Pensándolo bien
Este clima de fin de ciclo, que todavía puede ser
un veranito y nada más, sume apresuradamente a dirigentes, politólogos y
aficionados a la política en un mar de incertidumbres. La pregunta jamás
pronunciada en público suena a técnica, pero es más bien práctica: ¿cuál será
el "modelo de salida" que adoptará el kirchnerismo cuando le toque
hacer las valijas y retirarse del poder?
El acelerado
deterioro de la economía y el consiguiente malestar que calienta la paciencia
social, las groseras estocadas de muerte que el Gobierno ha decidido darle a la
democracia intrusando la Justicia, las inundaciones y
las tragedias que dejaron al descubierto la impericia gestionaria y un tendal
de muertos, las denuncias por grave
corrupción que impactan en el mismísimo corazón de la Casa
Rosada y se multiplican en todas las pantallas televisivas y a todos los
horarios, y la constatación en las encuestas de que sus eventuales candidatos
tienen cada vez peor imagen han convertido los cafés políticos en un hervidero
de conjeturas y especulaciones. No se descarta allí una recuperación del
partido gobernante, que hoy viene en picada, pero la verdad es que ya se piensa
mucho en el poskirchnerismo. En las formas que tendría esa nueva etapa, en sus
liderazgos y en sus encarnaciones posibles, aunque también se discute con mucha
atención el "modelo de salida". Es que en ese punto se cifran, aunque
no parezca, todas las características y malformaciones de nuestro sistema
político e institucional. La duda más jugosa, alrededor de este tema tan
espinoso, tiene que ver con cómo imaginan la retirada los propios
protagonistas. Y la primera impresión es que ese "modelo de salida"
no ha sido seriamente pensado: el kirchnerismo no concibe la posibilidad de abandonar
el trono. Los cruzados del cristinismo conciben su fuerza no como un simple
partido, sino como un movimiento patriótico. Y la patria no se entrega. Esto
implica, a su vez, que no creen ni siquiera en el bipartidismo: en frente sólo
tienen a la antipatria, a la partidocracia decadente y al satánico
neoliberalismo. ¿A quién se le ocurre tejer acuerdos de continuidad y políticas
de Estado con el enemigo? ¿Es posible vislumbrar siquiera desde la militancia
la idea de que el enemigo pueda poner sus sucias manos sobre lo sagrado? Este
concepto, que incluye en esencia creerse únicos y excluyentes, fundantes de un
nuevo país, los aleja de la partida democrática, que sólo juegan con cartas
marcadas, cuando saben que los números los dan ganadores. La "revolución"
no tiene marcha atrás, ni siquiera punto muerto. El proyecto nacional y popular
sólo tiene la obligación de radicalizarse y de profundizar sus objetivos, que
consisten en anular por completo a la "derecha nacional" y a
cualquiera que se le oponga o lo critique, así tengan para ello que cargarse
los pilares de la "democracia burguesa".
Alguien que ha estudiado durante toda su vida los
distintos procesos populistas, de nuevo el gran Juan José Sebreli, se atreve a
manifestar en voz alta el temor de los temores: "En un momento de crisis
como estamos -dijo esta semana -, Cristina no se va a ir tranquilamente. Se va
a ir tirando todo abajo". Un hombre menos dramático pero igualmente
lúcido, el ex canciller Dante Caputo, dejó caer algunas frases significativas
en el diario Perfil: "Temo el peligro de la insensatez del Gobierno y de
la Presidenta, que día a día aumentan la velocidad de fuga hacia adelante.
Están jugados, pasaron el punto de no retorno y consecuentemente hay que jugar
todo, apostar cada ficha que queda, bajar la cabeza y golpear lo que esté
enfrente. Resultaría una grave equivocación pensar que la lógica pueda
controlar las pasiones e intereses de la clase K. Sólo dejarán de correr cuando
no haya más tierra bajo sus pies, cuando el vacío anuncie el abismo inmediato".
