PÁGINA 12/SECCIÓN EL PAÍS› OPINION
Por Mario
Rapoport *
La cuestión de las Malvinas vuelve a
estar de nuevo en el tapete, luego de la insólita frase del primer ministro
británico en la que acusó a la
Argentina de intenciones “colonialistas”, lo que en boca del
vocero del país más colonialista de la historia del mundo después del Imperio
Romano suena más a un despropósito o a un súbito arranque de humor negro
británico. Sobre todo teniendo en cuenta nuestro caso, en el que hemos
soportado además de la ocupación de las islas en 1833, dos invasiones militares
en 1806 y 1807 y un ataque naval, que fue detenido en la Vuelta de Obligado, en
1845.
Claro
que lo que molesta es el apoyo total de nuestros hermanos del continente, antes
avasallados y ahora unidos frente a lo que queda del ex imperio inglés. En otra
alocución reciente el mismo Cameron, para referirse a los latinoamericanos,
casi olvidados desde hace años en la política inglesa, acude a Bolívar, citando
elogiosamente una frase pronunciada por el libertador en 1822 sobre el futuro
promisorio de la región. Acordando con esa idea, señala allí que 188 años
después no cabe duda de que América latina está emergiendo en todos sus
colores. Lo que no percibe es que la defensa unánime de la inmensa mayoría de
sus países (salvo las minúsculas ex colonias del Caribe) por los derechos
argentinos en las islas es una de las mejores pruebas de ello.
Tampoco
tiene en cuenta que la desafortunada guerra de 1982 no cambia nada respecto de
la validez jurídica e histórica de los derechos argentinos sobre ese
territorio. Para los ingleses, el argumento principal que les justifica
mantener su dominio en una isla ocupada por sus tropas militares es el de
defender la autodeterminación de sus escasos habitantes. Se trata del mismo
país, Inglaterra, que ha rechazado en el pasado propósitos similares de
poblaciones mucho más cercanas a Londres, como las de Irlanda del Norte,
Escocia y Gales, salvo para actos deportivos como el torneo de rugby de las
Seis Naciones o campeonatos regionales o mundiales de fútbol, un tipo de
nacionalismo que respetan más.
Pero
viene bien refrescar un poco la memoria sobre la cuestión esencial que
Inglaterra no quiere discutir: la soberanía de la islas, que no depende de
quienes las habitan, sino de su pertenencia jurídica e histórica originaria. Y
en este sentido, la resolución 2065 de las Naciones Unidas es todavía clave,
porque constituye una decisión de la Asamblea General
de esa organización, que el 16 de diciembre de 1965 votó, por 94 votos a favor,
ninguno en contra y 14 abstenciones, el reconocimiento de la existencia de una
disputa entre los gobiernos de la
Argentina y del Reino Unido de la Gran Bretaña e
Irlanda del Norte sobre la soberanía de las islas.
La
resolución invitaba a ambos a proseguir sin demora las negociaciones
recomendadas por el Comité Especial encargado de examinar la aplicación de la
declaración sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos
coloniales a fin de encontrar soluciones pacíficas a los problemas existentes,
teniendo debidamente en cuenta las disposiciones y los objetivos de la carta de
las Naciones Unidas y de la
Resolución 1514 de la Asamblea General ,
así como los intereses de la población de las islas. Es interesante reproducir
al respecto una entrevista inédita que hicimos en marzo de 1988 al embajador
Lucio García del Solar, fallecido hace poco tiempo y uno de los mayores
expertos en el tema, entonces delegado argentino en las Naciones Unidas y gestor
principal de la mencionada Resolución 2065, que hoy vuelve a cobrar vigencia
ante la intransigencia del gobierno británico a sentarse a negociar con la Argentina.
Una
síntesis de sus respuestas ilustra bien la cuestión en juego.
–¿En
qué consistió su actividad principal como delegado argentino en las Naciones
Unidas?
