplos de la región, atentan con sus políticas públicas contra el circuito de las 4 íes. Con énfasis más progresista o más liberal, dejan que el sistema de precios opere y que los incentivos resultantes orienten las inversiones que deben crecer en cantidad y calidad para apuntalar el desarrollo. Tienen en claro que el crecimiento de largo plazo depende de la productividad de los factores (tecnología, educación, capacitación).
En la Argentina, en cambio, los intereses creados por la saga populista están obstinados en inhibir el círculo virtuoso del desarrollo, mientras el colectivo social parece resignado a las expansiones y explosiones cíclicas de nuestra patología. Siempre emparchando populismo con nuevo populismo; siempre alternando populismo travestido según la crisis. Siempre distorsionando las señales de precio, trastocando incentivos adecuados, desalentando inversiones y atacando a los sectores de mayor productividad relativa. Menos empleos productivos, más desigualdad.
El populismo no es republicano, empobrece y no desarrolla. Dejará de ser patológico en nuestra sociedad, cuando, frente a una nueva urgencia, la Argentina reaccione con un proyecto inclusivo de consensos básicos que arraigue la democracia republicana, nos devuelva una moneda estable y afiance el círculo virtuoso de las 4 íes.
© LA NACION. 

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