Caputo añade una reflexión poco tranquilizadora: "Me parece importante
estar advertidos de que en su caída nos pueden arrastrar. Esto significa que se
creen situaciones de alta inestabilidad política que puedan llevar a locuras
mayores". Quien fue secretario para Asuntos Políticos y luego asesor
especial del secretario general de la OEA, con amplia experiencia en países
inestables, alude a los suicidios institucionales que acechan a la Argentina:
"Si el martirologio excluye el sufrimiento e incluye el goce de los
millones acumulados, les parecerá una buena opción", dice de los más
encumbrados kirchneristas. Creo entender que se refiere a tirar del mantel, a
una salida heroica que mantenga la mística militante aun en el llano, y a un
confort obtenido gracias a los buenos negocios que muchos hicieron a lo largo
de la "década ganada". Un ex funcionario del gabinete nacional le
reveló a Joaquín Morales Solá una escena: sucedió en Olivos y estaba presente
Néstor Kirchner. El funcionario le preguntó al ex presidente por los
"empresarios moralmente cuestionados" que pululaban a su lado. Néstor
le respondió: "Hay que construir poder para después del poder".
Existe, a propósito, otro plano de análisis que
nada le debe a la ideología. Hubo un tiempo en que Cristina Kirchner se veía
reflejada en Michelle Bachelet. Y en ese espejo no sólo encontraba a una mujer
bravía de la centroizquierda, sino a una figura equivalente que logró irse con
una imagen muy alta: hoy se da el gusto de regresar incluso con mayor aceptación
popular que entonces. El problema es que Bachelet forma parte de una
concertación de partidos, jamás hizo culto de la personalidad, no dinamitó
puentes con su reemplazante y ha entendido siempre como razonable una
alternancia civilizada en el gobierno democrático chileno. Bachelet no se cree
predestinada ni invencible, y, por lo tanto, quizás finalmente lo sea.
También hay que decir, porque omitirlo sería un
pecado mortal, que Michelle Bachelet jamás tuvo miedo a la justicia. ¿Resulta
realmente viable un país donde cada presidente (llámense Menem o Kirchner)
quiera eternizarse para conseguir impunidad y no ser alcanzado nunca por la
mano lenta, sinuosa y letal de los jueces? El peronismo es cruel, y la
Presidenta es hija de la crueldad. Sabe perfectamente que otro peronista no
movería un dedo para salvarla de ese calvario: al contrario, dejaría que los
perros de la noche la atacaran para destriparle toda influencia. E intuye
Cristina también que una acumulación tan grande de enemigos, un nivel tan alto
de resentimientos amasados durante diez años son muy peligrosos para cualquiera
que no tenga a mano la caja y los mecanismos disuasorios que se está
garantizando con la reforma judicial.
Una pesadilla recurrente, para quienes ostentan el
poder, debe de consistir en imaginar a un "compañero" peronista que
llega al palacio y que se encuentra con todas las armas creadas por el
kirchnerismo. Y a continuación, secuencias dantescas donde ese
"compañero" los persigue con la AFIP, les pincha los teléfonos, les
corta licitaciones y subsidios, los reemplaza en todas las organizaciones,
margina a sus capitalistas amigos o los da vuelta y utiliza la ley de medios y
la reforma judicial para hacerles la vida imposible a quienes las idearon. La
irresponsable acumulación de estas armas denota, una vez más, que el
kirchnerismo no puede siquiera figurarse la chance de ser expulsado alguna vez
por el voto popular de las poltronas del Estado.
Los neurólogos que han accedido a los estudios más
avanzados cuentan algo asombroso: la mayoría de las decisiones que los seres
humanos tomamos en la vida diaria son emocionales. Luego nuestro cerebro arma
la arquitectura racional que le da coartada a nuestra resolución aparentemente
fría, pero que es tomada en general por el instinto. ¿Qué es primero?, ¿el
huevo o la gallina? ¿Quieren quedarse para no entregar la patria o necesitan
perpetuarse para no ser alcanzados por la venganza de sus rivales? ¿Vamos por
todo para que no vengan por mí?
© LA NACION.
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