El arte de armar coaliciones
Las opiniones están divididas frente a los riesgos
institucionales que acechan este proceso electoral. Para unos, en estas
elecciones se pone en juego una modificación sustancial del contenido
republicano de nuestra democracia; para otros, en cambio, ese desafío no tiene
entidad suficiente para perturbar un desenvolvimiento menos dramático.
Los del primer segmento consideran que del
resultado de estos comicios depende que avance el proyecto de una reforma de la
Constitución para habilitar un tercer período a Cristina Fernández de Kirchner;
con una Presidenta cuya voluntad hegemónica no declina, el año decisivo es el
que actualmente estamos transitando. Los del segundo segmento dan por
descontado, al contrario, que la reforma constitucional no tiene más destino y
que con ello se abre paso, de aquí en más, la sucesión presidencial. El año
2015 es, por tanto, el momento decisivo.
Si observamos de qué manera los partidos y
facciones se han movido en estas últimas semanas, podríamos postular que la
única franja en la cual esos actores han obrado con sentimientos asociativos y
espíritu de concertación es la que gira en torno al eje de la UCR, el FAP, la
Coalición Cívica y fuertes liderazgos de distrito (por ejemplo, Solanas y
Carrió). La estrategia de quienes forman este conjunto se asienta, pues, sobre
una urgente conjetura: sin capacidad electoral en 2013 para detener el avance
hegemónico, el horizonte de 2015 estará inevitablemente contaminado.
Menos claro es el panorama que se observa en la
otra orilla, en una franja más extensa en la cual se ubican tres actores: el
llamado peronismo disidente, francamente opositor al oficialismo; las
corrientes que se expresan en el macrismo con centro en la ciudad de Buenos
Aires; por fin, unos protagonistas -fundamentalmente intendentes del Gran
Buenos Aires- que asoman su cabeza al advertir que el peronismo podría afrontar
de nuevo, dentro de sus vastas fronteras, un combate por la alternancia.
La experiencia nos enseña que el peronismo es
social y electoralmente inclusivo y, al mismo tiempo, presenta un espectáculo
transformista poblado de "rumbeadores". Como apuntó J.N. Matienzo,
estos políticos detectan la oportunidad y huelen dónde están los oficialismos
establecidos y los oficialismos futuros (ya nos hemos referido a estos juegos
en otras ocasiones con motivo del pasaje de Menem a Duhalde y de éste a
Kirchner). La trama de estos últimos días, en particular las horas que median
hasta el próximo sábado a la noche, nos advierte que las idas y venidas de los
rumbeadores están en plena actividad. El foco de atracción son los liderazgos
-el más obvio es el de Sergio Massa- que van minando desde adentro, con
intenciones análogas a las de Scioli, la férrea disciplina impuesta por la
Presidenta al Frente para la Victoria.
Esta vieja historia vaciada en el molde de las
nuevas generaciones de dirigentes de entre cuarenta y cincuenta años agita a
los interesados en estos asuntos en un contexto electoral delimitado
formalmente por las elecciones primarias (PASO) y, materialmente, por un
pertinaz faccionalismo.
No faltan defectos en la invención legislativa de
las PASO. En primer lugar, cada dos años, la ley obliga a los partidos a
encarar procesos electorales de larga duración. Las inscripciones de alianzas y
candidatos, las campañas para las PASO de agosto y para las definitivas de
finales de octubre se extienden, en efecto, durante cinco meses. Con el
agravante de que, una vez determinadas las candidaturas y la distribución de
los cargos en las PASO, no hay en adelante replanteo posible.
Este cepo electoral explica las tensiones de última
hora para dar a luz coaliciones o, simplemente, plegarse a un candidato que las
encuestas estiman ganador. Es una mezcla cargada de silencios, gestos
arrogantes y diarias apuestas con miras a 2015. Una coalición, como hemos
visto, se adelantó para disipar una incertidumbre que en el otro conjunto se
exacerba hasta el instante -ya llegaremos a la noche del sábado- en que se
registren las listas de candidatos.
Tras esta aparente confusión, perduran las falencias
de un cuerpo representativo invertebrado en el cual no emergen todavía
liderazgos con la enjundia suficiente para sobresalir y arrastrar adhesiones.
Éste es uno de los efectos de un régimen estructurado de arriba abajo por el
poder presidencial. A medida que este poder se va apagando, lo que queda en su
lugar, hasta prueba en contrario, es un laberinto de facciones y un partido
presidencialista que, por flojo desempeño, se oxida y no responde a las
demandas ciudadanas de seguridad en la vida cotidiana y en el transporte, de
empleo y de estabilidad monetaria, entre otras.
Posiblemente, ese faccionalismo que brota por
doquier sea uno de los mayores obstáculos para rehacer en democracia el perfil
de la república representativa. El faccionalismo conspira contra la mediación
responsable y destruye el cimiento de los partidos políticos. Es una fuga hacia
la dispersión: cada dirigente se vale de un sello propio reconocido o busca
adquirir uno de los tantos en oferta para luego negociar y, de ser factible,
fabricar con otros socios una coalición laxa. En la provincia de Buenos Aires,
al día de hoy, treinta sellos registrados para las PASO han armado nueve
coaliciones; en la ciudad de Buenos Aires son diecinueve sellos y siete
coaliciones.
Quizás en las otras provincias podría morigerarse
esta tendencia. Sin embargo, aunque entre tantas facciones perduran algunos
partidos organizados, las inclinaciones hacia la fragmentación del régimen se
realimentan constantemente. Y lo hacen, tal vez, porque guardamos el recuerdo
viviente de antecedentes que, de un día para otro, hacen el montaje con esos
fragmentos dispersos de un nuevo arreglo de poder.
Dado que este fenómeno tuvo el referente exitoso de
la rápida construcción del poder kirchnerista, entre 2003 y 2005, no faltarán
dirigentes que contemplen llevar a cabo de nuevo esa vertiginosa recomposición
de fuerzas. Pura magia de unos arquitectos del poder que acaso se inspiren en
antecedentes lejanos: en 1943 Perón representaba muy poco; en 1946 convocaba a
la mayoría del país. En estos casos, la materia prima de los rumbeadores está
siempre disponible. Menuda cuestión para los partidos no peronistas que
pretenden terciar en esas disputas.
¿Será éste el rumbo que en los próximos años nos
conduzca hacia otro ciclo político? No es, obviamente, lo que el oficialismo
pretende. Desde la Presidenta hasta los ministros y seguidores, el Gobierno
sabe que sus posibilidades de retener el poder son tributarias del
faccionalismo de los contrarios. Si esas resistencias flaquean, proseguirá
avanzando el proyecto reeleccionista.
La acción de la Corte Suprema de Justicia, sin duda
necesaria para mantener firme el rumbo constitucional de nuestra democracia (el
fallo del martes así lo ratifica), no es condición suficiente para que esa
arremetida se contenga. El suplemento indispensable es electoral y, por ende,
proviene del ejercicio de la soberanía del pueblo. Los límites de los que tanto
habla la propaganda opositora son entonces de dos clases: los fijan los pesos y
contrapesos de la Constitución, y también los marca la ciudadanía que se
representa electoralmente. Magistrados y mediadores. Quizás aquellos partidos
que acierten en cultivar con eficacia el arte de las coaliciones electorales y
programáticas tengan la llave para salir de este pantano. Por ahora, se ha
acertado sólo en parte y por eso la atmósfera sigue nublada.
© LA NACION.
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