La crisis del capitalismo demanda dirigentes que
tomen decisiones de otra manera
Hace tiempo que no veía a mi amigo
el novelista. Lo encontré de excelente humor y, mientras tomábamos un café, le
pedí que me contara alguna de sus historias favoritas. Aceptó, aunque me
previno que tenía poco y nada que ver con la política. He aquí la historia que
me contó.
En la Polonia del siglo XVIII,
un poderoso señor feudal, católico ferviente, aguardaba ansioso la visita de un
gran cardenal francés, considerado el hombre más sabio de su tiempo. Mientras
se preparaba para recibirlo se le ocurrió una idea, a fin de lucir el genio de
su invitado ante todo el pueblo. Decidió organizar un torneo de preguntas y
respuestas, le puso como contrincante a un miembro de la aldea judía que moraba
en sus tierras y estipuló que el verdugo le cortaría la cabeza al primero que
fallase. Envió entonces un emisario a esa aldea para ordenarles que designaran
a su representante. Los campesinos judíos fueron presas del terror. Se reunió
el consejo de ancianos y acordó que aceptar sería directamente un suicidio, por
lo que se negaron. Al otro día, el emisario retornó para informarles que, si no
obedecían, el señor los haría matar a todos. Desesperados, a los ancianos los
invadió el pánico, pero entonces apareció Berel, el tonto de la aldea, para
rogarles que lo dejasen ir a él. Nadie lo tomó en serio, pero insistió. Le
explicaron que iba a una muerte segura, pero no hubo caso. Finalmente,
resignados y entre lágrimas, lo nombraron su delegado.
Llegó el día del torneo. Había una
multitud. En el centro del escenario se ubicó el dueño de casa, flanqueado por
el verdugo con su espada. A la derecha, se sentó el cardenal y, a la izquierda,
frente a él, Berel. El cardenal advirtió de inmediato que se trataba de un
pobre muchacho y ofreció generosamente que fuera Berel quien hablase primero.
Entonces Berel le preguntó: "¿Qué quiere decir ani lo iodea ?". El cardenal respondió:
"Yo no sé". Ante el asombro de todos, el verdugo alzó en el acto la
espada y le cortó la cabeza. Los judíos no lo podían creer y entre risas,
sollozos y aplausos, llevaron en andas a Berel de regreso a su aldea. Festejaron
durante tres días y tres noches. En medio de los bailes, uno de los ancianos
llevó aparte a Berel y quiso saber por qué había estado tan seguro de que iba a
ganar. Berel se lo explicó. Cuando era niño, el Gran Rabino de Cracovia había
visitado su escuelita. En un momento dado, se acercó a la mesa donde él hacía
sus deberes y le ofreció ayuda. Señalando su cuaderno, Berel se animó a
preguntarle: "¿Qué quiere decir ani
lo iodea ?". "Yo no
sé", le contestó el religioso. "¿Se da cuenta, señor?" -concluyó
Berel-. "Si el Gran Rabino de Cracovia no lo sabía, ¿cómo iba a saberlo el
cardenal francés?"
Mi amigo agregó con una sonrisa:
"Supongo que no hace falta que te aclare que, en hebreo, ani lo iodea significa «yo no sé?»". Pedí
agua, guardé silencio y me quedé pensativo. Me interrogó con la mirada.
"Tu cuento tocó un nervio. Pensaba si acaso existe hoy un líder político
que, cuando le preguntan por el futuro, sea capaz de decir ani lo iodea. " "¿Por qué lo
haría?" "Porque durante tres siglos Occidente estuvo dominado por la
idea del progreso y era fácil imaginar que el porvenir resultaría siempre mejor
que el presente. Pero hace tres o cuatro décadas que esto fue dejando de ser
así y hoy ya nadie medianamente serio sabe bien qué puede pasar mañana."
Ahora fue el novelista quien me pidió que le contara yo mi historia.
Le anticipé que, a diferencia de
la suya, en la mía se mezclaban constataciones y conjeturas. El hecho
incuestionable es que el capitalismo ha ingresado, nada más y nada menos, que
en su cuarta gran crisis. La primera fue la de 1890; la segunda, la de 1929/30;
vino después la de los años 70, y estamos atravesando la que se inició en
2007/2008. Estas crisis, que definen épocas, tienden a suceder cada 40 años y
las anteriores duraron alrededor de una década. Mi amigo quiso saber si eran
parecidas entre sí. Sólo en parte. Las de 1890 y 1970 se originaron en fuertes
caídas de las tasas de ganancia de las empresas. En cambio, simplificando, la
de 1929/30 y la actual son el fruto de procesos salvajes de acumulación capitalista.
(Por ejemplo, desde los años 70 hasta ahora, el capital de Goldman Sachs, una
de las grandes corporaciones con fuerte responsabilidad en las dos crisis,
aumentó más de 1400 veces.) Tanto que una de las soluciones principales que
permitieron salir de la de 1929/30 fue una disminución considerable de la
desigualdad, si bien con características muy distintas según el lugar. No hay
que olvidarse, por ejemplo, que en Estados Unidos el presidente Roosevelt
terminó aumentando los impuestos a los ricos en un 90 por ciento.
