Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

miércoles, 5 de febrero de 2014

Una apuesta por el bien común

Superar las diferencias


Por Santiago Kovadloff | LA NACION



Cuando llegó a su término la segunda reunión del Foro de Convergencia Empresarial, el 28 de enero pasado, todos sus integrantes se hicieron oír en un aplauso unánime. Celebraron con él la aprobación del documento que, bajo el título "La hora de la convergencia", había sido redactado, discutido y vuelto a redactar para dar nacimiento a una iniciativa inédita: la formulación de una propuesta de políticas públicas concebida y refrendada por 28 organizaciones empresariales del país y abierta a la consideración de todos los sectores de la vida nacional. Hoy vuelven a reunirse en la Sociedad Rural, esta vez con el sector sindical liderado por Hugo Moyano.
El fluido intercambio de ideas, la búsqueda de coincidencias, la firme disposición al diálogo por parte de los voceros de esas 28 organizaciones reflejaron una necesidad común: la de poner fin a la empecinada segmentación que hasta entonces había predominado en el sector productivo, tanto en lo que hace a la defensa de sus intereses específicos como a la de las condiciones jurídicas, institucionales, culturales y sociales requeridas en el orden general para asegurar el desarrollo de toda la Nación.
La dificultad para lograr esa interdependencia no es por cierto un rasgo exclusivo de los empresarios argentinos. La falta de un Estado no sujeto a los vaivenes del poder de turno, la ausencia de federalismo, la tendencia a la confrontación incesante, la presunción de que la verdad sólo nos asiste a nosotros y a quienes se subordinan a nosotros son signos de una patología política que demuestra que el país carga, desde hace décadas, con las consecuencias de una desconcertante ineptitud para dejar atrás sus males sociales.
Se diría que los empresarios han entendido, finalmente, que su credibilidad ante los ojos de la sociedad exige la superación de sus beligerancias internas y de sus patéticas divisiones; expresiones, unas y otras, de una perseverante miopía para discernir las necesidades básicas de la Nación. Se trata de ejemplificar, de una buena vez y con la propia conducta, aquello que se requiere del conjunto social. Sólo así podrá probarse que el país es algo más y algo mejor que un conglomerado de intereses contrapuestos.
Se lee en el documento firmado por los empresarios: "El problema de la Argentina es fundamentalmente político. Pero no por ello es un problema cuya solución sea exclusiva responsabilidad de los políticos. Muy por el contrario, todos los actores de la sociedad deben ser parte de la solución". Estamos pues ante un desafío que demanda amplia participación cívica, coordinación multisectorial, transversalidad política. Una conciencia republicana cuyo despliegue operativo no debe demorarse pues está en juego el porvenir de nuestra capacidad de convivencia.
Pocos días atrás, en esta misma página, el ensayista Alejandro Katz se preguntaba si los argentinos estamos aún a tiempo de vivir juntos. Los empresarios reunidos en la Sociedad Rural conocen ese mismo desvelo y comparten esa misma necesidad de superarlo. Lejos de todo afán profético y sin rehuir la autocrítica han sido capaces de aportar a la formulación de un diagnóstico preciso sobre los males del país y las herramientas requeridas para impedir que la crisis circunstancial se convierta en crónica.
El cumplimiento estricto de la Constitución Nacional sigue siendo la deuda primera.
Nada alecciona más que un infortunio común cuando se trata de buscar y formular propuestas para ser consensuadas. A la difusión de ese infortunio han contribuido todos los que no han hecho otra cosa que mirarse el ombligo. Los empresarios saben que durante mucho tiempo han estado entre ellos. Que la hora de la convergencia ha de ser prioritaria si lo que importa es el afianzamiento del espíritu cívico, de una ciudadanía urgida por la necesidad de dejar de estar expuesta a la reiteración de desaciertos que sólo se explican cuando el poder, sea el que fuere, se aferra a su alianza con la mezquindad sectorial, la corrupción y su consecuente insensibilidad política.
