Los servicios
secretos más poderosos del mundo cercan al filtrador que desafió a la
inteligencia estadounidense.
Las pantallas del metro de Hong Kong muestran la entrevista a Snowden el 16 de junio. / KIN CHEUNG (AP)
La historia de Edward Joseph Snowden es la de un joven
analista de inteligencia que decidió arriesgarlo todo para denunciar los abusos
del espionaje masivo que realizan los servicios secretos de su país. La de un
ex empleado de la CIA que se asomó a las prácticas irregulares de la Agencia de
Seguridad Nacional (NSA) y decidió que el mundo debía conocerlas. La de un
friki de la informática amante de la cultura japonesa que dejó atrás a su novia
y una cómoda vida en Hawai para emprender un viaje peligroso e incierto.
Snowden ha desatado una tormenta mundial exponiendo la fragilidad de la
privacidad de nuestras comunicaciones en la era digital, dejando al descubierto
a los gigantes de Internet —Google, Facebook, Microsoft—, sacando los colores
al presidente Obama, al premier británico Cameron, generando
una crisis diplomática entre Ecuador y EE UU, y poniendo en guardia a los más
potentes servicios secretos del mundo. Todo, con cuatro ordenadores portátiles,
una llave USB y, en la mano, un cubo de Rubik.
Esta es la reconstrucción de la huida del hombre más buscado durante las
últimas tres semanas.
Su periplo arranca en Hawai, en mayo, el día en que comunica a su
superior en la compañía Booz Allen Hamilton, una de las más potentes
organizaciones privadas de espionaje del mundo —muchas de ellas trabajan
subcontratadas para los servicios de inteligencia nacionales de los países— que
se tiene que ir durante dos semanas para tratar sus problemas de epilepsia.
A su novia Lindsay, con la que lleva cuatro años, le dice que tiene que
ausentarse por unas semanas. Lindsay, una chica que practica la acrobacia, ha
podido comprobar que, en los últimos meses, Snowden ha estado como ausente, y
así lo reflejará en su blog. Pero tampoco tiene por qué extrañarse. Su chico
trabaja en el sector de inteligencia.
El lunes 20 de mayo Edward Snowden toma un vuelo que cambiará su vida
para siempre. Atrás deja su casa de Waipahu, West Oahu, Hawai. Hace cuatro
meses que ha entrado en contacto con la documentalista y periodista
independiente norteamericana Laura Poitras. Hace menos de un mes que ha
empezado a escribirse, mediante comunicaciones encriptadas, con el bloguero
norteamericano del diario británico The Guardian Glenn
Greenwald. Una de las filtraciones más importantes de la historia de Estados
Unidos se está gestando.
El avión en el que se embarca Snowden se dirige a Hong Kong.
“Hace bien eligiendo este destino”, cuenta por teléfono desde Hong Kong
Heriberto Araújo, experto en cuestiones de ciberespionaje y autor del libro La
silenciosa conquista china. “Es un territorio controlado por China,
que no es país amigo de Estados Unidos, pero en el que las leyes funcionan, y
de donde no iba a ser fácil sacarle”.
Sarah Harrison, mano derecha de
Assange, a las puertas de la embajada de Ecuador en Londres, en junio de 2012.
/ CARL COURT (AFP)
Snowden aterriza en la excolonia británica con una maleta negra y cuatro
ordenadores portátiles. Se aloja en el Hotel The Mira, en Nathan Road, una
ruidosa calle conocida por sus tiendas, en el distrito de Kowloon.
Durante dos semanas, según contará The Guardian, apenas
sale de su habitación, que tiene vistas sobre el parque que da nombre al
distrito. Pide que le suban la comida a su cuarto, decorado con un falso
cocodrilo, en ese hotel de 250 euros la noche. Lleva poco equipaje consigo. El
libro de memorias del expresidente de EE UU Dick Cheney, los ordenadores, algo
de ropa y el cubo de Rubik.
