Las compañías de
ambos países quieren que el 'caso Snowden' no trabe el creciente comercio
bilateral entre las dos potencias. EE UU es el mayor inversor extranjero en
territorio brasileño.
Manifestación a favor de que Brasil acoja a Snowden, ayer en Río. / M. T. (GETTY)
JOAN FAUS Washington
Las revelaciones de Edward Snowden sobre
el espionaje masivo de la NSA no solo han generado problemas políticos entre
Estados Unidos y muchos de sus aliados, sino también graves tensiones
económicas.
Boeing, por ejemplo, poco se imaginaba antes de junio que las
filtraciones de un exanalista por entonces desconocido de la Agencia Nacional
de Seguridad le haría perder al cabo de unos meses un millonario contrato con
las Fuerzas Áreas de Brasil. La compañía de aviación norteamericana parecía
tenerlo todo de cara para alzarse con el suculento pedido de 36 aviones de
combate por 4.500 millones de dólares, pero la publicación en septiembre de que
EE UU había espiado a la presidenta brasileña, Dilma Rousseff,
desató una tormenta diplomática y fue un factor determinante para que el
Gobierno de Brasil se decantara finalmente en diciembre por comprar los aviones
del fabricante sueco Saab.
La decisión, obviamente, no gustó nada a Boeing -ni al tercer aspirante,
el francés Dassault- y puede poner en peligro el futuro de parte de su planta
en el estado de Missouri, en el norte de Estados Unidos.
Y aunque Boeing sea seguramente el caso más paradigmático, el deterioro
de las relaciones entre Washington y Brasilia por la estrecha vigilancia de la
NSA -que provocó que Rousseff cancelara
una visita de estado en octubre a EE UU- ha afectado al
conjunto de los intereses empresariales en ambos países. “En general, las
empresas estadounidenses que ya hacían negocios en Brasil no han sufrido
problemas, pero lo que sí vemos es que es más difícil que avance nuestra
agenda”, explica Fernanda Burle, directora de políticas del Consejo Empresarial
EE UU-Brasil, en una entrevista en su despacho en la sede de la Cámara de Comercio
de EE UU, enfrente de la Casa Blanca.
El Consejo está integrado por más de un centenar de empresas
estadounidenses de variados sectores -como defensa, energía, agricultura,
tecnología, banca o alimentación- que operan en Brasil. Entre ellas, grandes
multinacionales como Boeing, Shell, Cargill, Coca-Cola, FedEX, Apple, Metlife,
Monsanto, General Electric, Nike, Cisco o Citigroup. El objetivo de la
organización es fomentar el comercio y la inversión entre ambas naciones, por
lo que mantiene contactos habituales con los dos gobiernos y defiende una serie
de posicionamientos. Por ejemplo, aboga por un tratado económico bilateral
entre EE UU y Brasil, y otro similar a nivel fiscal, que se agilicen los visados migratorios,
que haya una mayor transparencia y armonización legislativa en Brasil, o que el
gigante sudamericano flexibilice los requisitos de contenidos locales en
industrias como la informática o la energética.
Las revelaciones del espionaje de la NSA han enfriado el notable
progreso diplomático alcanzado entre ambas potencias en los últimos años, lo
que, por ende, ha dificultado el avance de todas estas reclamaciones del
Consejo Empresarial y ha repercutido directamente en los negocios de algunas
compañías, al margen de Boeing. Renata Vasconcellos, directora para políticas
públicas de la organización, menciona sobre todo los sectores relacionados con
inteligencia y tecnología -por la legislación que prepara Brasilia sobre
la recolección de datos y los derechos de los internautas- y los de gas y
petróleo -por el hecho de que EE UU también
escrutara las comunicaciones de Petrobras.
Todo esto ha hecho que las empresas con intereses en Brasil estén
instando a las autoridades de ambos países a mejorar sus relaciones y dejar
atrás el escándalo Snowden, deseosas de recuperar el brillo del pasado y
explotar más, tras años de sostenido crecimiento comercial bilateral, las
oportunidades derivadas del auge económico de Brasil y de su creciente clase
media. “Todos [los empresarios] tienen a sus equipos de relaciones
gubernamentales trabajando duro en ello. Es en su propio beneficio”, sostiene
Vasconcellos. “Hay mucho interés en ambas comunidades empresariales”, tercia
Burle.
En términos similares se expresan desde la Cámara de Comercio
Brasiloamericana, que, a diferencia del Consejo, agrupa a compañías
estadounidenses pero también brasileñas, como Petrobras e Itaú. “Las relaciones
se han visto afectadas”, reconoce en conversación telefónica la brasileña
Patricia Florissi, directiva de la empresa estadounidense EMC e integrante de
la junta directiva de la Cámara, que tiene su sede en Nueva York y dispone de
alrededor de 200 socios. La organización también promueve el comercio bilateral
y busca “facilitar la comunicación” entre las compañías y los gobiernos de
Brasil y EE UU.
"Ahora es más difícil que avance nuestra
agenda", dice Fernanda Burle, directora de políticas del Consejo
Empresarial EE UU-Brasil
Y, cinco meses después de las revelaciones de espionaje masivo, las
cosas parece que están empezando tímidamente a moverse, con incipientes signos
de deshielo. La semana pasada la administración de Barack Obama explicó en Washington
al ministro de Exteriores de Brasil los cambios previstos en el
funcionamiento de la NSA, y esta semana se han reunido en Brasilia altos cargos
comerciales de ambas naciones y en la capital de EE UU representantes
empresariales. Mientras, en paralelo, las dos potencias mantienen diálogos
técnicos bilaterales en una veintena de asuntos. A mediados de diciembre, el
Gobierno de Rousseff ya hizo un primer gesto conciliador hacia Washington al
rechazar categóricamente la petición de asilo que le hizo Snowden, actualmente
refugiado en Rusia.
“No tiene sentido que las revelaciones de la NSA fueran tan tremendas
para las relaciones”, apunta Vasconcellos, que percibe cierta “fatiga” en esta
cuestión. “La gente quiere avanzar. Este es un buen año para volver a
encarrilar [la relación]. El sector privado y los dos gobiernos deberían
trabajar intensamente para que el próximo año tras las elecciones
presidenciales en Brasil [de octubre] podamos empezar frescos”, afirma.
La magnitud de la relación económica hace, de hecho, muy conveniente la
reconciliación diplomática. Según los últimos datos del Departamento de Estado,
Brasil es el octavo socio comercial de EE UU, que es el primer inversor
extranjero en el gigante emergente; mientras que EE UU es el segundo destino de
las exportaciones brasileñas. En 2012 el intercambio comercial bilateral
registró un valor de 76.000 millones de dólares y se estima que en 2013 podría
haber alcanzado los 100.000, manteniendo el crecimiento sostenido de los
últimos años.
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