El presidente de
Bolivia aspira a restablecer una cultura y civilización pre-colombinas, a las
que encuentra todas las gracias, en contraste con lo que califica de
capitalismo.
Morales, en un acto en la plaza de Villaroel en La Paz. / JORGE BERNAL (AFP)
Evo Morales, mestizo del altiplano, aclamado,
sin embargo, como primer presidente indígena de Bolivia, ganó clara y
democráticamente las elecciones de diciembre de 2005; acortó su periodo de
gobierno a 2009 para celebrar nuevos comicios, ya bajo una constitución
fuertemente indianista; y hace unas semanas hizo caso omiso de esa Carta Magna
que creíamos a su medida, de forma que con el dictamen favorable de un
Tribunal Supremo de estómagos agradecidos, pueda presentarse a un
tercer periodo en 2014.
A diferencia, sin embargo, de colegas bolivarianos como el reformista
Rafael Correa en Ecuador, y el fundador de la especie, Hugo Chávez en
Venezuela, que ha tratado de domesticar antes que liquidar el sistema
capitalista, Morales, más que un mandato, está cumpliendo una misión, y de
naturaleza revolucionaria, puesto que aspira a restablecer una cultura y
civilización pre-colombinas, a las que encuentra todas las gracias, en
contraste con lo que califica de capitalismo deshumanizador, producto de la
conquista europea. Pero esa misión topa en los últimos años con crecientes
dificultades incluso entre su misma parroquia, que le acosa de huelgas
exigiendo el disfrute de unos bienes terrenales a los que anteriormente no
había tenido acceso, muy propios del Primer Mundo. Son médicos, transportistas,
mineros y hasta policías los que hoy desertan de sus banderas.
La relativa caída de la popularidad presidencial (de 80% a 60%) la
explica el académico boliviano Pablo Rossell Arce: “porque el conflicto se ha
trasladado de la lucha contra un adversario externo –la oligarquía, ‘vendida’ a
los intereses occidentales- a la pugna entre las distintas corrientes de los
movimientos sociales, hasta romper la coalición de campesinos, indígenas,
sectores populares urbanos y enclaves de clases medias” (‘Nueva Sociedad’). El
publicista Fernando Molina atribuye “la ruptura del tejido social a causas
culturales”, a que el Estado es visto por la ciudadanía, como dueño de la
tierra, el aire, el agua y el subsuelo, como el gran “proveedor”, y no solo de
servicios, sino de rentas, subsidios a fondo perdido, “cuyo reparto no se
decide en los despachos sino en la calle” (Infolatam), de manera que el más
combativo es el que se alza con el santo y la piñata. Eso explica la fronda
anti-Evo de profesionales de todo orden, parte de los cuales están
representados por la COB (Central Obrera Boliviana), que ha creado su propio
partido para vérselas electoralmente con el presidente.
La revolución boliviana es de retórica particularmente frondosa. El 21
de diciembre de 2012 Evo Morales proclamaba, con motivo de la celebración del
solsticio de verano en la Isla del Sol (lago Titicaca), la llegada del
Pachakuti, el Nuevo Tiempo, “a favor de la vida y contra el capitalismo
salvaje”, en el que reinaría la cultura del “vivir bien”, en el “Estado
plurinacional boliviano, en el que el ser humano reconoce el sentido de la
humanidad y la armonía con la (Pachamama) Madre Tierra”. Y como dice la
Constitución: “jamás comprendimos el racismo hasta que lo sufrimos en los
funestos tiempos de la colonia… (por lo que) construimos un nuevo Estado,
dejando en el pasado el Estado colonial, republicano y neoliberal”. El
expresidente boliviano Carlos Mesa Gisbert, periodista y escritor, criollo de
pura cepa, califica de “esencial para el régimen la descalificación del periodo
colonial español, al punto que rechaza el mestizaje cultural producto de la combinación
entre las visiones del mundo europea e indígena, aunque ese discurso deje fuera
a casi la mitad de los 11 millones de bolivianos que no pertenecen a ninguna
‘nación originaria campesina’, para usar el término oficial que consagra la
Constitución”. Y en la política con minúscula, “está claro que el Gobierno
boliviano sintonizaba más y mejor con el PSOE, y que en su mirada –que lo
ideologiza todo- el PP no es santo de su devoción”. Carlos Malamud,
investigador principal para América Latina del Instituto Real Elcano de Madrid, cree que el
objetivo de esa prolija revolución es “negar parte de sus raíces para poner el
acento en que Bolivia es básicamente una sociedad indígena, lo que fuerza a
eliminar todo lo occidental, europeo y español, pese a que se hable de una
realidad multiétnica y plurinacional”. Y es significativo que “en el ministerio
de Culturas (así, en plural) exista un viceministerio de Descolonización, lo
que implica que el proceso de independencia y, por tanto, de descolonización,
no ha acabado”. Carlos Mesa añade que para el poder “son siempre
imprescindibles los enemigos, fantasmas del pasado incluidos”.
