Superar las diferencias
Cuando llegó a su término la segunda reunión del
Foro de Convergencia Empresarial, el 28 de enero pasado, todos sus integrantes
se hicieron oír en un aplauso unánime. Celebraron con él la aprobación del
documento que, bajo el título "La hora de la convergencia", había
sido redactado, discutido y vuelto a redactar para dar nacimiento a una
iniciativa inédita: la formulación de una propuesta de políticas públicas
concebida y refrendada por 28 organizaciones empresariales del país y abierta a
la consideración de todos los sectores de la vida nacional. Hoy vuelven a
reunirse en la Sociedad Rural, esta vez con el sector sindical liderado por Hugo
Moyano.
El fluido intercambio de ideas, la búsqueda de
coincidencias, la firme disposición al diálogo por parte de los voceros de esas
28 organizaciones reflejaron una necesidad común: la de poner fin a la
empecinada segmentación que hasta entonces había predominado en el sector
productivo, tanto en lo que hace a la defensa de sus intereses específicos como
a la de las condiciones jurídicas, institucionales, culturales y sociales
requeridas en el orden general para asegurar el desarrollo de toda la Nación.
La dificultad para lograr esa interdependencia no
es por cierto un rasgo exclusivo de los empresarios argentinos. La falta de un
Estado no sujeto a los vaivenes del poder de turno, la ausencia de federalismo,
la tendencia a la confrontación incesante, la presunción de que la verdad sólo
nos asiste a nosotros y a quienes se subordinan a nosotros son signos de una
patología política que demuestra que el país carga, desde hace décadas, con las
consecuencias de una desconcertante ineptitud para dejar atrás sus males
sociales.
Se diría que los empresarios han entendido,
finalmente, que su credibilidad ante los ojos de la sociedad exige la
superación de sus beligerancias internas y de sus patéticas divisiones;
expresiones, unas y otras, de una perseverante miopía para discernir las
necesidades básicas de la Nación. Se trata de ejemplificar, de una buena vez y
con la propia conducta, aquello que se requiere del conjunto social. Sólo así
podrá probarse que el país es algo más y algo mejor que un conglomerado de
intereses contrapuestos.
Se lee en el documento firmado por los empresarios:
"El problema de la Argentina es fundamentalmente político. Pero no por
ello es un problema cuya solución sea exclusiva responsabilidad de los
políticos. Muy por el contrario, todos los actores de la sociedad deben ser
parte de la solución". Estamos pues ante un desafío que demanda amplia
participación cívica, coordinación multisectorial, transversalidad política.
Una conciencia republicana cuyo despliegue operativo no debe demorarse pues
está en juego el porvenir de nuestra capacidad de convivencia.
Pocos días atrás, en esta misma página, el
ensayista Alejandro Katz se preguntaba si los argentinos estamos aún a tiempo
de vivir juntos. Los empresarios reunidos en la Sociedad Rural conocen ese
mismo desvelo y comparten esa misma necesidad de superarlo. Lejos de todo afán
profético y sin rehuir la autocrítica han sido capaces de aportar a la
formulación de un diagnóstico preciso sobre los males del país y las
herramientas requeridas para impedir que la crisis circunstancial se convierta
en crónica.
El cumplimiento estricto de la Constitución
Nacional sigue siendo la deuda primera.
Nada alecciona más que un infortunio común cuando
se trata de buscar y formular propuestas para ser consensuadas. A la difusión
de ese infortunio han contribuido todos los que no han hecho otra cosa que
mirarse el ombligo. Los empresarios saben que durante mucho tiempo han estado
entre ellos. Que la hora de la convergencia ha de ser prioritaria si lo que
importa es el afianzamiento del espíritu cívico, de una ciudadanía urgida por
la necesidad de dejar de estar expuesta a la reiteración de desaciertos que sólo
se explican cuando el poder, sea el que fuere, se aferra a su alianza con la
mezquindad sectorial, la corrupción y su consecuente insensibilidad política.
