Mientras la tragicómica comparsa argentina desfilaba
por la superficie, un hombre flaco, solitario y triste escribía el futuro en un
sótano clandestino. Así me imagino siempre a Juan José Sebreli, un outsider , un exiliado interior, un disidente incansable, uno
de los grandes pensadores nacionales de estos tiempos. En realidad, no era
literalmente un sótano sino este pequeño departamento desde donde el ensayista
enfrentó las modas, las corrientes políticas altisonantes que luego se cayeron
a pedazos y los sucesivos y breves entusiasmos populares que derivaron en
fracasos notorios. Sebreli, que ayer cumplió 82 años, resistió dando cursos y escribiendo
libros, ajeno a becas y a universidades y a partidos políticos y a prebendas.
Solo con su alma, intensamente desoído por muchos y fervorosamente seguido por
sus lectores.
Siempre que Juan José se piensa a sí mismo lo hace como un
asilado en su propio país y rodeado de una sociedad que se ha vuelto loca. En
1973 se recuerda en el bar La Paz :
los peronistas de derecha y de izquierda bailaban sobre las mesas para festejar
el regreso de Perón. "Creían que traería la pacificación necesaria -me
cuenta con sorna-. No había forma de decirles que eso no era posible. Perón
venía con Firmenich de un brazo y López Rega del otro. El desenlace resultaba
obvio, pero nadie quería verlo." Sebreli era, por entonces, lo que sigue
siendo: el pesimista, el despreciado, el combatido. Una y otra vez volvió a
suceder lo mismo en la
Argentina. Con la pesadillesca algarabía popular del Mundial
de fútbol en medio de la dictadura más atroz. Con la Guerra de Malvinas:
"Yo soy uno de los únicos intelectuales que me opuse y me sigo oponiendo a
esa locura, contra todo el desprecio del resto de la intelectualidad nacional y
de la sociedad entera. En aquellos años, me abandonaron muchos de mis alumnos
por esa posición; otros siguieron, pero escuchándome como a un demente. Cuando
salía a la calle, tenía que mostrarme entusiasmado, porque si te veían amargado
eras sospechoso".
En una
clásica boutade asegura que sufrió más la euforia
general que la persecución. "Durante el gobierno de Videla viví encerrado
y prohibido. Temía que pudieran matarme, pero al menos me sentía acompañado por
la gente de la cultura y del pensamiento; nadie podía estar a favor de esa
dictadura -me explica-. En cambio, que los propios compañeros de ruta abracen
una fe equivocada es para mí un dolor muy grande. Una depresión, una cosa
insoportable." A lo largo de aquellos años siniestros, Sebreli formaba
parte de la universidad en las sombras: daba cursos en su casa sobre los
asuntos que la facultad procesista había censurado. Enseñaba, entre otras
cosas, teorías del marxismo bajo régimen militar. Salvó su vida de milagro.
"Los intelectuales del Gobierno no entienden nada de economía"
Por lo tanto, al revés que muchos otros intelectuales
críticos, Sebreli estaba preparado para sobrevivir a una nueva euforia
colectiva. El kirchnerismo enamoró a un grupo muy amplio de pensadores
argentinos, pero no sedujo ni un poco a Juan José, que siguió siendo el
disidente de costumbre. El
malestar de la política , su
último libro, da batalla dialéctica contra el neopopulismo latinoamericano. Es
un ensayo interesante porque viene a decir, en un momento en el cual se postula
al socialismo del siglo XXI y a sus derivados argentinos como novedad y nuevo
faro de Occidente, que se trata de una ideología casi tan vieja como el mundo.
Su trabajo puede leerse como una respuesta inquietante a las ideas de Ernesto
Laclau, gurú presidencial, y también como una descripción sobre los peligros e
implicancias que tienen esos proyectos para la democracia. Esas implicancias,
por lo general, no son siquiera previstas por sus militantes. Hasta que lo
impensado, como siempre, termina sucediendo.
Sebreli
vincula las experiencias argentinas y venezolanas con el cesarismo plebiscitado
y el bonapartismo. Cita a Max Weber y a Gramsci para remontarse a Roma y a
Julio César, y luego a Napoleón III y a Ferdinand Lasalle: había que apoyar a
un partido burgués de derecha que integrara a las masas y practicara el
asistencialismo. Sebreli me dice, con una sonrisa: "El peronismo no es una
invención autóctona y original". Para el autor, los populismos del 40 y
del 50 eran "continuadores a su modo del lado jacobino plebeyo del
fascismo, cuando éste ya había sido derrotado. Pero con la ola izquierdista de
mitad de siglo veinte no vacilaron en proclamarse 'socialistas' con el agregado
de 'nacionales', algo que parecía novedoso, pero la denominación también había
sido usada por el fascismo histórico. Los jóvenes de izquierda, desconocedores
de la historia del pasado reciente, cubrieron con una apariencia revolucionaria
a estas ideología de derecha no tradicional".
Luego
ese colectivo aceptó el término populismo, que ahora tiene cierto prestigio académico.
Escribe Sebreli: "El populismo rechaza la democracia como una idea
extranjerizante y cosmopolita ajena a la idiosincrasia nacional, y también al
liberalismo pluralista porque disgregaría la unidad de la nación y del pueblo.
El partido, como su nombre lo indica, es una parte, admite la existencia de
otras partes. La relación entre el líder y las masas es pretendidamente directa
y prescinde de las intermediaciones institucionales. El bonapartismo, el
fascismo y el populismo se autodefinen como movimiento, expresión del pueblo y
la nación en su totalidad, por lo tanto el que no pertenece a él, queda
excluido. Se niega la pluralidad, la disidencia, la oposición".
