El Pontífice
pretende recuperar el elemento femenino de los primeros tiempos del
cristianismo.
JUAN
ARIAS Río de Janeiro
Monjas en un evento religioso en Madrid en 2011. / LUIS SEVILLANO
No se trata de una broma. Es algo que le ha pasado por la cabeza alpapa Francisco: nombrar cardenal a una
mujer. Quienes le conocen, dentro y fuera de la Compañía, desde antes de llegar
a la cátedra de Pedro, aseguran que el primer papa jesuita de la Iglesia está
llamado a sorprender cada día no sólo con sus palabras sino también, y sobre
todo, con sus gestos. Eso está haciendo en los primeros seis meses de
pontificado.
Quienes piensan que Francisco, con su sencillez de párroco de provincia,
su lenguaje llano y su sonrisa siempre en los labios es un simple o un ingenuo,
se equivocan. Este Papa, que no parece Papa, ha llegado a Roma desde la periferia de la Iglesia con
un programa bien concreto: cambiar no sólo el aparato herrumbroso de la
maquinaria eclesial sino también resucitar el cristianismo de los orígenes.
El simbolismo de sus gestos empezó desde que apareció en el balcón
central de la Basílica de San Pedro, vestido de blanco, diciéndose “obispo” y
pidiendo que la gente de la plaza lo bendijera. No perdió desde entonces un
minuto para sembrar de gestos inesperados su primeros meses de pontificado con
espanto de muchos, dentro y fuera de la Iglesia.
Y lo seguirá haciendo. Por ejemplo, con este plan de hacer cardenal a
una mujer. Sabe que el tema femenino dentro de la Iglesia está sin resolver y
que no puede esperar. Lo ha dejado claro con dos frases lapidarias en su última
entrevista a Civiltá Católica: “La Iglesia no puede ser ella misma
sin la mujer”. No es sólo una afirmación. Es una acusación. La frase se puede
leer también así: “La Iglesia no está aún completa porque en ella falta la
mujer”.
¿Cómo introducir en la Iglesia esa pieza esencial, sin la cual, la
Iglesia “no puede ser ella misma”? Lo ha dicho en la misma entrevista:
“Necesitamos de una teología profunda de la mujer”.
Y esa teología, da a entender el papa, no puede ser construida en el
laboratorio del Vaticano, apadrinada por el poder. La están ya construyendo las
mujeres dentro de la Iglesia: “La mujer está formulando construcciones
profundas que debemos afrontar”, dice.
Francisco quiere resolver ese problema durante su pontificado porque
está convencido que la Iglesia de hoy está manca y coja sin la mujer en el
lugar que le correspondería, que sería ni más ni menos que el que ya tuvo en
los inicios del cristianismo, donde ejerció un enorme protagonismo. Por lo
menos hasta que Pablo acuñó su teología de la cruz y jerarquizó y masculinizó a
la Iglesia.
El papa sabe que para llevar a cabo la revolución que tiene en mente
necesita “escuchar” a la Iglesia, no sólo a la de arriba, sino también a la de
abajo, donde se están llevando a cabo, por parte de la mujer, “construcciones
profundas”.
Podría sin embargo, abrir camino él mismo con algunos gestos que
obligarían a colocar con urgencia el tema de la mujer sobre el tapete, o si se
prefiere sobre “el altar”. Y uno de esos gestos sería nombrar cardenal a una
mujer. ¿Que es imposible? No. Hoy, según el derecho canónico, puede haber
cardenales que no sean sacerdotes, basta que sean diáconos.
Pero es que la mujer, podría decir alguien, hoy no puede aún ser
diaconisa, como lo era hace 800 años y sobre todo en las primeras comunidades
cristianas. Pues esa es también una de las reformas que Francisco tiene en la
cabeza. No se trata de ningún dogma. La mujer podría ser admitida al diaconado
mañana mismo.
Como ha escrito Phyllis Zagano, de la Universidad de Loyola de Chicago,
la mayor experta de la Iglesia en este tema, “el diaconado femenino no es una
idea para el futuro. Es un tema de presente, para hoy”. Y cuenta que había
abordado el tema con el cardenal Ratzinger, antes de ser papa, y que le
respondió: “Es algo en estudio”. A Benedicto XVI se le quedó en el tintero,
pero el papa Francisco podría acelerar el proceso. Ya hoy, la Iglesia
Apostólica Armenia y la Ortodoxa Griega, ambas unidas a Roma, cuentan con
diaconisas.
Llegada la mujer al diaconado, puede ya, sin cambiar el actual Derecho
Canónico, hacer a una mujer cardenal con el título de diaconisa. Más aún,
bastaría cambiar la actual normativa para permitir que un laico, y por tanto
una mujer, pueda ser elegida cardenal, ya que ha habido por lo menos dos casos
en la Iglesia en que fueron nombrados cardenales dos laicos: el Duque de Lerma
en 1618 y Teodolfo Mertel en 1858.
El cardenalato no implica consagración presbiterial
ni episcopal, es un puesto de consejero del papa
El cardenalato no supone la consagración presbiterial ni episcopal. Los
cardenales son consejeros del papa y su función principal es elegir al nuevo
sucesor de Pedro. ¿Hay algún inconveniente en que una mujer pueda dar su voto
en el silencio del cónclave? ¿Su voto valdría menos que el de un varón?
Un jesuita me decía: “Conociendo a este papa, no le temblaría la mano
haciendo cardenal a una mujer y hasta le encantaría ser él el primer papa que
permitiese que la mujer pudiera participar a la elección de un nuevo papa”.
Cuando Francisco, en su larga entrevista, insiste
en que no quiere hacer los cambios precipitadamente y que antes prefiere
“escuchar” a la Iglesia, es porque esos cambios, algunos sorprendentes, los
tiene ya en mente, quizás bien enumerados. Quiere sólo presentarlos con el aval
no sólo de la jerarquía sino del pueblo de Dios.
Con este Papa, como diría Federico Fellini: “La nave va”. Con Francisco,
los pilares de la Iglesia se empiezan a mover. Y muchos empiezan a temblar. De
miedo. Dentro, no fuera de la Iglesia. Fuera empiezan a resonar más bien las
notas del estupor y hasta de la incredulidad. “Con este papa casi me están
dando ganas de hacerme católica”, escribió ayer una lectora en este diario.
Algo se mueve, y quizás irreversiblemente en la Iglesia justo en el
momento en el que en el mundo laico y político, en el campo de la modernidad,
los relojes parecen haberse parado todos a la vez.
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