Pese a los recurrentes fracasos, y
ante cada crisis, los argentinos insistimos en la búsqueda de un caudillo que
ordene las cosas ejerciendo un poder concentrado y sin controles.
El populismo como expresión política y concepción
económica surca la historia de la humanidad y está vigente, en mayor o menor
grado, en todas las sociedades del presente. Hasta podría considerarse un signo
de época en clave posmoderna. Pero el populismo argentino, por su arraigo
social y su perdurabilidad temporal, tiene características sociológicas
especiales. Mientras no enfrente una alternativa superadora que nos devuelva la
salud de la República y el desarrollo inclusivo, la enfermedad populista
seguirá entrampando a la sociedad argentina en ciclos decadentes de ilusión y desencanto.
En Las reglas del método sociológico,
Emilio Durkheim distingue los fenómenos sociales "normales" de los
"patológicos". La observación, subraya el autor, primero debe evitar
prejuicios y subjetividades. Por ejemplo, la creciente secularización de la
sociedad moderna, para un agnóstico puede tratarse de un fenómeno normal,
mientras que en la visión de un creyente puede aparecer como un fenómeno
patológico. Durkheim subraya la importancia de la repetición del fenómeno en la
evolución histórica y comparada de las distintas sociedades como rasgo de
normalidad. Si, por el contrario, se trata de un fenómeno que no está presente
en las distintas sociedades tendríamos que observarlo, en principio, como
anormal a lo que tipifica un estado de salud social. A su vez, la repetición de
un fenómeno va generando un "tipo medio" que la "fisiología
social" termina asumiendo como un patrón de normalidad. Si en una sociedad
específica, advierte el sociólogo francés, la repetición del fenómeno excede el
tipo medio que expresa el patrón de salud referencial, también estamos frente a
un fenómeno patológico.
Por ejemplo, toda sociedad a través de la historia
y en los tiempos presentes ha experimentado índices de criminalidad. Pero hay
un "tipo medio" de criminalidad que expresa un fenómeno social normal
para una sociedad determinada. Cuando la mayoría de las personas tienen
comportamientos delictivos y el tipo medio que caracteriza el estado de salud
es sobrepasado por la trayectoria que marca la repetición del fenómeno, estamos
en presencia de una "desviación mórbida" en la jerga de Durkheim. Con
el índice de corrupción se puede hacer un análisis similar.
El populismo como fenómeno social está presente en
todas las sociedades a lo largo de la historia, y cruza transversalmente las
sociedades del presente. Fue "cesarismo", "bonapartismo",
corporativismo, populismo latinoamericano y neopopulismo en el siglo XXI. El
combo instrumental evolucionó preservando su esencia. En lo político,
liderazgos mesiánicos de corte autoritario y caudillesco; partición de la
sociedad en buenos y malos; apropiación del colectivo "pueblo" como
universo mayoritario; identificación de la voluntad de la mayoría como voluntad
"general"; repudio del "antipueblo" que representa lo malo;
retórica exculpatoria y uso discrecional de la herramienta plebiscitaria. En lo
económico, apropiación de rentas y distribucionismo clientelar; prioridad del
consumo sobre la inversión; aumento procíclico del gasto público;
intervencionismo discrecional; uso de stocks acumulados y abuso del
financiamiento externo o inflacionario; control de precios y persecución de
"agiotistas" y "especuladores"; uso de la herramienta
cambiaria como ancla antiinflacionaria.
El gran atractivo del cotillón populista es su
versatilidad para enfrentar urgencias ofreciendo paliativos al mutante humor
popular sin reparar en las inconsistencias temporales que, tarde o temprano,
convierten la ilusión en desencanto. El fenómeno populista, como fenómeno
repetitivo, también permite definir un "tipo medio" que divide aguas
entre lo normal y lo mórbido, según el tipo de sociedad. El desarrollo
institucional y el desarrollo económico y social relativo de una sociedad
específica son referencias para caracterizar el "tipo medio" de
populismo como fenómeno social normal o patológico.
El populismo argentino es patológico (tomando en
cuenta la evolución social y la experiencia comparada) porque, pese a sus
recurrentes fracasos, persiste como un fenómeno social dominante, que de lejos
se desvía del tipo medio de normalidad asociado a otras sociedades semejantes
de la región y del mundo. Nuestra desmesura populista devino un fenómeno
patológico por factores institucionales y económicos que lo retroalimentan.
