Tras la limitada entrega de armas a los rebeldes,
la imposición de una zona de exclusión aérea sobre determinadas zonas parece la
opción más inmediata.
Obama, su esposa y sus hijas, al llegar a Belfast. / FOTO: REUTERS | VÍDEO: ATLAS
Barack Obama intentará este lunes obtener una
posición unificada de las grandes potencias mundiales sobre los próximos pasos
a dar paraponer fin a la guerra en Siria. Tras la
limitada entrega de armas a los rebeldes, anunciada a lo largo de la última
semana, la imposición de una zona de exclusión aérea sobre determinadas zonas
de ese país parece la opción más inmediata, aunque ello requeriría el apoyo de
Vladimir Putin, con quien el presidente norteamericano tiene previsto reunirse
este lunes.
El
encuentro entre Obama y el presidente ruso se producirá en el marco de la
cumbre del G-8 que se celebra lunes y martes en Belfast (Irlanda del Norte). La
conferencia servirá para distintas conversaciones bilaterales y multilaterales
con la intención de definir el modelo de intervención en un conflicto que se ha cobrado ya
más de 90.000 muertos y que amenaza con hundir a Oriente Próximo en una nueva
crisis de inestabilidad y enfrentamientos sectarios.
Obama,
que anunció el giro hacia una posición más intervencionista tras la
comprobación, según su Gobierno, de que el régimen de Bachir al Asad había utilizado armas químicas contra la insurgencia,
se resiste a actuar en Siria por sí solo, y ha declarado su intención de buscar
una gran coalición internacional.
“Esta es
una situación muy incierta y el presidente cree necesario consultar con los
líderes del G-8 qué tipo de apoyo debemos de dar a la oposición”, ha explicado
Ben Rhodes, viceconsejero de Seguridad Nacional. Esas consultas empezaron en la
noche del viernes con una videoconferencia en la que, además de Obama,
participaron el primer ministro británico, David Cameron, el presidente
francés, Francois Hollande, la canciller alemana, Angela Merkel, y el primer
ministro italiano, Enrico Letta.
Faltaba
en esa lista el hombre que, en realidad, tiene la llave para los futuros
movimientos de la comunidad internacional, Putin. El presidente ruso, que el domingo tenía
previsto reunirse con Cameron, sigue siendo un aliado de Asad, y, aunque en los
últimos meses el apoyo al presidente sirio se ha reducido ligeramente, Rusia se
opone a cualquier intervención militar extranjera en Siria. Rusia tiene en
Siria su única base militar en el exterior y conserva sobre ese país una
influencia que le permite, como demuestra la realidad actual, seguir siendo un actor
relevante en Oriente Próximo.
No va a
ser, por tanto, sencillo hacer cambiar de opinión a Putin. El argumento de EE
UU es que el relevo de Asad por un Gobierno que incluya las aspiraciones de los
rebeldes y le dé a Siria mayor unidad no es, necesariamente, un
revés para los intereses rusos. “Creemos que a Rusia le favorece presionar a
Asad para que abandone el poder”, afirma Rhodes.
Obama
intentará también persuadir a Putin de que, sea cual sea la posición rusa, el
régimen de Asad está condenado a muerte antes o después, y que una intervención
de la comunidad internacional ahora puede evitar un mayor baño de sangre y
puede permitir que Rusia quede en una mejor posición de cara al futuro de Siria.
El voto
de Rusia es imprescindible para que la eventual zona de exclusión aérea obtenga
el refrendo del Consejo de
Seguridad de Naciones Unidas, lo que Francia plantea como condición
imprescindible para darle su apoyo. Un portavoz del Ministerio francés de
Relaciones Exteriores reiteró este fin de semana que “este tipo de medidas solo
se pueden poner en marcha con la aprobación de la comunidad internacional, se
requiere una decisión del Consejo de Seguridad”.
También
Alemania, según lo que Merkel ha declarado en los últimos días, es
partidaria de llevar el asunto a la más alta instancia ejecutiva de la ONU, que
en su día dio luz verde a la zona de exclusión aérea impuesta en Libia. EE UU y
el Reino Unido, aunque prefieren igualmente esa vía, no han descartado por
completo una intervención en otro marco. Posiblemente, una amplia coalición,
con participación sobre el terreno de países europeos, árabes y musulmanes,
podría ser suficiente para respaldar la acción.
La
Administración norteamericana ha advertido que la creación de un espacio aéreo
en Siria vetado a la aviación del régimen sería mucho más difícil que en Libia.
Rhodes sugirió la pasada semana que, aunque esa opción no ha sido descartada,
EE UU se resiste a llevarla a cabo en solitario por miedo a verse de nuevo
inmerso en un conflicto militar en Oriente Próximo frente a la pasividad de sus
aliados y las críticas del resto del mundo.
Obama
afronta, por tanto, en Belfast una misión muy complicada, y no lo hace
precisamente en la cúspide de su popularidad y prestigio, particularmente en
Europa. La opinión pública y algunas instituciones europeas han reaccionado con
gran contrariedad a la revelación delprograma de espionaje Prisma sobre el tráfico de Internet
entre extranjeros fuera del territorio norteamericano.
Obama
tratará de defender ante sus colegas que el propósito de EE UU no es el espiar
indiscriminadamente a
ciudadanos de otros países sino el de obtener datos sobre actividades
terroristas que, en muchas ocasiones, no tienen como objetivo EE UU sino
algunos países de Europa. Son los europeos, según han comentado fuentes de la
Administración, quienes mejor deberían de entender y más tienen que agradecer
los esfuerzos del espionaje norteamericano por prevenir atentados terroristas.
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