La
necesidad de un cambio marca la transición de poder prevista para noviembre.
El Congreso del Partido Comunista Chino
(PCCh), que comenzará el 8 de noviembre, no deparará las mismas
emociones ni la incertidumbre sobre la identidad del máximo líder del país
durante la próxima década que habrán proporcionado días antes las elecciones
estadounidenses. El guión ya está escrito, y se prevé que el nuevo secretario
general del PCCh y presidente de China a partir de marzo sea el actual vicepresidente, Xi Jinping.
Pero bajo la ausencia de
drama en la superficie, y una vez alcanzado el consenso entre las diferentes
facciones del partido sobre quiénes se sentarán en el todopoderoso Comité
Permanente del Politburó, yace un amplio abanico de desafíos a los que tendrá
que hacer frente la nueva generación de dirigentes: las desigualdades sociales,
las crecientes protestas de la población, la corrupción rampante, los problemas
medioambientales, las tensiones con sus vecinos en Asia, las ascendentes
peticiones de reformas políticas de los ciudadanos, y, en particular, la
ralentización de la economía y lo que los expertos consideran el agotamiento
del modelo económico chino, muy centrado en las exportaciones y la
inversión.
“Hay una crisis
potencial en el modelo de crecimiento económico chino”, asegura un documento de
Estrategia y Reforma, uno de los varios centros de pensamiento que durante 2012
han inundado al Gobierno con planes de acción para los próximos 10 años. “La
década que viene puede ser la última oportunidad para buscar de manera activa
la reforma, y deberíamos valorar esta última oportunidad”, señala el informe
del grupo, integrado por académicos, directivos de empresas y consejeros
gubernamentales. “Las contradicciones económicas y sociales chinas parecen
estar acercándose a un límite”, ha afirmado el reconocido economista Wu
Jinglian en una entrevista en la revista Caijing.
Hu Xingdou, profesor de
Economía en el Instituto de Tecnología de Pekín, va más allá. “El modelo chino
se basa en una fuerte intervención del Gobierno para impulsar el desarrollo de
la economía, pero ha llegado a un punto final y no se trata de si se enfrenta a
una crisis potencial sino que se encuentra en una crisis profunda”, asegura.
“Hay dos factores para ello: la dificultad de sostener la inversión por parte
del Gobierno, y el hecho de que el exceso de intervención estatal, la fuerte
corrupción y la polarización intensifican las contradicciones sociales”.
La economía china creció
un 7,4% en el tercer trimestre, el valor más bajo desde el primer trimestre de
2009, al haberse visto afectada por el impacto en sus empresas exportadoras de
la crisis global. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha recortado
recientemente sus previsiones de crecimiento para China al 8% este año, y el
8,2% en 2013, debido, en buena parte, al efecto de la crisis europea. El PIB
(producto interior bruto) subió un 10,4% en 2010 y un 9,3% en 2011.
El vicegobernador del
banco central Yi Gang ha afirmado que Pekín continuará tomando medidas para
estabilizar el crecimiento y ha insistido en que China dispone “de un espacio
relativamente amplio” para utilizar las políticas monetaria y fiscal para
lograrlo.
El Gobierno y analistas
creen que la segunda economía del mundo se está estabilizando y volverá a
rebotar en los próximos meses. Pero los partidarios de las reformas dicen que
sus inquietudes se dirigen a las perspectivas a largo plazo. Muchos expertos
consideran que sin una transformación profunda China crecerá para finales de
esta década a un ritmo más cercano al 5% anual que alrededor del 10% como ha
hecho desde que Deng Xiaoping lanzó el proceso de apertura y reforma en
diciembre de 1978. Pero durante otras dos décadas podría aumentar al 8% si
implementa las políticas adecuadas, según el profesor de la Universidad de Pekín
Justin Lin, que ha sido economista jefe del Banco Mundial hasta este año. Una
necesidad para un partido que funciona bajo un contrato no declarado de
mantener el monopolio en el poder a cambio de entregar crecimiento económico y
continua mejora del nivel de vida de la población.
Los partidarios de
cambios decisivos están presionando a Xi Jinping para que elimine los
privilegios de las compañías estatales, facilite el asentamiento permanente de
los emigrantes rurales en las ciudades, cree un sistema fiscal que decida a las
autoridades locales a financiarse con las expropiaciones de suelo y, por encima
de todo, limite el poder del Estado.
Cuando el actual
presidente chino, Hu Jintao, accedió al poder a finales de 2002, tuvo que hacer
frente a las peticiones de cambios ambiciosos, y algunos analistas le vieron
como un innovador audaz. Las esperanzas se desvanecieron, ya que Hu se reveló
como un dirigente cauto, lo que hace temer a algunos que ocurra lo mismo con Xi
Jinping, cuando las reformas son más urgentes que hace 10 años..
El reforzamiento de la
posición de Xi Jinping tras la expulsión del partido y el futuro juicio
al exsecretario del PCCh en la municipalidad de Chongqing Bo Xilai, su pertenencia al grupo de los
llamados ‘príncipes’ (los hijos de altos exdirigentes del partido) y su
experiencia en las ricas provincias costeras le pueden hacer más proclive a
cambios en favor del mercado que Hu.
Los expertos piensan que
los nuevos líderes son conscientes de que China ha alcanzado un punto de
inflexión en su desarrollo económico y político. La cuestión es cómo seguir
adelante. “Hay que pasar de una gestión extensiva de la economía a una gestión
intensiva, de una economía basada en la inversión, especialmente gubernamental,
a una dirigida por el consumo”, señala Hu Xingdou. Y añade: “Los problemas de
la economía china no se pueden resolver salvo que haya reformas políticas. El
Gobierno debería aflojar el control de la economía, eliminar los privilegios de
las empresas estatales, restringir el poder del Gobierno y eliminar los grupos
de interés y monopolio, pero esto solo puede lograrse si hay reformas
políticas. El modelo actual de la economía china no puede durar más. Este es un
periodo de transición muy importante en China”.
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