Desde 1983 hemos recuperado la democracia, pero
seguimos teniendo una deuda con la República. Frente a las crisis cíclicas, ya
no hay lugar para turnos militares, pero persiste la inclinación social a la
búsqueda de un caudillo que ordene la situación ejerciendo un poder concentrado
y sin controles. Esta inercia social es funcional a la vocación autoritaria de
desequilibrar el funcionamiento de los poderes del Estado, paralizar a los
partidos políticos y silenciar a la prensa independiente. La democracia
"delegativa" resultante es simbiótica con el uso discrecional de los
recursos públicos y con la apropiación del Estado por el gobierno. Aquello de
que "el peronismo asegura gobernabilidad", sentencia que propalan más
los independientes que los propios peronistas, explicita la resignación del
inconsciente colectivo a convivir con una democracia plebiscitaria, empática al
populismo, pero distante de la democracia republicana de la alternancia y de
los consensos.
Desde 1881 hasta 1969, la moneda de curso legal en
la Argentina fue el "peso moneda nacional". Los adultos deben
recordar esa moneda que en la cara tenía la efigie de la Libertad con el gorro
frigio. Un peso de hoy que ya no compra casi nada tiene, sin embargo, el valor
equivalente a diez billones (10.000.000.000.000) de aquel peso de la
"mujer con el gorrito" que ya no tiene curso legal. Desde 1969 hasta
la fecha destruimos cuatro signos monetarios (peso ley, peso argentino, peso,
austral, hasta el peso convertible, que ya no lo es). En ese período también se
crearon once cuasimonedas provinciales y una cuasimoneda nacional (Lecop). La
contracara de semejante distorsión monetaria es el proceso de inflación crónica
que arrastramos desde los años 50 del siglo pasado y que es consustancial a las
políticas populistas, que por derecha o por izquierda han dominado el escenario
económico.
Cuando la convertibilidad nos quiso hacer creer que
un peso era un vale por un dólar, y que habíamos erradicado la inflación, nos
despreocupó el financiamiento del gasto corriente con recursos extraordinarios
de las privatizaciones, y, más tarde, con deuda externa. Vino la depresión y
otra vez el estallido cambiario. La cronicidad inflacionaria no nos había
abandonado; se había camuflado, como otras veces, en un peso inflado. En esta
nueva etapa populista, desde hace años convivimos con una inflación de dos
dígitos que ahora medimos con un termómetro trucho para hablar de
"sensaciones" y ocultar la realidad de esta fiebre endémica.
No hay experiencia exitosa de desarrollo económico
que haya violentado el circuito virtuoso que retroalimentan la información
(señales de precios), los incentivos asociados (que definen las oportunidades
de negocio), la inversión (que sustenta el crecimiento) y la innovación
(conocimiento, tecnología). Ni "Pepe" Mujica en Uruguay, ni Sebastián
Piñera en Chile, por usar ejemplos de la región, atentan con sus políticas
públicas contra el circuito de las 4 íes. Con énfasis más progresista o más
liberal, dejan que el sistema de precios opere y que los incentivos resultantes
orienten las inversiones que deben crecer en cantidad y calidad para apuntalar
el desarrollo. Tienen en claro que el crecimiento de largo plazo depende de la
productividad de los factores (tecnología, educación, capacitación).
En la Argentina, en cambio, los intereses creados
por la saga populista están obstinados en inhibir el círculo virtuoso del
desarrollo, mientras el colectivo social parece resignado a las expansiones y
explosiones cíclicas de nuestra patología. Siempre emparchando populismo con
nuevo populismo; siempre alternando populismo travestido según la crisis.
Siempre distorsionando las señales de precio, trastocando incentivos adecuados,
desalentando inversiones y atacando a los sectores de mayor productividad
relativa. Menos empleos productivos, más desigualdad.
El populismo no es republicano, empobrece y no
desarrolla. Dejará de ser patológico en nuestra sociedad, cuando, frente a una
nueva urgencia, la Argentina reaccione con un proyecto inclusivo de consensos
básicos que arraigue la democracia republicana, nos devuelva una moneda estable
y afiance el círculo virtuoso de las 4 íes.
© LA NACION.
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