Lo indispensable es más que evidente. Su
reconocimiento no admite dilaciones. Las políticas públicas que permitan
llevarlo a cabo no son tantas como para que no pueda haber acuerdo entre
quienes deban impulsarlas. Las dirigencias políticas que aspiran a competir por
la presidencia en 2015 deben manifestarlo abiertamente mediante un consenso
programático que tenga por testigo a toda la sociedad y se concrete antes de
las próximas elecciones. Así, la Argentina ingresará en un ciclo de
imprescindible distensión y pacificación. Los contenidos de su porvenir ya no
serán difusos y menos aún catastróficos. El eje de la expectativa social, tal
como se lee en el documento de los empresarios, se desplazará del apremio en
saber quién va a hacer lo que cabe hacer a uno más decisivo: saber qué cosas es
preciso hacer. Y ello, con independencia de quién resulte vencedor en las
elecciones y fijándole a quien gane una agenda ejecutiva acordada entre todas
las dirigencias partidarias, las fuerzas del trabajo y la producción.
No en vano el término convergencia encabeza el
documento firmado por la casi totalidad de las cámaras reunidas. Fue uno de los
que circularon con mayor profusión a lo largo de ambos encuentros. De igual
modo, la fragmentación, mal endémico de los argentinos, fue el concepto sobre
el que recayó la crítica unánime de quienes, inicialmente reunidos en torno a
una mesa, aspiraban a hacerlo, sustancialmente, en torno a valores y medidas
capaces de contrarrestar su efecto corrosivo. Esa expectativa de cohesión
interna que impulsó los dos encuentros de los empresarios -el del 7 y el del 28
de enero- motivó en ellos, asimismo, la esperanza de que otros sectores -el
sindical, el político, el confesional- se vean inspirados por la misma
necesidad de confluir en el reconocimiento de lo que demanda la democracia
argentina. La dura experiencia del desencuentro y la recíproca desconfianza
dictaron los términos de esa expectativa. "Ya es hora de que los distintos
actores productivos -señala el texto del Foro de manera claramente autocrítica-
aprendan a verse como partes de un todo y a dejar de proceder como si cada parte
fuera un todo."
¿Qué lógica promueve estas palabras sino la dictada
por una larga historia de desencuentros explotada por los demagogos y los
enemigos de la convivencia pluralista? Se ha dicho muchas veces que las leyes
que ordenan una comunidad y posibilitan su desarrollo sólo se imponen cuando
resulta evidente la escasa rentabilidad del egoísmo y el apego a intereses
ajenos al bien común. Es así como, también entre nosotros, ha llegado el
momento de atender las demandas del encuentro. Hoy, las fuerzas significativas
de la Nación acusan claramente la imposibilidad de proseguir su marcha de
espaldas a este propósito integrador. La conciencia de ese límite ineludible
también incidió en la respuesta afirmativa que obtuvo la invitación cursada a
quienes terminaron por constituir el Foro empresarial. El interés sectorial y
el general demandan, en beneficio mutuo, ese movimiento de convergencia.
"Un país en el que sus fuerzas productivas, sociales y políticas operen en
un marco de creciente fragmentación -recuerda el documento- no puede progresar
como nación y está llamado a desgastarse en la confrontación creciente de sus
partes."
Difícilmente se hubiera llegado a esta convergencia
empresarial sin el trasfondo económico, social y político de la Argentina
actual. Pocas veces se acumularon tantos y tamaños desaciertos en una gestión
de gobierno como para comprometer incluso los pocos logros alcanzados en estos
últimos diez años. Vulnerado el valor de nuestra moneda; ensanchado el espectro
de la pobreza; cercenada la libertad de comercio; arraigados el autoritarismo y
la intolerancia al disidente; mermado el poder adquisitivo de los desposeídos;
desvirtuada la credibilidad externa; errática, prepotente e inverosímil nuestra
política exterior; minada la paz interior; quebrantada la educación nacional y
condicionada hasta el límite del escándalo la autonomía de la Justicia, ¿qué
cabe sino convocar a un esfuerzo general para reabrir el rumbo hacia la
esperanza, rehabilitando el valor de la sensatez y el conocimiento?
La esperanza no es hija de la confianza ingenua en
el futuro, sino de la convicción de que hay en el presente recursos para
inscribir ese futuro en un escenario de realizaciones triplemente confiables:
por su apego a la ley, por su comprensión de lo que requiere un desarrollo
cabal a mediano y largo plazo, y por su decisión de poner fin a las
desigualdades sociales que estancan al país en la frustración y el
incumplimiento de los derechos humanos. Tal la conclusión de este Foro. Contra
la esterilidad del desencuentro que condena a repetir el pasado, sólo la
fecundidad de la convergencia abre a la posibilidad de la innovación solidaria.
© LA NACION.
No hay comentarios:
Publicar un comentario