La visita de Cristina Kirchner a Nueva York y,
sobre todo, su discurso de hoy ante la Asamblea General de las Naciones Unidas
prometen ser una radiografía las ensoñaciones y resultados de su política
exterior.
La innovación de este año es la victoria diplomática
de Dilma Rousseff sobre la Presidenta. La señora de Kirchner ha decidido
convertirse en su abogada en el conflicto con Barack Obama por las denuncias de
espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de los Estados Unidos sobre
el gobierno de Brasil. Y lo curioso es que esa generosidad no ha sacado la
relación entre Buenos Aires y Brasilia de la crisis en la que está empantanada.
La Presidenta se envolverá en la bandera verde y
amarilla para reprochar a Washington aquellas actividades. Ese enfrentamiento
ajeno ya ingresó a su campaña electoral. El viernes, en Ezeiza, explicó:
"Hay algunos que quieren intentar cosas que uno está viendo que pasan en
países hermanos, también por allí gobernados por otra mujer como yo, y da una
cosita por dentro como si quisieran darse una vuelta otra vez por el
vecindario, para volver a hacer las cosas que pasaron en otro momento".
Cristina Kirchner preserva como una reliquia esa
imagen, adquirida en los pasillos de la Universidad de La Plata, en la que los
Estados Unidos aparecen como un genio maligno al que deben imputarse los
problemas de América latina.
En los últimos meses recurre a más a menudo a ese
enemigo externo y oculto para explicar las desgracias nacionales. Al celebrar
el Día de la Industria, también se refirió a esas "cosas":
"Muchas cosas que se están pergeñando desde afuera y desde adentro tienen
que ver con escarmentar a un país que se atrevió a una receta diferente".
Al día siguiente de aquella especulación, Rousseff
puso a Cristina Kirchner el caramelo en la boca. Su ministro de Defensa
brasileño, Celso Amorim, detalló en la Casa Rosada las denuncias del topo de la
NSA, Edward Snowden. Una semana más tarde, el nuevo canciller de Rousseff, Luiz
Alberto Figueiredo, el célebre "Afogador" de Itamaraty, se llevó
también de Buenos Aires la adhesión de la Presidenta a la cruzada brasileña
contra Obama.
Un funcionario kirchnerista intentó convencer al
periodismo de que Amorim había comentado que también las comunicaciones
argentinas estaban "tomadas por los norteamericanos". Pero, es una
pena, en Brasil no confirmaron esa información. La Presidenta no tuvo otro
remedio que victimizarse por analogía. Más allá de su pasable altruismo, el
reclamo en favor de Rousseff tiene significado en la ecuación doméstica del
Gobierno.
El país está pendiente de una decisión de la Corte
Suprema de los Estados Unidos en el pleito con los holdouts .
Si ese tribunal confirmara las condenas anteriores y pusiera a la Argentina en
la situación de un default técnico, la Casa Rosada presentaría la resolución
como una de "las cosas que se están pergeñando desde afuera para
escarmentar al país". Dicho de otro modo: igual que hizo con los máximos
jueces argentinos el frustrado 7-D, Cristina Kirchner sugiere que, si no
aceptan su postura, los miembros de la Corte estadounidense quedarán
convertidos en "la Corte del 30".
A raíz de las filtraciones de Snowden, Rousseff
canceló su visita de Estado a Washington, programada para el próximo 23 de
octubre. La reacción fue mucho más agria que la de otros afectados, como el
mexicano Enrique Peña Nieto, por ejemplo. Se entiende: Snowden eligió como
depositario de sus confidencias a Glenn Greenwald, un periodista de The
Guardian radicado en Río de Janeiro, que filtró esos informes al programa Fantástico ,
el más popular de la TV brasileña.
SOBREACTUACIÓN
Desde hace un mes, hasta los alumnos de la escuela
primaria de Río o de San Pablo están al tanto del monitoreo que hace Obama
sobre las comunicaciones de Rousseff y Petrobras.
En Brasil muchos consideran que Dilma sobreactúa su
antiimperialismo para atenuar un clima social adverso. De hecho, el viernes
pasado, cuando el Consejo de los Derechos Humanos de la ONU trató el escándalo
del espionaje internacional, la delegación brasileña participó con una
funcionaria de segundo nivel que ni pidió la palabra.
La solidaridad de la Argentina con Brasil por las
intromisiones de la NSA tiene derivaciones muy concretas para la política
interna de ambos países. En nombre de la "soberanía cibernética",
Rousseff pretende prohibir los buscadores de Internet radicados fuera de su
país. Esa exigencia, célebre forma de censura en China, otorga a los gobiernos
una temible capacidad de control, en especial sobre la prensa y sobre quienes
promueven movilizaciones a través de las redes sociales, como está ocurriendo
en las grandes ciudades brasileñas.