Al bicentenario de la independencia, 6 de agosto de 2025, Evo Morales
prevé que se haya alcanzado una serie de metas como: 1) Democracia comunal, sin
voto y por consenso, como una especie de socialismo pre-marxista; 2) Fin de la
pobreza extrema; 3) Derechos humanos como universalización de los servicios,
salud, alimentación, y medio ambiente; 4) Soberanía tecnológica; 5) Nueva
diplomacia; 6) Nuevo orden financiero internacional, y como remate 6)
“Reencuentro con nuestro mar”, el litigio con Chile para recuperar la costa del
Pacífico que Bolivia perdió en una lejana guerra, y disputa que ha elevado a la
consideración del Tribunal de La Haya. Morales tiene tierra y aire, pero le
falta mar.
El profesor boliviano Fernando Molina subraya que se vive “una
exaltación de las lenguas, las tradiciones, la (supuesta) cosmovisión
filosófica, así como de las organizaciones indígenas, no tanto en un rechazo de
lo hispánico, que ya está interiorizado en el alma nacional, sino del factor
‘hispanizante’ o propuesta de simbiosis, mestizaje, entre las dos fuentes de la
nacionalidad boliviana: la indígena y la española”. Y el MAS (Movimiento al
Socialismo) partido-instrumento del presidente: “con todo lo super-estructural
que ha sido, sirvió para algo bueno: empoderó a los indígenas como sujetos
políticos. Y esto es muy necesario en un país tan racista como Bolivia”. El
expresidente Jaime Paz Zamora reconoce y a la vez critica: “Más allá de las
apariencias y los aspavientos es muy difícil descubrir en el poder una
auténtica preocupación indianista, aunque es cierto que Evo Morales introdujo
en el proceso democrático una apertura hacia el mundo indo-mestizo, tanto en lo
político como social y económico”.
Cuando se habla en Occidente de indios o indígenas no se es, a menudo,
consciente de que ‘indios’ los hay de tantas etnias, culturas y lenguas como en
Europa las hay europeas. Los autóctonos de la llamada Media Luna, los
departamentos de Santa Cruz, Beni, Tarija y Pando, tierras bajas de oriente,
poco tienen que ver con quechuas y aymaras, a cuya mezclada descendencia
responde Morales, y donde el presidente ha encontrado un apoyo hasta hace poco
berroqueño. Y si inicialmente este mundo le sostuvo en su “refundación del
Estado”, su extrañamiento es hoy patente. Susana Seleme, autora cruceña,
recuerda que en el himno regional de Santa Cruz cantan a “la España grandiosa
con hado benigno que aquí plantó el signo de la redención, y surgió a su sombra
un pueblo eminente de límpida frente y leal corazón”. Susana es criolla, y muy
crítica de lo que llama “poder andinocentrista”.