Snowden se atrinchera. Coloca almohadas en la rendija de la puerta de la
habitación para evitar escuchas. Mayo llega a su fin y se cita por fin con el
bloguero de The Guardian Glenn Greenwald.
Las indicaciones que da, según relatará The New York Times, son
las siguientes. Greenwald y sus dos acompañantes, la documentalista Laura
Poitras y otro redactor de The Guardian, deben acudir a un
hotel de Hong Konk y pedir en voz muy alta indicaciones sobre otra zona del
hotel. Si todo va bien, en ese momento aparecerá un hombre con un cubo Rubik en
la mano.
Greenwald se queda sorprendido. Esperaba encontrarse a un veterano
espía. No a un joven de 29 años.
En Ginebra, con la CIA
EVA SAIZ
Si hay un punto de inflexión en la
carrera de Snowden en los servicios de inteligencia, un momento que lo lleve a
cuestionarse la legitimidad de las prácticas de espionaje de Estados Unidos,
este se produce en su periodo como agente encubierto de la CIA en Ginebra, en
2007. “Me desilusionó mucho de lo que vi allí acerca del impacto de las
acciones de mi gobierno en el mundo, haciendo más mal que bien”, relatará a The
Guardian. Mavanee Anderson, que compartió destino con Snowden en esa
época, cuenta en un artículo publicado por The Chattanooga Timesque
Snowden sufrió “varias crisis de conciencia”.
Durante su estancia en Ginebra, su
puesto le permite un acceso casi ilimitado a documentación privilegiada. La
tentación de desvelar los secretos a los que tenía acceso le viene de entonces.
Su pericia informática, la que le permitió asomarse a las oquedades más
profundas de la inteligencia y los secretos de EE UU, arranca en su más tierna
infancia.
Snowden pasaba más tiempo delante del
ordenador que haciendo los deberes, según cuenta su vecina Joyce Kinsey. Junto
con sus amigos de instituto se dedicaba a construir sus propios PC a partir de
piezas adquiridas por Internet. En esa época, además del gusto por la red
desarrolló su pasión por el manga y la cultura japonesa.
Se crió en Ellicot City, Maryland, a
escasos kilómetros del cuartel general de la NSA en Fort Meade. Hasta allí se
trasladaron sus padres tras residir brevemente en Wilmington, Carolina del
Norte, donde Snowden nació el 21 de junio de 1983. Su padre, Lonnie, era
guardacostas. Su madre, Elizabeth, trabaja en los juzgados de Maryland.
Vivía hipnotizado por los
ordenadores. No acabó el instituto pero trató de sacarse el título realizando
un curso de informática en la Universidad de Anne Arundel, en Maryland, donde
tampoco logró terminar la carrera, pero sí obtuvo el título de bachillerato.
En 2003, Snowden escribe en la web de
Ars Technica que va a alistare en un cuerpo de élite del Ejército para “liberar
a la gente de la opresión” en Irak.
Durante su periodo de formación,
Snowden, un joven de ideales firmes, experimenta uno de sus primeros
contratiempos: “Todos parecían más interesados en matar a árabes que en ayudar
a los demás”, confesará a The Guardian. El joven no tuvo
tiempo de ahondar en su desengaño. La fractura de sus dos piernas le impide
licenciarse y completar la instrucción.
Ese mismo año, Snowden hace su
incursión en los servicios de inteligencia estadounidenses. Como si de una
carambola del destino se tratara, él, que se había criado tan cerca de la
Agencia Nacional de Seguridad (NSA), consigue un trabajo de vigilante en una de
sus instalaciones encubiertas en la universidad de Maryland.
En 2006, se incorpora a la CIA y, de
acuerdo con otra de sus entradas en Ars Technica, donde escribía con seudónimo,
sopesa la idea de trabajar para el Gobierno en China —sin duda, sus
conocimientos de mandarín le ayudan—.