¿Se asociará Cristina Kirchner a esta
reivindicación nacionalista? Ya dio un paso. Con la misma excusa de sustraerse
a la vigilancia externa, Amorim y Agustín Rossi suscribieron un acuerdo por el
cual las Fuerzas Armadas se encargarán de la "ciberdefensa". Los
militares accederán así a un formidable poder y a un apetecible negocio que
deben haber entusiasmado al general César Milani. El jefe del Ejército conduce
el espionaje militar y se ha convertido en el verdadero ministro de Defensa.
Estas iniciativas llaman la atención no sólo por su
raíz autoritaria, sino por su evidente incongruencia. A la condena del
espionaje internacional debería seguir la clausura de los organismos de
inteligencia militar. Porque, si no se orientan hacia el exterior, ¿a quién
supervisarían sino a la población local? La izquierda mercosuriana aparece
escindida de sí misma. La pulsión nacionalista la lleva a convalidar el
espionaje interno, que su retórica garantista debería repudiar.
AGRESIVIDAD
A diferencia de lo que ocurre con Rousseff, la
agresividad de Cristina Kirchner con los Estados Unidos se integra en una
escalada de más larga duración. Una de sus manifestaciones más notorias fue el
acuerdo con Ahmadinejad por el ataque terrorista contra la AMIA. El balance de
esta estrategia, se volverá a advertir en Nueva York, es muy negativo.
Ahmadinejad abandonó el poder sin que la asamblea
nacional de su país convalide el pacto. Lo sucedió Hasán Rohani, quien ganó las
elecciones con el apoyo de Akbar Rafsanjani, uno de los acusados por la
Argentina, con pedido de captura en Interpol. Es difícil que Rohani quiera
cumplir con los compromisos de su rival y antecesor.
La novedad es que Rohani se aproxima a Occidente.
No sólo liberó a 11 de los centenares de presos políticos iraníes. Prometió
también no fabricar armas nucleares. En Nueva York mantendrá reuniones
inesperadas con líderes europeos. Entre ellos, Mariano Rajoy. Y comenzó a
enfriar su relación con la Venezuela de Nicolás Maduro.
Algunos expertos pronostican que Rohani podría
incorporarse a un acuerdo mucho más amplio que el que sellaron Obama y Vladimir
Putin sobre la utilización de armas químicas en la guerra civil de Siria, país
con el que Irán tiene lazos estrechísimos.
La señora de Kirchner cambió en vano de posición en
una guerra. Ahora llega tarde a una escena que ha cambiado. El viejo problema
con la puntualidad.
Rohani se diferencia del negacionista Ahmadinejad
integrando a su comitiva al único miembro de la comunidad judía en la asamblea
iraní. La Presidenta no estará escoltada por dirigentes comunitarios. Sólo la
acompañarán familiares de las víctimas del ataque contra la AMIA.
Sin haber podido explicar los beneficios, la Presidenta
debe soportar los costos de su acuerdo con Ahmadinejad. Algunos se registran en
el frente externo que más la inquieta: el pleito con loshouldouts .
Esos financistas, denunciando la aproximación con Irán, consiguieron que el
Departamento del Tesoro y el Fondo Monetario Internacional renuncien a
presentarse en los tribunales como amicus curiae favorables a
la Argentina.
Es difícil que el dramatismo con que la señora de
Kirchner presente hoy el conflicto con losholdouts disimule otros
desaguisados objetivos. El Gobierno insinuó alguna voluntad de pago, que no va
más allá de lo simbólico, cuando los tribunales neoyorquinos ya lo habían
sancionado como "deudor recalcitrante".
La embajadora argentina en Washington, Cecilia
Nahón, intentó explicar la posición oficial en el Congreso de los Estados
Unidos. El número de legisladores asistentes fue muy bajo: cero. Por este tipo
de errores, la burocracia de la Cancillería, siempre despiadada, denomina a
Nahón "chicken or pasta "; un sarcasmo sobre su nivel de
experiencia internacional.
Una rareza más de la relación con Brasil: a pesar
de su generosidad en la controversia por el espionaje, la Presidenta no
consiguió de Rousseff siquiera una mención de apoyo a la Argentina. Tampoco
logró que postergara siquiera una semana un nuevo repudio a las prácticas
proteccionistas de Cristina Kirchner y Guillermo Moreno. El propio canciller
Figueiredo expresó que tal vez su país busque otro socio. Es decir, amenazó con
romper el Mercosur.
Cuando se
presta atención al método de la Presidenta para hacer política, estas
desventajas argentinas asombran un poco menos. Ella lo explicó en su discurso
de Ezeiza: "Aunque no haya agua, nosotros igual nos tiramos a la
pileta"..
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