Le
recuerdo, sin embargo, que el kirchnerismo se presenta como un movimiento
nacional y popular, pero también democrático. Juan José me mira fijo:
"Tergiversan la palabra democracia, le ponen adjetivos. Y un adjetivo le
cambia el significado. El stalinismo también hablaba de la democracia popular.
Pero eso nada tenía que ver con la democracia. Yo defiendo enfáticamente el
sufragio, pero digo a la vez que no es suficiente. Mirá, nadie subió al poder
con métodos más democráticos e institucionales que Adolf Hitler. Para que
exista una verdadera democracia, debe haber un gobierno de mayorías y de minorías.
Te doy un ejemplo pequeño: en Canal 7 la oposición legal no podría tener ni
siquiera un programa".
"El bonapartismo es un sistema reaccionario con amplio apoyo popular"
Me inquieta cuando el ensayista coincide con la oposición
chavista en describir estos modelos con el apelativo "totalitarismo
light". "Cristina no reivindica a Perón, pero Chávez sí lo hace. El
problema es que Cristina imita a Chávez. Es una paradoja." En su libro hay
una referencia al PRI mexicano, el partido único que, como el peronismo actual,
se iba sucediendo una y otra vez a sí mismo, y al que Mario Vargas Llosa
denominó "la dictadura perfecta". Me viene a la memoria la polémica
pública entre Vargas Llosa y Octavio Paz quizá porque representa mi disidencia
con Sebreli. Aquella vez, Mario dijo: "El PRI es la dictadura perfecta,
con una retórica de izquierda que reclutó eficientemente a los intelectuales,
sobornándolos de manera muy sutil a través de becas, de nombramientos, de
trabajos públicos. Un partido único, una dictadura muy sui géneris. Que fue
incapaz de mejorar la distribución de la riqueza; las desigualdades
persisten". Paz, incómodo, le respondió que no era una dictadura ni una
dictablanda, sino "el sistema de dominación hegemónica de un partido. Un
régimen". Aunque le admitió en voz alta que "la gran lucha de todos
estos años fue por el pluralismo", que es lo que la voracidad populista
suele poner en riesgo.
Según
Sebreli, la administración cristinista tiene algunos rasgos de
"totalitarismo light": "La entrada en las escuelas de La Cámpora , el Vatayón
Militante en las cárceles, la exaltación de los barrabravas, los subsidios para
grupos de choque disimulados dentro de asociaciones sociales, la exacerbación
de la propaganda (signo cesarista típico), la presión a la prensa",
enumera, y si lo dejo podría estar toda la mañana. Destrucción de los sistemas
de control, condicionamiento de la
Justicia , política antifederal, desdén por los conceptos
republicanos. Un día escuché a un intelectual kirchnerista decir lo indecible:
la democracia trajo desigualdad, la democracia es de derecha. Se lo menciono a
Sebreli. "El neopopulismo tiene influencia en viejos izquierdistas, ex
marxistas leninistas que se han metido en ese movimiento -describe-. Claro, la
democracia es gris. No tiene épica. Y a las multitudes les encantan las puestas
en escena, los actos simbólicos. Los intelectuales que aparecen cercanos al
Gobierno no entienden nada de economía. Es más bien gente que trabaja con
textos y con simbología. El campo en que se mueven pertenece a la filosofía de
la literatura. Y ahora están haciendo una literatura de la política. También
hubo muchos intelectuales que apoyaron los movimientos del socialismo nacional
en Europa. Además, como el peronismo es un sentimiento, según dicen, se caen todos
los argumentos. ¿Cómo se discute un sentimiento, una fe? Aparte, con un
crecimiento macroeconómico sostenido, ya las desigualdades en las Argentina
deberían haber desaparecido, ¿no? Y eso no ha pasado. El kirchnerismo, en lo
económico, imita al gobierno del 45 al 50: luego Perón se volvió desarrollista
y liberal. En lo cultural, imita los años 70, y tiene toques de modernización
progresista, como el matrimonio igualitario, que conquista a una cierta
progresía."
Leo en El malestar de la política : "La originalidad del
bonapartismo consiste precisamente en ser un sistema reaccionario con amplio
apoyo popular. Ciertos progresistas olvidan esta peculiaridad cuando pretenden
negar el lado fascista del populismo; subrayan el apoyo de las mayorías, como
si esa sola presencia fuera una garantía de democracia o de conducta
revolucionaria".
"El kirchnerismo le da negocios a la clase alta, consumo a la clase
media y dádivas a la clase baja"
Para el autor de Crítica
de las ideas argentinas , el
modelo kirchnerista contenta a la clase alta con negocios y subsidios, a la
clase media con consumo y a la clase baja con dádivas. "El bonapartismo
-agrega- se sostiene con fondos del Estado, y cuando las arcas quedan exhaustas
empiezan los problemas. Aquí ya han empezado. El populismo sólo resiste en
épocas de prosperidad."
Utiliza
algo de su escepticismo amargo para describir a la oposición: "Es también
populista". Y confiesa: "Lo que más me preocupa no es el Gobierno ni
los partidos opositores, sino la sociedad argentina, que en su mayoría es
voluble, nacionalista, estatista, prebendaria. Ha apoyado toda la vida sistemas
políticos nefastos". En la página 367 de su libro anota: "¿Cambiar al
hombre para que cambie la sociedad o cambiar la sociedad para que cambie el
hombre? Una pregunta lleva a la otra. ¿Es necesario reformar el Estado o
reformar a la sociedad civil?"
El exiliado interior que escribe
en las catacumbas de la era kirchnerista me despide en la puerta. Salgo de su
legendario departamento cavilando que su argumentación contracíclica y a veces
injusta ayudó siempre a pensar, y que después la historia le fue dando
dramáticamente la razón. ¿Volverá a suceder lo mismo con este tiempo
imborrable?..
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