Pero no le destinan a Asia sino a
Ginebra, adonde viaja en el año 2007 bajo la tapadera de un puesto de
funcionario del Departamento de Estado, como encargado de la seguridad de la
red informática.
Ahí, el introspectivo y poco sociable
Snowden, amante del ajedrez y la filosofía, empieza a barruntar la idea de
exponer lo que ve. Pero la perspectiva de una victoria de Barack Obama en las elecciones
le hace posponer sus planes.
En 2009 vuelve a la NSA, que lo
traslada a Japón, donde su frustración por la trayectoria en materia de
libertades del Gobierno de Obama crece.
“Me desengañé por completo”, confesará al diario británico.
El viernes 7 de junio, los dos diarios con los que ha entrado en
contacto, presentándose bajo el seudónimo deVerax, el
estadounidense The Washington Post y el británico The
Guardian, sueltan la bomba informativa: Estados Unidos ejerce un
espionaje masivo recolectando información a través de Google, Facebook, Apple y
Skype. La Agencia de Seguridad Nacional (NSA) tiene acceso, mediante el
programa Prisma, a los correos electrónicos, búsquedas de internet, archivos
enviados y conversaciones online de cualquier ciudadano no
estadounidense fuera de las fronteras de EE UU. El programa genera unos 2.000
informes al mes. Cerca de 77.000 expedientes se han nutrido de información
personal de ciudadanos conectados a la red. Todo ello gracias a una ley
aprobada por el expresidente George Bush Jr. y refrendada por Barack Obama.
Según saltan las primeras noticias, el presidente de EE UU decide
comparecer para justificar estas prácticas. Se escuda en la lucha contra el
terrorismo internacional. Pero la bomba informativa genera repercusiones en
todo el mundo. Daniel Ellsberg, el protagonista de la célebre filtración de los Papeles
del Pentágono, del año 1971, en que se ponía al descubierto la
política del Pentágono en la guerra de Vietnam, califica la filtración de
Snowden como la más importante en la historia de su país, al que renombra como
United Stasi of America, en alusión al temido servicio secreto de la República
Democrática Alemana. El domingo 9 de junio la imagen de Edward Joseph Snowden,
grabada en video por la documentalista Laura Poitras, inunda las pantallas
informativas de medio planeta. The Guardian cuelga en su web
la entrevista que le hace el bloguero Glenn Greenwald en la habitación del
hotel de Hong Kong.
“En buena conciencia”, declara Snowden en la entrevista, “no puedo
permitir que el gobierno de EE UU destruya la intimidad, la libertad de
Internet y las libertades fundamentales de las personas con esta máquina de
vigilancia que está construyendo en secreto”.
Obama está contra las cuerdas. Snowden le ha puesto frente a la peor
crisis de su presidencia. En Londres también empiezan a sonar las campanas.
David Cameron se niega a confirmar o desmentir que el GCHQ, centro neurálgico
de las escuchas de la inteligencia británica, haya utilizado el programa
Prisma.
El lunes 10 de junio, en torno al mediodía, Snowden abandona la
habitación de su hotel.
El Gobierno de los Estados Unidos anuncia que le perseguirá mientras
25.000 personas firman en Internet una petición a Obama para que le perdone. Y
la reacción europea no tarda. Tres días más tarde, Vivianne Redding,
vicepresidenta de la Comisión Europea, declara: “El concepto de seguridad
nacional no significa que todo vale. Los Estados no tienen un derecho ilimitado
de vigilancia secreta”. Quedan cuatro días para la cumbre del G-8 en Lough
Erne, Irlanda del Norte, que se celebra el 17 de junio. Una cumbre que se verá
marcada por el escándalo de las escuchas que realizó el gobierno anfitrión, el
británico, en una anterior cumbre, la del G-20 en Londres, en el año 2009. Los
documentos filtrados por Snowden siguen dando frutos.