Lo indispensable es más que evidente. Su reconocimiento no admite dilaciones. Las políticas públicas que permitan llevarlo a cabo no son tantas como para que no pueda haber acuerdo entre quienes deban impulsarlas. Las dirigencias políticas que aspiran a competir por la presidencia en 2015 deben manifestarlo abiertamente mediante un consenso programático que tenga por testigo a toda la sociedad y se concrete antes de las próximas elecciones. Así, la Argentina ingresará en un ciclo de imprescindible distensión y pacificación. Los contenidos de su porvenir ya no serán difusos y menos aún catastróficos. El eje de la expectativa social, tal como se lee en el documento de los empresarios, se desplazará del apremio en saber quién va a hacer lo que cabe hacer a uno más decisivo: saber qué cosas es preciso hacer. Y ello, con independencia de quién resulte vencedor en las elecciones y fijándole a quien gane una agenda ejecutiva acordada entre todas las dirigencias partidarias, las fuerzas del trabajo y la producción.
No en vano el término convergencia encabeza el documento firmado por la casi totalidad de las cámaras reunidas. Fue uno de los que circularon con mayor profusión a lo largo de ambos encuentros. De igual modo, la fragmentación, mal endémico de los argentinos, fue el concepto sobre el que recayó la crítica unánime de quienes, inicialmente reunidos en torno a una mesa, aspiraban a hacerlo, sustancialmente, en torno a valores y medidas capaces de contrarrestar su efecto corrosivo. Esa expectativa de cohesión interna que impulsó los dos encuentros de los empresarios -el del 7 y el del 28 de enero- motivó en ellos, asimismo, la esperanza de que otros sectores -el sindical, el político, el confesional- se vean inspirados por la misma necesidad de confluir en el reconocimiento de lo que demanda la democracia argentina. La dura experiencia del desencuentro y la recíproca desconfianza dictaron los términos de esa expectativa. "Ya es hora de que los distintos actores productivos -señala el texto del Foro de manera claramente autocrítica- aprendan a verse como partes de un todo y a dejar de proceder como si cada parte fuera un todo."
¿Qué lógica promueve estas palabras sino la dictada por una larga historia de desencuentros explotada por los demagogos y los enemigos de la convivencia pluralista? Se ha dicho muchas veces que las leyes que ordenan una comunidad y posibilitan su desarrollo sólo se imponen cuando resulta evidente la escasa rentabilidad del egoísmo y el apego a intereses ajenos al bien común. Es así como, también entre nosotros, ha llegado el momento de atender las demandas del encuentro. Hoy, las fuerzas significativas de la Nación acusan claramente la imposibilidad de proseguir su marcha de espaldas a este propósito integrador. La conciencia de ese límite ineludible también incidió en la respuesta afirmativa que obtuvo la invitación cursada a quienes terminaron por constituir el Foro empresarial. El interés sectorial y el general demandan, en beneficio mutuo, ese movimiento de convergencia. "Un país en el que sus fuerzas productivas, sociales y políticas operen en un marco de creciente fragmentación -recuerda el documento- no puede progresar como nación y está llamado a desgastarse en la confrontación creciente de sus partes."
Difícilmente se hubiera llegado a esta convergencia empresarial sin el trasfondo económico, social y político de la Argentina actual. Pocas veces se acumularon tantos y tamaños desaciertos en una gestión de gobierno como para comprometer incluso los pocos logros alcanzados en estos últimos diez años. Vulnerado el valor de nuestra moneda; ensanchado el espectro de la pobreza; cercenada la libertad de comercio; arraigados el autoritarismo y la intolerancia al disidente; mermado el poder adquisitivo de los desposeídos; desvirtuada la credibilidad externa; errática, prepotente e inverosímil nuestra política exterior; minada la paz interior; quebrantada la educación nacional y condicionada hasta el límite del escándalo la autonomía de la Justicia, ¿qué cabe sino convocar a un esfuerzo general para reabrir el rumbo hacia la esperanza, rehabilitando el valor de la sensatez y el conocimiento?
La esperanza no es hija de la confianza ingenua en el futuro, sino de la convicción de que hay en el presente recursos para inscribir ese futuro en un escenario de realizaciones triplemente confiables: por su apego a la ley, por su comprensión de lo que requiere un desarrollo cabal a mediano y largo plazo, y por su decisión de poner fin a las desigualdades sociales que estancan al país en la frustración y el incumplimiento de los derechos humanos. Tal la conclusión de este Foro. Contra la esterilidad del desencuentro que condena a repetir el pasado, sólo la fecundidad de la convergencia abre a la posibilidad de la innovación solidaria.
© LA NACION. 

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