El ex canciller Gustavo Fernández sostiene que el peso político de
Brasil no es todavía equivalente a su peso económico.
La muerte
del Presidente Chávez no es suficiente para medir el tamaño de la
transformación geopolítica que vive hoy América Latina. El excanciller Gustavo
Fernández sostiene que un rasgo que marca los interrogantes de este cambio
tiene que ver con el rol de Brasil. Observa que la primera potencia
latinoamericana no acaba de acomodarse a su papel de liderazgo. Su peso
político no es todavía, concluye, equivalente a su peso económico. El impulso
de Lula y el tándem Lula-Chávez posicionó claramente a Brasilia en el centro de
las decisiones continentales. El resultado fue la consolidación de UNASUR y la
creación de la CELAC. Se anunciaba un horizonte hemisférico capaz de desafiar a
Washington. Ambos pasos produjeron sin embargo una ambivalencia complicada. Por
un lado, la sudamericanización. UNASUR era inequívocamente un mensaje con dos
destinatarios: Estados Unidos, sin lugar a dudas, pero de refilón lo era también
México. Por el otro, CELAC con un objetivo más ambicioso, jugar un rol
plenamente latinoamericano sin Canadá y Estados Unidos. La dificultad está en
manejar con éxito ambos escenarios simultáneamente.
La
política exterior del PAN (especialmente en el gobierno del Presidente Fox)
había intentado un realineamiento que en su momento fue a contracorriente de la
explosión chavista de principios de siglo. La consecuencia fue una pérdida de
eje que Calderón intentó revertir, pero estaba ahogado por el peso de la guerra
interna contra el narco. Peña Nieto, en cambio, vuelve por los fueros de la
tradición priísta y apuesta claramente por un eje político -además del
económico- con los países del Arco del Pacífico. La lectura no es difícil.
Brasil no es jugador único al sur del Río Grande.
Pregunta
¿Tiene la Presidenta Rousseff menos vocación latinoamericanista que su
antecesor? No necesariamente, lo que ocurre es que Dilma no quiere ningún
matrimonio explícito con una tendencia política determinada. Cree, a la vez,
que hay que contar con Estados Unidos en un ajedrez que no puede permitirse la
ilusión de prescindir completamente de la primera potencia mundial. Nada tiene
esto que ver con el viejo e indigesto rol estadounidense del siglo pasado. Esos
tiempos no volverán, pero la idea de que los latinoamericanos podemos vivir sin
o de espaldas a Estados Unidos, no es coherente por varias razones, de entre
las más importantes, nuestra vinculación geográfica. Si Brasil y México asumen
como parte de esta nueva relación la recomposición de un vínculo de dimensiones
distintas y de proyecciones menos desequilibradas con Washington, el nuevo
orden latinoamericano puede perfilarse sobre un triángulo de conveniencia
mutua, de la que quede desterrada la palabra ingerencia. Latinoamérica dueña de
su propio destino pero con mecanismos de articulación hemisférica que,
revitalizados, deben seguir jugando un papel destacado en este complejo
entramado.
Brasil
apuesta a la atracción de gravedad de su inmenso peso específico. El dulce se
llama Mercosur. Un caramelo cada día más ácido si nos atenemos a las opiniones
de sus socios más pequeños, Uruguay y Paraguay. Venezuela y Ecuador son la
prueba de este poderoso polo de atracción. En ese nuevo contexto, Argentina
vive el debilitamiento del kirschnerismo, con una Presidenta afrontando
dificultades. Para Buenos Aires, la aparición de Venezuela en el club promete
una relación más equilibrada con Brasil. Por ahora sólo una promesa.
México
cree que la opción es la sociedad de las naciones del Pacífico con una
relevancia que hace apenas un par de años no se podía adivinar. México es de
hecho la segunda economía de la zona, Colombia está a punto de desplazar a la
Argentina del tercer lugar, Perú y Chile sumados tienen un PIB de casi
quinientos mil millones de dólares. Todos juntos hacen un cuerpo más que
respetable. Para que esto fuera posible era imprescindible ajustar una pieza:
Ollanta Humala. El esperado nuevo socio del ALBA se decantó por seguir los
pasos de sus dos antecesores. Establecido el grupo, los presidentes del
Pacífico afirman que el futuro se traza sobre una economía liberal teñida de
justicia social.
El primer
difunto de esta nueva estructura de bloques es la Comunidad Andina. Lo que de
ella queda es casi literalmente un saldo minúsculo.
¿Y
Bolivia? La respuesta no es fácil. El gobierno del Presidente Morales tiene que
reflexionar en profundidad. La primera tentación parece ser el Mercosur. Sí, lo
es. Pero en el caso boliviano una cosa no debe excluir a la otra. Bolivia tiene
que apostar a ser parte del Arco de países del Pacífico, por razones de
vocación natural, de ubicación geográfica, de pasado y de horizontes, entre los
que está muy especialmente la reivindicación marítima. No hacerlo sería una
grave error. En el nuevo mapa latinoamericano el futuro parece estar más teñido
de Pacífico que de Atlántico.
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