El escenario
Cuando envió
al Congreso su memorándum de entendimiento con
Irán , Cristina Kirchner tuiteó: "Jamás permitiremos que
la tragedia AMIA sea utilizada como pieza de ajedrez en el tablero de intereses
geopolíticos ajenos". Un irónico diplomático israelí apuntó: "Que no
olvide que el ajedrez fue creado por los persas".
En lo que va de la partida, la superioridad del
inventor es evidente. El crimen de la AMIA ya es una pieza del tablero iraní.
No sólo porque la Argentina sacrificó en la negociación con Teherán su relación
con otros actores, entre los que se encuentra Estados Unidos. También porque el
régimen de Mahmoud Ahmadinejad le ha impuesto al proceso un ritmo conveniente a
sus necesidades internacionales y domésticas.
Así como para los Kirchner la investigación del
crimen de la AMIA había sido, hasta 2011, una prenda de amistad con Estados
Unidos, la aproximación a Irán fue acompañada por una ruptura con Washington.
Las negociaciones de Héctor Timerman comenzaron, en secreto y bajo los
auspicios de Siria, en Aleppo, el 24 de enero de 2011. Para que prosperaran,
hubo que ofrecer a Teherán una prueba de buena fe. Era lógico: habían pasado
apenas cinco meses de la conferencia de prensa en la que el canciller, a dúo
con Hillary Clinton, denunció a Ahmadinejad por proteger al terrorismo.
Timerman pagó la fianza que le exigieron sus nuevos
interlocutores: al regresar a Buenos Aires, en una sobreactuación que en aquel
momento resultó difícil de entender, irrumpió con su alicate en un avión
norteamericano para incautar material militar con la excusa de prevenir un
atentado. Esa ofensa fue depositada en el altar de Teherán.
La Argentina entró en conflicto con Estados Unidos
a costa de sus propios intereses. ¿Por qué Timerman no esperó que el Fondo
Monetario Internacional tratara la situación argentina para blanquear su
acuerdo con Ali Akbar Salehi? ¿Por qué no hizo el anuncio una vez que los
jueces de Nueva York fallaran sobre los holdouts? Para entender la
premura de Timerman hay que mirar el tablero desde el lado iraní.
Ahmadinejad tiene dos razones importantes para
exigir celeridad a la señora de Kirchner. La primera es que mañana, en
Kazakhstán, reanudará las discusiones sobre su programa nuclear con los
miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas más
Alemania. La segunda es que el próximo 14 de junio, al cabo de una campaña
despiadada, Irán elegirá un nuevo presidente.
Cuando se observa la interpretación del memorándum
que hace el régimen iraní, se advierte el invalorable servicio que la Presidenta
está prestando a Ahmadinejad. Una versión muy esclarecedora fue la columna
firmada ayer por M. Soroush en el oficialista Tehran Times, con el título
"Irán y Argentina asestan un serio golpe al sionismo". Según ese
artículo, que expresa la posición de Ahmadinejad, el giro del kirchnerismo
frente al caso AMIA dejará al descubierto un complot sionista montado por
Estados Unidos e Israel para acusar a Irán.
"El gobierno argentino tomó conciencia de que
había sido víctima de un esquema político mucho más amplio y de que su Poder
Judicial había estado bajo la influencia de lobbies extranjeros", dice ese
vocero.
También explica que para desbaratar la patraña se
ha creado la Comisión de la Verdad, que anulará una investigación plagada de
irregularidades. En el mensaje al Poder Legislativo que acompañó el memorándum,
Cristina Kirchner confirmó que el expediente será sometido a la revisión de los
acusados.
El kirchnerismo coincide con los iraníes en la idea
de un complot. Aunque Timerman no lo haya dicho, el diario Página 12, que
expresa las tesis de la Casa Rosada, insiste desde hace semanas en que el
fiscal Alberto Nisman puso la pesquisa bajo del control de la embajada de
Estados Unidos. No llega a hablar, es cierto, de una conspiración sionista.
Tampoco aclara que Nisman fue un obediente servidor de una estrategia explícita
de la Presidenta.
Síntesis: al
acelerar la aprobación legislativa del acuerdo, el gobierno argentino está
ayudando al gobierno de Irán a poner en tela de juicio las imputaciones que
pesan sobre él por sus relaciones con el terrorismo, en la semana en que debe
justificar su plan nuclear ante las principales potencias del planeta.
Ahmadinejad también sumó al kirchnerismo a su
campaña electoral gracias al timing que le imprimió al
acuerdo. Ahora cuenta con el trofeo de un memorándum que descalifica las
acusaciones. También conseguirá, al admitir los interrogatorios, que se
levanten los pedidos de captura de Interpol sobre algunos imputados.
