Marco
Rubio tuvo el viernes pasado una actuación magistral en la conferencia del Hispanic
Leadership Network (HLN) en Miami, un influyente centro de poder de los
hispanos conservadores. Como ha dicho el Miami Herald, "el público acudió
a ver a Mitt Romney y Newt Gingrich, y se quedó con Rubio, que hizo el discurso
que cualquiera de los otros dos hubiera soñado".
Rubio
lleva tiempo siendo mencionado como una gran esperanza de futuro para los republicanos.
Hace dos años sorprendió al conquistar, con solo 39 años de edad, un escaño
como senador de Florida, y desde entonces su cotización se ha mantenido al
alza. Pero su intervención ante el HLN marca un punto de inflexión en su
carrera y lo sitúa, sin duda, como el más deseado compañero de candidatura de
cualquiera que resulte nominado como candidato presidencial de la derecha.
Rubio
pronunció un discurso extremadamente conservador en el que exhibió sin
complejos su profunda religiosidad, hasta el límite de defender la ley de Dios
y el derecho divino por encima de la Constitución o de cualquier legislación que debe
regir una democracia. Apostó por el sistema de libre empresa en sintonía con el
radicalismo que domina el Partido Republicano en la actualidad, acusando a
Barack Obama de poner en peligro el capitalismo. Pero, al mismo tiempo,
demostró enorme habilidad para navegar sobre el tema de la inmigración, el más
delicado para él, sin ofender a nadie ni comprometerse con nada.
Obviamente,
los grupos progresistas del país van a tener serias objeciones con un mensaje
de este tipo. Pero lo cierto es que, mientras ese mismo radicalismo suena
amenazante y excesivo en boca de Romney o de Gingrich, parece cordial y
aceptable explicado por Rubio. Sus palabras se antojan sinceras, son poderosas,
extraodinariamente articuladas y producen un impacto inmediato. Recuerda
al mejor Obama. Tiene una historia personal americana,
la del hijo de un inmigrante que se ganó la vida después de muchos esfuerzos y
supo educar a su familia en los buenos valores americanos.
Su rostro es fotogénico, posee una sonrisa infantil que lo hace parecer fiable
y es, por conducta personal, el modelo de hijo que hubiera querido tener toda
buena madre americana. No hay hoy una sola figura en
el Partido Republicano que posea, ni de lejos, su capcidad de comunicación. Es
auténtico oro político.
Su
presidencia en una candidatura republicana reforzaría precisamente al ángulo
más débil de ese partido, el del voto hispano, que ya es imprescidible para
llegar a la Casa Blanca.
Obviamente, su origen cubano representa un inconveniente para conseguir apoyo
entre los hispanos del oeste del país, en su mayoría mexicanos. Pero esperen a
que escuchen allí un discurso de Rubio. Incluso perdiendo, Rubio tendría una
proyección similar a la que Sarah Palin tuvo hace cuatro años, pero con muchos
más argumentos y mucho más bagaje.
Es
paradójico que, cuando más del 70% de los hispanos de Estados Unidos se
identifican como demócratas, el primero en llegar a la Casa Blanca pueda ser
un republicano. Pero esto es, en parte, consecuencia de un cierto
anquilosamiento del liderazgo hispano progresista, anclado en viejas ideas,
viejos discursos y viejos dirigentes. Y, asimismo, es causa de la falta de
atención sincera que los demócratas han prestado a los hispanos, cuyo voto se
da por descontado cada dos años.
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