Pocos días después entra en juego Wikileaks. La plataforma de
filtraciones del australiano Julian Assange se muestra dispuesta a ayudar a
Snowden.
Para ello, decide enviar a Hong Kong a un valor seguro: Sarah Harrison,
la persona que desde hace más de dos años está permanentemente al lado de
Assange, su asistente y mano derecha, mujer que ha ejercido
labores de organización, periodismo de investigación y comunicación en la
plataforma.
Harrison es quien más cerca ha estado del editor australiano en los
últimos dos años y medio. Le ha acompañado mientras andaba huido en los días
del Cablegate, durante su arresto domiciliario en la campiña
británica y en su reclusión en la Embajada de Ecuador en Londres. Ahí es donde
ha podido trabajar codo con codo con el juez Baltasar Garzón, abogado de
Assange.
Sarah Harrison, además, sabe lo que es estar junto a un hombre
perseguido por distintos servicios secretos. Sabe lo que es una persona
batallando legalmente para impedir un proceso de extradición. Sabe manejar
información secreta.
El ángel de la guarda de Julian Assange se dispone a
viajar a Hong Kong para convertirse en ángel de la guarda de
Edward Joseph Snowden.
“Tiene una experiencia muy amplia en una gran diversidad de campos”,
explica en conversación telefónica desde Nueva York, Kristinn Hrafnsson,
portavoz de Wikileaks, en alusión a la cualificación de Harrison. “Maneja bien
los ángulos legales, entre otros, las cuestiones relativas a una extradición”.
Hrafnsson, recién regresado de Ecuador, cuenta que él se ha encargado
personalmente de las gestiones en Islandia para intentar que el gobierno acoja
al analista norteamericano. Decidió hacerlo poco después de escuchar las
palabras de Snowden, que en el video de The Guardian, expresaba su
deseo de recalar en el país nórdico.
El curtido periodista de investigación islandés declara que Wikileaks ya
tiene un abogado para Snowden en territorio norteamericano, del que pronto se
conocerá el nombre.Asegura que Garzón no ha aceptado hacerse cargo de su
defensa por una cuestión de ángulos legales, no porque no crea
en la causa de Snowden. Y señala lo que considera una gran paradoja en todo
este asunto: “El departamento de Justicia estadounidense persigue al filtrador,
acusándole de espionaje, cuando son ellos los que están espiando masivamente”.
Hrafnsson no da detalles del día de llegada de la asistente de Assange a
Hong Kong. No quiere revelar ninguna información sobre los movimientos de
Edward J. Snowden.
Sarah Harrison asiste a la reunión que el exanalista de la NSA mantiene,
aún en Hong Kong, con un equipo de abogados. Valoran la situación. Snowden pide
a todos los asistentes que guarden sus móviles en la nevera para evitar
escuchas, según relatará The New York Times.
El jueves 20 de junio, desde Islandia, un colaborador de Wikileaks, el
empresario islandés Olafur Sigurvinsson, asegura que tiene un avión preparado
para traer al analista norteamericano a Islandia: tan solo queda la obtención
del permiso del gobierno.
El Departamento de Estado de EE UU solicita a Hong Kong la extradición
de Snowden, que el viernes 21 de junio acaba de cumplir 30 años. Dos días más
tarde, el domingo 23 llega a manos del presidente de Ecuador, Rafael Correa,
una carta de Snowden. No es una misiva larga.
En algo más de cuatro párrafos, solicita asilo en Ecuador por el riesgo
de persecución de Estados Unidos debido a su decisión de hacer públicas graves
violaciones por parte del Gobierno estadounidense. “Como resultado de mis opiniones
políticas y del ejercicio de mi derecho a la libertad de expresión (...), el
Gobierno de los Estados Unidos ha anunciado una investigación criminal en mi
contra”.
