Obama debe decidir hasta dónde
quiere llegar para complacer a los republicanos
Paul
Krugman
Sobra decir que los demócratas se han anotado una
victoria increíble. No solo conservan la Casa Blanca a pesar de los problemas
que sigue teniendo la economía, en un año en el que su mayoría en el Senado
estaba supuestamente sentenciada, sino que de hecho añadieron escaños.
Pero eso no fue todo: se apuntaron triunfos importantes
en los Estados. En particular, California —que desde hace tiempo es el ejemplo
más patético de la disfunción política que se produce cuando es imposible hacer
algo sin una súper mayoría legislativa— no solo votó a favor de unas subidas de
impuestos muy necesarias, sino que además eligió —sí, lo han adivinado— una
súper mayoría demócrata.
Pero a los vencedores se les escapó un objetivo.
Aunque los cálculos preliminares dan a entender que los demócratas recibieron
algunos votos más que los republicanos en las elecciones al Congreso, el
partido republicano conserva un control férreo en la Cámara de Representantes
gracias a los intensos tejemanejes de los tribunales y de los Gobiernos
estatales controlados por los republicanos. Y John Boehner, presidente de la
Cámara de Representantes, se apresuró a declarar que su partido sigue siendo
tan intransigente como siempre y se opone radicalmente a cualquier aumento de
la tasa impositiva a pesar de sus quejas sobre el tamaño del déficit.
Por eso el presidente Obama tiene que tomar una
decisión, casi en el acto, respecto a la manera de enfrentarse a la constante
obstrucción republicana. ¿Hasta dónde debe llegar para complacer las exigencias
del partido republicano?
Mi respuesta es que no muy lejos. Obama tiene que
mostrarse firme y, si fuera necesario, declararse dispuesto a salirse con la
suya aun a costa de permitir que sus adversarios inflijan daño a una economía
todavía débil. Y desde luego este no es el momento para negociar un “gran
acuerdo” sobre el presupuesto que arrebate la derrota de las fauces de la
victoria.
Cuando digo esto, no me refiero a que haya que
restar importancia a los peligros económicos muy reales que plantea el
denominado abismo fiscal que amenaza con producirse a finales de este año si
los dos partidos no consiguen llegar a un acuerdo. Tanto las rebajas fiscales
de la era de Bush como el impuesto sobre la nómina de la Administración de
Obama están a punto de expirar, a pesar de que los recortes automáticos del
gasto en defensa y en otras partidas entrarán en vigor gracias al acuerdo
alcanzado después del enfrentamiento en 2011 por el límite de la deuda. Y la
amenazante combinación de subidas de impuestos y recortes del gasto parece lo
suficientemente atroz como para hacer que Estados Unidos caiga de nuevo en la
recesión.
Nadie quiere que pase eso. Pero puede que pase de
todas formas, y Obama tiene que estar dispuesto a permitir que pase si fuera
necesario.
¿Por qué? Porque los republicanos están intentando,
por tercera vez desde que llegó a la presidencia, usar el chantaje económico
para conseguir el objetivo que no pueden conseguir a través de los cauces
legislativos normales por falta de votos. En concreto, quieren extender las
bajadas de impuestos para los ricos, a pesar de que el país no puede permitirse
que esas rebajas de impuestos sean permanentes y la opinión pública cree que
los impuestos de los ricos deberían subir, y amenazan con bloquear cualquier acuerdo
respecto a todo lo demás a menos que se salgan con la suya. De modo que, a
efectos prácticos, están amenazando con hundir la economía a menos que se
cumplan sus exigencias.
Obama básicamente capituló cuando se enfrentó a
tácticas similares a finales de 2010, y prolongó los impuestos bajos para los
ricos durante dos años más. Volvió a hacer concesiones importantes en 2011,
cuando los republicanos amenazaron con provocar el caos financiero al negarse a
elevar el límite de la deuda. Y la actual crisis en potencia es el legado de
esas concesiones pasadas.
Pues bien, esto tiene que parar, a menos que
queramos que la toma de rehenes, la amenaza de hacer que la nación sea
ingobernable, se convierta en una parte habitual de nuestro proceso político.
Entonces, ¿qué debemos hacer? Sencillamente decir que no, y saltar al abismo si
fuera necesario. Vale la pena señalar que el abismo fiscal no es realmente un
abismo. No es como el enfrentamiento por el límite de la deuda, en el que muy
posiblemente habrían sucedido cosas terribles ya mismo si no se hubiera
cumplido el plazo. Esta vez, a la economía no le pasará nada demasiado malo si
no se llega a un acuerdo hasta que hayan transcurrido unas semanas o incluso
algunos meses de 2013. Así que hay tiempo para negociar.
Sin embargo, es más importante el argumento de que
un punto muerto perjudicaría a los mecenas de los republicanos, y en particular
a los donantes empresariales, tanto como perjudicaría al resto del país. A
medida que aumentara el riesgo de un grave perjuicio económico, los
republicanos se enfrentarían a una presión intensa para alcanzar finalmente un
acuerdo.
Por otro lado, el presidente está en una posición
mucho más fuerte que la que tenía en enfrentamientos previos. No doy demasiada
importancia a palabras como “mandatos”, pero Obama ha ganado la reelección con
una campaña populista, de modo que puede afirmar convincentemente que los republicanos
están desafiando la voluntad de los ciudadanos estadounidenses. Y acaba de
ganar las elecciones a lo grande y, por consiguiente, su situación es mucho
mejor que antes para capear cualquier revés político derivado de los problemas
económicos, especialmente porque sería muy evidente que esos problemas los está
causando el partido republicano en una última intentona de defender los
privilegios del 1%.
Por encima de todo, oponerse a la toma de rehenes
es lo que hay que hacer por el bien de la salud del sistema político
estadounidense. Así que, manténgase en sus trece, señor presidente, y no ceda
ante las amenazas. Ningún acuerdo es mejor que un mal acuerdo.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y
premio Nobel de 2008
© New York Times Service 2012
Traducción de News Clips
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