Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

viernes, 25 de enero de 2013

Un cóctel explosivo de desaprensión y candidez que precipitó la urgencia




Por Pablo Sirvén | LA NACION

Las ganas de publicar una buena historia o de impactar con un contundente documento fotográfico pueden hacer tambalear el raciocinio del periodista mejor plantado. Más todavía en estos tiempos líquidos de urgencias espasmódicas, en los que todos estamos online las 24 horas del día. Cada vez hay menos tiempo para pensar porque todo debe ser publicado ¡ya!.

El apuro y las ganas son una mala combinación. Los pasos más elementales y necesarios para chequear mínimamente la calidad de un material periodístico antes de ser publicado se han ablandado y se saltean en aras de llenarnos de gloria lo más rápido posible. Total, el consumo es superficial y acelerado. Todo pasa sin dejar huella ni memoria ante el aluvión constante de novedades. Pasado mañana nadie más hablará del asunto.

Pensar que podemos contar con una "exclusiva" de la que hablará todo el mundo y que hará estallar de celos a nuestra competencia es algo con lo que se le hace agua la boca a cualquier editor. Esa presión autoimpuesta existe en cada jefe y debe cuidarse muy bien de mantenerla a raya.

Los periódicos, aun los más tradicionales, están tentados de dejarse arrastrar por esa vorágine. Primero fueron las revistas, que con sus "primicias" y sus fotos nunca vistas dejaban en evidencia la parsimonia institucional de los grandes diarios. Llegaron los diseñadores y los diarios se "arrevistaron".

Luego se fue ampliando más y más el reinado de la TV y aparecieron los canales de noticias. El menú informativo que preparábamos con tanto esmero con un día de anticipación para que nuestros lectores lo leyeran como nuevo al desayuno de la jornada siguiente empezó a quedar viejo. ¿Qué hacer?

Y terminó de complicar las cosas del todo la explosión de Internet, con sitios actualizados a cualquier hora, y la eclosión de las redes sociales, donde el paradigma de la comunicación sufrió un dramático revés: ya no hay uno que emite y los demás leen, miran o escuchan en silencio, sino que todos al mismo tiempo emitimos y nos viralizamos sin que valga más lo que diga un premio Nobel que un "fake" (perfil trucho en Twitter o en Facebook de alguien que se hace pasar por otro). Ya no se puede determinar con certeza si aquello que leemos, miramos o escuchamos es cierto, falso, cínico o paródico. Se han socializado las responsabilidades, y la obsesión por la calidad y la rigurosidad ya no está en los primeros puestos del ranking. Las alarmas dejaron de funcionar.

Cuando se encuentran el hambre (la circulación mundial de los diarios en declive) y las ganas de comer (los desaprensivos cazadores de primicias y los chapuceros o estafadores del mundo virtual que trabajan al filo de la legalidad o directamente al margen de ella, hackeando o robando materiales pertenecientes al mundo de la privacidad) suceden inevitablemente este tipo de cosas.

De un lado y del otro hay un sueño chiquito y espurio de salvarse, de miserias e irregularidades, de engaños y autoengaños. Quien vende la foto porque embolsa un buen fajo de billetes y quien la compra porque supone que una imagen que nadie tiene puede dar vuelta la historia de su medio y salvarlo de las anunciadas hecatombes sobre el fin del periodismo.

No sólo no se salvan nada, sino que se convierten en el hazmerreír mundial y sirven como anillo al dedo para que gobernantes como Cristina Kirchner, que odian a la prensa, tengan de sobra con qué despacharse a gusto por un buen rato.

Ya era bastante reprobable, y de nulo valor para el lector (más allá del obvio morbo que pueda despertar), publicar la foto de un moribundo. Hay varios lamentables antecedentes: la imagen de un escuálido y entubado Francisco Franco, durante su larga agonía, que terminó el 20 de noviembre de 1975, o la foto de un moribundo Ricardo Balbín, en terapia intensiva, que publicó la revista Gente en su edición del 10 de septiembre de 1981 (tres años después la publicación fue condenada y debió resarcir económicamente a la viuda de aquel líder radical).

Tampoco está de más recordar las horrorosas fotos del cadáver de la asesinada Nora Dalmasso, que emitió el noticiero de América en junio de 2007 gracias a la primicia de Cynthia García, hoy volcada al oficialismo militante que denuncia a los "medios hegemónicos".

El 10 de febrero de este año el diario Crónica publicó un suplemento de cuatro páginas -¡un suplemento! más la primera plana- con las fotos tremendas del cadáver de la modelo Jazmín de Grazia, que había aparecido muerta unos días antes en la bañera de su departamento.

Pero en este caso, ni siquiera se trataba de un moribundo o de un muerto célebre, sino de un paciente cualquiera con apenas un cierto parecido a Chávez, cuya imagen provenía de un video subido a YouTube en 2008.

Resulta incomprensible cómo editores experimentados reaccionaron como un grupo de jóvenes entusiastas que no ven más allá de sus narices y que marchan directo a estrellarse con su travesura.

En tiempos de virtualidad absoluta, donde realidad y ficción se confunden y se mezclan con tanta facilidad, cuesta creer cómo todavía redacciones profesionales caen con tanta facilidad ante este tipo de materiales envenenados. Distribuidos por audaces timadores o, da igual, por "justicieros" mediáticos (Assange y derivados) intentan desprestigiar a la industria periodística dejando en evidencia cuán vulnerable es en materia de controles internos.

ALGUNAS EXPLICACIONES DE EL PAÍS

El diario español publicó tres notas a lo largo del día

Primer comunicado

Reconoce el error, pero dice que el epígrafe ya advertía sobre las dificultades para verificar las circunstancias de la foto
"En el texto que acompañaba la foto se afirmaba que El País no había verificado de forma independiente [su veracidad]"
Tercer comunicado

Responsabiliza principalmente por el fallo a la agencia gráfica Gtres Online, "con la que El País trabaja desde hace años"
"Gtres Online trasladó a El País en todo momento su confianza en la veracidad de la instantánea"
"La agencia señaló que [la foto] procedía de una enfermera cubana a través de su hermana, que reside en España"

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