En la carta busca un paralelismo con la filtración del Cablegate. “Mi
caso es muy similar al del soldado Bradley Manning, que publicó información
gubernamental a través de Wikileaks, revelando crímenes de guerra. Él fue
arrestado y recibió tratos crueles”. Para terminar la comunicación, señala: “Es
improbable que reciba un juicio justo, corriendo el riesgo de cadena perpetua y
muerte”. Por eso, dice, pide asilo.
Ese mismo día, el vuelo nº 213 de la compañía rusa Aeroflot aterriza en
la Terminal E del aeropuerto de Sheremiétevo, Moscú. Se supone que en él ha
viajado el analista estadounidense acompañado por Sarah Harrison. La prensa
espera en el aeropuerto. Se ven autos con placas diplomáticas. Pero Snowden no aparece. No hay rastro de él.
Julian Assange declara desde Londres que Snowden está bien y en “lugar seguro”. Algunas
informaciones apuntan a que tiene reserva para viajar, rumbo a La Habana, al
día siguiente, en el vuelo nº 150 de Aeroflot.
Falsa alarma. El lunes, el asiento 17A del vuelo nº150, en el que
supuestamente iba a viajar, va vacío. En Sheremiétevo, no hay constancia de que el filtrador se
encuentre realmente allí.
El martes 25, Vladímir Putin asegura que Snowden se encuentra en la zona
de tránsito del aeropuerto, pero se niega a conceder su extradición. El
presidente ruso confiesa que preferiría no ocuparse de casos como el de
Snowden: “Es lo mismo que trasquilar a un cerdo: mucho chillido y poca lana”,
declara.
Snowden se beneficia de los milagros del mundo moderno. Estando en
Moscú, no está técnicamente en Rusia porque no cruza formalmente la frontera y
no le sellan el pasaporte —que, por lo demás, Washington ya ha anulado—, lo que
significa que la policía local no puede detenerle.
En la zona internacional de Sheremiétvo unos dicen que se aloja en el
hotel Vozdushny Express (Expreso Aéreo) mientras otros aseguran que, al ver los
precios (60 euros las 4 horas por una minihabitación con baño y ducha
individual), se dio media vuelta y se fue. El presidente venezolano Nicolás
Maduro se muestra dispuesto a recibirle.
“Esto es todo un juego de intereses; ni chinos, ni rusos le habrán dado
cobertura gratis”, se aventura a pronosticar Daniel Sansó-Rubert, experto en
inteligencia y seguridad que trabaja en un seminario organizado por la
Universidad de Santiago y el Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional
(Cesedén). “Lógicamente, habrán intentado extraer de él toda la información
posible. Estas cosas funcionan así, lo que pasa es que normalmente las cartas
se intercambian debajo de la mesa”.
El viernes 28, Snowden parece atrapado en un callejón sin salida. Su
pasaporte invalidado le impide entrar en territorio ruso. Ecuador dice que su
país no puede otorgarle asilo si no se encuentra físicamente en territorio
ecuatoriano —en la embajada, por ejemplo—. Barack Obama ha declarado el día
anterior que no va a a movilizar aviones para detener a un hacker de
29 años, en un intento de que la crisis no afecte a sus relaciones con China y
Rusia.
Mientras medio mundo se pregunta dónde está Snowden, su padre Lonnie
concede una entrevista a la cadena NBC en la que asegura que su hijo estaría
dispuesto a regresar a EE UU si le garantizan que permanecerá en libertad antes
de que comience su juicio. No ha hablado con él, dice.
Edward J. Snowden está acusado de robo y apropiación de documentos
propiedad del Gobierno de EEUU. “Ya se ha hecho un hueco en la historia junto a
Daniel Ellsberg y Bradley Manning”, sintetiza Kritinn Hrafnsson desde Nueva
York. “Hombres que lo arriesgaron todo y que actuaron con valor, siguiendo su
conciencia”.