El preámbulo de la Constitución contiene una declaración un tanto
profusa pero de orientación nítida: “Asumimos el reto histórico de construir
colectivamente el Estado Unitario, Social de Derecho Plurinacional Comunitario
que integra y articula los propósitos de avanzar hacia una Bolivia democrática,
productiva, portadora e inspiradora de la paz, comprometida con el desarrollo
integral y con la libre determinación de los pueblos”. Y termina con una doble
advocación muy característica del actual tiempo boliviano: “Con la fortaleza de
nuestra Pachamama y gracias a Dios, refundamos Bolivia”. Dos dioses mejor que
uno.
Pero la tozuda realidad siembra de trampas el camino. El politólogo
Horst Grebe detalla sinsabores de la presidencia: “El MAS ha ido perdiendo el
respaldo de los movimientos sociales, indígenas y clases populares, y no es
exagerado afirmar que las únicas bases que se mantienen fieles son los
productores de coca en Cochabamba, junto con los cooperativistas mineros,
sectores en los que priman intereses de propietario y no origen étnico o
cultural”. Por ello, “el personal del Estado se recluta predominantemente entre
la militancia urbana del MAS, con una clara pérdida de destreza, porque un
requisito para ejercer cargo público es el dominio de una de las lenguas
originarias –hay contabilizadas 36- que no hablan ni el presidente ni el
vicepresidente, ni los ministros de Estado, ni hay suficientes maestros para su
enseñanza, y por ello muy difícil de cumplir”. Manuel Alcántara, director del
departamento de América Latina de la universidad de Salamanca, ve junto a un
presidente que en público ha reconocido que la lectura no es lo suyo, un
cultivado Richelieu de hispánica raigambre: “No es posible entender a Evo
Morales sin la contracara del poder, que es su vicepresidente Alfredo García
Linera. Ambos se reparten los papeles tanto en el terreno de lo simbólico como
en el ejercicio del poder: indigenismo, neomarxismo, anticolonialismo y
estatismo configuran los lados del cuadrilátero en que se mueven”. El
vicepresidente domina, sin duda, el tipo de expresión que resuena en los
pasillos del poder boliviano: “Hay que construir un Estado comunitario y
socialista, contra el unicentrismo y por una territorialidad policéntrica con
la forma de un heptágono, con un centro gravitante, en la que cada uno de sus
vértices sea un núcleo irradiante y equilibrante de las fuerzas productivas de
la economía y el bienestar regional”. Y pese a tan enrevesado adjetivo la
Constitución jura que el Estado es unitario.
Así es como “la revolución indianista no acaba de cuajar. A siete años
de su llegado a Palacio Quemado, el desgaste es más que evidente y se refleja
en la oleada de conflictos sociales que enfrentan al Gobierno con sus antiguos
aliados, como la COB y organizaciones campesinas”. Pedro Rivero, director del
diario más importante de Bolivia, ‘El Deber’ que, significativamente, se edita
en Santa Cruz, motor económico del país, añade que solo “juega en favor del
presidente la bonanza económica y la ausencia de un bloque opositor que permita
dar luces a una eventual alternancia en 2014”. Una oposición desarticulada,
porque los adversarios de Morales se detestan tanto o más entre sí que al señor
presidente. Como apunta Esther del Campo, catedrática latinoamericanista de la
universidad española: “El llamado proceso de cambio ha supuesto un relevo en el
ejercicio del poder, pero no ha cambiado el patrón de desarrollo extractivista,
ni avanzado en la construcción de una democracia intercultural, por lo que ha
sido caracterizado como socialmente progresista, económicamente conservador, y
políticamente regresivo”.
Y Paz Zamora cierra con un colofón inquietante. “Esta Bolivia bloqueada,
más que de un enfrentamiento político o ideológico es consecuencia de las
agudas contradicciones de intereses en el bloque indomestizo de poder, en medio
de una incapacidad crónica de reinversión productiva y modernización de la
economía del país”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario