A diferencia de Siria, donde está en juego la paz mundial en semanas,
EE UU diseña con México una relación estratégica.
Obama y Peña Nieto, en una imagen de archivo. / EFE
ANTONIO
CAÑO México
Barack
Obama está plenamente inmerso en estos días en una difícil diplomacia a dos
velocidades: una en Siria, donde está en juego la estabilidad mundial en la
próxima semanas, meses, todo lo más, y otra en México y Centroamérica, donde se
juega el equilibrio mundial a lo largo del siglo.
Acuciados
por lo instantáneo, como estamos los periodistas, Siria, donde se vislumbra la
posibilidad de una nueva intervención militar norteamericana a corto plazo,
será, probablemente, el asunto estrella en las ruedas de prensa que Obama
ofrezca en este viaje, que empieza mañana. Un peso considerable de la política
exterior de Estados Unidos está ahora puesto en ese asunto, que afecta a la
seguridad de Israel, que influye en el contencioso con Irán y que podría acabar
marcando la presidencia de Obama.
Pero hay
otros temas de la política exterior que exigen un ritmo distinto porque
trascienden a la repercusión sobre una determinada Administración o una
particular coyuntura internacional. El de México es uno de ellos.
Los más
de 3.000 kilómetros de frontera de México con EE UU no son coyunturales. México
está ahí para quedarse, como lo está su población, que crece a un ritmo mayor
que la norteamericana. En tiempos en que México se consumía en sus disputas
internas y EE UU no tenía más competencia que la que le presentaba la Unión
Soviética en el plano ideológico y militar, bastaba una política de contención
con México, una garantía de que esa frontera era impermeable al comunismo, para
desarrollar las relaciones con México.
Pero hoy,
cuando el mundo está lleno de competidores y de naciones dispuestas a disputar
la carrera del desarrollo y del liderazgo –México entre ellas-, EE UU tiene que
elegir si quiere convertir a México en su rival o su aliado.
México no
es fácil como aliado. Aunque las cosas han mejorado, el antiamericanismo es
todavía apreciable entre los mexicanos. El sistema político mexicano está
todavía buscando un equilibrio entre estabilidad y democracia, y adolece de
múltiples carencias –corrupción, falta de transparencia…-. Tampoco su economía
ha dado aún todos los pasos para su asimilación con la estadounidense.
No es un
socio cómodo. Pero puede ser aún un peor rival. El narcotráfico, la
inmigración, la seguridad fronteriza, la estabilidad de Centroamérica son
asuntos, entre otros, que EE UU no puede afrontar si no cuenta con la
colaboración de México.
Seguramente,
la cosas se moverán lentamente en este frente de diplomacia tranquila. Desde
luego, mucho más lentamente que en Siria. Pero da la impresión de que EE UU ha
calibrado los beneficios a largo plazo de una gran alianza de Norteamérica.
Esta visita de Obama puede ser el primer paso hacia su construcción.
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