–Fue
la de trabajar para la causa de la Malvinas. Durante mi desempeño en la ONU comenzaron las
negociaciones dentro del Comité de Descolonización. Mi tarea fue la de intentar
obtener allí un proyecto de resolución que invitase a las partes a negociar y
el anteproyecto fue redactado en combinación con el presidente del Subcomité
III, el embajador uruguayo. Un día, en un restaurante de Nueva York, redactamos
el germen de la 2065. Esta es la piedra fundamental de todo el proceso de
negociaciones. Las resoluciones que ha habido después repiten toda la
terminología al utilizar la expresión “los intereses de los habitantes” en vez
de “los deseos”, todo eso nació allí.
–¿Cuál
fue el origen de la resolución y cómo se definió esa política hacia Malvinas?
–La
inclusión automática de las Malvinas en el proceso descolonizador, por ser un
territorio administrado, fatalmente entraba dentro del mecanismo de
descolonización: ahora se procuraba utilizar ese mecanismo en beneficio de una
nueva metodología, muy distinta a la clásica, para intentar recuperarlas.
Nosotros siempre habíamos reclamado nuestra soberanía y cada vez que se
nombraba a las Falklands un delegado argentino decía “son las Malvinas”, pero
de ahí no se salía. Entonces, esa reclamación bilateral, lo que en derecho
internacional se llama territorial, se convirtió de golpe en un pedido de
descolonización. Algo que fue combatido incluso desde ciertos círculos locales,
aquí en la Argentina.
Los sectores más nacionalistas no querían que nosotros
admitiéramos que se trataba de una colonia, porque sostenían que eso
significaba reconocer que las Malvinas lo eran y ceder en lo que debía ser una
posición intransigente: “Es nuestro territorio, no es una colonia, de manera
que no podemos pedir que se descolonice”.
Nuestra
posición fue criticada internamente, pero la forma de universalizar el reclamo
era justamente en las Naciones Unidas. Debido a que se presentó el caso en ese
ámbito, el Reino Unido tuvo que enfrentar en 1965 una votación que perdió.
Especialmente, gracias a una iniciativa diplomática mía hicimos cambiar la
terminología en la ONU ,
donde siempre aparecía “Falklands” en inglés, incluso en los textos en
castellano. Algunos delegados, a los que ya había convencido, comenzaron a
levantar la mano y a decir que a las Falklands en su país se las llamaba
Malvinas. Y allí se armó un debate feroz, porque el delegado inglés no tenía
instrucciones al respecto ni se imaginó lo que estaba pasando. Se enojó muchísimo
porque cuando a los británicos se los agarra desprevenidos, lo que es muy
difícil, pierden la calma. Fue un debate muy fuerte que en primera instancia se
ganó. A partir de entonces los documentos en español tenían que decir Malvinas
y entre paréntesis Falklands, y los documentos en inglés, al revés. Al
determinarse esta fórmula se consagró para la cartografía universal, y eso lo
hice yo sin instrucciones de ninguna especie, conversando con algunos
delegados.
En
resumen, las cuestiones principales que pudieron lograrse fueron esencialmente
cuatro. 1) Las Naciones Unidas pasaban a tener en cuenta el problema y urgían a
los países involucrados a entrar prontamente en negociaciones sobre el estatus
de las islas. 2) Se reconocía que la cuestión estaba comprendida dentro de los
procesos de descolonización que existían todavía en el mundo. 3) El tema dejaba
de ser exclusivamente bilateral y pasaba a formar parte de una problemática más
general, que involucraba a muchos países con rémoras del pasado colonialista.
4) No sería el deseo de sus habitantes el que decidiría la cuestión, sino sus
intereses, un concepto mucho más ambiguo, que podía implicar sin problemas su
inclusión en la Argentina.
Una
sabia intervención diplomática hizo así mucho más que una guerra para imponer
los términos y el futuro desarrollo de la controversia argentino-británica.
*
Economista e historiador.
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