Página 12/Por Mario Wainfeld
La marcha de ayer superó la
concurrencia a los cacerolazos de septiembre. Su cuantía numérica será objeto
de disputa. El sector que la organizó, quienes participaron, los medios
dominantes y la dirigencia opositora la considerarán un golazo y un éxito que
superó sus expectativas. A primera vista se amplió el número, pero no se
enriqueció el espectro social.
Una muchedumbre se
hizo presente en el tradicional epicentro en la Ciudad Autónoma. También hubo
movilizaciones en diferentes ciudades de varias provincias. El número en el
espacio público siempre indica algo. El rango del congregado ayer es elevado,
un síntoma del afán de un sector de la ciudadanía de “disputar la calle” al
kirchnerismo. El involucramiento de minorías usualmente no activas amplía el
campo democrático. Su participación y las coberturas militantes de tantos
medios testimonian una amplia libertad de expresión.
La acción directa no
es novedad en la Argentina, tampoco que sea utilizada contra este oficialismo.
Huelgas incluyendo servicios públicos muy sensibles, bloqueos, tomas de
establecimientos o escuelas, cortes de calles o rutas y un buen puñado de
símiles son dato cotidiano. Es lógica instrumental: la acción directa es, en
promedio, redituable para quienes la ejercen. Cuando peticionan algo
específico, más vale. No es éste el caso.
Hay algo central del
13-S y del 8-N, que los distingue nítidamente de (por citar ejemplos
memorables, no únicos) las convocatorias de Juan Carlos Blumberg o los cortes y
movilizaciones “del campo”. Es su absoluta carencia de reclamos precisos,
objetivos inmediatos accesibles, liderazgos visibles y (aspecto no menor en
jugadas similares) oradores que las expresen, sinteticen o encuadren en el
cierre de los actos. No falta quien ve pura virtud en esas ausencias, el
cronista las lee como un límite severo. Su perduración, supone este escriba,
podría signar el potencial de otras movidas. En septiembre estaba cantado que
habría otra y que sería más grande. La repetición a futuro podría ser más
trabajosa, aunque ningún porvenir está escrito totalmente de antemano. Cuerda
para diciembre podría quedar.
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Espontaneidad y
premios: El cronista no cree que las marchas espontáneas “valen” más que las
organizadas. Más bien se inclina por lo contrario. Personas antipolíticas o
autodesignadas apolíticas mocionan lo contrario. Se quiso embellecer los idus
de septiembre atribuyéndoles ese “don”. Esta vez, el maquillaje se hizo
imposible ya que proliferaron los convocantes. El editorial de ayer del diario
La Nación, que insta a superar “el miedo” y se jacta de la constancia
republicana de ese medio, se ganó el Olimpia de Oro. Su desparpajo al evocar su
pasado, omitiendo el apoyo tonante a cuanto golpe y dictadura asoló este suelo,
también merece su trofeo: un Guinness a la hipocresía y la mendacidad.
La cobertura de los
medios dominantes durante las semanas previas, ayer y (delo por hecho) de los
días venideros exudó pertenencia. La Nación on line se valió de las redes
sociales para comprobar que el repudio anti K dijo “presente” en todo el
planeta. Comenzó en Australia, como los festejos de fin de año: 32 asistentes.
El hecho de masas se ramificó en París, Roma, Viena y otras comarcas,
incluyendo Azerbaijan. De veras.
Un fantasma recorre
el mundo podría decirse, si la frase no fuera de otro “palo”. La exageración es
entre simpática o cómica (usted dirá) amén de muy sintomática. Agrandar es la
consigna. El gobierno PRO difundió “cifras oficiales” de la protesta a la que
convocó. Clarín on line las toma como verdad revelada. Poco serio...
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Toco, convoco, no
voy: Dirigentes opositores trataron de capitalizar la marcha, sin contrariar a
sus asistentes, que alegan no querer ser “usados”. Son contados los que se
jugaron a ir. Muchos interpelaron a “la gente”, aunque prometiendo no estar.
“Es la sociedad civil que se expresa” “no debemos enturbiar el acto” fueron,
con matices mínimos, los argumentos más socorridos. Hay una insalvable
contradicción en ese endiosamiento de una sociedad encapsulada, la supuesta
retirada propia y el llamado a que se mueva. Mauricio Macri y Elisa Carrió
incurrieron en ella sin mosquearse.
Los manifestantes,
sus pancartas lo mostraron, tienen como consignas preferidas los “No” y los
“Basta”. Pueden alcanzar para juntar en la protesta, no para articular una
fuerza con potencial de gobernar.
El afán de los
dirigentes que llaman y no van es mostrar una incomprobable unidad del 46 por
ciento que votó fuera del kirchnerismo en diciembre. Y comandar ese colectivo
más adelante. Varios obstáculos interfieren con esa táctica, no tan disímil a
la del Grupo A a partir de 2008. El primero es que ese “colectivo 46”
dudosamente exista en cuanto tal, unido y organizado. El segundo, más
específico, es que una alternativa político-electoral requiere un esbozo de
programa. El politólogo y periodista José Natanson da en el clavo cuando señala
en un artículo publicado en Le Monde Diplomatique que no hay en plaza una
oferta de programa económico alternativo al oficialista.
Tampoco emerge una
fuerza no-K que interpele con cierto éxito a distintos estamentos sociales. Con
ironía, Natanson recuerda a quienes “despotrican contra el populismo
oficialista” que “el kirchnerismo es, como toda experiencia populista, un
movimiento policlasista”. Sin base social extendida ni proyecto articulado, la
oposición se cuelga de los faldones de los caceroleros.
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La parte y el todo:
La Vulgata mediática y “la Opo” hablarán de “la gente” o la “ciudadanía” como
si la parcialidad de ayer expresara a toda la sociedad. No se sabe en qué lugar
quedan los que piensan diferente. O qué matemática los lleva a justipreciar que
una marcha mide mejor la legitimidad que un rotundo veredicto electoral
reciente.
El kirchnerismo, a su
vez, debería evitar la tentación de confundir la parte con el todo. En dos
sentidos. Uno, bastante trillado en el oficialismo, sería reducir la pluralidad
de los manifestantes a su tramo más odioso, que existe y se hace notar. Pero la
extrema derecha en Argentina es minoritaria y piantavotos, a diferencia de lo
que ocurre en Chile, por ejemplo. Esos grupos ponen toda su carne al asador, es
cierto, pero jamás suman tanto. Si pudieran lo hubieran hecho en Comodoro Py,
ante cada sentencia ejemplar a los represores.
Otra mala lectura
sería creer que los que pusieron el cuerpo son los únicos que lo cuestionan,
que rechazan (así fuera en parte) sus políticas públicas o que han sido
damnificados en intereses propios en lo que va del tercer mandato de la
presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Si hay malestares allende los
manifestantes. O si problemas de gestión, errores en políticas determinadas,
impactan en el cotidiano de muchas personas. O sea, si hay argentinos que se
quedaron en casa (en los que es forzoso reparar) disconformes o menos conformes
que un año atrás. Tal es, en rigor, una obligación constante del Gobierno.
Hechos como el 8-N deben inducir a revisiones o miradas panorámicas que
trasciendan el sobrevuelo más inmediato. Sin apearse del contrato electoral,
casi sobra consignarlo.
Esta nota fue escrita
sobre la marcha, en la doble acepción posible, las antedichas son las primeras
observaciones. Deberán ser ampliadas y precisadas en días venideros, cuando el
calor afloje un cachito.
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