"Pero no es esto lo que está
ocurriendo ahora en los países desarrollados", me interrumpió mi amigo.
Exactamente, le respondí. Peor aún: mediante los planes de ajuste que se vienen
aplicando crecen la pobreza y la desigualdad en nombre de una supuesta
"austeridad expansiva" que profundiza la crisis y malencubre el
enorme poder que conservan los culpables del desastre. (Para seguir con el
ejemplo, tanto los secretarios del Tesoro de Clinton y de Bush como los
actuales primeros ministros de Grecia o de Italia han sido ejecutivos de
Goldman Sachs.) Por eso el futuro se vuelve más impredecible que nunca y
despierta tanta aprensión. "¡Allí sí que casi nadie esperaba este
desenlace!" Con una salvedad, repuse. Hoy los "allí" y los
"aquí" se han vuelto relativos porque fenómenos de esta envergadura
sacuden al mundo entero. De hecho, la Argentina no pudo escapar a los efectos de las
tres grandes crisis anteriores, cuando el planeta estaba mucho menos
globalizado.
"¿Qué deberíamos hacer?"
" Ani lo iodea. " "No, no vas a zafar
tan fácil, tengo derecho a exigirle algo más a tu historia?" Le di la
razón y le expliqué que por eso me había dejado tan pensativo la suya. Es que
una de las ventajas de reconocer que enfrentamos situaciones inéditas y muy
complejas sería procurar que nuestras apuestas fuesen lo más informadas
posible. Sólo que, para esto, hay que tener claro cómo opera el proceso de toma
de decisiones de los que mandan, especialmente en contextos como los actuales.
Y que ellos mismos lo comprendan. Porque más allá de la soberbia y de los
desplantes de ocasionales figuras fuertes, para tratar de entender la realidad
y buscar alternativas se apela siempre, en última instancia, a razonamientos de
sentido común. O sea que lo que se hace tiene mucho de intuitivo y las
intuiciones se alimentan del pasado, no del futuro. Recurren a la asociación de
ideas antes que al análisis.
"¿Por eso es tan habitual que
la historia se repita?" "Por eso y porque, como lo están mostrando
los países desarrollados, sus lecciones se aprenden mal o demasiado
tarde." El sentido común es básicamente conservador y moviliza aquellas
recetas que ha naturalizado como válidas. Aunque aparente otra cosa, desconfía
de las innovaciones y se recuesta en sus viejas certidumbres. Estas pueden ser
hoy las del neoliberalismo en Europa o las del proteccionismo del primer
peronismo entre nosotros.
"¿Desde cuándo estás en
contra del proteccionismo?" "No lo estoy en absoluto. La trampa que
hacen los defensores de la libre competencia es que ponen el foco en el
mercado, pero no en las estructuras socioeconómicas que predeterminan a los
actores y los obligan así a jugar con dados previamente cargados. Quiero decir
que quienes rechazan el proteccionismo en nombre de la libertad de mercado lo
hacen porque ya gozan de la protección que les brindan sus propias estructuras.
Así que no me entiendas mal. El proteccionismo resulta indispensable, pero
siempre que se lo adecue a los profundos cambios que han experimentado esas
estructuras en el país, en la región y en el mundo. Una simple vuelta al pasado
muy probablemente obtenga lo contrario de lo que se propone."
A estas alturas, mi amigo quiso
conocer mejor las conexiones entre su historia y la mía. Para mí, le dije, tu
historia fue un disparador que actuó en el momento justo. Si nuestros
dirigentes pudieran admitir que, en las circunstancias presentes, deben guiarse
mucho más por su sentido común que por un supuesto saber, las consecuencias no
serían menores. "Contame una", me urgió. Abandonar el estrechísimo
círculo en el cual tienden a recluirse para tomar decisiones precisamente
cuando menos seguros están. Las prácticas de razonamiento de sentido común
varían tanto como las experiencias y los conocimientos de cada uno, por lo cual
conviene ser muy pluralista y ampliar las consultas y los diálogos para
enriquecer el propio horizonte. Es tiempo de abrir el juego, no de cerrarlo.
Finalmente, en estas cuestiones la verdad no pasa de ser una opinión y cuantas
más opiniones se tomen en cuenta, mejor. Es casi literalmente lo que me dijo el
general Perón en una larga entrevista que me concedió hace años en Madrid,
cuando buscó definir el buen liderazgo, sobre todo en situaciones difíciles.
Al pagar, vi que el novelista se
había quedado demasiado serio e intenté tranquilizarlo: "Ojo que, por
suerte, si es bien conducida, la
Argentina está en condiciones bastante más favorables que
otros países para ir sorteando con éxito la crisis". Se rió y mientras nos
despedíamos, me dijo: "¿Conocés la historia de los dos amigos que se
encuentran por la calle después de unos años? Uno le pregunta al otro: «¿Cómo
está tu mujer?» Y el otro le contesta: «¿Comparada con quién?»"
© La Nacion
El
autor, abogado y politólogo, fue secretario de Cultura de la Nación .
No hay comentarios:
Publicar un comentario