El diario británico
'The Guardian' revela que la NSA intervino 200 números de teléfono de jefes de
Estado y de Gobierno.
CLAUDI
PÉREZ / LUCÍA
ABELLÁN Bruselas
François Hollande y Angela Merkel hoy en Bruselas- / YVES LOGGHE (AP)
"¿Cuál es el teléfono de Europa?". La maliciosa pregunta del
exsecretario de Estado norteamericano Henry Kissinger resume estupendamente la
actitud de Washington ante la complejidad del proyecto europeo. Al final, EEUU
parece haber dado con el número: La sospecha de que los servicios de inteligencia de EE UU
llevan años espiando el móvil de la canciller Angela Merkel irrumpió
ayer en la enésima cumbre del euro. E hizo saltar por los aires una agenda
cargada de temas tan crudos como fundamentales para la UE (telecomunicaciones,
unión bancaria e inmigración), al conocerse que la querencia norteamericana por
el control de datos llega hasta el mismísimo teléfono de la canciller alemana.
Pero Merkel no es ni mucho menos la única.
El escándalo sigue agigantándose: la
Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de EE UU supervisó las conversaciones
telefónicas de 35 líderes mundiales, según reveló ayer el diario británico The
Guardian basándose en un documento secreto que asegura que un alto funcionario
entregó dichos números a la agencia.
Un memorando confidencial revela que la NSA fomenta que los funcionarios
de mayor rango de toda la Administración, incluida la Casa Blanca, el
Departamento de Estado y el Pentágono, compartan sus agendas para que la
agencia pueda monitorizar los números de teléfono de los líderes extranjeros
con sus sistemas de vigilancia. El documento señala que un funcionario
estadounidense no identificado entregó más de 200 números, incluidos los de los
35 líderes.
Documento al que ha tenido acceso The
Guardian.
Esa revelación aumenta las tensiones diplomáticas entre Estados Unidos y
sus aliados. Y da alas al malestar en Europa: Berlín y París olvidaron anoche
viejas rencillas y se conjuraron para acusar a EE UU de las peores tretas, en
un lenguaje inusualmente poco diplomático para los tiempos que corren.
Prácticamente todos los países secundaron esa enérgica reacción —unidad
europea, al menos esta vez— con un tableteo de declaraciones. Las fuentes
consultadas ni siquiera descartaban un texto conjunto de condena de los
Veintiocho.
La escalada verbal fue contundente: la canciller fue mucho más allá del
habitual lenguaje de madera de las cumbres y apuntó en Bruselas que el
espionaje “es totalmente inaceptable”. En un giro relativamente inesperado tras
la tibia respuesta inicial alemana cuando se desencadenó el escándalo, Merkel explicó
que ya informó a las autoridades estadounidenses de su malestar por estas
prácticas el pasado junio, y anteayer volvió a hacerlo en una conversación
telefónica con el presidente de EE UU, Barack Obama. El equipo de Obama volvió
a negar ayer que esté espiando o vaya a espiar a Merkel, aunque lleva dos días
midiendo cuidadosamente sus palabras acerca de si pinchó —o no— el teléfono de
la canciller en el pasado.
La gran mayoría de los presidentes y primeros ministros europeos
presentes en Bruselas secundó las críticas del eje franco-alemán, aunque
España, por ejemplo, evitó pronunciarse al respecto. Los dirigentes se dividían
entre quienes reclaman medidas concretas como respuesta (la paralización de las
negociaciones sobre el tratado de libre comercio con EE UU, por ejemplo) y los
que prefieren una reacción más modulada, sin represalias.
No faltaban en los pasillos de Bruselas teorías conspirativas, análisis
sobre el tempo de las denuncias franco-alemanas y tesis sesudas sobre lo bien
que vendría un enemigo exterior para unir a un continente falto de consensos.
Solo una cosa es segura: el hecho de que esta cumbre esté copada por el
espionaje (y, en segunda instancia por la inmigración) consolida la idea de que
el interés por la economía se desplaza a otros campos. Probablemente sea la
primera cumbre en la que la crisis no monopoliza el debate.
La dimensión alcanzada por el escándalo probablemente sea la llamada de
atención definitiva para convencer a los países más titubeantes (con Alemania a
la cabeza hasta hace dos días) de que este es un asunto europeo, explicaron
fuentes diplomáticas, en el que merece la pena meterse a fondo. El debate tiene
varias aristas interesantes. La principal, las explicaciones que se deben
exigir a EE UU, hasta ahora muy reticente a rendir cuentas. Ahí lo fundamental
es la fuerza de cada país contra Washington: Europa no tiene competencias sobre
cuestiones de seguridad nacional e inteligencia. Por eso Washington solo admite
como interlocutores válidos a los Estados, lo que debilita la posición europea.
Más allá de la impotencia mostrada hasta ahora, lo ocurrido pone patas
arriba las relaciones transatlánticas. Anteayer el Europarlamento pidió que se
anule el acuerdo de transferencia de datos bancarios con EE UU, muy sensible
para Washington porque eso le permite acceder a información sobre
transferencias financieras para luchar contra el terrorismo. Por otro lado, la
Comisión estudia suspender el otro gran acuerdo vigente: el llamado safe
harbour, por el que unas 3.000 empresas estadounidenses acceden a datos de los
europeos.
Otra cosa será que estos episodios fuercen la negociación en el Consejo
sobre una norma europea de protección de datos, que lleva meses estancada.
Contar con un marco más garantista que el actual (y adaptado a Internet)
favorecería a los europeos, pero tampoco es la panacea y, en la práctica, no
puede evitar este tipo de intromisiones ilegales, según las fuentes
consultadas.
Al cierre de esta edición, la catarata de declaraciones era lo único
tangible en la cumbre de Bruselas. Todas ellas en condicional: condena a EE UU
si es que efectivamente ha espiado a Merkel, a Francia o a cualquiera de los
demás. “Si hubiera algo parecido a unidad europea, lo mínimo sería una
declaración conjunta de denuncia”, explicaba una fuente del Consejo. Pero los
hubiera, aun siendo fascinantes, no importan.
“Hemos dejado claro que Estados
Unidos reúne información en el extranjero igual que hacen todas las naciones”,
dijo ayer el portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney, que sin embargo eludió
aclarar si EE UU espió el teléfono de la canciller alemana.
Angela Merkel en Bruselas: “Espiar a los amigos es totalmente
inaceptable”. “Sin motivos ni indicios muy serios no hubiésemos dado un paso
diplomático de esta gravedad”, dijo Guido Westerwelle, ministro de Asuntos
Exteriores alemán, tras reunirse con el embajador de EE UU.
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