Un grupo de filósofos, escritores y periodistas alerta sobre los riesgos
de deshacer la Europa soñada tras la Segunda Guerra Mundial. Vassilis Alexakis,
Hans Christoph Buch, Juan Luis Cebrián, Umberto Eco, György Konrád, Julia
Kristeva, Bernard-Henri Levy, Antonio Lobo Antunes, Claudio Magris, Salman
Rushdie, Fernando Savater, Peter Schneider lanzan una clara advertencia: unión
política o muerte. EL PAÍS, junto con otros tres diarios europeos, publica su
manifiesto, que será presentado el lunes en París.
Europa no está en crisis, está muriéndose.
No Europa como territorio, naturalmente.
Sino Europa como Idea.
Europa como sueño y como proyecto.
La Europa acorde con el espíritu elogiado por Edmund Husserl en sus dos
grandes conferencias pronunciadas en 1938 en Viena y Berlín, en vísperas de la
catástrofe nazi.
Europa como voluntad y representación, como sueño y como construcción,
esta Europa que pusieron en pie nuestros padres, esta Europa que supo
transformarse en una idea nueva, que fue capaz de aportar a los pueblos que
acababan de salir de la Segunda Guerra Mundial una paz, una prosperidad y una
difusión de la democracia sin precedentes, pero que, ante nuestros propios
ojos, está deshaciéndose una vez más.
Se deshace en Atenas, una de sus cunas, en medio de la indiferencia y el
cinismo de sus naciones hermanas: hubo un tiempo, el del movimiento
filohelénico de principios del siglo XIX, en el que desde Chateaubriand hasta
el Byron de Missolonghi, desde Berlioz hasta Delacroix, desde Pushkin hasta el
joven Victor Hugo, todos los artistas, poetas, grandes mentes de Europa,
volaban en su auxilio y militaban en favor de su libertad. Hoy estamos lejos de
eso; y da la impresión de que los herederos de aquellos grandes europeos,
mientras los helenos libran una nueva batalla contra otra forma de decadencia y
sujeción, no tienen nada mejor que hacer que reprenderles, estigmatizarlos,
despreciarlos y —con el plan de rigor impuesto como programa de austeridad, que
se les conmina a seguir— despojarles del principio de soberanía que, hace tanto
tiempo, inventaron ellos mismos.
Se deshace en Roma, su otra cuna, su otro pedestal, la segunda matriz
(la tercera es el espíritu de Jerusalén) de su moral y su saber, el otro lugar
en el que se inventó esta distinción entre la ley y el derecho, entre el ser
humano y el ciudadano, que constituye el origen del modelo democrático que
tanto ha aportado, no solo a Europa, sino al mundo: esa fuente romana
contaminada por los venenos de un berlusconismo que no acaba de desaparecer,
esa capital espiritual y cultural a veces incluida, junto a España, Portugal,
Grecia e Irlanda, en los famosos "PIIGS" a los que fustigan unas
instituciones financieras sin conciencia ni memoria, ese país que enseñó a
embellecer el mundo en Europa y que ahora parece, con razón o sin ella, el
enfermo del continente. ¡Qué miseria! ¡Qué ridículo!
Se deshace en todas partes, de este a oeste, de norte a sur, con el
ascenso de los populismos, los chauvinismos, las ideologías de exclusión y odio
que Europa tenía precisamente como misión marginar, debilitar, y que vuelven
vergonzosamente a levantar la cabeza. ¡Qué lejos está la época en la que, por
las calles de Francia, en solidaridad con un estudiante insultado por el
responsable de un partido de memoria tan escasa como sus ideas, se cantaba
"todos somos judíos alemanes"! ¡Qué lejanos parecen hoy los
movimientos solidarios, en Londres, Berlín, Roma, París, con los disidentes de
aquella otra Europa que Milan Kundera llamaba la Europa cautiva y que parecía
el corazón del continente! Y en cuanto a la pequeña internacional de espíritus
libres que luchaban, hace 20 años, por esa alma europea que encarnaba Sarajevo,
bajo las bombas y presa de una despiadada "limpieza étnica", ¿dónde
está? ¿Por qué ya no se la oye?
Y además, Europa se viene abajo por culpa de esta interminable crisis
del euro, que todos sentimos que no está resuelta en absoluto: ¿no es una
quimera esa moneda única abstracta, flotante, que no está unida a unas
economías, unos recursos ni unas fiscalidades convergentes? ¿No es evidente que
las únicas monedas comunes que han funcionado (el marco después del Zollverein,
la lira de la unidad italiana, el franco suizo, el dólar) son las que se
apoyaban en un proyecto político común? ¿No existe una ley de hierro que dice
que, para que haya una moneda única, tiene que haber un mínimo de presupuesto, reglas
contables, principios de inversión, es decir, políticas compartidas?
El teorema es implacable.
Sin federación, no hay moneda que se sostenga.
Sin unidad política, la moneda dura unos cuantos decenios y después,
aprovechando una guerra o una crisis, se disuelve.
En otras palabras, sin un serio avance de esta integración política,
obligatoria según los tratados europeos pero que ningún responsable parece
querer tomar en serio, sin un abandono de competencias por parte de los Estados
nacionales, sin una franca derrota, por tanto, de esos "soberanistas"
que empujan a sus ciudadanos al repliegue y la debacle, el euro se desintegrará
como se habría desintegrado el dólar si los sudistas hubieran ganado, hace 150
años, la Guerra de Secesión.
Antes se decía: socialismo o barbarie.
Hoy debemos decir: unión política o barbarie.
Mejor dicho: federalismo o explosión y, en la locura de la explosión,
regresión social, precariedad, desempleo disparado, miseria.
Mejor dicho: o Europa da un paso más, y decisivo, hacia la integración
política, o sale de la Historia y se sume en el caos.
Ya no queda otra opción: o la unión política o la muerte.
Una muerte que podría adoptar muchas formas y dar varios rodeos.
Puede durar dos, tres, cinco, 10 años, y estar precedida de numerosas
remisiones que den la sensación, una y otra vez, de que lo peor ha pasado.
Pero llegará. Europa saldrá de la Historia. De una u otra forma, si no
se hace algo, desaparecerá. Esto ha dejado de ser una hipótesis, un vago temor,
un trapo rojo que se agita ante los europeos recalcitrantes. Es una certeza. Un
horizonte insuperable y fatal. Todo lo demás —trucos de magia de unos, pequeños
acuerdos de otros, fondos de solidaridad por aquí, bancos de estabilización por
allá— solo sirve para retrasar el fin y entretener al moribundo con la ilusión
de una prórroga.
*Firmantes: Vassilis Alexakis, Hans Christoph Buch, Juan Luis Cebrián, Umberto
Eco, György Konrád, Julia Kristeva, Bernard-Henri Levy, Antonio Lobo Antunes,
Claudio Magris, Salman Rushdie, Fernando Savater y Peter Schneider.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario