La izquierda ex guerrillera logra un 49% de los votos. El derechista
Arena, un 38.8. Ambos partidos volverán a competir por la presidencia en marzo
en una segunda vuelta electoral.
Crédito: AFP
PABLO
DE LLANO / JUAN
JOSÉ DALTON San Salvador
El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional,
la ex guerrilla izquierdista convertida en partido político, que actualmente
gobierna en El Salvador, se ha quedado este domingo al borde de la victoria en
las nuevas elecciones presidenciales.
Según los datos que ofrecía sobre las once de la noche (hora local) el Tribunal Supremo Electoral, con cerca del 80%
del voto escrutado el FMLN ha conseguido el apoyo del 49% de los electores.
Esta cifra no es mayoría suficiente y por lo tanto, a falta de que el
escrutinio total confirme la tendencia anunciada por el tribunal, habrá una
segunda vuelta el 9 de marzo.
El derechista Arena ha logrado un 39% del voto. Ha sido
la segunda fuerza más votada, por lo que irá con el FMLN a la segunda vuelta.
El tercero ha sido Unidad (11,4%), un nuevo partido de centroderecha fundado
por Elías Antonio Saca, que fue presidente con Arena entre 2004 y 2009 y luego
se salió del partido para hacer política por su cuenta.
La participación ha estado en torno al 52% del censo electoral. Esto
supone un bajón con respecto a las presidenciales de hace cinco años, en las
que participó el 60%.
El FMLN, que ganó las presidenciales por primera vez en su historia en
2009 después de tres comicios consecutivos con victoria de Arena tras los
Acuerdos de Paz que cerraron en 1992 la guerra civil, aspira en este proceso
electoral a renovar su mandato.
Esta noche sus simpatizantes y militantes se reunieron en el Redondel
Masferrer, una glorieta de tráfico de San Salvador, la capital, para festejar
que su partido ha sido el más votado, aunque se haya quedado corto para vencer.
Carlos Peraza, un simpatizante de 44 años, vestido con una playera roja,
el color del FMLN, decía que pese a no haber ganado en primera vuelta su
convicción era que la segunda solo será un paso más hacia lo inevitable:
“Victoria, victoria siempre, victoria rotunda”.
Por uno de sus costados, al Redondel Masferrer se llega subiendo una
cuesta larga y empinada. Por allí aparecieron a paso ligero y ajetreado media
docena de muchachos portando un ataúd de cartón con una foto de Norman Quijano,
el candidato de Arena, pegada a la tapa.
Sonaban muchas vuvuzelas, aquellas cornetas de ruido loco que se
hicieron tan famosas en el mundial de fútbol de Sudáfrica en 2010. Las
vuvuzelas, en el Redondel Masferrer, eran del color rojo. Eran rojas también
casi todas las camisetas de los cientos de personas que estaban allí, la mayoría
jóvenes.
Esta ha sido la quinta vez que El Salvador ha votado para elegir
presidente desde que terminó la guerra entre la guerrilla del FMLN y la dupla
formada por el Ejército y el poder político-empresarial derechista tradicional.
Actualmente, las principales preocupaciones en este pequeño país
centroamericano son la epidemia de asesinatos ligada a la guerra entre
pandillas y el tormento que sufren muchos por las extorsiones de las bandas. El
otro reto es la pobreza, la inequidad social. En El Salvador un 34,5% de sus
seis millones de habitantes vive por debajo del umbral de la pobreza, y según
Naciones Unidas un 60% de las viviendas tienen carencias básicas.
Durante esta jornada electoral no se han registrado sobresaltos en los
centros de votación, pese a que en los últimos días había circulado el rumor de
que las pandillas podrían ejercer la violencia en algunos lugares para
favorecer al Frente.
Este sábado, el candidato de Arena, el odontólogo Norman Quijano, de 67
años, decía en un acto que las bandas “están del lado” del partido gobernante y
hacía ver que la seguridad no estaba garantizada: “Tenemos que confiar en Dios
y en nuestra autoridad policial”.
Diversos observadores internacionales, entre ellos miembros de la
Organización de Estados Americanos, han supervisado el funcionamiento de las
elecciones. Durante el día han informado de que los comicios han sido
“tranquilos y seguros”.
La gran baza electoral del Frente para intentar renovar su mandato son
las políticas sociales que ha puesto en marcha durante los últimos cinco años,
sobre todo una: darle útiles escolares y uniformes a los niños para alentar a
las familias pobres a que no los saquen de la escuela. El encargado de impulsar
este programa ha sido el candidato del FMLN en estas elecciones, Salvador
Sánchez Cerén, de 69 años, ex comandante guerrillero y vicepresidente en el
gobierno actual.
Arena ha centrado su campaña en proponer una lucha severa contra las
pandillas. Su candidato, Norman Quijano, ha dicho que si gana él podría
decretar el estado de excepción para “militarizar” la seguridad pública, lo que
según sus explicaciones se traduciría en potenciar el papel del Ejército en el
combate contra las bandas y en usar instalaciones militares para trasladar ahí
a reos “poco peligrosos” con el objetivo de desahogar las saturadas cárceles
del país.
Además, Quijano ha dicho que esas eventuales instalaciones, a las que
llama “granjas militares”, valdrían también para internar y disciplinar a
aquellos jóvenes entre 18 y 30 años que no estudian ni trabajan y que son
susceptibles de entrar en pandillas.
La violencia de las bandas ha marcado el mandato del FMLN. En los
primeros tres años (2009-2011) los índices de homicidios fueron de los más
altos del mundo: en torno a 70 asesinatos por cada 100.000 habitantes. Pero en
marzo de 2012 los líderes de las pandillas pactaron desde la cárcel una tregua
a cambio de beneficios penitenciarios, petición que el gobierno facilitó con la
intención de que bajasen los homicidios. Desde entonces los índices de
asesinatos han descendido notablemente, hasta los 39 por 100.000 de media en
2013.
Arena ha afirmado que si llega al Gobierno no apoyaría la tregua. El
FMLN no cambiaría los términos actuales del pacto con las pandillas. En ninguno
de los dos casos, si la tregua se corta o si permanece, se sabe a ciencia
cierta cómo evolucionará el problema de la violencia, cuyas raíces se hunden en
problemas de marginación socioeconómica que El Salvador no está cerca de
solucionar.
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