Son muchas las voces que en Estados Unidos se levantan contra lo que
consideran una traición. Pero lo que parece claro es que, en el momento de
realizar la filtración, Snowden es un tipo con una larga experiencia en el
campo de la inteligencia militar que sabe lo que hace y a qué se expone. Tiene muy presente el ejemplo de Bradley Manning, el
soldado que supuestamente filtró información secreta a Wikileaks. Le admira. Es
algo que dirá a los periodistas de The Guardian. “Manning es
el clásico filtrador. Lo que le inspiró fue el bien común”.
JESÚS A. NÚÑEZ VILLAVERDE
Tanto si pasa a la historia como
traidor, héroe o soplón —y al margen de sus motivaciones personales— Edward
Snowden ha prestado un servicio muy valioso con su decisión de arrojar algo de
luz sobre los recovecos de un intrusivo sistema gubernamental capaz de captar,
registrar y, sobre todo, tratar ingentes volúmenes de información privada. En
nombre de la sacrosanta seguridad, a la que todo se ha subordinado aún más desde
el aciago 11-S, sabemos ahora que sistemas como el estadounidense Prisma llevan
tiempo hurgando diariamente en nuestra (la de todos) más celosa intimidad a la
búsqueda de datos que supuestamente nos blindan frente a las amenazas. Gracias
a él sabemos también que los periodistas (sirvan los de la agencia AP como
ejemplo) son objetivo prioritario de ese afán husmeador, sin detenerse en
considerar el peligro que eso supone para la salud democrática. No menor es el
descubrimiento de que nueve servidores de Internet han aceptado la intromisión
securitaria de la Foreign Intelligence Survelillance Court en sus sistemas
—¿puede sorprender eso tras conocerse que quien fue hasta 2010 responsable de
la seguridad privada de datos de los usuarios de Facebook trabaja ahora para la
NSA?—. En paralelo nos enteramos de que los británicos han espiado a sus
propios aliados en el marco de las reuniones del G-20 y que imitan a su hermano
mayor, fisgoneando en toda la información pública y privada que se transmite a
través de la fibra óptica que toca su territorio.
Lo que parece la simple punta de un
iceberg del que seguimos desconociéndolo prácticamente todo —apenas cabe
reseñar la existencia de la red Echelon, ya desde la guerra fría, y del
reciente software Riot (de Raytheon), junto a las noticias
sobre el creciente activismo chino y ruso en la materia— es suficiente para
entender que, como tantas veces en el pasado, se ha perdido el rumbo de algo
que en su origen puede resultar justificable. La seguridad es un valor
altamente deseado y a ella subordinamos diariamente otros valores. Conscientes
de los riesgos que plantea caminar sin resbalones por la delicada senda de la
seguridad libertad, los Estados de derecho nos hemos dotado de mecanismos de
control que pretenden evitar el abuso sobre la ciudadanía. Sin embargo, es
evidente que ese resbalón se ha producido hace tiempo (Guantánamo y los vuelos
de la CIA son solo muestras), con numerosos Gobiernos dejándose llevar a favor
de corriente. Parece haberse olvidado que los sistemas de seguridad deben
servir a la libertad, en lugar de servirse de ella.
Aunque nunca lo admita públicamente, quien más agradecido tiene que
estar a Snowden es el presidente estadounidense, Barack Obama. Ha sido
inteligente al dar la bienvenida al debate que ha generado la filtración de
Snowden, pero eso no oculta que no estaba en su agenda replantearse la
existencia de unos sistemas que, por puro pragmatismo, considera útiles.
También debemos estarlo los ciudadanos celosos de nuestra libertad e intimidad
porque, aunque la tendencia hacia el Gran Hermano ya es imparable, al menos
podemos momentáneamente imaginarnos que en algo hemos retrasado su avance.
Con información de Rodrigo Fernández (Moscú), Eva
Saiz (Washington) y Soraya Constante (Quito).
No hay comentarios:
Publicar un comentario