Además, esas inquisiciones ofrecen a Ahmadinejad un
beneficio faccioso: entre los buscados hay tres candidatos de la oposición.
Como él no tiene reelección, tal vez postule al canciller Salehi.
La disputa sucesoria embarcó a los políticos
iraníes en una lucha despiadada que afecta sobre todo las relaciones de
Ahmadinejad con un Parlamento al que no controla. Esa asamblea de 209 miembros,
que debe aprobar el memorándum, está dominada por el poderoso Ali Larijani, un
fundamentalista que, enfrentado al presidente, ya consiguió renuncias de
ministros y condenas a muerte de empresarios amigos del poder. La guerra escaló
de tal modo que anteayer el ayatollah Ali Khamenei obligó a ambos enemigos a
una tregua.
¿La oposición legislativa podría rechazar el
acuerdo Timerman-Salehi? Es probable que no. Pero nadie lo puede asegurar. Esta
incógnita vuelve todavía más incomprensible la presión que Cristina Kirchner le
impone al Congreso para convalidar un pacto que en Teherán no se ha empezado
siquiera a discutir.
¿No convendría esperar a que mueva sus piezas el
gobierno de Irán para continuar el trámite en Diputados? Así se sabría si
Ahmadinejad consigue los votos y, además, se conocerían los argumentos de las
distintas facciones iraníes.
Por ejemplo: el responsable de política exterior de
la asamblea, Avaz Heydarpour, otro rival del presidente y del canciller, ya
aclaró que "el juez y el fiscal no van a interrogar a nadie". ¿Será
que el kirchnerismo se apresura a aprobar el memorándum para adelantarse a
estas revelaciones?
A pesar de su retórica, Cristina Kirchner se ha
convertido en una pieza del ajedrez iraní. Esa subordinación se debe a la
impericia. Pero también a la interna del poder local. El acuerdo con
Ahmadinejad es el triunfo de un sector del kirchnerismo que ha estado
presionando para que la Presidenta renuncie a cualquier alineamiento occidental
en materia de Defensa, Seguridad e Inteligencia.
Timerman es el último exponente de esa orientación,
impulsada por la ministra de Seguridad, Nilda Garré; por el secretario de
Asuntos Internacionales de Defensa, Alfredo Forti, y por el embajador en Siria,
Roberto Ahuad, un simpatizante de Hezbollah. Carlos Zannini apadrina esta
deriva, encantadora para su tercermundismo setentista.
A fin de defender la nueva posición, Jorge Argüello
fue reemplazado por la pragmática Cecilia Nahón, de quien se espera que insufle
a la embajada en Washington un espíritu combativo similar al que Alicia Castro
exhibe en Londres.
Sería incorrecto interpretar que con este giro
Cristina Kirchner pretende su inscripción definitiva en el club bolivariano. El
nuevo enfoque del atentando contra la AMIA adopta el criterio principal de toda
su política exterior: seguir a Brasil. Como en su país nunca hubo un atentado,
Lula da Silva y, con menos entusiasmo, Dilma Rousseff hicieron de las buenas
relaciones con Irán un rasgo distintivo de su gestión internacional.
No sólo Brasil intentó una mediación con Teherán en
la cuestión nuclear. Fue también el único país que hizo conocer su voto en
contra de la Argentina cuando se discutió en Interpol el pedido de captura de
los acusados por el crimen de la AMIA. Se entiende, entonces, que Timerman haya
buscado y conseguido la bendición de su colega Antonio Patriota al convenio
firmado con los iraníes.
La Presidenta desautorizó con su jugada a varios
colaboradores: el mandamás de la Secretaría de Inteligencia, Francisco Larcher,
sostén de las investigaciones de Nisman que serán sometidas a revisión; el
ministro de Defensa, Arturo Puricelli, interesado en la capacitación militar
norteamericana; Julio De Vido, valedor de Puricelli, y el secretario de
Seguridad, Sergio Berni, que reflotó la cooperación con la DEA, la agencia
antidrogas de los Estados Unidos.
Pero hay otro dirigente oficialista que no
festejará el acuerdo con Irán y menos todavía la ruptura con Estados Unidos. Es
el silencioso Daniel Scioli. Hace 15 días entró en contacto con John Kerry, el
nuevo secretario de Estado de Barack Obama, que lo invitó a preparar una visita
a Washington.
Si bien el
gobernador quiere ser el heredero de Cristina Kirchner, ella prepara una
herencia cada día más incómoda. Un problema para Scioli, otro ajedrecista..
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